Una hija del destino
Ni el m¨¢s severo cr¨ªtico de Benazir Bhutto habr¨ªa sido capaz de negar que pose¨ªa un valor f¨ªsico extraordinario.
Cuando su padre estaba en la c¨¢rcel, condenado a muerte por la dictadura militar de Pakist¨¢n en 1979, y mientras otros miembros de su familia trataban de huir del pa¨ªs, ella se atrevi¨® a regresar. Su posterior enfrentamiento con el brutal general Zia ul Haq le cost¨® cinco a?os de su vida en prisi¨®n. Pero ella pareci¨® limitarse a desde?ar la experiencia, como desde?aba al hombrecillo cruel que se la hab¨ªa impuesto.
Benazir vio morir a uno de sus hermanos, Shahnawaz, en misteriosas circunstancias en el sur de Francia en 1985, y al otro, Mir Murtaza, por disparos de la polic¨ªa junto al hogar familiar en Karachi, en 1996. Fue en ese famoso domicilio -el n¨²mero 70 de Clifton Road- donde la conoc¨ª en noviembre de 1988, en la ¨²ltima noche de la campa?a electoral, y donde descubr¨ª en persona hasta qu¨¦ punto era valiente.
A los 35 a?os se convirti¨® en la primera mujer elegida para gobernar un pa¨ªs musulm¨¢n
Es grotesco que haya sido asesinada en Rawalpindi, donde vive atrincherada la jefatura militar del pa¨ªs
Se subi¨® al volante de un Jeep y, burl¨¢ndose de todos los guardaespaldas, nos llev¨® a hacer una gira impresionante por las barriadas de Karachi. De vez en cuando se bajaba, sub¨ªa al techo del coche cargada con un altavoz, y arengaba a las masas que se api?aban hasta el punto de casi derribar el veh¨ªculo. Al d¨ªa siguiente, su Partido Popular de Pakist¨¢n obtuvo la victoria por mayor¨ªa abrumadora y ella, a los 35 a?os, se convirti¨® en la primera mujer elegida para gobernar un pa¨ªs musulm¨¢n.
Su mandato termin¨® -como su posterior vuelta al poder de tres a?os, a partir de 1993- en un lamentable marem¨¢gnum de acusaciones de corrupci¨®n e intrigas pol¨ªticas, que condujeron a un exilio dorado en Dubai. Pero es evidente que Bhutto comprendi¨® que el exilio iba a ser una especie de muerte pol¨ªtica (habla muy bien de este tema en un excelente perfil que public¨® hace poco Amy Wilentz en la revista More). Igual que otros dos grandes pol¨ªticos asi¨¢ticos, la filipina Benigno Aquino y el surcoreano Kim Dae-jung, pareci¨® decidir que era fundamental correr el riesgo de volver a su pa¨ªs. Y ahora ha muerto, como seguramente sab¨ªa que pod¨ªa ocurrir, de la misma manera que Aquino.
?Qui¨¦n sabe qui¨¦n cometi¨® el crimen?
Resulta grotesco, desde luego, que el asesinato se haya producido en Rawalpindi, la ciudad en la que vive atrincherada la clase dirigente militar del pa¨ªs y en la que se encuentra el hotel Flashman. Es como si la hubieran matado durante una visita a West Point o a la base de los marines en Quantico, Virginia. Pero cuesta hacer un an¨¢lisis cui bono cuya conclusi¨®n sea que el general Pervez Musharraf, el presidente actual, es el beneficiario de su muerte. La culpa es probablemente del eje Al Qaeda/talibanes, tal vez con alguna ayuda de sus numerosos simpatizantes encubiertos y no tan encubiertos en el organismo interservicios de las fuerzas de inteligencia paquistan¨ªes. ?sa era la gente a la que ella hab¨ªa se?alado con el dedo desde la gigantesca bomba que arras¨® su caravana de bienvenida, el 18 de octubre.
Ella habr¨ªa podido investigar muy bien la conexi¨®n, puesto que, cuando era primera ministra, llev¨® a cabo una pol¨ªtica muy activa en favor de los talibanes, pensada para ampliar y afianzar el control paquistan¨ª sobre Afganist¨¢n y para dar a Pakist¨¢n profundidad estrat¨¦gica en su largo enfrentamiento con India a prop¨®sito de Cachemira. Lo cierto es que el indudable valor de Benazir ten¨ªa cierto componente de fanatismo. Pose¨ªa el mayor complejo de Electra de todas las mujeres pol¨ªticas en la historia moderna, y viv¨ªa totalmente dedicada a la memoria de su padre ejecutado, el encantador y sin escr¨²pulos Zulfikar Ali Bhutto, un antiguo primer ministro que, en una ocasi¨®n, presumi¨® de que el pueblo de Pakist¨¢n comer¨ªa hierba antes que renunciar a la lucha para adquirir armas nucleares (demostr¨® ser bastante prof¨¦tico: hoy, el pa¨ªs posee armas nucleares y millones de sus habitantes apenas tienen para comer). En teor¨ªa socialista, Zulfikar Ali Bhutto fue un aut¨®crata oportunista, y la tradici¨®n familiar continu¨® a trav¨¦s del PPP, un partido presuntamente populista que nunca celebr¨® elecciones internas y que, en realidad, era -como muchas otras cosas en Pakist¨¢n- propiedad de la familia Bhutto.
Hija del Destino es el t¨ªtulo que Benazir Bhutto dio a su autobiograf¨ªa. Siempre hizo gala de esa falta de pudor y de iron¨ªa. Con qu¨¦ facilidad me minti¨®, recuerdo, con la mirada firme de sus ojos de color topacio, al asegurarme que el programa nuclear paquistan¨ª persegu¨ªa exclusivamente usos pac¨ªficos y civiles. Con qu¨¦ santa indignaci¨®n respond¨ªa siempre a las preguntas sobre la enorme corrupci¨®n de la que se les acusaba a ella y al playboy de su marido, Asif Ali Zardari (los tribunales suizos acaban de emitir un fallo contra ella en este sentido, y hay un excelente reportaje de fondo sobre el tema escrito por John Burns para The New York Times en 1998). Ahora, los dos grandes legados del poder de los Bhutto -las armas nucleares y el fortalecimiento de los islamistas- se han unido todav¨ªa m¨¢s.
Por eso su asesinato es tan catastr¨®fico. Existen ciertos motivos para pensar que hab¨ªa cambiado verdaderamente de opini¨®n, al menos en cuanto a los talibanes y Al Qaeda, y que estaba dispuesta a encabezar la lucha contra ellos. Seg¨²n algunas informaciones, hab¨ªa cortado lazos con su poco recomendable marido. Estaba tratando de establecer la relaci¨®n entre la falta de democracia en Pakist¨¢n y el ascenso del fanatismo manipulado por los mul¨¢s. De los candidatos que se dispon¨ªan a competir en las pr¨®ximas elecciones -tan poco fiables-, era la ¨²nica con capacidad para atraer a las masas y contrarrestar los cantos de sirena de los fundamentalistas. Y, hasta el ¨²ltimo instante, vivi¨® sin la obsesi¨®n de la seguridad y con un altivo desprecio hacia su propia seguridad.
A veces, ese valor habr¨ªa sido digno de mejor causa, y muchos de los problemas que aseguraba poder resolver los hab¨ªa creado ella misma. Sin embargo, es cierto que tal vez tuviera marcado cierto destino.
Christopher Hitchens es columnista en Vanity Fair y Slate Magazine, donde apareci¨® inicialmente este art¨ªculo. Autor de m¨¢s de una docena de libros, Hitchens colabora tambi¨¦n regularmente con The Atlantic, The New York Times Book Review, Harper's, Newsweek International y The New York Review of Books. Copyright WPNI Slate, 2007. Distribuido por The New York Times Syndicate. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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