La isla de los siete colores
El exotismo de Mauricio, m¨¢s asequible gracias a los vuelos directos desde Madrid
Aparte de ser una de las primeras fuentes de riqueza en el mundo actual, el turismo anota entre sus m¨¦ritos el de haber situado en el mapamundi a algunas naciones. Por ejemplo, a Mauricio. Una isla perdida en el ?ndico, frente a la punta de ?frica, que pusieron de moda en los ochenta Carolina de M¨®naco y otras celebridades, incluidas folcl¨®ricas espa?olas; era el escondite ideal para ser casualmente descubiertas por los paparazzi. Tambi¨¦n una burbuja para honeymooners con posibilidades. Ahora no s¨®lo van all¨ª los reci¨¦n casados a gozar de su luna de miel, van los novios a casarse, con todas las de la ley; alg¨²n hotel lleg¨® a celebrar el pasado a?o m¨¢s de 300 bodas, casi una por d¨ªa, en escenarios tan caprichosos como el borde de la piscina, un templete junto a la playa o un submarino.
En Chamarel, tierras de una luminosa variedad crom¨¢tica. Visita al cr¨¢ter volc¨¢nico Trou aux Cerfs y al barrio chino de St. Louis. M¨¢s unas playas que quitan el hipo. Y ahora, m¨¢s cerca y m¨¢s barato.
Un destino rosa que ven¨ªa presagiado por ciertas profec¨ªas literarias. En el siglo XVIII, Bernardin de Saint-Pierre fue un ¨¦xito de ventas con su tocho rom¨¢ntico Pablo y Virginia, que narraba los amores imposibles (por naufragio) de una pareja mauriciana; novela que sigue en cat¨¢logo, aunque es pura arqueolog¨ªa. Boutades como la de Mark Twain diciendo que Dios cre¨® el para¨ªso tomando por modelo la isla de Mauricio (y no al rev¨¦s) suenan a gastado. Tampoco convencen los amores primerizos de Baudelaire, quien escribi¨® su primer poema (A une dame cr¨¦ole) en el jardin des Pamplemousses, ni la aventura galante de Conrad en la isla, camuflada en el relato La sonrisa de la fortuna. Menos impostadas resultan, en cambio, las descripciones de Jean-Marie Le Cl¨¦zio, autor prol¨ªfico con ra¨ªces familiares en Mauricio, donde vivi¨® su infancia.
Esa atm¨®sfera rom¨¢ntica y literaria, urdida a golpe de esclavos y traficantes, plantaciones de ca?a, t¨¦ o vainilla y pasiones volc¨¢nicas, queda bien reflejada en el reciente Museo del Az¨²car, al lado del parque bot¨¢nico de Pamplemousses. Es magn¨ªfico; en realidad, lo que muestra es la historia a secas de Mauricio. Se explica all¨ª que los ¨¢rabes la llamaron Dinarobin, siendo utilizada por los portugueses en sus traves¨ªas durante el siglo XV. Pero fueron los holandeses quienes la colonizaron y plantaron ca?a de az¨²car, adem¨¢s de darle el nombre de su pr¨ªncipe Mauricio de Orange. Luego fue de los franceses (a partir de 1715), y un siglo despu¨¦s, de los ingleses; hasta que en 1968 accedi¨® a la independencia. Ese museo es una de las muchas cosas nuevas que est¨¢n surgiendo en la isla. En el ¨²ltimo lustro, Mauricio ha dado un salto cualitativo. Nuevas carreteras, coches relucientes, casas m¨¢s s¨®lidas y hasta coquetas, ¨¢reas populares a pie de playa (en zonas como Flic en Flac, o Grand Baie) con pizzer¨ªas y restaurantes, tiendas y servicios para una mesocracia emergente.
Una novedad, hay que insistir en ello. Porque Mauricio ha sido, tradicionalmente, como una fruta tropical, con una c¨¢scara de lujo y exotismo (hoteles exclusivos jalonando el litoral) y una pulpa interior donde se agrupan las ciudades y aldeas y donde no siempre es f¨¢cil la vida. Resulta casi milagroso el nivel de entendimiento, a pesar de esa polarizaci¨®n, y a pesar del complejo entramado social (el 70 % de la poblaci¨®n es de origen indio, el resto son criollos mestizos de africanos y blancos, m¨¢s una minor¨ªa descendiente de colonos europeos, y otra minor¨ªa china). La sociedad mauriciana, hay que decirlo bien alto, es un ejemplo de concordia para otras naciones donde tienen que convivir diversos grupos ¨¦tnicos, lenguas y religiones. En una misma calle de Port Louis se pueden codear una pagoda china, un templo tamil y una mezquita, a escasas cuadras de una catedral cat¨®lica y otra anglicana.
Conceptos hoteleros
La corteza de lujo no es tan delgada como cabr¨ªa suponer; porque los cerca de cien complejos hoteleros que se reparten por todo el litoral adentran sus dominios con campos de golf (hay casi una veintena, en una isla donde el agua escasea), reservas de caza y urbanizaciones (cada vez m¨¢s) con villas que repiten los par¨¢metros de lujo de los hoteles. Todo, en un paisaje de estampa rom¨¢ntica, con picachos volc¨¢nicos de formas imposibles, como tela de fondo de playas albinas, sombreadas por cocoteros, con aguas turquesas y mansas gracias a otra coraza externa: el arrecife de coral, que contiene el bramido glauco del oc¨¦ano.
Tambi¨¦n ese mundo de lujo est¨¢ cambiando. Muchos hoteles se mantienen aferrados a una est¨¦tica un tanto burguesa y est¨¢ndar, pero hay otros que se han apuntado a las ultimas tendencias globales y hacen gala de una atenta sensibilidad en su decoraci¨®n minimalista, en los tratamientos ayurv¨¦dicos de sus spas, o en sus cocinas regidas por fichajes con estrella Michelin en el curr¨ªculo.
?sa es, en fin, la imagen t¨®pica y ut¨®pica a la vez de la isla de Mauricio. Pero es, claro est¨¢, en el vasto interior donde los turistas van a buscar, siquiera sea en excursi¨®n fugaz, las esencias de la isla. Entre las cuales son cap¨ªtulo obligado las gargantas del r¨ªo Negro, el Trou aux Cerfs (un cr¨¢ter volc¨¢nico), las fauvistas Tierras de los Siete Colores, en Chamarel, el Grand Bassin (un lago sagrado para los hind¨²es, plagado de templos, dioses y monos, que se comunica subterr¨¢neamente, seg¨²n la leyenda, con las aguas del Ganges), el Domaine du Chasseur, donde se sirve carne de venados de la reserva, o la muy nost¨¢lgica y victoriana ruta del t¨¦.
El broche de las tierras interiores con la piel marina es Port Louis, la capital, donde se anudan tambi¨¦n muchos de los contrastes, e incluso contradicciones, de una sociedad en r¨¢pida evoluci¨®n. La cara m¨¢s tradicional se refleja de manera vivaz en el mercado, un caleidoscopio de olores y colores, acentos y razas, pero tambi¨¦n en el pintoresco barrio Chino, y en muchas calles improvisadas como bazar. A escasos metros, sin embargo, en el llamado Waterfront (paseo mar¨ªtimo), modernas galer¨ªas comerciales ofrecen art¨ªculos de moda y confecciones textiles, que son, junto con el turismo y el az¨²car, las tres patas que sustentan el desarrollo mauriciano. Tambi¨¦n reserva Port Louis espacios para la memoria (sobre todo el Blue Penny Museum, que explota el mito original de Pablo y Virginia) y no renuncia, en su sprint desarrollista, a la imagen almibarada de aquel "pa¨ªs perfumado que el sol acaricia" de Baudelaire, donde la vida apuesta, de manera oficial, por el rosa.
GU?A PR?CTICA
C¨®mo ir
- Air Mauritius (917 81 81 72; www.airmauritius.com) vuela a la isla de Mauricio desde Par¨ªs, Londres, Z¨²rich... A partir del 16 de junio dispondr¨¢ tambi¨¦n de dos vuelos directos semanales entre Madrid y Mauricio, lo que puede acortar el viaje en m¨¢s de seis horas. Entre las mayoristas que ofrecen estancias en Mauricio figuran Viajes El Corte Ingl¨¦s
(en agencias) y Catai (www.catai.es), con paquetes de vuelos y cinco noches a partir de unos 1.400 euros.
Dormir y comer
- EN LA COSTA ORIENTAL
Beau Rivage (www.naiade.com; 00230 402 20 00), excelente spa y cocina.
The Residence (00230 401 88 88; www.theresidence.com),
con ambiente colonial.
Le Touessrok Hotel (www.letouessrokgolf.com), gusto exquisito y una isla propia, Ile aux Cerfs, convertida en campo de golf.
- EN LA COSTA OCCIDENTAL Dinarobin Hotel Golf & Spa (00230 401 4900, www.dinarobin-hotel.com)
y Le Paradis (www.paradis-hotel.com; 00230 401 5050) forman un complejo con caba?as de lujo asomadas a la playa y restaurantes; delicioso spa oriental en Le Paradis.
Tamarina Golf State & Beach Club (www.tamarinagolf.mu; 00230 401 30 00), el mejor club de golf, villas con vistas impresionantes.
Taj Exotica Resort & Spa (www.tajhotels.com), una de las cimas de exclusividad y refinamiento en la isla: suites de ensue?o
abiertas a la playa, spa ayurv¨¦dico, restaurantes indio y japon¨¦s, etc¨¦tera.
Informaci¨®n
- Turismo de Mauricio (www.mauritius.net).
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