La isla de las tierras coloreadas
El Nobel franc¨¦s Jean-Marie Le Cl¨¦zio tiene una cita anual en Mauricio como jurado literario
Casi todo en esta peque?a isla parece perfecto, simple y emotivo, y as¨ª lo repite Jean-Marie Gustave Le Cl¨¦zio (Niza, 1940), el ¨²ltimo Nobel de Literatura, que es hijo de madre bretona y de un cirujano brit¨¢nico afincados en Mauricio (donde pas¨® su infancia, adem¨¢s de en Nigeria). Por eso su obra est¨¢ trenzada en el desarraigo y la nostalgia, y por eso este infatigable n¨®mada de la br¨²jula loca fue all¨ª a anudar los cabos rotos de su memoria. Lleg¨® a Mauricio hace treinta a?os y descubri¨® que s¨®lo hay un acontecimiento memorable en la historia de la isla, y adem¨¢s no sucedi¨® nunca: los amores de Pablo y Virginia, que s¨®lo existieron en la imaginaci¨®n del escritor Bernardin de Saint-Pierre. Salvo el Bhagavad Gita, ning¨²n libro es tan popular en Mauricio como Pablo y Virginia, cuya estatua preside la plaza de Armas de Port-Louis.
Aunque vecino de Madagascar, Mauricio mira a la India, cuyos dioses m¨²ltiples viven tambi¨¦n aqu¨ª, a la sombra de las cabelleras de cocoteros inclinados por la dulzura de los alisios. Su soberan¨ªa se extiende adem¨¢s a las islas de San Brand¨®n, Agalega y Rodrigues, que, junto con la isla francesa de Reuni¨®n, a 200 kil¨®metros al suroeste, forman las islas Mascare?as: un archipi¨¦lago de coral pasmado en lagunas color esmeralda. Suspendido entre el cielo y el mar, y en medio de ninguna parte, Mauricio es un lugar apacible cuyos moradores construyen en la misma calle sus templos tamiles, isl¨¢micos o cat¨®licos. Le Cl¨¦zio se encontr¨® a s¨ª mismo en Mauricio y lo cont¨® en La cuarentena; pero retazos de la geograf¨ªa f¨ªsica y humana del archipi¨¦lago aparecen tambi¨¦n en las p¨¢ginas de El buscador de oro, Viaje a Rodrigues, Revoluciones, Primavera y otras estaciones y en Ritornello del hambre, su novela m¨¢s reciente.
El epicentro de su nostalgia est¨¢ en la hacienda familiar de Moka, a quince minutos de la capital, Port-Louis. All¨ª, en la monta?a Ory, muy cerca de las cataratas del r¨ªo Moka, se levanta arrogante Eureka, una fabulosa mansi¨®n con veranda construida por sus antepasados en 1830. En su biblioteca, no s¨®lo la colecci¨®n de la Nouvelle Revue Fran?aise sugiere el refinamiento intelectual de los ancestros de Le Cl¨¦zio. Moka es, por su clima h¨²medo, el ¨²nico lugar isle?o en donde todav¨ªa se cultiva el t¨¦. Le Cl¨¦zio evoca la lluvia que cae como una cascada sobre los hibiscos, la l¨¢mpara de petr¨®leo encendida para que se quemen las hormigas voladoras, el canto nocturno de los sapos. Pero las huellas familiares se dispersan por toda la isla. En la costa oriental, junto a la bah¨ªa turquesa de Trou d'Eau Douce, que mira hacia la isla de los Ciervos, se alquilan cuatro villas r¨²sticas con los nombres evocadores de Talipot, Hibiscus, Dodo y Paille-en-queu. Son las villas Le Cl¨¦zio, con vistas a un mar que estremece por su belleza: entre verde y azul, pero como si la luz surgiera de ¨¦l e iluminara el cielo hasta el horizonte. Hay algunas barcas de pescadores nativos y algunos yates de turistas a la pesca del marlin, que nosotros llamamos aguja blanca.
Al otro lado de la isla, en Beau Bassin-Rose Hill, su alcalde, Ramalignum Maistry, expresa su orgullo porque el flamante premio Nobel preside todos los a?os el jurado de un premio literario que convoca el Ayuntamiento. Rose-Hill, la segunda ciudad comercial, tiene la m¨¢s inquieta vida cultural de la isla, el teatro m¨¢s importante, Le Plaza, y una galer¨ªa de arte, la Max Boull¨¦, en donde cada a?o Le Cl¨¦zio sigue con atenci¨®n la obra de los artistas nativos, descendientes de hind¨²es y de esclavos africanos.
Un ¨¢rbol g¨®tico
Desde su independencia en 1968, Mauricio se ha deslizado dulcemente en el nuevo milenio con la gracia elegante de las sociedades criollas, recogiendo el "man¨¢ providencial", seg¨²n expresi¨®n del autor, de la industria tur¨ªstica. El precio de su desarrollo ha sido que la maleza, los bosquecillos de filaos y las vacoas, las palmeras que cultivaban los inmigrantes indios para la confecci¨®n de sacos y sandalias, han retrocedido ante la presi¨®n de la ca?a de az¨²car, que ocupa el 70% del territorio. De la riqueza que tuvo su flora end¨¦mica queda constancia en el Jard¨ªn Bot¨¢nico de Pamplemousses, que construy¨® para su capricho Mah¨¦ de Labourdonnais, el primer gobernador franc¨¦s. Impresiona el banyan, el monstruoso ficus que simboliza la vida eterna en el hinduismo porque sus ramas se hincan en la tierra como ra¨ªces a¨¦reas y vuelven a brotar como parte del tronco. El dios Shiva se mostraba casi siempre bajo un banyan, y Robinson Crusoe hizo su casa en ese ¨¢rbol de apostura g¨®tica.
Pero los escenarios principales de La cuarentena, acaso la m¨¢s ambiciosa novela de Le Cl¨¦zio, son la Isla Plate y el islote Gabriel, a 20 millas al norte del cabo Malhereux, en el que en 1810 un desembarco ingl¨¦s acab¨® con la soberan¨ªa francesa de Mauricio, que todav¨ªa se llamaba ?le de France. Todo en Plate, el cielo, el mar y el volc¨¢n, es silencioso y mineral. Estamos en los confines de la Tierra, donde empieza el mundo de las aves. Los rabijuncos describen c¨ªrculos sobre el mar volando pesadamente y lanzando graznidos. Sus largas cintas rojas flotan tras ellos como banderines. Gaviotas, golondrinas de mar y pel¨ªcanos vuelan sobre las paredes de basalto y producen un zumbido como de caldera. La fauna m¨¢s rica de Mauricio es la ornitol¨®gica, y el mejor sitio para conocerla es el jard¨ªn de p¨¢jaros de Casela, en donde ya no hay dodos, el icono de Mauricio. Fueron vistos por primera vez en 1600, y hacia 1681 ya no quedaba ninguno. Los holandeses los cazaban para comerlos.
El ¨¢rido islote llamado Gabriel flanquea Plate hacia el sureste. Otros t¨®mbolos diseminados mar adentro dan fe del antiguo basamento volc¨¢nico: isla Ronde, isla de las Serpents, Gunner's Quoin y la forma naufragada del Coin de Mire, en cuyos cantiles hay una roca horadada de nombre inequ¨ªvoco: Trou-Madame. Las olas pegan aqu¨ª como arietes. Desde Plate se ve la l¨ªnea verde de Mauricio flotando en lontananza como un espejismo. Confundida con el cielo y el mar se acuna la mirada en la larga franja de arena que corre hacia el este, y detr¨¢s, en las verdes laderas de las ca?as y en la serie de los 12 picos que esconden sus cimas en las nubes: el pico de Rivi¨¨re Noire, la monta?a Rempart, el Corps de Guarde, Ory, el Pouce, las Deux Mamelles, el Pieter Both con su sombrero, la monta?a Calebasse, la monta?a Blanche, la Bambous, el Camp de Masque. Mucho m¨¢s cerca est¨¢ Grand Baie, un antiguo pueblo de pescadores que se ha convertido en el peque?o Saint-Tropez de la isla. Es la meca del buceo; pero no es necesario mojarse, hay barcos con suelo de cristal y submarinos para ver los fondos de corales, moluscos, tortugas, estrellas de mar y crust¨¢ceos. Hay casi 200 kil¨®metros de playa, pero no s¨®lo de blancas arenas vive el viajero.
Huele a podrido en el mercado de pescados de Port-Louis, pero a cilantro y ruibarbo en el de fruta y verdura, los tenderetes de comida ofrecen los dhal puris, una especie de crepes rellenas de jud¨ªas y salsa de chile. Los vendedores no te asaltan con sus mercader¨ªas, no son pesados, pero s¨ª duros de pelar en el protocolo del regateo.
Las mujeres indias llevan la gota m¨¢gica que la diosa Yamuna hab¨ªa puesto en la frente de su hermano Yama para expresarle su amor eterno. Las veo beber el lassi, a base de yogur y agua helada, o el alouda, un sorbete dulz¨®n de agar, leche y aromas. Tristes perros parias te estrujan el alma con su mirada metaf¨ªsica. Una t¨ªa de Le Cl¨¦zio, una vieja dama caritativa, ante la imposibilidad de cuidarlos a todos y de soportar su perra vida, los mataba dulcemente con carne envenenada.
En la sala de los pasos perdidos de la logia mas¨®nica Triple Esp¨¦rance, decenas de retratos de los fundadores de la comunidad franco-mauriciana miran con arrogancia; entre ellos hay algunos trasabuelos de Le Cl¨¦zio, caciques exultantes que elud¨ªan el contacto con quienes no fueran sus pares y miraban in¨¢nimes el bulle-bulle de los parias en el vecino barrio chino con sus peque?os templos y sus tiendas de remedios tradicionales atestadas hasta el techo. En la Royal Street se levanta la mezquita de Jummah, un prodigio de eclecticismo entre lo indio, lo criollo y lo ¨¢rabe.
Tierras de colores
Viajando hacia el sur, y antes de llegar al parque nacional Black River Gorges, en la costa oeste, se esconden las Tierras Coloreadas de Chamarel, en donde el desigual enfriamiento de la lava ti?e el suelo de ocres, naranjas y marrones. Muy cerca, las cascadas de Chamarel, un imponente salto de agua rodeado por una exuberante vegetaci¨®n en un espacio tropical salpicado de profundos barrancos y monta?as boscosas como el Pit¨®n de la Petite Rivi¨¨re. A diez minutos, en la pen¨ªnsula de Le Morne, al ponerse el sol, parejas de enamorados miran c¨®mo arde el mar m¨¢s all¨¢ de las lagunas protegidas por el baluarte del arrecife de coral.
Pablo y Virginia fundaron la tradici¨®n y ahora Mauricio es destino para las lunas de miel. Pero incluso sin el ron y sin ese sical¨ªptico baile criollo que llaman sega, Mauricio es el mejor sitio para soportar las lunas de hiel y espantar la pena. Mark Twain lleg¨® aqu¨ª en 1896 y qued¨® impresionado por su gran variedad de razas y costumbres, escribi¨® que la isla exaltaba su esp¨ªritu y lo induc¨ªa a ver visiones y a so?ar sue?os. Algo parecido le hab¨ªa ocurrido sesenta a?os antes a Darwin, que anot¨® en sus observaciones de joven naturalista: "Toda la isla est¨¢ adornada con un aire de perfecta elegancia". El explorador Matthew Flinders fue a¨²n m¨¢s apod¨ªctico: "Nunca, en ning¨²n lugar o entre ninguna gente, he visto m¨¢s hospitalidad al extranjero". Lo escribi¨® hace doscientos a?os y sigue siendo cierto. Hace tiempo, Le Cl¨¦zio se refugi¨® en esta isla en donde sestea la belleza para alejarse de la opresiva sociedad europea. Ahora vuelve todos los a?os porque encuentra el eco de las voces de Baudelaire y Joseph Conrad, el consuelo de la primavera perpetua y los manaderos de su propia sangre.
Gonzalo Ugidos es autor de Cartas que cambiaron el mundo (J de J Editores, 2008).
Gu¨ªa
C¨®mo ir
- Air Mauritius (www.airmauritius.com; 917 81 81 72) vuela desde las principales ciudades espa?olas a Isla Mauricio con una o dos escalas a partir de unos mil euros, precio final. Es preferible realizar las reservas por tel¨¦fono.
- Muchoviaje.com (902 88 21 22) ofrece un paquete que incluye vuelo y siete noches de hotel desde 2.400 euros.
Informaci¨®n
- Oficina de turismo de Mauricio en Madrid (914 58 55 87; www.tourism-mauritius.mu y www.aviareps.com). Avenida de Concha Espina, 65, 2? planta.
- La agencia White Sand (www.whitesandtours.com), presente en la mayor¨ªa de hoteles de Mauricio, ofrece excursiones, alquiler de coches, ecoturismo, deportes n¨¢uticos y paseos submarinos.
- Blue Safari (www.blue-safari.com) ofrece un paseo bajo el mar en una moto subacu¨¢tica.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.