M¨¢s all¨¢ del velo
Debajo de cada velo hay una cabeza. Centenares de miles en Espa?a. Todas son diferentes. Aunque nos empe?emos en verlas iguales. Unas son de mujeres que llegaron de lejos rompiendo con el pasado; otras nacieron aqu¨ª de padres cristianos o musulmanes, estudiaron en colegios espa?oles y un d¨ªa decidieron abrazar la religi¨®n de Mahoma. Unas se criaron en profundas aldeas del Rif o Pakist¨¢n; otras, en capitales europeas. Unas emigraron para sobrevivir; otras, en busca de un horizonte de libertad. Algunas son universitarias. Abundan las que apenas saben leer y escribir. Unas siguieron mansamente al marido en su traves¨ªa y reprodujeron en Espa?a el microcosmos patriarcal de su sociedad de origen; otras lograron escapar a ¨¦l. Unas vinieron solas, con un proyecto personal de vida. Eran viudas o divorciadas. Otras arrastraron tras ellas a un pu?ado de hijos que ya son espa?oles. Unas trabajan muy duro; otras viven encerradas. Unas son estrictas practicantes del islam, al¨¦rgicas a rozarse con un var¨®n que no sea de su familia, de vuelta a casa en cuanto cae el sol; otras atraviesan a diario el Raval de Barcelona cruz¨¢ndose con los espectrales yonkis y prostitutas de la calle Robadors sin pesta?ear. Y se consideran buenas creyentes. Si soy o no soy buena musulmana, s¨®lo lo sabemos Dios y yo, dice una de ellas.
Formas diferentes de entender el islam. Como la distancia que separa a F¨¢tima Taleb, una mediadora intercultural de Badalona, que recibe al periodista con el brazo estirado y la mano r¨ªgida para evitar la m¨ªnima posibilidad de un contacto f¨ªsico, de Huma Jamshed, l¨ªder de las mujeres paquistan¨ªes en Barcelona, que casi se tropieza en su precipitado intento de dar dos besos a los periodistas como muestra de fraternidad. F¨¢tima y Huma son la imagen de que cada velo es un mundo.
Son mujeres y son musulmanas. En torno a medio mill¨®n en Espa?a. Algo menos de la mitad del mill¨®n largo de musulmanes que se calcula viven en nuestro pa¨ªs. De las in?migrantes marroqu¨ªes a las conversas que apostaron por el islam ya en los setenta procedentes de la izquierda. De las estudiantes universitarias becadas a las espa?olas de origen ¨¢rabe. Sin olvidar a las miles de musulmanas de Ceuta y Melilla. A todas las une el islam. Hoy intentan descubrir su camino sin renunciar a su religi¨®n. Las que aparecen en este reportaje afirman que llevan el velo, el hiyab, por decisi¨®n propia. Por convicci¨®n. Como bandera de su origen y religi¨®n. De su feminismo. Un pelda?o m¨¢s abajo, las mujeres m¨¢s humildes, las inmigrantes econ¨®micas del Magreb, ni se lo plantean; nadie les pregunt¨® nunca. No conciben salir a la calle sin velo por respeto al var¨®n, a la familia, a la tradici¨®n. Sin ¨¦l estar¨ªa como desnuda. Militantes u oprimidas, todas pagan un precio. Se sienten observadas, vigiladas e incomprendidas. Obligadas a justificarse. Marginadas en el mercado laboral. No lo tienen f¨¢cil. En este pa¨ªs a¨²n es duro llevar el pa?uelo, dicen. Unas cuantas est¨¢n dispuestas a luchar por su identidad. Por una sociedad multicultural. Y tirar del resto.
Si el 11 de septiembre de 2001, y la posterior invasi¨®n de Afganist¨¢n e Irak, provoc¨® en muchos musulmanes una ruptura con Occidente, la necesidad de reafirmarse en su religi¨®n y la popularizaci¨®n del hijab entre las j¨®venes (muchas veces en contra de la opini¨®n de sus padres), la matanza del 11 de marzo de 2004 cambi¨® de golpe la vida de las hermanas Adlbi. Nada m¨¢s producirse el atentado, Sirin, Yam¨¢m y Salam, antrop¨®loga, dise?adora gr¨¢fica y pedagoga, entre 20 y 25 a?os, nacidas en Madrid de padres universitarios sirios, buenas estudiantes en colegios de monjas y piadosas musulmanas, se liaron sus pa?uelos a la cabeza y se dirigieron a Atocha. No lo pensamos. Reunimos un grupo de amigos, ¨¦ramos 60, todos espa?oles y musulmanes; nacidos aqu¨ª. Est¨¢bamos tristes, decepcionados, enga?ados. No nos entraba en la cabeza que alguien matara en nombre de nuestra religi¨®n. Hicimos una pancarta que dec¨ªa: La barbarie no tiene religi¨®n, ni cultura, ni raza. Era muy duro estar esa tarde en Atocha con velo. Ya se rumoreaba que no hab¨ªa sido ETA. Que eran los islamistas. Algunos de nosotros no se lo quer¨ªan creer. Ten¨ªamos miedo. Cuando llegamos, la gente comenz¨® a murmurar. Nos miraban mal. Alguien grit¨® algo. Y de pronto, una mujer empez¨® a aplaudirnos. Y detr¨¢s de ella otros. Me puse a llorar. Y no pod¨ªa parar.
Aquella tarde naci¨® la Asociaci¨®n de J¨®venes Musulmanes, un grupo de universitarios musulmanes espa?oles capitaneado por mujeres, obstinado en derribar barreras entre las dos comunidades y tender puentes. Las hermanas Adlbi se re¨²nen cada semana con un grupo de mujeres en la mezquita madrile?a de la M-30; se autogestionan; no tienen detr¨¢s un estricto im¨¢n que las aleccione; no est¨¢n financiadas por la rigorista Arabia Saud¨ª, como la mayor¨ªa de las instituciones isl¨¢micas (m¨¢s de 1.500 mezquitas y centenares de centros isl¨¢micos en todo el mundo pagados a golpe de petrod¨®lar). Van por libre. Somos independientes, luego pobres. Entrevistarse con ellas supone someterse a una esgrima dial¨¦ctica. Detr¨¢s de su fr¨¢gil apariencia, las Adlbi son duras. Cuestionan todo. Defienden su religi¨®n a muerte. En especial, Salam, de 23 a?os, que trabaja en un doctorado en pedagog¨ªa en la Universidad Complutense: No es f¨¢cil ser musulmana en Espa?a; la sociedad te rechaza y t¨² intentas sobrevivir. En cuanto te ven con velo, inmediatamente piensan que eres inmigrante, no sabes el idioma, eres analfabeta y tu marido te maltrata y obliga a ir tapada. Y te discriminan. No exagero, he nacido aqu¨ª y lo s¨¦. Mi padre, que es un fiel musulm¨¢n, no me dejaba llevarlo, no quer¨ªa que me buscara problemas. A los 18 a?os decid¨ª pon¨¦rmelo.
?Por qu¨¦?
Significaba mi compromiso con la religi¨®n. Un mensaje para m¨ª y para la sociedad. Yo exijo que se me valore por lo que soy. Y afirmar ante la sociedad que la religi¨®n es un compromiso para todos los d¨ªas. Tuve muchos a?os para pens¨¢rmelo. Mejor. Porque si no te lo crees, si te lo imponen, es muy dif¨ªcil aguantar. Algunas se lo quitan. Y las comprendo. Mi hermana Yam¨¢m trabaja en una empresa de dise?o gr¨¢fico y nunca la ponen en relaci¨®n con clientes por el velo; la tienen escondida.
No todas las j¨®venes musulmanas son de la misma opini¨®n. Mekia Nedjar, una estudiante argelina de doctorado de estudios ¨¢rabes y traductora en Alcal¨¢ de Henares (Madrid), afirma que en Espa?a, una sociedad occidental y laica, he tenido fuerza y libertad para elegir lo que quer¨ªa. Aqu¨ª entend¨ª el velo. En Argelia era lo normal. Lo llevaba la gente en la universidad sin saber muy bien por qu¨¦. Bueno, a partir de los noventa, las cosas comenzaron a cambiar. Pero aqu¨ª nadie me obliga y he tenido un reencuentro con mi esencia. Me lo quit¨¦ durante una temporada para probar y me sent¨ª mal. Me lo puse y renac¨ª.
Ana Planet, profesora de la Universidad Aut¨®noma y una de las grandes especialistas del mundo ¨¢rabe en nuestro pa¨ªs, compara a las hermanas Adlbi y su grupo de musulmanas con los movimientos cristianos de base: Se dedican a alfabetizar a mujeres; montan campamentos para ni?os, se re¨²nen, debaten, escriben, luchan por la libertad de g¨¦nero. Son muy combativas. Y al mismo tiempo, muy religiosas. Nunca se casar¨ªan con un no musulm¨¢n. Son espa?olas y saben que la Constituci¨®n las protege.
Forman parte de esa nueva generaci¨®n que quiere construir un islam a la medida de Espa?a. El islam de un pa¨ªs democr¨¢tico, no de una dictadura ¨¢rabe. Basado en la libertad individual y la igualdad de derechos, no maquillado por rancias costumbres tribales. Para conseguirlo necesitamos que no nos machaquen; las musulmanas, sobre todo las que tienen menos cultura, se deben enterar de que en el islam no hay nada que las oprima, que es todo una invenci¨®n machista, que no se deben sentir discriminadas. Que no son ciudadanas de segunda a causa de la religi¨®n. Viven en una sociedad democr¨¢tica. Y en paralelo, se tienen que sentir apoyadas por la sociedad de acogida. ?Que no las machaquen aqu¨ª y all¨ª!, afirma, desde Par¨ªs, Ndye And¨²jar, musulmana conversa, profesora, polit¨®loga y una de las acu?adoras del feminismo isl¨¢mico.
?El islam no discrimina a la mujer?
No hay ninguna incompatibilidad entre islam y derechos humanos. El Cor¨¢n se ha interpretado siempre de forma machista. Hay que volver a las fuentes. Acabar con las interpretaciones patriarcales de esos juristas que han fabricado un islam a conveniencia de los hombres y los imanes analfabetos que las han pregonado. Hay que dinamizar y adaptar esa jurisprudencia desfasada hace siglos a nuestra realidad. Y luego, las autoridades espa?olas tienen que echar una mano. Tras la reagrupaci¨®n familiar, la mujer debe obtener autom¨¢ticamente un permiso de trabajo. No puede ser que lleguen aqu¨ª, se queden paradas y el marido las confine en casa. La falta de permiso de trabajo es un chantaje para que la musulmana dependa del marido y agonice en su hogar, y pierda la poca autoestima que le queda, y reproduzca los roles patriarcales del pa¨ªs de origen, y eduque a las hijas en el sexismo.
Esas olas de feminismo isl¨¢mico est¨¢n llegando a Espa?a principalmente desde Marruecos. En torno al 70% de las musulmanas que viven en Espa?a son de esa nacionalidad. El referente es Nadia Yassine, de 49 a?os, hija del fundador del movimiento isl¨¢mico Justicia y Caridad, Abdessalam Yassine, represaliado por el r¨¦gimen marroqu¨ª por sus cr¨ªticas al rey Mohamed VI. Nadia Yassine, que comenz¨® a usar el hiyab a los 24 a?os y ha pasado por la c¨¢rcel, aboga por volver a las fuentes del islam y crear un feminismo diferente al occidental, al que acusa de fatalmente materialista. Su impulso pol¨ªtico es evidente entre las universitarias musulmanas m¨¢s piadosas.
Por ejemplo, F¨¢tima Taleb, de 32 a?os, nacida en Marruecos, que vive en Badalona hace 10. F¨¢tima es mediadora intercultural y ha sido profesora de ¨¢rabe y secretaria de la asociaci¨®n cultural Amics, una organizaci¨®n dedicada a la integraci¨®n de inmigrantes magreb¨ªes, cuyo l¨ªder, Taoufik Cheddadi, fue detenido en 2005 y 2007 por pre???sunta cola?boraci¨®n de ¨¦l y su asociaci¨®n con grupos terroristas isl¨¢micos. Ella niega ninguna relaci¨®n. A¨²n no nos explicamos por qu¨¦ nos tomaron por terroristas; yo creo que las autoridades espa?olas no saben c¨®mo tratar el tema is?l¨¢mico. Y ante la menor duda, cortan por lo sano.
F¨¢tima Taleb es una musulmana rigorista, reivindicativa y agradable. Con el velo negro soldado al cuero cabelludo. Lleva vaqueros y unas bonitas deportivas. Extiende la mano con frialdad. Familiaridades, las justas. Relaci¨®n con los hombres, nulas fuera del matrimonio. Cuando llegas a una sociedad occidental sufres un desgarro; lo ¨²nico que te queda es la religi¨®n, y eso te hace reflexionar y te agarras a ella. Es tu refugio. F¨¢tima no se salta ni un pilar del islam, pero defiende el divorcio, la sexualidad con amor, la igualdad hombre-mujer, el total acceso a la educaci¨®n y la recuperaci¨®n de los m¨ªticos derechos hist¨®ricos de la mujer musulmana. Los hombres mienten en nombre del islam. Y si eres analfabeta es m¨¢s f¨¢cil que te manipulen. Te dicen: No puedes salir de casa por?que va contra el Cor¨¢n. Y te lo tragas. Yo luch¨¦ por divorciarme. Y lo consegu¨ª. Hay que leer y estudiar. Los radicales y terroristas no tienen ning¨²n conocimiento del Cor¨¢n. Funciona el boca a boca. Y yo creo que la mujer debe satisfacer al hombre, y viceversa. Soy feminista, pero a mi manera; no creo en el feminismo occidental, no tengo nada contra los hombres. Si mi marido me dice que no vaya a un bar, no voy, pero ¨¦l tendr¨¢ que cumplir otras obligaciones. Todo est¨¢ en el Cor¨¢n, mi libertad, todos mis derechos. Y si los recupero no necesito m¨¢s.
El debate entre las feministas musulmanas est¨¢ servido. Seg¨²n Said Kirlani, presidente de la Asociaci¨®n de Estudiantes Marro?qu¨ªes, se est¨¢ hablando mucho de transici¨®n pol¨ªtica en Marruecos, pero de lo que apenas se habla es de la transformaci¨®n que se est¨¢ produciendo en torno a los derechos de la mujer. El cambio de la Mudawana ha sido un paso de gigante para la modernizaci¨®n de nuestra sociedad. La Mudawana, un conjunto de leyes civiles-religiosas, en vigor en Marruecos desde la independencia, ha convertido durante medio siglo a la mujer en una ciudadana de segunda, otorgando al var¨®n el derecho al repudio, el divorcio, la poligamia y la tutela legal de los hijos, adem¨¢s de reglamentar la obligaci¨®n de la fidelidad y obediencia de la esposa al marido. Ese siniestro c¨®digo de familia, equivalente al que rige los destinos de las mujeres en muchos pa¨ªses musulmanes, desde Pakist¨¢n hasta las monarqu¨ªas del Golfo, basado en el Cor¨¢n y la tradici¨®n colonial, fue sustituido en Marruecos en 2004 por una nueva legislaci¨®n que otorga por primera vez derechos civiles a la mujer marroqu¨ª. Ha habido un importante proceso legal en Marruecos, pero no tanto un cambio real, explica Ana Planet, profesora de la Universidad Aut¨®noma. El cambio de las leyes ha venido muy bien a las mujeres emancipadas, a las solteras, a las que trabajan; pero el resto se ha quedado como estaba. La ley ha cambiado, pero ellas no se han enterado; sobre todo en los medios rurales y, l¨®gicamente, en la inmigraci¨®n.
Maryam y Naima luchan a diario por informar a sus compatriotas de sus reci¨¦n adquiridos derechos civiles a trav¨¦s de Red de Mujeres de Atime (Asociaci¨®n de Inmigrantes y Trabajadores Marroqu¨ªes en Espa?a). Son dos mujeres grandes, guapas, sonrientes, a las que nadie ha regalado nada. Maryam y Aima no llevan pa?uelo. Van vestidas de Zara. Mariam Beyuki es la ¨²nica mujer en la directiva de Atime. Y su secretaria general. Llevo 10 a?os en Espa?a, y he tenido que demostrar lo que valgo diez veces m¨¢s que un t¨ªo, relata con rabia. En Marruecos vivimos un momento importante para la mujer. La reforma de la Mudawana es una conquista. Y nosotras explicamos a las que viven aqu¨ª que sus derechos han cambiado.
?Cu¨¢l es el perfil de las marroqu¨ªes que viven en Espa?a?
Son principalmente mujeres que han venido siguiendo al marido con la reagrupaci¨®n familiar. Carecen de independencia econ¨®mica y repiten en Espa?a los roles del patriarcado. Les ense?amos el idioma, les hablamos de planificaci¨®n familiar, sacamos a la luz malos tratos. El hombre se resiste a los cambios; pero como tienen muchos hijos, termina transigiendo en el tema laboral porque se necesita el dinero. El servicio dom¨¦stico es el pasaje obligatorio de estas mujeres. Para trabajar en un supermercado les obligan a quitarse el velo. Muchas no quieren. Prefieren quedarse en casa. Pero otras se lo quitan y se ponen una faldita. El hombre a¨²n se niega a que trabajen en hosteler¨ªa. Como se niega a que entren a un bar o fumen. En realidad es la familia, el grupo, el que mantiene el control sobre la moral de la mujer. La clave del cambio es que la mujer trabaje. No se trata de arrebatarles sus tradiciones, porque la integraci¨®n se debe basar en la identidad plural. Deben mantener su cultura, su tradici¨®n, su religi¨®n, pero bajo el referente de los derechos humanos.
En esa l¨ªnea, las j¨®venes intelectuales del islam en Espa?a abogan por una religi¨®n donde el sexo busca el placer y no estrictamente la procreaci¨®n. La poligamia es algo del pasado. Los malos tratos y la violencia est¨¢n proscritos; el divorcio no es monopolio del var¨®n; los matrimonios pactados son il¨ªcitos, y nadie puede obligar a la mujer a que cubra su cuerpo en contra de su voluntad. La anticoncepci¨®n y el aborto no est¨¢n prohibidos. Sobre el papel, una gran conquista para la mujer. Complicado hacerlo realidad.
No es f¨¢cil conseguir que ese mensaje renovador cale entre las mujeres menos favorecidas. Muchas musulmanas viven como en sus aldeas de origen: vestidas con atuendos tradicionales, inactivas, incomunicadas, con miedo. Con mucho miedo. A lo de dentro y a lo de fuera. A una sociedad que desconocen y cuyo idioma no entienden. Al qu¨¦ dir¨¢n. Al c¨®digo de honor. A las miradas curiosas de los vecinos. Reunirse con una docena de ellas, procedentes del norte de Marruecos, analfabetas, cargadas de hijos y afin???cadas en la sierra oeste de Madrid, supone toparse con un muro infranqueable. Sus maridos no saben que est¨¢n reunidas, menos a¨²n que est¨¢n hablando con un hombre. Una se atreve a alabar t¨ªmidamente la planificaci¨®n familiar en este pa¨ªs. Tiene 37 a?os y ocho hijos. Es guapa, con cara de cr¨ªa. Viste de negro hasta las cejas. Quiere hacerse una ligadura de trompas. Aunque el que en realidad ten¨ªa que hac¨¦rsela es mi marido. Estallan las primeras carcajadas de la asamblea.
De Madrid a Barcelona. No corren buenos tiempos en el Raval. Tras la detenci¨®n de un grupo de presuntos terroristas islamistas paquistan¨ªes organizados en torno a varios oratorios del barrio, la poblaci¨®n musulmana del barrio se ha replegado. En el distrito barcelon¨¦s de Ciutat Vella viven unos 20.000 paquistan¨ªes. Comenzaron a llegar a Espa?a en 1972 para trabajar en las minas de La Rioja. Muchos recalaron en los barrios m¨¢s deteriorados de Barcelona. La reagrupaci¨®n familiar hizo el resto. Treinta a?os m¨¢s tarde, la comunidad paquistan¨ª es, posiblemente, la m¨¢s herm¨¦tica de nuestro pa¨ªs. Y la situaci¨®n de muchas de sus mujeres, dram¨¢tica. Huma Jamshed lucha en solitario por su dignidad y su integraci¨®n. El 70% quieren ser como yo: modernas. Pero tienen miedo de ser expulsadas del grupo. Y eso es duro para un inmigrante.
Huma avanza como un cicl¨®n por el Raval. Es una mujer sin miedo; no teme ni a los imanes extremistas de la calle Hospital, y menos a¨²n al que dir¨¢n. Sabe que algunos amigos paquistan¨ªes de su marido la llaman puta. Si tengo sed, entro en un bar; si tengo que atajar, paso por donde las prostitutas. Huma se ha puesto hoy aquel conjuntito beis de chaqueta y pantal¨®n que compr¨® en Zara hace 10 a?os para ir a una boda. Fue su primer atuendo occidental. Luego vino el vaquero. No lleva velo. S¨®lo para rezar. La religi¨®n es algo m¨¢s intenso entre Dios y t¨² que un velo. Huma se define como moderna en la calle y musulmana tradicional en casa. Mi marido me deja trabajar en la asociaci¨®n porque sabe que tengo la casa limpia, la comida hecha, los ni?os cuidados y soy una buena musulmana.
Huma es licenciada en qu¨ªmicas por la Universidad de Karachi y dirige la Asociaci¨®n Cultural-Educativa y Social-Operativa de Mujeres Paquistan¨ªes, por la que pasan 800 mujeres al a?o, a las que asesora en asuntos legales, procura que aprendan el idioma y relaciona con otras mujeres a trav¨¦s de fiestas y actividades culturales. El retrato que hace de las paquistan¨ªes en Catalu?a (pueden ser m¨¢s de 20.000) es desolador: Pobres, sin derechos; pasivas. Enga?adas. Sus ni?as est¨¢n destinadas a matrimonios pactados. Una situaci¨®n a¨²n peor que en Pakist¨¢n, porque est¨¢n m¨¢s aisladas. No van ni al oratorio porque no hay sitio para ellas. Y lo que es peor, no a?oran la libertad porque nunca la han tenido. ?La soluci¨®n? Salir, luchar, trabajar. Integrarnos en esta sociedad. El final de la conversaci¨®n con Huma termina con un gusto agridulce: No s¨¦, quiz¨¢ sea una batalla perdida. ?Qui¨¦n me dice que cuando a mi hija de 16 a?os le llegue el momento de casarse no intentar¨¦ negociarle un buen matrimonio? Otra cosa es que ella, que ha crecido aqu¨ª, vaya a tragar. Y entonces a lo mejor las cosas comienzan a cambiar.
Regresar supondr¨ªa el fracaso. Acabar con su ¨²ltima esperanza. Han parido aqu¨ª a sus hijos. Esa segunda generaci¨®n que odia ser identificada por ese nombre nos gustar¨ªa que nos llamaran, simplemente, espa?oles. Se habla de unos 200.000 chicos y chicas musulmanes en Espa?a. Saben el idioma y est¨¢n entrando en la universidad. Es dif¨ªcil saber qu¨¦ camino elegir¨¢n cuando llegue su momento. Si se repetir¨¢ la tragedia de los hijos de los inmigrantes en Francia: ni franceses, ni magreb¨ªes. En guerra con un sistema que desde 2004 proh¨ªbe el velo en las escuelas francesas.
Para Sefira, una fil¨®loga argelina que lleg¨® a Espa?a hace 30 a?os, que no lleva pa?uelo y maneja un islam m¨¢s cultural que religioso, el error de los franceses con la ley del velo ha sido impresionante. Si un padre musulm¨¢n obliga a su hija a llevar el velo y el colegio dice que no, lo primero que hace el padre es sacarla de all¨ª y mandarla de vuelta a Marruecos. Una tragedia. Porque si esa ni?a est¨¢ escolarizada, aunque sea con velo, adquirir¨¢ un nivel cultural, y es m¨¢s f¨¢cil que escape a este mundo que si est¨¢ en una aldea de Marruecos casada con su primo.
No se van a marchar. Y menos a¨²n las musulmanas espa?olas, que, al contrario de sus correligionarias de otros or¨ªgenes, no tienen ad¨®nde ir: Somos de aqu¨ª. Hay gente en este pa¨ªs que a¨²n identifica espa?ol con cristiano. Se empe?an en compararme con una saud¨ª. ?Pero por qu¨¦ no me comparan con una de Cuenca? Yo soy tan espa?ola como la de Castilla, desaf¨ªa F¨¢tima Hamed, de 29 a?os, abogada y diputada de la Asamblea de Ceuta por la coalici¨®n Uni¨®n Democr¨¢tica Ceut¨ª (una formaci¨®n pol¨ªtica de mayor¨ªa musulmana que ocupa un tercio de los esca?os de la ciudad). Velo negro, maquillaje chispeante, vaqueros y botas de tac¨®n de aguja. Sonrisa permanente. Rapidez en las respuestas. Fati es la primera mujer que accede con hiyab a la Asamblea de la ciudad. Es un icono. A su pesar. En la comunidad cristiana de Ceuta, muchos observan con recelo el ascenso demogr¨¢fico (el 80% de los nacimientos son de familias musulmanas) de sus convecinos moros. Tradicionalmente, ciudadanos de tercera. Hoy, a las puertas del poder. Soy musulmana, pero no soy conservadora, analfabeta ni estoy oprimida. Soy de izquierdas y progresista. Soy espa?ola. Y llevo velo.
Porque soy musulmana.
Los dos periodistas han llegado a Ceuta en busca de una fotograf¨ªa: una diputada musulmana de izquierdas, F¨¢tima Hamed, con velo, frente a una diputada musulmana de derechas, Rabea Mohamed, del PP, sin velo. Reflejar¨ªa t¨®picamente los dos extremos del islam. La realidad es tozuda. Las diferencias entre F¨¢tima y Rabea se limitan al pa?uelo. El resto es calcado. Las dos se consideran espa?olas por los cuatro costados, son de la misma generaci¨®n, han nacido en los mismos barrios y tienen el mismo origen social y familiar (sus abuelos formaron parte del ej¨¦rcito de Franco). Las dos han estudiado una carrera universitaria, trabajan, est¨¢n casadas y tienen hijos. A ninguna le impusieron el velo. Las dos creen en la igualdad de la mujer. Las dos proceden del movimiento vecinal. Las dos son musulmanas sin aspavientos. Las dos practican. Las dos est¨¢n con?tra la prohibici¨®n del velo en Francia. Y las dos est¨¢n convencidas de que en Ceuta los musulmanes siempre han sido los pobres y marginados de la sociedad. S¨®lo hay que pasearse por el barrio del Pr¨ªncipe o por Benz¨². Y hay que acabar con eso. Que el fracaso escolar entre los musulmanes duplica el de los cristianos (un hecho similar al que se vive en Melilla). Y la educaci¨®n es el ¨²nico camino que un d¨ªa har¨¢ libres a esos j¨®venes espa?oles que rezan a Al¨¢. Para terminar, las dos son feministas.
El tibio movimiento feminista isl¨¢mico comenz¨® a andar en nuestro pa¨ªs en los noventa con el nacimiento de dos asociaciones de mujeres, An-Nisa, en Madrid, e Inshallah, en Barcelona. Ambas capitaneadas por conversas. El a?o 2000 demandaron al im¨¢n de Fuengirola, Mohamed Kemal, por apolog¨ªa de la violencia machista en sus escritos doctrinales, ante el pasmo del sector m¨¢s conservador del islam. Kemal terminar¨ªa humillado ante los tribunales. Fue una victoria para las musulmanas espa?olas. Detr¨¢s de aquella primera asociaci¨®n, de la relaci¨®n entre las conversas ilustradas y una nueva generaci¨®n de mujeres universitarias, han ido surgiendo organizaciones por toda Espa?a, desde Taiba en Madrid y la Comunidad de Mujeres Musulmanas de Zaragoza hasta la Comunidad de Mujeres Musulmanas de Granada o la Junta de Mujeres Musulmanas de M¨¢laga. Trabajan por el feminismo isl¨¢mico al margen de las divididas, enemistadas y mal organizadas comunidades musulmanas dirigidas por hombres.
Y dentro de esa red, quiz¨¢ una de las organizaciones m¨¢s interesantes sea Mujeres Musulmanas por la Luz del Islam, de Valencia. Principalmente por la personalidad de las dos tunecinas que la dirigen, Cherifa Ben Hassine y Ouassila el Barouni. Empezamos hace 10 a?os con tres mujeres y hemos logrado reunir a 300. Se van abriendo, hablan; las animamos a salir, a conocer a las vecinas, a cuidarse, a relajarse. Muchos maridos no est¨¢n de acuerdo. Uno me dijo que para qu¨¦ iba a ir su mujer a un taller de relajaci¨®n si el islam es la paz. Y yo las digo: Si el marido no os deja salir de casa, ?estudiad en vez de ver culebrones!, relata Cherifa, enemiga declarada del islam rigorista de inspiraci¨®n saud¨ª y con un apasionante discurso de igualdad de g¨¦nero fronterizo con el feminismo occidental.
M¨¢s apasionante a¨²n es el trabajo de Ouassila el Barouni, una psic¨®loga de 44 a?os especializada en casos de malos tratos a mujeres musulmanas. Para hacer mi doctorado entrevist¨¦ a un centenar de mujeres musulmanas, y 52 terminaron confes¨¢ndome que hab¨ªan sido maltratadas. Iban confi¨¢ndose. Y un d¨ªa empezaron a contarlo todo. Y empezamos a tomar medidas. Es un tema diferente al de las espa?olas. La musulmana aqu¨ª est¨¢ sola; sin apoyo social, sin familia, sin amigos. Con mucho peso de la religi¨®n. Y adem¨¢s muchas justifican los malos tratos como un hecho cultural-religioso. No denuncian. Viven con el maltratador; con miedo, sin papeles. Es un callej¨®n sin salida. Si denuncian, la comunidad se les echa en?cima. ?Y ad¨®nde se van a ir? Pero que 52 mujeres musulmanas lo hayan contado es un gran paso.
Peque?os pasos en muchas direcciones. Aunque a veces da la sensaci¨®n de que se avanza demasiado despacio. En Valencia, Cherifa Ben Hassine organiza esta tarde una fiesta del Cordero para medio centenar de mujeres magreb¨ªes originarias del medio rural, a la que tambi¨¦n est¨¢n invitados los dos periodistas de El Pa¨ªs Semanal. Habr¨¢ comida, refrescos, baile y canciones. Todo est¨¢ listo para empezar. Pero en el momento en que los dos periodistas entran en el sal¨®n se hace un silencio absoluto. Una musulmana rigorista, cubierta con un burdo tejido pardo similar al de una monja de clausura, abandona la reuni¨®n a la carrera. Otras la siguen. Todas bajan la cabeza. Ninguna quiere fotos. Cuando unos minutos m¨¢s tarde dejamos el recinto, comienza la fiesta a nuestras espaldas. Suena la m¨²sica y se escuchan las risas.
No es f¨¢cil para ese medio mill¨®n de musulmanas que viven en Espa?a encontrar su camino. Respetar al tiempo la ley de Dios, la de los hombres y la de sus hombres. Muchas luchan por ello. Es una nueva generaci¨®n. Que quiere ir m¨¢s lejos. Poco a poco. Hace siete meses, Huma Jamshed, la l¨ªder de las paquistan¨ªes del Raval, decidi¨® organizar unos cursos de gimnasia para sus compa??eras. Como no salen de casa, se estaban poniendo todas muy gordas. Y me puse en contacto con un gimnasio para que nos reservara dos horas. El primer d¨ªa fueron todas con la chilaba y el pa?uelo; con miedo por si hab¨ªa hombres. Muchas, ni se lo dijeron a los maridos. Fue un desastre: es imposible hacer ejercicio con esa ropa; se enredaban, se ca¨ªan. Era peligroso. A la siguiente sesi¨®n, la cosa comenz¨® a cambiar. Estaban m¨¢s relajadas. Hoy se han comprado un ch¨¢ndal. Y alguna hasta se quita el pa?uelo durante las clases. Y est¨¢n felices. ?Es un primer paso, no?.
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