Demasiado 'poko'
En una entrevista que este diario public¨® hace unos d¨ªas, la directora de Arco, Lourdes Fern¨¢ndez, declaraba que "las instituciones han mantenido durante a?os el arte contempor¨¢neo en Espa?a", afirmaci¨®n a mi entender demasiado cruda, que necesita la cocci¨®n del matiz. Porque, si bien es cierto que hoy lo cultural y lo pol¨ªtico conviven apretadamente, el uso del verbo "mantener" sobredimensiona y distorsiona, a mi juicio, la funci¨®n de las instituciones, atribuy¨¦ndoles un papel protagonista cuando su rol es esencialmente instrumental. En la cultura las instituciones no son o no deber¨ªan ser (ni pretenderlo) lo sustantivo, sino lo adjetivo; no ordenadoras, sino difusoras de la actividad art¨ªstica; no sus due?as, sino sus colaboradoras en la acepci¨®n m¨¢s emp¨¢tica del t¨¦rmino. Y, adem¨¢s, deber¨ªan comportarse como celosas administradoras de los fondos p¨²blicos destinados por la sociedad a esos altos fines.
Quien "mantiene" desde lo p¨²blico el arte y la cultura no son las instituciones, sino la ciudadan¨ªa
Porque quien "mantiene" desde lo p¨²blico el arte y la cultura, quien los apoya material y estructuralmente, no es la instituci¨®n, sino la ciudadan¨ªa con sus impuestos. Y es que, de momento, las cosas siguen siendo as¨ª: las sociedades civilizadas, incluida la nuestra, siguen queriendo destinar una parte de su riqueza al florecimiento y al conocimiento del arte y la cultura, es decir, a art¨ªculos tan de primera necesidad como la belleza, la interrogaci¨®n permanente, el movimiento intelectual, la aventura pl¨¢stica o verbal, que representan y elevan las condiciones de lo humano.
Y dado que hoy son mayoritariamente p¨²blicos esos fondos, la transparencia de la gesti¨®n cultural deber¨ªa ser m¨¢xima. Y m¨¢ximamente precisos los criterios que rigen esas intervenciones institucionales. Los ciudadanos deber¨ªamos conocer con lujo de detalles no s¨®lo lo que hace la Administraci¨®n con ese dinero, sino fundamentalmente con qu¨¦ noci¨®n, con qu¨¦ ideas sobre las acciones culturales que tienen que ofrecerse a los creadores y a los ciudadanos desde lo p¨²blicon, sobre los proyectos y debates que deben privilegiarse, sobre los horizontes did¨¢cticos que deben alcanzarse, y sobre la comprensi¨®n, el di¨¢logo y el disfrute est¨¦ticos que deben, desde esas instancias, ambicionarse e intentarse.
Lamentablemente, en Euskadi las instituciones culturales tienden a no explayarse en sus nociones de cultura; acostumbran m¨¢s bien a mantenerlas en secreto o en penumbra o en el limbo de la indefinici¨®n y a preferir los abordajes "arquitect¨®nicos": en lugar de abrir a la ciudadan¨ªa las l¨ªneas program¨¢ticas de su gesti¨®n, prefieren exhibirle sus edificios. Y as¨ª aqu¨ª observo una evidente desproporci¨®n entre los continentes y los contenidos p¨²blico-culturales.
Nos sobran edificios y nos faltan definiciones de cultura, o nos sobran edificios sin definici¨®n. Como Tabacalera, que de ser una iniciativa m¨¢s que estimulante ha pasado, despu¨¦s de no s¨¦ cu¨¢ntos a?os, a convertirse en un proyecto surreal, del que s¨®lo sabemos a¨²n cosas tan imprecisas, incre¨ªbles o irrelevantes como que va a centrarse en la producci¨®n audiovisual (lo que constituye una indicaci¨®n de formatos, no un criterio), que van a visitarlo 435.000 personas al a?o (?para ver o hacer qu¨¦?) y que va a sustituir la c de su nombre por una k. Lo que francamente a estas alturas y con semejante presupuesto p¨²blico, resulta un demasiado poko inaceptable.
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