Y la econom¨ªa salv¨® el 11-S
La tarde del 11 de septiembre de 2001 me hallaba en el vuelo 128 de Swissair, de vuelta a Washington tras una reuni¨®n internacional ordinaria de banqueros en Suiza. Estaba paseando por el pasillo cuando el jefe del destacamento de seguridad que me escoltaba en los viajes al extranjero, Bob Agnew, me par¨® en el pasillo. Bob es un ex agente del servicio secreto, simp¨¢tico, pero no especialmente hablador. En ese momento ten¨ªa muy mala cara. "Se?or presidente", me dijo con calma, "el capit¨¢n desea verlo delante. Se han estrellado dos aviones contra el World Trade Center". Debi¨® de qued¨¢rseme cara de pasmado, porque luego a?adi¨®: "No es broma". (...)
Me preocupaban mis colegas de la Reserva Federal. ?Estaban a salvo? ?Y sus familias? El personal andar¨ªa como loco para responder a la crisis. Ese ataque -el primero sobre suelo estadounidense desde Pearl Harbor- pondr¨ªa el pa¨ªs patas arriba. La cuesti¨®n en la que yo deb¨ªa concentrarme era si perjudicar¨ªa a la econom¨ªa.
"El 17 de septiembre, asombrosamente, la Bolsa de Nueva York hab¨ªa logrado reabrir"
"A pesar de mi supuesto poder persuasivo, en las semanas posteriores al 11-S nada funcion¨® como yo hab¨ªa esperado"
Las posibles crisis econ¨®micas eran si acaso demasiado evidentes. Lo peor, que se me antojaba sumamente improbable, ser¨ªa un colapso del sistema financiero. La Reserva Federal est¨¢ a cargo de los sistemas electr¨®nicos de pago que transfieren m¨¢s de cuatro billones al d¨ªa en dinero y valores entre bancos de todo el pa¨ªs y buena parte del resto del mundo.
Siempre hab¨ªamos pensado que, si alguien quer¨ªa paralizar la econom¨ªa estadounidense, el mejor m¨¦todo era eliminar los sistemas de pago. Los bancos se ver¨ªan obligados a retomar las ineficientes transferencias f¨ªsicas de dinero. Los negocios recurrir¨ªan a los trueques y bonos; el nivel de actividad econ¨®mica del pa¨ªs caer¨ªa en picado. (...)
De todos modos, por bien que pensase todo eso, dudaba de que el trastorno del sistema financiero fuera lo que los secuestradores ten¨ªan en mente. Era mucho m¨¢s probable que aquello quisiese ser un acto simb¨®lico de violencia contra la Am¨¦rica capitalista, como la bomba en el aparcamiento del World Trade Center de ocho a?os antes. Lo que me preocupaba era el miedo que crear¨ªa un atentado como ¨¦se, sobre todo si estaban por venir m¨¢s ataques. En una econom¨ªa tan sofisticada como la nuestra, la gente tiene que interactuar e intercambiar art¨ªculos constantemente, y la divisi¨®n del trabajo est¨¢ articulada hasta tal extremo que todo hogar depende del comercio para la mera supervivencia. Si las personas se retiran de la vida econ¨®mica cotidiana -si los inversores se deshacen de sus acciones, los empresarios reh¨²yen el comercio o los ciudadanos se quedan en casa por miedo a ir a los centros comerciales y exponerse a un atentado suicida-, se produce un efecto de bola de nieve. Es la psicolog¨ªa que conduce a los p¨¢nicos y las recesiones. Un impacto como el que acab¨¢bamos de padecer pod¨ªa causar una retirada masiva y una aguda contracci¨®n de la actividad econ¨®mica. La miseria pod¨ªa multiplicarse. (...)
Despu¨¦s del 11-S, los informes y datos que llegaban de los bancos de la Reserva Federal eran harina de otro costal. El sistema de la Reserva Federal consiste en 12 bancos estrat¨¦gicamente situados de punta a punta del pa¨ªs. Todos regulan los bancos de su regi¨®n y les prestan dinero. Los bancos de la Reserva Federal tambi¨¦n act¨²an como una ventana a la econom¨ªa estadounidense: los cargos y el personal se mantienen en contacto permanente con los banqueros y empresarios de sus distritos, y la informaci¨®n que recogen sobre pedidos y ventas va hasta un mes por delante de los datos de publicaci¨®n oficial.
Lo que nos estaban contando en ese momento era que a lo largo y ancho del pa¨ªs la gente hab¨ªa dejado de gastar en nada que no fueran art¨ªculos comprados en previsi¨®n de posibles ataques adicionales: crec¨ªan las ventas de comestibles, dispositivos de seguridad, agua embotellada y seguros; el sector entero de los viajes, el ocio, la hosteler¨ªa, el turismo y las convenciones iban a la baja. Sab¨ªamos que el env¨ªo de verduras frescas de la Costa Oeste a la Este se ver¨ªa alterado por la suspensi¨®n de los vuelos de mercanc¨ªas, pero nos sorprendi¨® un tanto la rapidez con la que se vieron afectados muchos otros sectores. Por ejemplo, el flujo de repuestos automovil¨ªsticos desde Windsor, Ontario, a las plantas de Detroit se ralentiz¨® hasta quedar bajo m¨ªnimos en los pasos fluviales que unen las dos ciudades: un factor que influy¨® en la decisi¨®n de Ford Motor de cerrar temporalmente cinco de sus f¨¢bricas. A?os antes, muchos fabricantes se hab¨ªan pasado a la producci¨®n just in time: en vez de almacenar piezas y suministros en la planta, confiaban en el transporte a¨¦reo para recibir los componentes cruciales a medida que los necesitasen. El cierre del espacio a¨¦reo y la intensificaci¨®n de los controles de seguridad en las fronteras provocaron cortes, embotellamientos y turnos cancelados.
Entretanto, el Gobierno estadounidense hab¨ªa puesto la directa. El viernes 14 de septiembre, el Congreso aprob¨® una partida inicial de emergencia de 40.000 millones de d¨®lares y autoriz¨® al presidente a usar la fuerza contra las "naciones, organizaciones o personas" que nos hab¨ªan atacado. El presidente Bush moviliz¨® a la naci¨®n con lo que probablemente pasar¨¢ a la historia como el discurso m¨¢s eficaz de su presidencia. "Estados Unidos ha sido escogido como blanco porque somos el faro m¨¢s importante para la libertad y la oportunidad en el mundo", dijo. "Y nadie impedir¨¢ que esa luz resplandezca". Sus ¨ªndices de popularidad subieron disparados hasta el 86%, y la pol¨ªtica, aunque fuera s¨®lo por un breve periodo, se volvi¨® consensuada. En el Capitolio corr¨ªan muchas ideas para ayudar a la naci¨®n a recobrarse. Hab¨ªa planes que inclu¨ªan inyectar fondos en las compa?¨ªas a¨¦reas, el turismo y el ocio. Hab¨ªa un mont¨®n de propuestas para extender exenciones fiscales a las empresas con el fin de fomentar la inversi¨®n de capital. Se debati¨® mucho sobre los seguros contra terrorismo: ?c¨®mo se asegura uno contra sucesos catastr¨®ficos de ese tipo, y qu¨¦ papel tiene en ello el Gobierno, si es que tiene alguno?
A m¨ª me parec¨ªa urgente que los vuelos comerciales despegasen de nuevo, para abortar la oleada de efectos negativos. (El Congreso aprob¨® con celeridad un paquete de urgencia de 15.000 millones de d¨®lares para el transporte a¨¦reo). Sin embargo, m¨¢s all¨¢ de eso, prest¨¦ menos atenci¨®n a la mayor¨ªa de esos debates, porque estaba decidido a hacerme una composici¨®n de lugar m¨¢s general, que todav¨ªa no ten¨ªa clara. Estaba seguro de que la respuesta no se hallar¨ªa en los gestos grandes, apresurados y costosos. Es t¨ªpico que, en momentos de gran urgencia nacional, todo congresista sienta que tiene que proponer una ley; los presidentes tambi¨¦n notan la presi¨®n para actuar. En esas condiciones pueden obtenerse pol¨ªticas miopes, ineficaces y a menudo contraproducentes, como el racionamiento de gasolina que impuso el presidente Nixon durante la primera crisis del petr¨®leo de 1973. (Esa pol¨ªtica provoc¨® colas en las gasolineras de algunas zonas del pa¨ªs ese oto?o). Sin embargo, con catorce a?os en la presidencia de la Fed a mis espaldas, hab¨ªa visto a la econom¨ªa superar muchas crisis, entre ellas el peor crash de un d¨ªa de la historia del mercado de valores, que se produjo a las cinco semanas de que asumiera el cargo. Hab¨ªamos sobrevivido al boom y el derrumbe inmobiliario de la d¨¦cada de 1980, a la crisis de las instituciones de ahorro y pr¨¦stamo y a las agitaciones financieras asi¨¢ticas, por no hablar de la recesi¨®n de 1990. Hab¨ªamos disfrutado del mayor auge de la Bolsa de la historia y luego hab¨ªamos capeado el desplome de las puntocom. Poco a poco empezaba a creer que la mejor baza de la econom¨ªa estadounidense era su aguante: su capacidad para absorber perturbaciones y recuperarse, a menudo con modos y ritmos que nadie ser¨ªa capaz de predecir, y mucho menos, dictar. Aun as¨ª, en esa espantosa coyuntura, no hab¨ªa manera de saber lo que pasar¨ªa.
Yo pensaba que la mejor estrategia era observar y esperar hasta que comprendi¨¦ramos mejor cu¨¢les ser¨ªan las secuelas exactas del 11-S. Es lo que les dije a los l¨ªderes del Congreso en una reuni¨®n en el despacho del presidente de la C¨¢mara de Representantes la tarde del 19 de septiembre. El presidente Dennis Hastert, el l¨ªder de la minor¨ªa de la C¨¢mara de Representantes Dick Gephardt, el l¨ªder de la mayor¨ªa del Senado Trent Lott y el l¨ªder de la minor¨ªa del Senado Tom Daschle, junto con Bob Rubin, ex secretario del Tesoro con el presidente Clinton, y el asesor econ¨®mico de la Casa Blanca Larry Lindsey, estaban todos reunidos en una sencilla sala de juntas aneja al despacho de Hastert en el lado de la C¨¢mara de Representantes del Capitolio. Los legisladores quer¨ªan o¨ªr las evaluaciones del impacto de los ataques que hac¨ªamos Lindsey, Rubin y yo. El posterior debate se condujo con una gran seriedad, sin alardes. (Recuerdo que pens¨¦: "As¨ª deber¨ªa funcionar el Gobierno").
Lindsey puso sobre la mesa la idea de que, ya que los terroristas hab¨ªan dado un golpe a la confianza estadounidense, el mejor modo de contrarrestarlo ser¨ªa un recorte fiscal. ?l y otros se manifestaron a favor de inyectar unos 100.000 millones de d¨®lares en la econom¨ªa en cuanto fuera posible. La cifra no me alarm¨®: ven¨ªa a ser un 1% de la producci¨®n anual del pa¨ªs. Pero les dije que todav¨ªa no ten¨ªamos manera de saber si 100.000 millones eran demasiado o demasiado poco. S¨ª, las industrias de las l¨ªneas a¨¦reas y el turismo se hab¨ªan llevado un duro golpe, y los peri¨®dicos iban cargados de art¨ªculos sobre todo tipo de despidos. Aun as¨ª, el lunes 17 de septiembre, asombrosamente, la Bolsa de Nueva York hab¨ªa logrado reabrir a apenas tres manzanas de la Zona Cero. Se trataba de un paso importante porque devolv¨ªa al sistema una sensaci¨®n de normalidad: un rayo de luz en el cuadro que todav¨ªa est¨¢bamos ensamblando en la Fed. Al mismo tiempo, el sistema de pago de cheques se estaba recuperando, y el mercado de valores no se hab¨ªa venido abajo: los precios se hab¨ªan limitado a descender para luego estabilizarse, una se?al de que la mayor¨ªa de empresas no se hallaban en graves apuros. (...)
A m¨ª me preocupaban en especial las armas de destrucci¨®n masiva, posiblemente un dispositivo nuclear robado del arsenal sovi¨¦tico durante el caos del derrumbe de la URSS. Tambi¨¦n contemplaba la contaminaci¨®n de nuestros embalses. Aun as¨ª, en el plano oficial adopt¨¦ una postura menos pesimista porque, de haber expresado plenamente lo que a mi entender eran las probabilidades, habr¨ªa dejado tiritando de miedo a los mercados. Con todo, me daba cuenta de que lo m¨¢s probable era que no estuviese enga?ando a nadie; la gente de los mercados me oir¨ªa y dir¨ªa: "Desde luego, espero que tenga raz¨®n".
A finales de septiembre llegaron los primeros datos contrastados: por lo general, el primer indicador claro de lo que sucede en la econom¨ªa es la cifra de nuevas solicitudes de prestaciones por desempleo, un dato que el Departamento de Trabajo recopila todas las semanas. Para la tercera semana del mes, las solicitudes alcanzaron un m¨¢ximo de 450.000, en torno a un 13% por encima de su nivel a finales de agosto. La cifra confirmaba el alcance y la gravedad de los apuros que ven¨ªamos viendo en las noticias sobre personas que hab¨ªan perdido su trabajo. Me imaginaba a esos millares de trabajadores de hoteles, centros tur¨ªsticos y otros lugares en el limbo, sin saber de qu¨¦ vivir¨ªan ellos y sus familias. Estaba llegando a la conclusi¨®n de que no ¨ªbamos a recobrarnos con rapidez. El impacto era lo bastante grave para que hasta una econom¨ªa sumamente flexible tuviera problemas para afrontarlo.
Como muchos otros analistas, los economistas de la Fed estaban estudiando todos los paquetes de gasto y recortes fiscales propuestos, y los n¨²meros asociados a ellos. En todos los casos intent¨¢bamos abrirnos camino entre los detalles para calibrar el orden de magnitud; no deja de ser interesante que todos se encuadrasen en el entorno de los 100.000 millones: la sugerencia inicial de Larry Lindsay.
Nos reencontramos en la sala de juntas de Hastert el mi¨¦rcoles 3 de octubre para hablar de nuevo sobre la econom¨ªa. Hab¨ªa pasado otra semana, y la cifra inicial de solicitudes de paro hab¨ªa empeorado: 517.000 personas m¨¢s hab¨ªan pedido prestaciones por desempleo. A esas alturas hab¨ªa tomado una decisi¨®n. Por bien que todav¨ªa esperaba m¨¢s ataques, no hab¨ªa manera de conocer lo devastadores que ser¨ªan o el modo de proteger la econom¨ªa por adelantado. Dije al grupo que deber¨ªamos tomar medidas para compensar los da?os que pod¨ªamos medir, y que en verdad era hora de un est¨ªmulo forzado. Lo que se antojaba correcto era un paquete de acciones en las inmediaciones de los 100.000 millones de d¨®lares: suficiente, pero no tanto que sobreestimul¨¢semos la econom¨ªa y provoc¨¢ramos un aumento de los tipos de inter¨¦s. Los legisladores parecieron estar de acuerdo.
Esa noche me fui a casa pensando que lo ¨²nico que hab¨ªa hecho era articular y reforzar un consenso; la cifra de los 100.000 millones de d¨®lares hab¨ªa surgido en un principio de Larry. De modo que me sorprendi¨® leer la versi¨®n que los medios daban de la reuni¨®n, que casi transmit¨ªa la impresi¨®n de que yo hab¨ªa llevado la voz cantante.
Por supuesto, lo ir¨®nico fue que, a pesar de mi supuesto poder persuasivo, en las semanas posteriores al 11-S nada funcion¨® como yo hab¨ªa esperado. La previsi¨®n de un segundo ataque terrorista fue probablemente una de las peores predicciones que jam¨¢s he realizado. Y el "est¨ªmulo forzado" al que supuestamente hab¨ªa dado luz verde tampoco se produjo. Qued¨® empantanado en la pol¨ªtica y se fren¨®. El paquete que por fin sali¨® a la luz en marzo de 2002 no s¨®lo llegaba meses tarde, sino que adem¨¢s ten¨ªa poco que ver con el bien com¨²n: era una embarazosa mezcolanza de proyectos asignados a dedo.
Con todo, la econom¨ªa se enderez¨® sola. La producci¨®n industrial, tras apenas un mes m¨¢s de leve declive, toc¨® fondo en noviembre. Para diciembre, la econom¨ªa volv¨ªa a crecer, y las reclamaciones por desempleo remitieron y se estabilizaron en su nivel previo al 11-S. La Fed tuvo algo que ver en eso, pero fue s¨®lo acelerando lo que llev¨¢bamos haciendo desde antes del 11-S: rebajar los tipos de inter¨¦s para que la gente tuviera m¨¢s f¨¢cil pedir prestado y gastar. -
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