Familia del artista
En los actos culturales deber¨ªa estar prohibida la entrada a la familia del artista. Tambi¨¦n la de los amigos de la infancia. Por resumir, de todo aquel que conozca cierto anecdotario vergonzoso de la ni?ez y adolescencia y est¨¦ dispuesto a soltarlo a cualquiera que se le acerque en el c¨®ctel. La familia es dinamita pura. El artista la utiliza como material creativo, moldea los recuerdos como le viene en gana, y la familia, sin entender que la literatura consiste, en gran parte, en una traici¨®n a los hechos reales, se cabrea, se queja o se envanece, seg¨²n. El otro d¨ªa le hicieron un homenaje a Philip Roth en la Universidad de Columbia, y una de las cosas m¨¢s divertidas que cont¨®, en el repaso a su trayectoria literaria, fue que d¨ªas antes de que apareciera el libro que le hizo popular, El lamento de Portnoy, invit¨® a sus padres a cenar con la intenci¨®n de avisarles de que la novela que iba a publicar era bastante escandalosa y que ten¨ªan que estar preparados para las reacciones que pudieran leer. Roth supo por su padre que, de camino a casa, la madre dijo: "Este chico tiene aires de grandeza". Ay, las madres, c¨®mo conocen a los hijos aunque los hijos sean ilustres. De cualquier forma, el muchacho no se equivocaba: aquel libro se convirti¨® en el colof¨®n cachondo e irreverente con el que la literatura rubric¨® los a?os de revoluci¨®n sexual de los sesenta. Las escenas caseras, con ese padre que padece un estre?imiento contumaz del que toda la familia est¨¢ al tanto, y ese hijo que pilla un h¨ªgado de la cocina, en el desesperado intento de encontrar algo que se parezca a una vagina, y corre al cuarto de ba?o para hacerse pajas, levantaron reacciones de ira, sobre todo en la comunidad jud¨ªa. Pajas reales, de jadeo silencioso, interrumpido por la madre que llama a la puerta alarmada por si el hijo ha heredado el proverbial estre?imiento paterno; pajas mentales, las del chaval que brega con el deseo y la culpa. La familia tuvo que soportar las reacciones felices o airadas como si el libro fuera autobiogr¨¢fico, y el autor, como es costumbre, se defendi¨® diciendo: a m¨ª que me registren, esto es s¨®lo ficci¨®n. La familia, ay. Deber¨ªa haber un detector de familiares a la entrada de los eventos para dejarlos fuera. Eso debi¨® de pensar el otro d¨ªa Erica Jong, tambi¨¦n experta en novelar todo aquello que toca, dicho esto en el sentido m¨¢s literal de la expresi¨®n. Se trataba de otro homenaje universitario, en este caso a Miedo a volar, esa novela que en 1973 la dio a conocer en todo el mundo. Su protagonista, m¨¢s que ser una hero¨ªna de la combusti¨®n interna, como el h¨¦roe de Roth, es una mujer de acci¨®n que cuenta sin reparos sus intercambios de fluidos. Todo parec¨ªa marchar de maravilla en el homenaje a este emblem¨¢tico libro, hablaban las fil¨®logas feministas, cantaban las excelencias de ese paso adelante que fue Miedo a volar en el relato de la sexualidad femenina, cuando lleg¨® el turno de preguntas y se levant¨® una se?ora que parec¨ªa la doble de Erica Jong. Sus razones ten¨ªa, era la hermana. Soy la hermana de la autora, dijo, y despu¨¦s pas¨® a encadenar una serie de reproches a los que el p¨²blico reaccionaba con ese gesto de asombro contenido tan propio de los americanos. A Erica le habr¨¢ ido muy bien con ese libro, dijo la hermana de la artista, muy bien, enhorabuena, pero a m¨ª me hundi¨® la vida, y quiero decir que por mucho que Erica se justifique diciendo que esto no es m¨¢s que ficci¨®n, est¨¢ claro que uno de los hombres que aparecen en la novela es mi marido, y me gustar¨ªa aclarar de una vez por todas que es completamente incierto que mi marido se metiera en la cama de Erica y le pidiera que le practicara una felaci¨®n; esto fue una pesadilla para mi marido y para m¨ª, as¨ª que sepan ustedes que si a ella el libro la hizo famosa, a nosotros sus mentiras nos han jodido la vida. Ufff. Dicho esto, el acto se dio por concluido. La hermana-bomba desapareci¨®, y cuentan las cr¨®nicas que, en el c¨®ctel, la autora se limit¨® a comentar, fr¨ªamente, que en su familia hab¨ªa gente m¨¢s inteligente que la muestra que acababan de presenciar. ?Ficci¨®n, ficci¨®n, esto s¨®lo es ficci¨®n!, dicen los autores desde que la literatura existe. Pero los padres no se tragan ese cuento. Fue sonado c¨®mo el pap¨¢ del autor teatral Sam Shepard (marido de Jessica Lange) se present¨®, bastante borracho, por cierto, en el estreno de su ¨²ltima obra y en mitad de la representaci¨®n comenz¨® a explicarle al p¨²blico, que al principio no entend¨ªa si aquello era parte del espect¨¢culo, que todo lo que se estaba contando en el escenario era una mentira podrida. Mientras se lo llevaban a rastras, el hombre iba balbuceando c¨®mo pasaron verdaderamente las cosas. Ya les gustar¨ªa a los de La Fura del Baus, que con gran aparataje de gritos y metralletas andan simulando, en su ¨²ltimo montaje, el secuestro de un teatro a la manera chechena, conseguir que el p¨²blico viviera un momento tan perturbador como ese de presenciar a un familiar borracho irrumpiendo en la sala para cantarle las cuarenta al autor. A ese autor que si escribe como se tiene que escribir, como si la familia no existiera, sentir¨¢ alguna vez en su vida el peso del viejo reproche b¨ªblico: "Hijo m¨ªo, ?por qu¨¦ me has avergonzado?".
Deber¨ªa haber un detector de familiares a la entrada de los actos literarios para dejarlos fuera
Mientras se lo llevaban a rastras, el pap¨¢ de Sam Shepard dec¨ªa c¨®mo hab¨ªan pasado las cosas realmente
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