La ver¨®nica, seg¨²n Morenito

Es de Aranda de Duero, tierra del buen cordero, pero parec¨ªa nacido en Camas, al ladito del Guadalquivir. Se hace llamar Morenito; quiz¨¢ porque luce una tez aceituna, el cabello ensortijado peinado hacia atr¨¢s y un porte agitanado. Pero naci¨® en la provincia de Burgos, lo que son las cosas.

Pues alg¨²n ascendente sure?o debe tener este Morenito, porque esa manera de acariciar el capote con la yema de los dedos, esa forma de presentarlo y dejar que el toro llegue al embroque para embarcar la embestida con suavidad y lentitud, y ese remate perfecto que lo deja en la posici¨®n adecuada para repetir la suerte... Esa forma de interpretar la ver¨®nica cl¨¢sica, meciendo los brazos como si llevara una imagen sobre los hombros, desplegando un hondo sentimiento, lo delata. Este Morenito tiene ¨¢ngel... Vamos, que ten¨ªa que haber nacido en Sevilla.

Y cuando se torea de verdad, brota la inspiraci¨®n y desprende un aroma que inunda los tendidos. Eso fue lo que ocurri¨® cuando Morenito recibi¨® a su primero en el centro del anillo y lo lance¨® a la ver¨®nica cl¨¢sica con hondura y elegancia. Cruji¨® la plaza porque el toreo se hab¨ªa hecho presente. El milagro volvi¨® a suceder en un quite al sexto: tres ver¨®nicas extraordinarias y una media de cartel. Ah¨ª queda eso... Le toc¨® en suerte, es verdad, el ¨²nico toro noble -y tambi¨¦n muy blando- de la corrida, el tercero, y traz¨® muletazos de mucho peso. Tiene una concepci¨®n elegante y arm¨®nica del toreo, y dibuja unos pases de pecho espectaculares, de pit¨®n a rabo. Su actuaci¨®n fue muy entonada, pero mat¨® mal y todo qued¨® en una cerrada ovaci¨®n. El ¨²ltimo, muy descastado, s¨®lo le permiti¨® mostrarse voluntarioso. ?Ah! Que no se olvide: Morenito entr¨® en sustituci¨®n del mexicano Joselito Adame, convaleciente de una enfermedad. Morenito no era m¨¢s que el tercero en discordia, pues acompa?aba a dos figuras: Castella y Ponce. Ciertamente, el ¨²nico que tore¨® fue el de Aranda, pero es verdad que no hubo toros, y s¨ª valor.

Valor el de Castella, que se jug¨® sin cuento los muslos ante el tercero, un manso violento e incierto que embisti¨® con fiereza en la muleta. Asent¨® el torero las zapatillas, y aguant¨® con firmeza la brusquedad y aspereza de una astifina embestida cargada de genio. Y aburri¨® al toro hasta el punto de que se acobard¨® en las tablas, vencido y desarmado. El quinto, sali¨® vencido de los chiqueros.

Y conocimiento el de Enrique Ponce. Una parte de la plaza lo midi¨® con exigencia, como debe ser, pero no fue justa con el torero. Su lote fue p¨¦simo: mansos los dos, violentos, listos, a la defensiva, con genio y mala uva. Su primero embest¨ªa con la cara por las nubes y Ponce no le perdi¨® la cara; con seguridad y aplomo le rob¨® literalmente varios derechazos. M¨¢s dificultoso era el cuarto, y lo observ¨® con detenimiento, lo estudi¨® e invent¨® una labor de cient¨ªfico, serio siempre, a pesar de algunas protestas. Ech¨® dos borrones: se vio agobiado siempre con el capote y mat¨® rematadamente mal.

Por cierto, ?no ser¨¢ Morenito de Sevilla...?