New York, New York
La riqu¨ªsima vida cultural de la ciudad la ha convertido en lo que fue Par¨ªs: la meca de j¨®venes artistas y creadores. Todo eso est¨¢ en gran parte promovido y financiado por la sociedad civil
Aunque con su alcalde actual, Bloomberg, est¨¢ bastante menos limpia de lo que estaba con el alcalde Giuliani, New York sigue siendo una ciudad fascinante, la Babilonia del siglo XXI, una Torre de Babel moderna, la capital del mundo actual. He estado muchas veces aqu¨ª, en Manhattan, pero casi siempre por pocos d¨ªas y para asistir a congresos o dar conferencias, y ¨¦sta es la primera vez, despu¨¦s de cerca de 30 a?os, que permanezco en la ciudad un par de meses, tiempo suficiente para tomarle el pulso, vivirla y adivinarla.
Es peque?a, en t¨¦rminos num¨¦ricos y estad¨ªsticos, y sin embargo, como en el Aleph borgiano, todo cabe o pasa por ella, los pa¨ªses, las razas, las religiones, las lenguas, y todo r¨¢pidamente se integra en ella, perdiendo su condici¨®n forastera y adoptando una nueva, neoyorquina. Es la ciudad de todos y de nadie, una ciudad sin identidad propia porque las tiene todas. El mundo hisp¨¢nico, o latino como tambi¨¦n lo llaman aqu¨ª, es multipresente y en sus calles, bares, almacenes, restaurantes, despu¨¦s del ingl¨¦s el espa?ol es el idioma que m¨¢s se oye por doquier, en todas sus variantes latinoamericanas y en la local, el spanglish, que comienza ya a generar una literatura. A ello se debe, sin duda, que instituciones como el Teatro Espa?ol y el Instituto Cervantes tengan una presencia tan viva en la vida cultural neoyorquina. En aqu¨¦l, me toc¨® ver una estupenda adaptaci¨®n teatral de Do?a Flor y sus dos maridos de Jorge Amado, hecha por Jorge Al¨ª Triana, y el Cervantes colabor¨® muy de cerca con el Centro del PEN Internacional en el congreso que reuni¨® en New York en el mes de abril a varios centenares de escritores procedentes del mundo entero.
Uno de los estereotipos m¨¢s resabidos es que Nueva York es ciudad de negocios e incultura
En Nueva York todo es tan reciente que da la sensaci¨®n de que el pasado nunca existi¨®
Uno de los estereotipos m¨¢s resabidos, que New York es la ciudad de los negocios y la incultura, se desintegra simplemente hojeando el Time Out o los suplementos culturales que saca cada semana The New York Times. La verdad es que, en lo que se refiere a oferta cultural, no hay ninguna otra ciudad en el planeta que ofrezca tantas posibilidades, en todos los dominios y quehaceres art¨ªsticos, como la Gran Manzana. Pintura, escultura, m¨²sica cl¨¢sica y moderna, danza, teatro, ¨®pera, cine, ideas, literatura, cursos, talleres, conferencias, museos, escuelas art¨ªsticas, academias, constituyen una dimensi¨®n vertiginosa de la vida neoyorquina que nadie puede abarcar en su totalidad, sino, a lo m¨¢s, y dedicando a ello mucho tiempo, apenas una ¨ªnfima muestra, la puntita del iceberg.
Para quien acostumbra trabajar en bibliotecas, como yo, la Public Library de New York es un peque?o para¨ªso. Situada en la Quinta Avenida, entre las calles 41 y 42, el inmenso edificio decimon¨®nico de s¨®lidas columnatas, escaleras de m¨¢rmol e inmensos, alt¨ªsimos salones de lectura magn¨ªficamente iluminados, se asienta sobre una verdadera ciudad subterr¨¢nea de varios pisos donde viven sus millones de libros, computarizados y preservados en c¨¢maras de aire acondicionado que los defienden del calor, los insectos y la humedad. Es una de las mejor provistas de Estados Unidos, despu¨¦s de la Biblioteca del Congreso y la de Harvard, y una de las m¨¢s funcionales y eficientes en que me ha tocado trabajar. Uno de sus tesoros es la Colecci¨®n Berg, donada por dos hermanos m¨¦dicos, jud¨ªos de origen h¨²ngaro, gracias a los cuales la instituci¨®n cuenta, entre otras maravillas, con la primera edici¨®n del Quijote, manuscritos de Dickens, de Henry James, de Whitman, pr¨¢cticamente de todos los diarios y novelas de Virginia Woolf y del texto mecanografiado de Tierra Bald¨ªa de Eliot con las correcciones y comentarios hechos a mano por Ezra Pound.
Es tambi¨¦n la biblioteca m¨¢s ruidosa y trajinada del mundo, porque los turistas invaden las salas de lectura, tomando fotos y hablando en voz alta con total desfachatez. Pero uno termina por acostumbrarse a ese bullicio, como a una m¨²sica de fondo. Aunque tiene el personal especializado necesario, la Public Library, como todas las instituciones culturales de Estados Unidos, funciona gracias a la ayuda de personas voluntarias, generalmente jubilados y principalmente mujeres, que ofrecen informaci¨®n y gu¨ªa y ayudan a los usuarios a orientarse en el laberinto de sus instalaciones. A m¨ª me conmueven mucho esas se?oras, algunas muy ancianas, que est¨¢n all¨ª siempre a la hora y con la sonrisa en la cara, prestando ese servicio p¨²blico. El voluntariado c¨ªvico es una instituci¨®n anglosajona y sin ella ni Inglaterra ni Estados Unidos ser¨ªan lo que son.
La riqu¨ªsima vida cultural de New York no existir¨ªa sin la contribuci¨®n de la sociedad civil que es la que en gran parte la financia y promociona. El Estado tambi¨¦n, sin duda, pero en proporci¨®n relativamente limitada y, a veces, ¨ªnfima. Es verdad que tanto empresas como individuos tienen importantes incentivos tributarios para hacer donaciones y patrocinar actividades culturales, pero, antes que ello, la raz¨®n profunda de esas astron¨®micas sumas de dinero que anualmente invierten las fundaciones y las entidades comerciales, industriales y financieras, y las personas privadas, en museos, espect¨¢culos, exposiciones, bibliotecas, conferencias, universidades, etc¨¦tera, es una cultura, una conciencia c¨ªvica de que si una sociedad quiere tener una vida intelectual y art¨ªstica rica, creativa y libre es obligaci¨®n de todos los ciudadanos sin excepci¨®n asumirla y sostenerla. A ello se debe que, a diferencia de lo que ocurre en otras partes, donde los gobiernos filantr¨®picos convierten a la cultura en un producto oficial de auto promoci¨®n y manipulaci¨®n burocr¨¢tica, en pa¨ªses como Inglaterra y Estados Unidos la cultura tenga ese sesgo independiente y plural, que garantiza su libertad, su renovaci¨®n y estado continuo de experimentaci¨®n.
En los dos meses que acabo de pasar aqu¨ª vi, por ejemplo, c¨®mo consegu¨ªa recursos para la renovaci¨®n integral en que est¨¢ empe?ado, el Museo del Barrio, situado en el Harlem Latino, y dedicado a exponer arte procedente de Am¨¦rica Latina. Ya ha reconstruido su bell¨ªsimo auditorio, una joya belle ¨¦poque que estaba en ruinas. En la cena de gala que celebr¨® para reunir fondos se recolectaron en pocas horas cerca de cuatro millones de d¨®lares.
Es verdad que una vida cultural poco subvencionada por el Estado, que se apoya sobre todo en la sociedad civil para mantenerse, es cara. La de New York lo es y ciertos espect¨¢culos, como la ¨®pera y los conciertos, suelen alcanzar precios prohibitivos. Y sin embargo todo lo que vale la pena de verse est¨¢ siempre lleno de gente en New York, y los dos grandes museos, el Metropolitan y el MOMA (el Museo de Arte Moderno) reciben al a?o m¨¢s visitantes que el Yankee Stadium y el Madison Square Garden.
En muchos sentidos, New York se ha convertido en este tiempo en lo que fue Par¨ªs para muchas generaciones anteriores: el lugar donde los j¨®venes artistas y creadores quieren llegar porque intuyen que all¨ª encontrar¨¢n un ambiente estimulante para su trabajo y porque saben que si triunfan all¨ª habr¨¢n triunfado en el mundo entero. No s¨®lo ocurre con m¨²sicos, pintores, bailarines, actores y cineastas. Tambi¨¦n con escritores. Me ha sorprendido la cantidad de j¨®venes poetas, narradores, dramaturgos de distintos pa¨ªses latinoamericanos avecindados ahora en New York, escribiendo y tratando de abrirse camino en la ciudad de los rascacielos. Algunos est¨¢n vinculados a universidades y fundaciones y otros sobreviven como pueden, trabajando en librer¨ªas, editoriales o tocando guitarras y bong¨®s en los bares latinos y hasta en las esquinas. Pero sacan revistas, dan recitales, y en las librer¨ªas neoyorquinas hay ahora, en casi todas ellas, secciones dedicadas a los libros en espa?ol.
He pasado dos meses intensos y exaltantes en esta efervescente ciudad. Viv¨ªa en los alrededores de Union Square, un barrio muy simp¨¢tico y animado, donde incluso encontr¨¦ caf¨¦s a la europea donde pod¨ªa ir a leer el peri¨®dico y a garabatear unas notas tomando un cortado. Y donde se halla Strand, la librer¨ªa de compraventa de libros antiguos m¨¢s grande del mundo. Vi exposiciones magn¨ªficas y algunas obras de teatro -una de Beckett, con John Turturro, sobre todo- espl¨¦ndidamente montadas. Y pel¨ªculas, muchas pel¨ªculas, aprovechando el Festival de Tribeca, que trae a New York en el curso de diez d¨ªas largometrajes de todo el planeta. Y, sin embargo, siempre tuve la sensaci¨®n de que a esta maravillosa ciudad le faltaba algo para sentirme totalmente en casa. ?Qu¨¦ cosa? Vejez, historia, tradici¨®n, antig¨¹edad. Eso que es el alma secreta de cualquier ciudad europea y hasta de la aldea m¨¢s desamparada e ¨ªnfima, esa invisible presencia que establece un v¨ªnculo entre hoy y ayer, esos siglos de aventuras, guerras, proezas art¨ªsticas y conmociones hist¨®ricas, religiosas y culturales, de los que ha resultado la civilizaci¨®n en que vivimos. En New York todo es tan reciente que da la sensaci¨®n de que el pasado nunca existi¨®, que la vida s¨®lo es futuro en trance de hacerse. Ser¨¢ que ya no soy joven, pero esa sensaci¨®n de que no hay casi vida detr¨¢s, que toda ella est¨¢ s¨®lo por delante, me produce cierta angustia y una sensaci¨®n de soledad.
? Mario Vargas Llosa, 2008. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PA?S, SL, 2008.
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