El galope del diablo
Dicen que vivimos cerca de cien a?os. No es verdad. Vivimos s¨®lo un instante. Siempre nuevo. Sin antes ni despu¨¦s. Lo dem¨¢s no es vida. Es s¨®lo memoria. Memoria que, con suerte, otros retomar¨¢n para recordarnos. O no. Tanto da. El problema es que el instante es tan fugaz que tampoco lo vivimos. Lo matamos. Porque pasa antes de que nos demos cuenta de que ha pasado. Hay artistas que, mientras tratan de atrapar la vida, dejan que la vida pase a sus espaldas. Hay jugadores de f¨²tbol a los que les pasa lo mismo, pero con el bal¨®n. Para el com¨²n de los mortales, el d¨ªa a d¨ªa est¨¢ hecho de instantes desperdiciados y no reciclables. Algunos buscamos matar el tiempo que nos mata. Aunque, en raras ocasiones, el instante es como la bofetada que Benvenuto Celine recibi¨® de su padre para que no olvidara que hab¨ªa visto una salamandra en el fuego. Algo as¨ª pasa cada vez que alguien marca un gol. El estupor nos paraliza. La incredulidad crece. Durante una fracci¨®n de segundo el tiempo se detiene. Ni los jugadores ni el p¨²blico dan cr¨¦dito a lo sucedido. Luego, al un¨ªsono y de repente, estalla el clamor, se cierran los pu?os, se alzan los brazos y el rugido ancestral brota de las gargantas. Hemos cazado un instante. No obstante, apenas amainado el alboroto, queremos regurgitar lo vivido. Necesitamos comprobarlo con la repetici¨®n de la jugada en una pantalla o escuchar los vocingleros comentarios antes de, por supuesto, leer las doctas cr¨®nicas del d¨ªa siguiente para corroborar lo sucedido: Villa ha marcado el gol decisivo en el ¨²ltimo minuto del tiempo de descuento. Cosa tan irrepetible y extraordinaria como ver una salamandra en el fuego. Por una vez, y esperemos que esta vez se repita, la suerte nos ha jugado una buena pasada. Precisamente cuando el h¨¢lito de un fantasma familiar sobrevolaba con sus rasgadas vestiduras la Plaza de Col¨®n. Un pelotazo largo al espacio y entre l¨ªneas nos ha abierto de par en par las puertas de los cuartos. El alborozo est¨¢ justificado y la reflexi¨®n tambi¨¦n. Si Pieter Vink, holand¨¦s nada errante (en la acepci¨®n est¨¢tica del verbo errar), llega a descontar dos minutos en vez de tres, no habr¨ªa tenido ni tiempo ni lugar la milagrosa transformaci¨®n de un partido mediocre en glorioso acontecimiento.
Pero ?qu¨¦ es eso que llamamos suerte? Veamos el caso de los turcos y su despampanante remontada ante la Rep¨²blica Checa. El clamoroso fallo del portero Cech (lluvia mediante) no desmerece la inefable reacci¨®n del equipo otomano (Nihat mediante). Telefone¨¦ a mi amigo turco Faruk Gunaltay, que vive en Estrasburgo (alrededor de cuya catedral, como en los estadios, galopa el diablo metamorfoseado en g¨¦lido viento) y le felicit¨¦ por la suerte de su equipo. "La suerte se llama Villa", me dijo. "La suerte se llama Nihat", le dije. Y ca¨ªmos en la cuenta de que la suerte, en balompi¨¦, casi siempre tiene nombre propio. Y, si no lo tiene, se lo damos. Aunque, al primer descuido, cambie de nombre y de camiseta. Eso que llamamos suerte no se casa con nadie, pero suele conceder sus favores a los que m¨¢s la desean. Pel¨¦ me dec¨ªa en Mil¨¢n que la suerte se llama Dios. Pero a m¨ª me cuesta creer que tan poderoso se?or, teniendo tanto por hacer, se dedique a arbitrar partidos de f¨²tbol en este planeta. Por supuesto que est¨¢ en todo, no lo dudo. Tanto en las cat¨¢strofes como en las proezas t¨¦cnicas, tanto en los buenos como en los malos actos y pensamientos, tanto en la hierba que crece como en la que se seca, tanto en el bal¨®n que vuela como en el que rueda a ras de tierra. Pero todo me hace sospechar que este mundo no es de su reino. As¨ª que lo que llamamos suerte est¨¢ m¨¢s bien en nuestras manos, cuando no en nuestros pies. Basta cazar el instante al vuelo, como de ni?o cac¨¦ una lib¨¦lula tigre de un solo y certero golpe con una vara de avellano derrib¨¢ndola intacta sobre la hierba. Su muerte me conmovi¨® tanto como su belleza y promet¨ª no volverlo a hacer. El gol que detiene el tiempo tiene que ver con esto y la muerte tambi¨¦n. Algo muere cada vez que el bal¨®n traspasa la l¨ªnea de meta. Hemos matado el momento y de nada nos vale ya la repetici¨®n de la jugada. Porque lo que fue no ser¨¢.
Martin Girard es el seud¨®nimo que el cineasta y escritor Gonzalo Su¨¢rez utilizaba en sus tiempos de cronista deportivo
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