Bye, bye, Love: coraz¨®n de goma
El s¨¢bado 21 de junio nos dej¨® Kermit Love, el anciano de largas barbas blancas al que los taxistas de Nueva York llamaban Santa Claus. Love, el gran marionetista, ten¨ªa 91 a?os y el mismo nombre, Kermit, que la Rana Gustavo en su idioma original. Mera coincidencia sem¨¢ntica de un destino profesional que le unir¨ªa en la d¨¦cada de los 60 a Jim Henson, el padre de los tele?ecos, y de cuya mezcla explosiva resultar¨ªa Barrio S¨¦samo.
Mand¨® un mu?eco a Madrid en una caja de cart¨®n. Acababa de nacer 'Espinete'
Kermit transport¨® por vez primera a la televisi¨®n, en forma de mu?ecos, los conocimientos de dise?o y escenograf¨ªa que ya hab¨ªa puesto a prueba con ¨¦xito en los teatros de Broadway y en los ballets del Metropolitan. Infl¨® el tama?o de los gui?oles, con amplios trajes que ocultaban al manipulador y aprovechaban de paso el movimiento de sus propias manos, y descubri¨® para las caras de los muppets un material revolucionario, la gomaespuma reticulada, que a partir de entonces utilizar¨ªan todos los mu?equeros televisivos. Abandon¨® la espuma de l¨¢tex, que dejaba feas costuras de pegamento en los rostros, y comenz¨® a trabajar con las planchas flexibles que a¨²n hoy se utilizan como filtro para los aparatos de aire acondicionado. Su aportaci¨®n permiti¨® tallar las marionetas como esculturas, coserles las orejas y narices sin dejar marcas y maquillar sus rostros como a personajes de carne y hueso.
La criatura que le proporcion¨® mayor fama, e incluso m¨¢s ingresos que el exitoso Mimos¨ªn que creara para una popular marca de suavizante, fue su Gallina Caponata. Big Bird, el ave amarilla que abri¨® a gran velocidad las puertas de la China de Mao en el 73 a las producciones infantiles norteamericanas, ha sido un referente cultural para varias generaciones de ni?os en Estados Unidos y en otros muchos pa¨ªses. En Espa?a no cuaj¨® y TVE le encarg¨® al marionetista un animal m¨¢s acorde con la idiosincrasia nacional. Se pens¨® en un ¨¢guila, pero Kermit no daba abasto con las numerosas peticiones de los distintos pa¨ªses en que se produc¨ªa Barrio S¨¦samo. Coincidi¨® la solicitud de Prado del Rey con el fracaso de las negociaciones para llevar el programa a Israel. Mr. Love hab¨ªa construido con ese prop¨®sito un mu?eco con forma de puercoesp¨ªn, el s¨ªmbolo de la fauna en el estado jud¨ªo, y lo envi¨® en una caja de cart¨®n a Madrid por si colaba. Acababa de nacer nuestro Espinete.
Yo supe de la existencia de Kermit en 1992, en un peque?o pueblo del estado de Nueva York que se encuentra a cien millas de Manhattan. Estudiaba con una beca un master de cine en Los ?ngeles y, por las noches, mientras editaba mis cortometrajes en la moviola, grababa con microcascos para Onda Cero los programas radiof¨®nicos de Gomaespuma. En esa tesitura me contact¨® Valerio Lazarov, que quer¨ªa que Juan Luis Cano y yo traslad¨¢semos el universo de la radio a la reci¨¦n aparecida Tele 5. Era todav¨ªa una ¨¦poca en que entre los profesionales de la comunicaci¨®n prevalec¨ªa el objetivo de hacer un buen producto frente a la ansiedad de conquistar fama a cualquier precio. Los que todav¨ªa dedican con pasi¨®n su vida a los medios saben que la popularidad es un precio que viene incluido en el paquete y que conviene llevar con salero, pero que no constituye nunca el final del trayecto. Como mi aparici¨®n en las ondas hertzianas satisfac¨ªa ya m¨¢s que de sobra mi dosis de vanidad, se me ocurri¨® que fueran unas marionetas quienes dieran vida en pantalla a la propuesta del realizador rumano. Pero entonces no ten¨ªa ni la m¨¢s remota idea de c¨®mo materializar esa aventura.
Imbuido en estos pensamientos ca¨ª una tarde en el sill¨®n del dentista del pueblo de mi mujer, Rhinebeck, durante un periodo vacacional. ?En qu¨¦ andas metido ahora?, me pregunt¨® el doctor Spitzer a sabiendas de que con la boca abierta y ahuecada con algodones mi respuesta se aventuraba improbable. Quiedo haced un pograma de madionetas, le repuse como pude. Ah, me dijo. Pues por aqu¨ª pasa un cliente que fabrica mu?ecos. Se llama Kermit. ?Quieres su tel¨¦fono?. Buedo, vale, grazdias. Le llam¨¦ al d¨ªa siguiente sin saber muy bien de qui¨¦n se trataba. Hello? Me escuch¨® atentamente, respir¨® y dijo: Mire, se?or Fesser, soy una persona muy ocupada. El martes a las ocho de la ma?ana viajo en tren desde aqu¨ª a la ciudad de Nueva York. Si se monta, tiene una hora y cuarenta minutos para explicarme lo que quiere de m¨ª. Le escuchar¨¦ con agrado. Y colg¨®.
Para cuando mont¨¦ en el Amtrak que recorre la orilla este del r¨ªo Hudson, ya sab¨ªa que el se?or Love era dios padre en el mundo de las marionetas televisivas. Le localic¨¦ con facilidad en el and¨¦n, me present¨¦ sin poder disimular la verg¨¹enza, y durante todo el trayecto le estuve hablando nervioso del deseo de crear un espacio para un p¨²blico adulto a base de personajes de gomaespuma. No me dijo nada. Me miraba fijamente y de vez en cuando esbozaba alguna mueca. Cuando llegamos a la estaci¨®n de Grand Central me sent¨ª como Javier Krahe cuando fue a visitar a Marietta: all¨ª con mi proyecto como un gilipollas, madre. All¨ª con mi proyecto como un gilipo-o-o-o-llas. Iba a despedirme de ¨¦l cuando dej¨® caer un ?tienes mucha prisa? Respond¨ª r¨¢pido que no y me invit¨® a que le acompa?ase a su estudio, un loft inmenso en una nave contigua a la universidad de NYU. La pared se hallaba repleta de repisas con contenedores de pl¨¢stico blanco. Le solicit¨® a un ayudante que le bajase dos de aquellas cajas y las abri¨® dejando al descubierto sendas r¨¦plicas de Epi y Blas. Ponte los mu?ecos, me pidi¨®, y hazme una peque?a actuaci¨®n de lo que t¨² pretendes hacer en la tele con ellas. ?Perd¨®n? Me temblaba hasta la lengua. No s¨¦ lo que hice ni lo que dije. Actu¨¦ durante unos minutos como si en ello me fuese la vida. Desesperado. Es suficiente, espet¨® de pronto. Me gusta. ?Cu¨¢ndo nos vamos a Espa?a a poner este tinglado en marcha?
Un mes m¨¢s tarde estaba en Madrid. Vino para una semana porque el presupuesto no daba para m¨¢s y, voluntariamente, se qued¨® un mes. Dirigiendo la posici¨®n de las c¨¢maras. Los encuadres. La confecci¨®n de Don Eusebio, el de Gomaespuminglish, del cocinero Josechu Let¨®n o de Chema Pamundi, el atleta gordo que representaba en todas las competiciones a Aletas de la Frontera. Durante esas semanas descubr¨ª al verdadero Kermit; el que insist¨ªa que la vida es pura ilusi¨®n y estaba siempre dispuesto a ponerle ilusi¨®n a la vida para hacerla m¨¢s llevadera. Despu¨¦s nos hemos seguido viendo, carteando, llam¨¢ndonos por tel¨¦fono. Voy a echar de menos a este ser humano con coraz¨®n de marioneta.
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