Un entierro de primera
Llega un momento en que una se pregunta ciertas cosas. Suelen sobrevenirme esta clase de preguntas cuando voy conduciendo. ?Y si me mato en la carretera, saldr¨ªa mi entierro en televisi¨®n? ?Dar¨ªan la noticia, al menos? No pido tanto, s¨®lo un breve, una cola. ?Ser¨ªa mi muerte una noticia destacada en la primera plana del telediario de la una, que luego se alargar¨ªa en el final con im¨¢genes del lugar del siniestro, im¨¢genes de la casa donde nac¨ª, y una voz en off que enseguida dar¨ªa paso a la presentadora enumerando mis libros m¨¢s conocidos, y quiz¨¢s alg¨²n apunte sentido y personal, porque acaso la presentadora habr¨ªa le¨ªdo alg¨²n libro m¨ªo y se notar¨ªa en su voz que la noticia era m¨¢s trascendente para el que la da que para quien la escucha? En sus sof¨¢s la gente se dar¨ªa cuenta de este acento de la locutora, y aunque no les sonara de nada mi nombre entender¨ªan perfectamente, tan s¨®lo por el tiempo de exposici¨®n de la noticia, que se acababa de morir una gran escritora. Puede que no lo sacaran en la una sino en la televisi¨®n auton¨®mica, eso no estar¨ªa tan mal. Ah¨ª podr¨ªan redundar en el escarpado trayecto que debo de atravesar para llegar a mi casa, las curvas de Mondo?edo donde me estrell¨¦, y una imagen se ver¨ªa muy parecida a las curvas de M¨®naco donde la princesa Grace Kelly perdi¨® la vida. ?sa ser¨ªa una perfecta comparaci¨®n.
Podr¨ªa pasar, sin embargo, que nadie dijera nada, o algo peor, que al redactor del breve se le ocurriera mencionar mi juventud y mi estado civil, divorciada, deja dos hijos y una obra sin concluir. El espectador comprender¨ªa que yo era uno de esos casos en los que uno se muere antes de dar lo mejor de s¨ª, y que por tanto una pena, no hubo tiempo para m¨¢s, para que el ruise?or afinara su voz, para que el m¨²sico tocara su gran sonata, la que todos esper¨¢bamos de esta joven escritora a quien la muerte trunc¨® su incipiente carrera. C¨®mo se iban a alegrar. El espectador cambiar¨ªa de canal, no se sentir¨ªa concernido por la noticia, tanta gente muere sin dar lo mejor de s¨ª. No se tomar¨ªan la molestia de recordar mi nombre.
Pero nada habr¨ªa ya que hacer, aunque mereciera m¨¢s espacio en el telediario y m¨¢s tiempo de vida nadie podr¨ªa ya resucitarme, nadie podr¨ªa escribir mis libros por m¨ª. En esos momentos vuelvo a tomar conciencia del volante. Mejor durar muchos a?os, escribir muchos libros, pelear hasta el ¨²ltimo aliento, un entierro a su tiempo y en condiciones, con una obra acabada y monumental, con las c¨¢maras de televisi¨®n preparadas en Foz guardando sitio desde el d¨ªa antes subidos a una escalera de tres pelda?os. El alcalde, las autoridades, los desconocidos que ya nunca conocer¨¦ ni me conocer¨¢n, un reguero de gente que llegar¨ªa de los m¨¢s alejados lugares hasta Mourente, algunos amigos de mi quinta trasladados al lugar, todos tan viejos y con un pie en la tumba. Les pondr¨ªan los micr¨®fonos. ?Dir¨ªan que me he muerto dando lo mejor de m¨ª? No, malditos. Se lo callar¨ªan.
Luisa Castro (Foz, Lugo, 1966) es autora, entre otros libros, de La segunda mujer (Seix Barral, Premio Biblioteca Breve 2006), Amor mi se?or (Tusquets) y Podr¨ªa hacerte da?o (Ediciones del Viento, premio de narrativa Torrente Ballester 2005).
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