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Reportaje:PEK?N 2008 | CHINA EN ESPA?A

La burbuja oriental

Guillermo Abril

Ellos suelen decir: "Nunca ver¨¢s a un chino pidiendo en la calle". Y luego a?aden un refr¨¢n, para explicarse: "Si tienes los brazos bien y las manos bien, ?por qu¨¦ no te buscas la vida?".

Son la comunidad inmigrante m¨¢s herm¨¦tica. Poblada de mitos. Acostumbrada a resolver sus problemas desde dentro, a no molestar jam¨¢s al espa?ol, a pasar inadvertida. Los pioneros llegaron a Espa?a en los setenta con la barrera del idioma y la idea de trabajar a destajo, hacer dinero y montar un negocio. Tres d¨¦cadas despu¨¦s hay m¨¢s de 126.000 chinos con residencia legal en este pa¨ªs. Son el cuarto colectivo de extranjeros extracomunitarios, por detr¨¢s de ecuatorianos, colombianos y marroqu¨ªes. Esquivos al primer encuentro, abren las puertas de su casa en cuanto cogen confianza. Los m¨¢s j¨®venes ya pronuncian con deje de barrio en Madrid, con acento catal¨¢n en Barcelona. Los ancianos viven a caballo entre China y Espa?a. A muchos les ha ido bien. Quieren disfrutar de la jubilaci¨®n y de sus nietos.

Cloc, cloc, cloc. Ruido de fichas sobre el tapete. Las u?as largas, los dedos finos, 148 bloques con caracteres chinos escritos en su anverso sobre la mesa. Los mueven, los remueven. Ocho manos huesudas. El sonido recuerda a una partida de domin¨®. Cloc, cloc, cloc. Y roban ficha. Mientras sus hijos, yernos y nueras fuman y apuestan al mahjong en el s¨®tano del chal¨¦, Mar¨ªa pronuncia en el sal¨®n su verdadero nombre, muy gutural: Zong Chan Ye. Dice que el apodo espa?ol se lo dio hace 20 a?os un cliente de su restaurante chino en Villaverde Alto, barrio del sur de Madrid. Rebautiz¨® de forma pr¨¢ctica a la familia: Mar¨ªa y David, los padres; Rosa, Yolanda, Carolina, Diana, David y Jes¨²s, los hijos. Les hizo gracia. Se llaman as¨ª entre ellos. Se apellidan Ruan por el padre, que muri¨® de cirrosis en 1996. Y les gusta presumir de ser la familia china m¨¢s numerosa de Espa?a, con unos 300 miembros.

Mar¨ªa le dice a su hijo David que se cas¨® a los 21; ¨¦l traduce. Cuenta que viv¨ªa en una aldea junto a Qingtian, en la provincia de Zhejiang, al sur de Shanghai. De esta regi¨®n, de m¨¢s de 40 millones de habitantes, viene el 80% de los chinos que viven en Espa?a. Muchos son familia, la mayor¨ªa se conoce. Sus historias se parecen. La saga espa?ola de los Ruan comienza a principios de los setenta del siglo pasado, cuando el menor de seis hermanos decide marchar a Macao a buscarse la vida. De all¨ª se embarca a Brasil, y luego a Portugal. En 1974, el joven Ruan se establece en Madrid, donde el se?or Chen, el primer chino, dicen, que lleg¨® a Espa?a; hoy un anciano enfermo de c¨¢ncer y due?o de Tao, una de las mayores cadenas de comida oriental del pa¨ªs, le emplea de lavaplatos en su restaurante Gran Muralla. Cuando ahorr¨® lo suficiente, el joven llam¨® a la familia. Les dijo que quer¨ªa abrir su propio negocio de cocina asi¨¢tica, que otro compatriota aportaba parte del dinero en concepto de pr¨¦stamo. Necesitar¨ªa ayuda. Primero vinieron el marido y sus hermanos. Luego, Mar¨ªa vol¨® a Espa?a con los hijos. Era enero de 1985, dice, y ofrece un pedazo de tarta. Hoy cumple 60 a?os y est¨¢ de celebraci¨®n.

La familia llevaba un tiempo sin juntarse. Los 21, entre hijos y nietos, quiz¨¢ desde que la bisabuela cumpli¨® 100 a?os. Pero la bisabuela muri¨® el a?o pasado en Madrid. La llevaron a enterrar a China, como al marido. Ellos dicen, con otro de sus infinitos refranes: "Las hojas del ¨¢rbol vuelven a caer sobre las ra¨ªces" (¨¦ste en concreto lo aport¨® el c¨®nsul general de la Rep¨²blica Popular China en Barcelona). Por eso apenas hay entierros chinos en Espa?a. Les gusta descansar en su tierra. Fin del misterio.

Mar¨ªa quiz¨¢ elija morir aqu¨ª. Se ha nacionalizado espa?ola, como sus hijos y otros 4.200 inmigrantes chinos, desde que lo hiciera el primero, en 1988. ?ltimamente pasa temporadas largas en China, disfruta de su jubilaci¨®n. Ha comprado una casa en Qingtian. Tiene all¨ª a sus hermanos. De Espa?a dice: "Mucho gusta, bueno, mejol, bien est¨¢". De ni?a trabajaba la tierra, arroz y cereales; su padre fue barquero en el r¨ªo; su marido, obrero en una f¨¢brica de papel de ba?o. Hay m¨²sica de fondo en el sal¨®n. Las nietas bailan basculando el tronco r¨ªgido, con las manos en aspa a la altura de la cara, como si imitaran a un p¨¢jaro. Pantomima tradicional sobre sonido pop. Hace un rato le cantaban el cumplea?os feliz a la abuela. En chino y en espa?ol, la melod¨ªa no cambia. Mar¨ªa dice que est¨¢ orgullosa de su familia, satisfecha de haberles dado lo que tienen.

Sus dos hijos varones heredaron cada uno un restaurante despu¨¦s de casarse. As¨ª lo manda la tradici¨®n. Jes¨²s Ruan, el benjam¨ªn de la familia, propietario del chino Prosperidad I, recuerda la ¨²nica vez que se escaque¨® del trabajo. Un viernes por la tarde, a los 14 a?os, con los colegas del barrio. Quiso dar una vuelta por la noche. Volvi¨® al restaurante cuando los platos vac¨ªos de los ¨²ltimos clientes. Su madre lo fulmin¨® con la mirada. Qued¨® claro que eran diferentes.

?l tiene su teor¨ªa: "La generaci¨®n cero, los que nacimos en China y vinimos para ac¨¢, somos incompatibles con los espa?oles". Jes¨²s creci¨® en los barrios del sur de Madrid. Aprob¨® COU y suspendi¨® la selectividad. Sali¨® durante una temporada con una universitaria espa?ola, pero apenas se ve¨ªan, y menos en fin de semana. Cosas de la generaci¨®n cero. A los 25 se cas¨® con una mujer china, Cristina, y entre ambos regentan ahora el restaurante "de barrio" y "de comida china para espa?oles"; facturan unos 2.000 euros diarios, 4.000 si se da bien la jornada, como el domingo del D¨ªa de la Madre. Jes¨²s se r¨ªe de los mitos de su comida. La pasta, dice, es de una marca blanca de Gallina Blanca. La carne se la sirve el mismo carnicero del barrio desde hace 15 a?os. La verdura la trae de Mercamadrid. Los rollitos no son m¨¢s que ternera triturada, br¨¦col y harina. "Y la salsa agridulce la hacemos nosotros: 25 litros cada tres d¨ªas. Lleva vinagre, az¨²car, colorante rojo y f¨¦cula de patata". La f¨¦cula es el secreto de casi todos los platos: la echan para espesar las salsas.

Es por la tarde, y el beb¨¦ de los Ruan corretea por entre las mesas del restaurante. Detr¨¢s va la cuidadora, una reci¨¦n llegada. Tiene habitaci¨®n propia en el chal¨¦ del extrarradio que el matrimonio Ruan compr¨® el verano pasado. Todo inmigrante chino que se precie contrata una cuidadora, figura imprescindible para criar un hijo. Los padres descansan un d¨ªa a la semana, exagerando. "?Por qu¨¦ trabajo tanto?", se pregunta Jes¨²s, mientras mira a su hija. "Con ella ser¨¢ diferente. Pero yo no voy a cambiar. Ya estoy acostumbrado".

Cuando cierra el restaurante suele echar unas manos de p¨®quer con sus empleados. Apuestan con timidez porque "son trabajadores". De vez en cuando monta en el local una timba en condiciones con sus amigos "propietarios". "A los chinos nos gusta mucho el juego", dice. El d¨ªa en que se celebr¨® el cumplea?os de Zong Chan Ye en el chal¨¦ de Jes¨²s, los hermanos y cu?ados devoraron a toda prisa una mezcla de chorizo con wasabi, chuletillas, cangrejo chino y jam¨®n serrano para pasar la tarde apostando al mahjong en el s¨®tano. El padre les mostr¨® las reglas de este domin¨® milenario cuando eran ni?os. Jes¨²s se perdi¨® la partida, mientras mostraba su casa de cuatro alturas. "Los muebles los compr¨® mi mujer", explic¨® mientras encend¨ªa y apagaba las luces moradas de su dormitorio. "Se march¨® a China con mi cu?ada y entre las dos se trajeron un contenedor entero en barco".

En Nochevieja, los Ruan se encontraron en el Casino Gran Madrid. No hab¨ªan quedado. "?All¨ª estaba toda la comunidad china de Madrid!". Tambi¨¦n se los ve a menudo en los bingos. Una de las hermanas de la familia se despidi¨® despu¨¦s de ser entrevistada: "Me voy al bingo, ahora que tengo un rato libre". Y suelen contar an¨¦cdotas de compatriotas que perdieron su imperio en una noche de cartas. Dilapidan una fortuna, "pero al d¨ªa siguiente los ves trabajando".

Les obsesiona sacar adelante un negocio. Cambian si les va mal. Son emprendedores. Un tercio de los 65.000 chinos afiliados a la Seguridad Social cotizan como aut¨®nomos, proporci¨®n que s¨®lo superan daneses, brit¨¢nicos y holandeses. Abren un local en cualquier esquina y se adue?an de barrios enteros. Ellos dicen que no tienen ning¨²n secreto para conseguir un traspaso: "Simplemente pagamos m¨¢s". En torno al 30%. El sobreprecio lo suplen con su mano de obra barata y su capacidad de echarle horas, adem¨¢s de las ayudas a la exportaci¨®n del Gobierno chino para sus compatriotas.

Transformaron Lavapi¨¦s, barrio c¨¦ntrico de Madrid que cuenta con unos 700 comercios chinos. La ¨¦poca dorada se vivi¨® a principios de siglo, cuando hasta all¨ª llegaban camiones de Espa?a, Portugal y el sur de Francia en busca de mercanc¨ªa al por mayor y los orientales firmaban alquileres de 6.000 euros por un local de 60 metros cuadrados. Ahora empiezan a notar la asfixia por el descenso en el consumo. Pero tampoco se quejan. Nunca lo han hecho. "Por esta puerta jam¨¢s ha entrado un chino a pedir nada", dice Manuel Osuna, presidente de La Corrala, la asociaci¨®n del barrio. Se lleva bien con ellos. Le saludan en la calle, echan un pitillo, comentan algo. Siempre se acuerdan de ¨¦l cuando celebran alguna reuni¨®n. "?El mejor marisco lo he probado con ellos!", exclama Osuna.

La comunidad china cuida a la autoridad, y ha entendido que para resolver sus problemas en Espa?a ha de estar unida. Unos pocos hacen de voz para el resto. La papeleta suele recaer en los ancianos, los ricos. Es su cultura, muy jerarquizada. Por ejemplo, detr¨¢s de la Asociaci¨®n de Empresarios Chinos, con peso en este pa¨ªs, se encuentran seis de las fortunas asi¨¢ticas m¨¢s jugosas. Los chinos son h¨¢biles para el trato. Buenos relaciones p¨²blicas, pelean por sus intereses. Acostumbran a invitar a cenar a las autoridades locales de los municipios donde tienen un negocio, a jefes de polic¨ªa, a empresarios espa?oles. Una buena comida en alg¨²n restaurante asi¨¢tico de prestigio, o se los llevan a China de viaje y les muestran oportunidades de negocio. Siempre toman una fotograf¨ªa del encuentro, para que quede constancia.

"Aqu¨ª todos los chinos tienen una foto con Maragall", bromeaba una autoridad local catalana. En el sal¨®n del Consulado de la Rep¨²blica Popular China en Barcelona, una imagen da fe: aparece el c¨®nsul Wang Shixiong estrechando la mano del presidente de la Generalitat, Jos¨¦ Montilla, sucesor en el cargo de Maragall. Ambos sonr¨ªen. Shixiong asegura que el ¨¦xito de sus compatriotas en Espa?a consiste en su laboriosidad: "No conozco chinos en paro. De hecho, seg¨²n me dicen los due?os de empresas, faltan trabajadores de mi pa¨ªs". Shixiong explica que el hermetismo chino ha comenzado a diluirse. Superada la barrera de la lengua, con un negocio en marcha, no existen muros a la integraci¨®n. "Los que han nacido aqu¨ª, ya no quieren volver. Creo que elegir¨¢n morir en Espa?a". Los chinos empiezan a ir a las universidades, a?ade. Hay cerca de 400 estudiando un grado superior en Barcelona, casi 2.000 con autorizaci¨®n de estancia por estudios en Espa?a. Le dan importancia a la educaci¨®n. "Casi todos llevan a sus hijos a colegios privados", apunta el c¨®nsul.

Ling Ling, de 27 a?os, se mueve en c¨ªrculos de estudiantes, con amigos de la Embajada. Es un perfil at¨ªpico en Espa?a: estudi¨® filolog¨ªa hisp¨¢nica; su padre es propietario de una f¨¢brica en Tien Jin; su madre, funcionaria. Rostros de la nueva China. A Ling le preocupa encontrar un trabajo en condiciones; eso, y que ya anda en edad casadera: "Mis padres quieren que vuelva". Ella viste con aires europeos, una boina ladeada sobre la melena. Movi¨® la cadera con tres amigas delante de unos 2.000 chinos en la fiesta del a?o nuevo, en febrero. Sonaba Britney Spears. Aun as¨ª ve una barrera cultural con los espa?oles: "Aqu¨ª los j¨®venes son demasiado libres. No piensan mucho o nada en el futuro. En China hay mucha competencia, y eso nos obliga a pensar en el futuro".

A una decena de kil¨®metros de la casa consular de Barcelona, dos ni?os chinos de ocho o nueve a?os jugaban a las cartas un jueves por la ma?ana. Apostaban dinero en el sal¨®n de la vivienda, sobre una mesita. La madre abri¨® la puerta a los dos agentes, porque ¨¦stos han aprendido a decir ?polic¨ªa? en chino. La mujer no hablaba ni palabra de castellano. Le acercaron el tel¨¦fono m¨®vil para que se entendiera con la int¨¦rprete. Cont¨® que hab¨ªan llegado hac¨ªa tres d¨ªas a Barcelona. Sin papeles. Estaban ?de paso?, como dicen todos. Hab¨ªan convertido el sal¨®n en su casa, con ayuda de unas cortinas.

La escena la relataban dos agentes de la Unidad de Cooperaci¨®n (UCO) de la Guardia Urbana de Badalona (Barcelona; 220.000 habitantes). Hab¨ªan dedicado la ma?ana a visitar pisos patera, una realidad extendida en este municipio en el que ?es imposible calcular cu¨¢ntos chinos hay realmente; esa cifra es indeterminada e indeterminable?, seg¨²n Ferran Falc¨®, el teniente de alcalde. El censo dice que all¨ª viven 3.365 chinos, que son el tercer colectivo de inmigrantes. Al contrario que otras comunidades, los chinos no suelen acudir nada m¨¢s llegar al padr¨®n municipal: s¨®lo se han censado 96.000 en toda Espa?a, seg¨²n el Instituto Nacional de Estad¨ªstica (dato de 2007), cuando hay 30.000 chinos m¨¢s en posesi¨®n de un permiso de residencia.

La UCO de Badalona se ha convertido en un referente en Catalu?a por su acci¨®n directa sobre la inmigraci¨®n. "Estamos a medio camino entre el trabajador social y la polic¨ªa. Vamos a las casas y les decimos que tienen que escolarizar a los ni?os. Que no pueden vivir 17 personas juntas", resum¨ªan los agentes mientras conduc¨ªan hacia un taller textil, el ¨²nico que no cerraron el a?o pasado de los 20 inspeccionados. "El negocio tiene licencia, salida de emergencia, hasta extintores; los trabajadores son legales. Pero el local est¨¢ cerrado a cal y canto. Parece clandestino. Al jefe le gusta echar la reja. Y as¨ª se pasan el d¨ªa los chinos, sin ver un rayo de luz". Llamaron al timbre de un edificio con los muros desconchados. "Varios de ellos ya se habr¨¢n escondido cuando entremos", dijo uno de los agentes. Un minuto despu¨¦s asom¨® una cara de ojos rasgados.

"Los chinos existen, pero no los ves", hab¨ªa avisado el regidor Falc¨®. "Son una comunidad muy herm¨¦tica", hab¨ªa contado a su vez Dionisio Jim¨¦nez, jefe del Grupo VI de la Unidad Central de Redes de Inmigraci¨®n de la Polic¨ªa Nacional, dedicada en exclusiva a los asi¨¢ticos. Quiz¨¢ por eso, los chinos despiertan tanta curiosidad. A los reci¨¦n llegados, a?adi¨® Jim¨¦nez, no se los ve porque apenas pisan la calle. Pagan fortunas por el sue?o espa?ol, 20.000 o 30.000 euros. "La mitad suelen aportarla de antemano, y el resto lo van pagando durante seis o siete a?os, trabajando 14 o 15 horas diarias". El r¨¦gimen es de semiesclavitud, pero la palabra "v¨ªctima" hay que escribirla entre comillas: "Apenas existen denuncias, porque vienen por voluntad propia, y la mayor¨ªa son de la misma zona, de Zhejiang; se conocen. O incluso son familiares de las redes de inmigraci¨®n". Llegan en tren y autob¨²s, en los contenedores de los barcos, o en avi¨®n, con pasaportes falsos. "Luego saldan la deuda en una habitaci¨®n copiando CD y DVD; de alba?il o de chapuzas en alg¨²n local, nunca de cara al p¨²blico, o en talleres clandestinos". Algunas mujeres son obligadas a prostituirse. En 2007, el Grupo VI desarticul¨® tres redes chinas dedicadas a la prostituci¨®n, cuatro dedicadas a favorecer la inmigraci¨®n ilegal y ocho destinadas a la explotaci¨®n laboral; detuvo a 60 responsables; liber¨® a 141 v¨ªctimas.

En el taller textil de Badalona, las v¨ªctimas sonr¨ªen con los mofletes colorados. Hace calor, a pesar de los ventiladores. Cuatro mujeres, tres hombres; todos muy j¨®venes. Ni palabra de castellano. Enseguida muestran su tarjeta de extranjero, el NIE. Son legales. El documento dice que vienen de Wenzhou, en Zhejiang. Con ayuda de un calendario de los Juegos Ol¨ªmpicos de Pek¨ªn 2008 explican que llegaron a Espa?a hace un a?o. El taller consiste en cuatro paredes que dan a la calle, oculta tras el cierre met¨¢lico; unos 40 metros cuadrados. Una mesa en el centro, otras tres contra las paredes. Una balda repleta de rollos de hilo, pedazos de tela apilados. Las m¨¢quinas en fila sobre las mesas dejan intuir el trabajo en cadena: una para los botones, otra para repuntar, otra para los ojales, otra para la etiqueta; 18 en total. Uno de los agentes pregunta:

"?Cu¨¢nto trabajas t¨²?

Cuatro.

?Y ella?

Ocho".

Se refieren al n¨²mero de horas. En la calle, el agente comenta: "Son las ¨²nicas palabras que conocen. ?sas las tienen bien aprendidas". A?ade que todos viven en el edificio, api?ados en la planta de arriba.

Ascensor hasta el und¨¦cimo piso en un bloque de Villaverde Alto (Madrid). Martes, 10.30. El adorno del todo a cien cuelga de una de las puertas. Un coraz¨®n formado por ideogramas chinos pide felicidad para los novios. Papel rojo con ribetes dorados. Rui Ye, de 24 a?os, recibe vestido de boda y en pantuflas. Tiende una mano sin soltar de la otra el mando de la videoconsola. Acento madrile?o. Dice que no sabe con exactitud lo que pone en los carteles colgados por la casa. "Llevo aqu¨ª toda la vida, desde 1989". Se casa hoy con una chica china. Con respeto al ritual budista, pero no inscribir¨¢ el matrimonio en ning¨²n registro. Casi ning¨²n chino lo hace ya. "Despu¨¦s es m¨¢s f¨¢cil divorciarse", suelen decir. En la mesa de centro hay todo tipo de frutas y aperitivos, como carne de ternera seca en un envoltorio sin una palabra en espa?ol. Van llegando los amigos e invitados m¨¢s cercanos. Ofrecen un cigarrillo tras otro, sin¨®nimo de hospitalidad y de conversaci¨®n.

Comienza el peregrinaje. Una limusina marca Hummer de 12 metros con capacidad para 10 personas encabeza la fila de coches. En ella va el novio con amigos y familiares. (El alquiler de un d¨ªa sube de los 1.000 euros). Le siguen Lexus y Porsche todoterreno, BMW, Mercedes, un Mini descapotable. Una decena de veh¨ªculos decorados con lazos y flores cruza Madrid hasta el barrio de Vallecas. Los nativos levantan la vista a su paso.

Primera parada, casa de la novia. Aqu¨ª, las amigas y madrinas intentar¨¢n impedir la entrada a los varones. ?Hay que sacarla de all¨ª. Llev¨¢rsela como sea?, dice uno en el descansillo. Llaman, se abre una rendija. Y los 12 chicos quieren tumbar la puerta. Dentro de la casa, el teatro dura 20 minutos. El novio lleva guardado en el chaqu¨¦ un fajo de sobres rojos. Algunos con 50 euros, otros con 100. Las amigas prueban si se merece a la novia: "?Diez razones por las que te quieres casar con ella? ?Eres capaz de decir ? te quiero? en seis idiomas?". Si el novio no convence, paga con un sobre rojo; si acierta, se acerca al dormitorio donde la novia, Tien Ling Xu, espera vestida de blanco.

La casa, de unos 40 metros cuadrados, acaba a rebosar. Los novios se dejan grabar y retratar sobre la cama, cada uno con un cuenco de sopa de bolas de arroz. Se lo ofrecen a cucharadas en se?al de compromiso. La familia de la novia ofrece a los invitados ojos de drag¨®n, fruta entre la uva y el lichi, y nueces chinas, ahuevadas, de c¨¢scara lisa.

Siguiente parada, el parque del Retiro. Los chinos de Madrid suelen elegir este lugar para retratarse. Rui y Tien Ling posan junto al Paseo de Coches. Despu¨¦s, la foto de familia en la escalinata del Palacio de Cristal. Los cerca de 40 chinos trajeados se citan a las nueve para la cena y la ceremonia en "el mayor restaurante chino de Europa", tal y como se anuncia Shangrila. El local, de 2.222 metros cuadrados y capacidad para 800 comensales, es fruto del poder¨ªo econ¨®mico de los primeros inmigrantes chinos, los ancianos ahora. La familia Chen, que hizo dinero con sus restaurantes Gran Muralla, y los Long, dedicados a la venta al por mayor de bolsos y marroquiner¨ªa, con tiendas por toda Espa?a, se unieron por medio del matrimonio de sus hijos, que son quienes manejan los negocios ahora. Los Long se unieron a su vez a los Liu. Y entre los tres clanes aportaron el capital mayoritario para esta pagoda desmesurada y luminosa situada en un pol¨ªgono industrial de Legan¨¦s, al sur de Madrid.

Lo que hay en la bandeja son unas 30 lenguas de pato, el picoteo. Con 30 mesas, salen 900 patos deslenguados. Los invitados van entrando poco a poco. Cuando por fin est¨¢n todos sentados, la familia pide que abandonen la sala. Jaleo, ruido. Salen y forman en fila para volver a entrar, muy ordenados. Los novios y su familia se sit¨²an a la puerta del comedor, junto a una urna. El c¨¢mara y el fot¨®grafo graban c¨®mo cada uno de los invitados saluda a los miembros de la familia y deposita un sobre en el recipiente. En el sobre va el obsequio a los novios, entre 300 y 400 euros en met¨¢lico. Las cantidades suelen evitar el cuatro, cuya pronunciaci¨®n en chino coincide con la palabra muerte, y la suma depender¨¢ de la proximidad a la familia y del cach¨¦ de la boda. ?sta, indic¨® uno de los asistentes, era de propietarios, no de trabajadores. "Al final, los chinos hacemos negocio hasta en nuestra boda. Siempre hay m¨¢s ingresos que gastos", a?adi¨®.

Mientras desfilan los primeros platos del men¨², un presentador contratado oficia la ceremonia, micr¨®fono en mano, desde el escenario del fondo de la sala. Padre y madre de ambas familias se sientan en los extremos. La novia ahora va vestida de rojo, el color del amor, y, junto a Rui Ye, saluda a las dos familias inclinando el torso. Ofrecen t¨¦ a los padres. Lo beben. Ya pueden llamar pap¨¢ y mam¨¢ a los suegros. No entienden del todo al presentador cuando les pregunta en chino: "?Aceptas a esta mujer como tu esposa?". Son j¨®venes, han ido perdiendo las ra¨ªces; pero aceptan e intercambian una alianza de oro blanco con diamantes, y dan paso a los espect¨¢culos: bailes y canciones tradicionales, un karaoke chill¨®n. En los laterales del comedor hay habitaciones privadas para que no tengan que verse la cara algunas familias enfrentadas.

A las tres de la madrugada apenas quedan invitados. Muchos se marcharon a medianoche. Ten¨ªan que abrir el negocio a primera hora. Uno de los presentes hab¨ªa comentado al principio: "F¨ªjate bien en los chinos cuando se emborrachan. Se les pone la cara colorada como un cangrejo". Al novio, los amigos le han ido alegrando con juegos de preguntas y respuestas. Es la costumbre. Rui Ye se despide con los ojos hinchados y una broma: "?Cu¨¢nto nos vais a pagar por el reportaje?". La mentalidad emprendedora.

La familia Ye ha levantado un imperio de importaci¨®n de cosm¨¦ticos, pero lo primero que hicieron los padres al llegar a Espa?a fue trabajar en un restaurante. Luego montaron su negocio de cocina asi¨¢tica. Lo intentaron con un todo a cien y llegaron a vender g¨¦nero sobre una manta por la calle. Hasta que encontraron el fil¨®n de los productos cosm¨¦ticos. Ming, de 31 a?os, el hermano mediano, se prest¨® a ense?ar una de las naves de la familia, en el pol¨ªgono Cobo Calleja de Fuenlabrada (Madrid). All¨ª hay registradas 374 empresas chinas, la mayor¨ªa de venta al por mayor, como la de los Ye. El de Fuenlabrada es uno de los tres pol¨ªgonos chinos m¨¢s grandes de Europa, junto a uno en los suburbios de Par¨ªs y otro en Roma. Un microcosmos asi¨¢tico en el que uno puede encontrar desde horquillas hasta paneles solares.

La fiebre china de la venta al por mayor empez¨® hacia el a?o 2000, seg¨²n Andr¨¦s de las Alas, responsable de Industria del Ayuntamiento de Fuenlabrada. Los Ye llegaron en 2003. Ming muestra los 925 metros cuadrados de local di¨¢fano, con cientos de productos en los expositores. Pinta¨²?as de marcas desconocidas a precio irrisorio, jabones, perfumes. Bajo uno de los estantes de colonias dice: "Estilo Paco Rabanne". Ming, que trabaja all¨ª 365 d¨ªas al a?o, explica que no compran falsificaciones. "No puedes copiar la marca, pero puedes imitar el olor".

Han ido aprendiendo. "Hace unos a?os se daban bastantes intervenciones policiales por falsificaciones. Ahora, un 90% de la mercanc¨ªa est¨¢ dentro de norma", aseguraba el responsable de Industria de Fuenlabrada. El grupo de polic¨ªa encargado de delitos contra la propiedad intelectual confirmaba el descenso de la pirater¨ªa: "Ya tenemos hasta casos en que los chinos denuncian copias de sus dise?os por parte de compatriotas". Empiezan a tener sus marcas, como Zexy Nice, nombre registrado de lencer¨ªa de bajo coste. Desde Cobo Calleja, la l¨ªnea de ropa interior ha vendido 30 millones de prendas.

Para distinguir una falsificaci¨®n hay que afinar el ojo. En uno de los comercios del pol¨ªgono Badalona Sud, algo menor que el de Fuenlabrada, los agentes de la Guardia Urbana se?alan unas gafas de sol: "?Ves el ¨¢guila dibujada? Es una falsificaci¨®n de Armani". Se dan una vuelta por las naves, de inc¨®gnito, no intervienen. "No nos interesa coger cuatro gafas, sino descubrir cuatro camiones llenos, coger al de arriba". En uno de sus ¨²ltimos golpes con los Mossos d?Esquadra intervinieron prendas falsas de Gucci y Louis Vuitton, y 54.000 pares de calcetines de Tommy Hilfiger que no lo eran, por valor de siete millones de euros.

En Cobo Calleja, Ming fuma en su BMW 330 con asientos de cuero. Conduce hasta el almac¨¦n de ITC, el mayor del pol¨ªgono, de 10.000 metros cuadrados, y muestra, un poco m¨¢s all¨¢, Mercachina y Chinacenter, dos naves inmensas divididas en tiendecitas. Ambas son propiedad de la adinerada familia Long, due?a de 30.000 metros cuadrados en Cobo Calleja. El traspaso de un comercio en uno de sus centros comerciales puede alcanzar los 120.000 euros.

Muchos chinos han hecho dinero. Sus hijos, la generaci¨®n uno, viven mejor que sus padres. Trabajan mucho, pero tambi¨¦n les gusta la juerga. Entre los varones se habla sin tapujos de noches en Ibiza, de borracheras, de prostitutas. Su forma de divertirse es de puertas adentro. Sus lugares de ocio suelen estar divididos en celdas privadas. Organizan fiestas en reservados. En el Qiangui, en Usera, uno de los karaokes m¨¢s conocidos de Madrid, ni siquiera dejan pasar a occidentales. En la puerta, entre una mara?a de caracteres chinos, se lee la palabra 'Party'. Dentro hay una barra en la que se sirven copas y las puertas de acceso a los privados. Es todo lo que se puede ver del local. Enseguida el encargado grita: "?Fuera!". Y fuera se leen dos carteles en espa?ol. Uno dice: "Reservado el derecho de admisi¨®n". El otro: "Prohibido el consumo de drogas".

Hace poco, la polic¨ªa decomis¨® por primera vez estupefacientes elaborados por chinos y destinados a chinos: 36.000 pastillas y tres kilos de una sustancia novedosa, el kin. En realidad era clorhidrato de ketamina (calmante para caballos), que se hierve junto a otros productos qu¨ªmicos hasta conseguir un polvo blanco que se esnifa y hace perder la noci¨®n de uno mismo. "?Los chinos andan como locos con el kin!", comentaba un espa?ol que ha compartido fiestas con ellos. El jefe de la brigada encargada del caso a?adi¨®: "?Y no es esto un s¨ªntoma m¨¢s de que empiezan a integrarse?". Luego se despidi¨® apresurado. Esa noche, dijo, un grupo de empresarios chinos le hab¨ªa invitado a cenar en el mayor restaurante asi¨¢tico de Europa.

Ellos suelen decir que cuesta abrir su puerta. Pero una vez dentro, muestran lugares como Zexy Nice, para¨ªso de la ropa interior de bajo coste.
Ellos suelen decir que cuesta abrir su puerta. Pero una vez dentro, muestran lugares como Zexy Nice, para¨ªso de la ropa interior de bajo coste.JAVIER MOR?N

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Guillermo Abril
Es corresponsal en Pek¨ªn. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante m¨¢s de una d¨¦cada reportajes de gran formato en ¡®El Pa¨ªs Semanal¡¯, lo que le ha llevado a viajar por numerosos pa¨ªses y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ¡®Los irrelevantes¡¯.

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