El arado del cielo
Pueblo e iglesia de Montroig, de Mir¨®, representa su asimilaci¨®n de las vanguardias y el encuentro con sus ra¨ªces
Nacido en 1893 en Barcelona, cuando Mir¨® pinta este cuadro cuenta con 26 a?os y est¨¢ ya a punto de dar su salto a Par¨ªs. Aunque la consolidaci¨®n plena de su personalidad y de su estilo se producir¨¢ en la capital francesa, donde asiste, en un privilegiado primer plano a la gestaci¨®n del surrealismo, es inadecuado considerar que la obra anterior de Mir¨® es inmadura e irrelevante. Uno de los indiscutibles m¨¦ritos de la exposici¨®n, Mir¨®: Tierra, que ahora se exhibe en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, comisariada por Tom¨¢s Llorens, es precisamente reivindicar la importancia de las ra¨ªces f¨ªsicas y antropol¨®gicas de Mir¨®. Hijo de un menestral barcelon¨¦s, que trat¨® infructuosamente de orientar los pasos de su v¨¢stago por derroteros comerciales, el joven Mir¨®, tras unas primeras tentativas frustrantes en la Escuela de Artes Industriales y Bellas Artes de La Llotja y un paso m¨¢s fruct¨ªfero por el taller de Francesc Gal¨ª, empez¨® a encontrar su propio camino a partir aproximadamente de 1915. El punto cr¨ªtico de este cambio se produjo en 1911, cuando, pas¨® una larga etapa en la mas¨ªa familiar ubicada en la localidad tarraconense de Montroig, donde no s¨®lo afianz¨® su vocaci¨®n art¨ªstica, sino que descubri¨® la atracci¨®n magn¨¦tica que sent¨ªa por la vida rural.
Una de las aportaciones m¨¢s certeras de Tom¨¢s Llorens en esta exposici¨®n ha consistido no s¨®lo en resaltar la importancia de lo tel¨²rico en la obra mironiana, sino confrontarlo con la versi¨®n cr¨ªtica del formalismo americano, que hab¨ªa establecido que el punto culminante de irradiaci¨®n innovadora del artista catal¨¢n se produjo con la serie de las Constelaciones, que no en balde hab¨ªan dejado una profunda huella en el naciente expresionismo abstracto.Quien ahora contemple Pueblo e iglesia de Montroig, un paisaje donde el caser¨ªo urbano de esta localidad se ve rodeado por las huertas y jardines que lo circundan y sostienen, podr¨¢ apreciar la asimilaci¨®n por parte de Mir¨® de las modernas lecciones del cromatismo fauvista, con sus violentos contrastes, y del cubismo maduro, con el aplanamiento de la perspectiva, pero, por encima de este inteligente adiestramiento en el desarrollo de las vanguardias, sentir¨¢ la potencia del p¨¢lpito f¨ªsico que demuestra el artista no s¨®lo ante la feracidad de lo org¨¢nico, sino su bullir invisible, formado por una agitaci¨®n de part¨ªculas. Esta capacidad de Mir¨® para lograr que nos apercibamos no s¨®lo de la compacta contundencia de lo real, sino, a su vez, de su misteriosa fragilidad y evanescencia, esta visi¨®n verticalizada de todos los niveles de la vida org¨¢nica, le convierten, en efecto, en un surrealista antes de la invenci¨®n del surrealismo. No cabe duda, por otra parte, que el terreno estaba abonado para ello en la tradici¨®n cultural y art¨ªstica del litoral mediterr¨¢neo, as¨ª como l¨®gicamente, la impronta de Mir¨® dej¨® consecuencias posteriores, visibles, entre otros, en artistas catalanes desde T¨¤pies al mismo Barcel¨®. No obstante, el acierto de Llorens en esta exposici¨®n al enraizar a Mir¨® frente a sus deslocalizaciones se pierde, a mi modo de ver, un tanto, en la segunda parte, cuando su localizaci¨®n se hace excesiva, quiz¨¢s porque, quien ara la tierra, tambi¨¦n, por fuerza, ara el cielo, y quien tiene ra¨ªces es quien m¨¢s universalmente se extiende.
Mir¨®: Tierra. Museo Thyssen-Bornemisza. Paseo del Prado, 8. Madrid. Hasta el 14 de septiembre.
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