Exc¨¦ntrico Kitano, insufrible Kiarostami
Por un momento cre¨ª haberme equivocado de sala al constatar que s¨®lo hab¨ªa media entrada para ver Shirin, la ¨²ltima pel¨ªcula experimento o lo que diablos pretenda ser que ha dirigido el venerado Abbas Kiarostami, el artista iran¨ª por cuya presencia suspiran ancestralmente los organizadores y el p¨²blico de los festivales de cine. No pod¨ªa comprender las razones de esa tr¨¢gica deserci¨®n, que los siempre fascinados feligreses le hubieran dado tan despectivamente la espalda a su dios, que las fidelidades eternas acaben siendo tan vulnerables a la traici¨®n. Pero lo m¨¢s doloroso estaba por llegar. Fue el incesante desfile de gente abandonando el cine en medio de la proyecci¨®n.
?A qu¨¦ se debe la irreverencia de los eternos ac¨®litos ante su sagrado gur¨², hacia el autor de tanta propuesta radical en su cine como aseguran los cursis de vanguardia? Lo ignoro. S¨®lo puedo hablar de mi propia experiencia con un autor que casi siempre me ha aburrido mortalmente. Y la que atravieso con Shirin es heavy. Durante 92 minutos nos muestra en primer plano el rostro de variadas mujeres que est¨¢n viendo una pel¨ªcula o una obra de teatro, ya que los espectadores estamos todo el rato fuera de campo. Y estas mujeres muestran expectaci¨®n, tensi¨®n, alegr¨ªa, l¨¢grimas. No ocurre nada m¨¢s. Confieso que me dan igual sus estados de ¨¢nimo ante lo que est¨¢n viendo y oyendo. Para colmo de desventuras, el subtitulado desaparec¨ªa a veces, con lo que tampoco nos enter¨¢bamos de lo que les provocaba tanta emoci¨®n a las damas, ya que en la Mostra deben de ser muy pocos los que hablan el idioma farsi. No me pregunten por el final. Yo tambi¨¦n me largu¨¦ a la mitad de este pretencioso e insoportable experimento. La vida es muy corta para desperdiciarla con tonter¨ªas disfrazadas de arte.
El japon¨¦s logra que sientas comprensi¨®n y ternura por alguien suicida que siempre supo qu¨¦ hacer
Hace 12 a?os descubr¨ª en el Festival de Venecia Hana-bi, una pel¨ªcula perturbadora, violenta y l¨ªrica que firmaba un director japon¨¦s, Takeshi Kitano, pero desde entonces no he vuelto a recibir demasiadas alegr¨ªas de este se?or en sus comedias, sus dramas y sus incursiones en el cine negro, aunque sus criaturas acostumbran a ser bautizadas ritualmente y con generalizado inter¨¦s en los m¨¢s prestigiosos festivales. Akires to kame tampoco me sirve para reconciliarme con autor tan distinguido pero es m¨¢s digerible.
Kitano describe la enfermiza obsesi¨®n de un cr¨ªo por pintar lo que le rodea, alguien cuya ¨²nica forma de comunicaci¨®n con el universo es a trav¨¦s del lienzo. Kitano ir¨¢ siguiendo hasta la vejez de este hombre la implacable determinaci¨®n de un ser humano para dedicarse ¨²nicamente a su eterno deseo. Sin ¨¦xito profesional y sin que le importe demasiado, con la convicci¨®n de que su misi¨®n es inviolable, sobreviviendo a duras penas, llegando al surrealista extremo de pedirle dinero para comprar material a una hija que trabaja de puta porque los ingresos paternos siempre han sido inexistentes. Kitano logra que sientas comprensi¨®n y ternura por este alien¨ªgena, por alguien suicida que siempre tuvo pavorosamente claro lo que quer¨ªa hacer.
El director alem¨¢n Christian Petzold, autor de Jeric¨®, no cita en ning¨²n momento al escritor James Cain, pero resulta transparente que la inspiraci¨®n de su historia se la debe a El cartero siempre llama dos veces, a la eterna cr¨®nica de los amantes que planean el asesinato del rico marido de ella para ser felices. Lo narra con tono plano, sin lograr que sintamos empat¨ªa ni piedad por los atormentados personajes, algo que s¨ª consegu¨ªa Billy Wilder en esa obra maestra titulada Perdici¨®n y Bob Rafelson en su volc¨¢nica adaptaci¨®n de la novela de Cain.
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