Yo-Yo
?Por qu¨¦ yo? Es tan sencillo que casi da pudor explicarlo. Si lo importante fuera tan importante, lo esencial no existir¨ªa. Y todo esto en el centenario de Pavese. He o¨ªdo hablar de autoficci¨®n y no salgo de mi peque?o y humilde asombro. Caben mil ejemplos para demostrar, de una vez por todas, que no hay m¨¢s literatura que la que se adentra en el territorio de lo ajeno y lo propio, desde lo propio. Pero es mejor no citar a nadie. La prueba m¨¢s sensata de que el yo ocupa todo lo literario es caminar solo. El narrador puede multiplicarse, esconderse, volar muy por encima o zambullirse muy abajo y hasta ignorar lo narrado, pero no hay m¨¢s voz que la voz y todo se ordena seg¨²n qui¨¦n.
En un verso termina la lluvia y empieza el verano, pero no existe otra cosa que el sujeto que delimita dichas fronteras. Nada se puede cruzar sin ser cruzado. Las estrellas no est¨¢n lejos, est¨¢n donde est¨¢n, toda escritura es un sencillo y suicida punto de vista. A veces se escoge una tribu para acorralar a un hombre y a veces se escoge a un hombre para acorralar a una tribu y a veces se elige a un monstruo muy parecido a uno mismo para tratar de entender el uno y el dos y el tres y el resto de los n¨²meros imposibles.
Los cuentos no se cuentan solos. No hay m¨¢s ficci¨®n que la propia.
Hace no mucho, en un congreso de escritores, conoc¨ª a un anciano narrador de Kenia que comenzaba su mejor historia con esta frase: "El le¨®n sab¨ªa que los corderos se escond¨ªan?".
Muy bonito, pero falso.
El le¨®n no sab¨ªa nada, lo sab¨ªa el cuento.
El escritor es el le¨®n y el cordero y tambi¨¦n Alicia y Orlando y Lolita.
El escritor es un imb¨¦cil que se cree Dios, y Dios es un imb¨¦cil muy parecido.
A menudo alguien pregunta si no da cierta verg¨¹enza hablar de la propia vida, sin darse cuenta de que hay que tenerle un respeto mayor a las criaturas inventadas, porque s¨®lo ¨¦sas son del todo inocentes.
El animal que se reconoce es un animal enfermo, el resto de los animales est¨¢n a otras cosas.
Yo m¨¢s Yo somos todos, y ¨¦ste no es m¨¢s que un trabajo como cualquier otro. El fontanero no es el due?o del agua, el que porta la antorcha no es la luz.
De los dem¨¢s conocemos la sombra, de nosotros el reflejo, y eso es no saber nada y seguir preguntando, es decir, seguir escribiendo. M¨¢s all¨¢ de la mirada, el mundo se esfuma, y si las manos de lo que quisimos ya no est¨¢n, ?qu¨¦ nos queda?
S¨®lo lo nuestro. El d¨ªa en el que por fin aprendimos a atarnos los zapatos, la primera noche en la que el miedo no nos venc¨ªa del todo. El Yo-Yo de la infancia, y la certeza de que Pavese no ha muerto para nada.
El dinero que podemos sacar del banco lleva escrito nuestro nombre. El resto del dinero no existe. Basta con marcar al azar un c¨®digo secreto que en realidad ignoramos para comprobar que m¨¢s all¨¢ de lo propio no hay nada. O
Ray Loriga (Madrid, 1967) publicar¨¢ en octubre la novela Ya s¨®lo habla de amor (Alfaguara).
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