Muertos y requetemuertos
Tengo amigos escritores que piensan en la posteridad. Son tipos inteligentes, encantadores y ni siquiera exageradamente narcisistas, pero padecen la peque?a vanidad de creer que su obra perdurar¨¢, y algunos hasta intentan prepararse para ello, ordenando manuscritos y archivando sus notas. Es una ambici¨®n pueril que, curiosamente, s¨®lo he encontrado en hombres: por ahora no me he topado con escritoras que la compartan (aunque alguna habr¨¢). Tal vez las mujeres estemos m¨¢s protegidas gen¨¦ticamente frente al ardiente desconsuelo de la muerte por nuestra capacidad para parir y perpetuarnos.
Y digo que se trata de una ambici¨®n pueril porque no hay m¨¢s que echarle una ojeada a la realidad para darse cuenta de que la posteridad no existe. Es decir, los escritores mueren y, en su casi absoluta totalidad, son borrados del mapa por el barullo y el empuje de los vivos. De cuando en cuando, por pura casualidad, alg¨²n escritor fallecido puede ser rescatado del olvido y ponerse de moda durante cierto tiempo. Pero es un fen¨®meno pasajero, una mera burbuja del mercado literario, y adem¨¢s la posibilidad estad¨ªstica de tener semejante suerte es inferior a la de que te toque el gordo de la loter¨ªa. Autores maravillosos de siglos pasados se han perdido probablemente para siempre, y el proceso de destrucci¨®n de la memoria literaria se va acelerando cada d¨ªa en progresi¨®n geom¨¦trica, porque hay demasiado ruido informativo, porque se editan demasiados libros, porque la vida va demasiado deprisa. Los autores muertos se borran de nuestro recuerdo como dibujos en la arena que las olas deshacen.
Hay tanto dolor en los libros de Highsmith. Un sufrimiento col¨¦rico, una furia tit¨¢nica. Un anhelo de felicidad siempre traicionado
Estoy hablando de una velocidad de desaparici¨®n tan vertiginosa que yo misma ya he sido testigo, en el transcurso de mi propia vida, del deslizamiento hacia la oscuridad de varios autores formidables. Escritores que hace treinta a?os eran famos¨ªsimos, hoy apenas si se reeditan y la gente joven los ignora. Por ejemplo, Roger Martin du Gard, premio Nobel en 1937 y autor de Los Thibault, una obra enorme tanto por su extensi¨®n (ocho vol¨²menes) como por su calidad, y que hoy no se puede encontrar en espa?ol salvo en libros de segunda mano. Como Martin du Gard falleci¨® hace cincuenta a?os, su deriva hacia el olvido empieza a ser total y quiz¨¢ definitiva. Hay otros muertos m¨¢s recientes, buen¨ªsimos escritores de los que todav¨ªa se pueden comprar ediciones de bolsillo, pero que claramente se encaminan pasito a pasito hacia la nada, como Anthony Burgess (1917-1993), autor de La naranja mec¨¢nica y Poderes terrenales, entre muchas otras espl¨¦ndidas novelas, o como una autora que me gusta especialmente y que estuvo muy de moda en este pa¨ªs, pero sobre la que hoy se va acumulando el polvo de los a?os: Patricia Highsmith (1921-1995), una de las mayores domadoras de demonios que ha dado la literatura contempor¨¢nea.
Les voy a hacer una propuesta irresistible: relean a Highsmith, o l¨¦anla de nuevo, si no la conocen. No es f¨¢cil encontrar todos sus t¨ªtulos; acaban de sacar un bolsillo de El amigo americano, una de las cinco novelas de la serie de Ripley, y para m¨ª la peor. Mejor empezar por El talento de Mr. Ripley, por ejemplo. Yo he rele¨ªdo a Highsmith este verano y he vuelto a disfrutar y a temblar, he vuelto a intoxicarme con el veneno de su literatura. S¨®lo una vez en mi vida he tenido que suspender la lectura de una novela, en mitad de la noche, por no poder soportar la angustia que me causaba, y eso sucedi¨® con Mar de fondo, probablemente la obra que m¨¢s me gusta de esta escritora. Y no es que me asustara su trama de cr¨ªmenes en la soledad de la madrugada, sino que me sobrecogi¨® la empat¨ªa que sent¨ª con el asesino, la fisura de locura y maldad que la novela abri¨® como con un berbiqu¨ª en mi cabeza. Necesit¨¦ tomar distancia y terminar el libro a la luz del d¨ªa para poder escapar de ese baile de demonios interiores, de ese v¨¦rtigo tan humano, tan oscuro e hipn¨®tico.
Hay tanto dolor en los libros de Highsmith. Un sufrimiento col¨¦rico, una furia tit¨¢nica. Una desesperada necesidad de cari?o. Un anhelo de felicidad siempre traicionado. En sus libros, el amor se confunde fatalmente con el odio y conduce al abismo. Como en Mar de fondo. Vic, el protagonista, ama a Melinda, su mujer, pese a que ella es fr¨ªvola, inmadura, vanidosa y ego¨ªsta. Y a Melinda, intuimos, le desespera la pasividad de Vic, su mediocridad, su falta de hombr¨ªa. Para intentar que su marido reaccione, para vengarse en ¨¦l de una vida que ella ve como un fracaso, Melinda empieza a tener un amante tras otro y a traerlos abiertamente a casa. Al comienzo de la novela, Vic encuentra una vez m¨¢s a Melinda con un tipo. Es de madrugada, y la mujer y el amante est¨¢n en la sala, muy borrachos ya, bebiendo bourbon. Vic, que ha optado por la impasibilidad frente a la ignominia, conversa amablemente con ellos, una actitud que saca de quicio a su mujer, y se ofrece a prepararles el desayuno, cosa que ella rechaza furiosamente. Sin embargo, Vic va a la cocina, hace unos huevos revueltos de la manera que ¨¦l sabe (son tantos a?os ya) que a ella le gustan, y regresa a la sala con el plato. El amante, mister Gosden, se ha dormido. Su esposa vuelve a negarse a desayunar, pero Vic se sienta en el sof¨¢ detr¨¢s de ella y le va dando la comida a pedacitos: "Cada vez que le acercaba el tenedor, Melinda abr¨ªa obedientemente la boca. No dejaba de mirarle fijamente ni un solo instante, con la mirada de una fiera que conf¨ªa en el hombre que le da de comer s¨®lo si no sobrepasa la distancia de un brazo (...) La cabeza rubia rojiza de mister Gosden se apoyaba ahora en su regazo. Roncaba de una forma antiest¨¦tica, con la boca abierta. Melinda rechaz¨® el ¨²ltimo pedazo, como Vic hab¨ªa supuesto.
-Venga, ya es el ¨²ltimo -dijo Vic.
Y ella se lo comi¨®".
Es un pasaje magistral: no es posible expresar m¨¢s desolaci¨®n y m¨¢s horror con menos recursos. Ah¨ª est¨¢ todo: la indignidad, la debilidad por la que uno se odia, la ternura traicionada, la desesperaci¨®n ante un amor que se so?¨® distinto y que quiz¨¢ alguna vez lo fue, la derrota colosal de la existencia. No podemos dejar que Patricia Highsmith desaparezca en el limbo de los escritores muertos y requetemuertos: necesitamos que su poderoso susurro narrativo siga habl¨¢ndonos de los precipicios de la vida. -
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