Mala lidia
Hace un mes escaso se ha abierto en la Tate una complet¨ªsima muestra de Francis Bacon en la cual es posible contemplar algunas de las piezas m¨¢s paradigm¨¢ticas de su producci¨®n. Frente a los cuadros queda claro que no le interesa contar historias, sino crear sensaciones. Y las crea. Entre sus tr¨ªpticos deslumbrantes y sus solteros puestos al desnudo por el pintor, a punto de entrar a la ducha, hay un v¨¦rtigo raro que atrapa -tan Bacon- y que la exposici¨®n londinense no escatima.
Es una pena que no me guste nada Bacon. De verdad, una pena. Con Bacon me pasa un poco lo que con Lucien Freud: me aturullan entre unas realidades que se desparraman sin remedio. Falta el aire. Me pasa m¨¢s con Freud que con Bacon. Mucho m¨¢s, claro. De Bacon me intriga por lo menos el abismo: te?irse el pelo de bet¨²n para no hacerse viejo, rastro triste sobre una almohada desconocida entre las madrugadas ajadas. Pero no me mires as¨ª.
No me mires con tus ojos incisivos y apasionados a los que no interesa Marcel Duchamp porque hace trampas, adviertes. No me digas que no he entendido nada y me he dejado llevar por lo superficial. Esta tarde, paseando contigo por las salas londinenses, dar¨ªa todo lo que queda de la semana para que me gustase, o un poco al menos. Dar¨ªa cualquier cosa por compartir contigo eso que no has visto -pues no lo has visto- pero que andas buscando. Me lo has dicho antes frente a cuadros aislados: es que ¨¦ste no es un buen ejemplo. Hoy, delante de tantas pinturas m¨ªticas y juntas, tampoco lo he sentido y se empiezan a gastar las palabras. Me abruma esta opulencia.
Es igual que aquel d¨ªa en la plaza en que llegamos avaros de infinito. El tiempo suspendido no terminaba de concretarse y nos d¨¢bamos de bruces con el exceso y el desorden. "Es que la lidia hoy no ha sido buena". Cuando la lidia es buena el tiempo se queda suspendido, dicen. Nadie sabe explicarlo: ocurre.
Escucho y, no s¨¦ bien por qu¨¦, me viene a la memoria esa escena en El s¨¦ptimo sello de Bergman en que el caballero juega una partida de ajedrez con la muerte. El tiempo suspendido debe ser el instante ¨²nico en el cual muerte y vida se encuentran frente a frente sin plantear batalla abierta, indiferentes, pensando sus jugadas. Es un hueco poderoso, aliento quebrado, vuelco intenso, nosotros en el infinito. No habita ning¨²n lugar preciso y no paramos de buscarlo, tenaces, resueltos, en cualquier parte, abrumadora carrera de obst¨¢culos sin meta precisa. Lo buscamos en el sexo an¨®nimo y en el amor cort¨¦s; en el borde del vaso de tequila; por pura inercia, hasta en el primer caf¨¦ de la ma?ana.
Lo buscaban los amantes de Bacon, paseando por la muestra, entre los trazos atormentados y las pasiones sin nombre, en los descuartizamientos apresurados y fogosos, irresistiblemente barriobajeros. No terminaban de encontrarlo: sus rostros desvelaban la impaciencia porque se manifestara y la decepci¨®n profunda de quien intuye que la eternidad es una ficci¨®n.
Y es que el tiempo suspendido, caprichoso como sus protagonistas, vida y muerte, no suele visitar a quien lo espera; ni a quien lo persigue ansioso; no habita la pasi¨®n, sino el desapego. Dir¨¢n que aquella tarde ocurri¨®, que estuvo: ser¨¢ la necesidad de sus imaginaciones. El tiempo suspendido habita, si acaso, el intervalo demorado entre jugadas de ajedrez -qui¨¦n lo hubiera dicho al contemplar al soltero Marcel ante Eva Babitz en la foto m¨ªtica del 63, la novia de nuevo desvestida y el soltero m¨¢s vestido que nunca-. Ya ves, ¨¦sa es la diferencia entre nosotros: a m¨ª no me gusta Bacon y esta tarde he decidido acompa?arte. T¨² sigues dici¨¦ndome que Duchamp es un tramposo.
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