Una mujer con un cuchillo en el cuello
Un d¨ªa en uno de los 10 juzgadosde violencia machista de la capital
![Ana Alfageme](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F9c68d2e5-1703-474b-a134-16b23abefee5.jpg?auth=5f59648e4b2b6fc4f430669d3b4c434e33164fb087b858e8b27e95e7f8671c6b&width=100&height=100&smart=true)
La fiscal mir¨® a la mujer menuda, sentada en la primera fila de la sala de vistas del juzgado. Los pies muy juntos, dentro de unas zapatillas deportivas. Las manos abrazando el bolso.
-?Qu¨¦ le dec¨ªa cuando le puso el cuchillo en el cuello?
-Que me pod¨ªa matar si me ve¨ªa con alguien.
-?Y qu¨¦ hizo?
-Le dije, tranquilo Willy, vamos a hablar.
El cabello lustroso de Carmen, que tendr¨¢ 30 a?os, esconde un gran moret¨®n junto al ojo. El d¨ªa anterior denunci¨® a William, su ex marido. Hoy no quiere que la juez le imponga una orden de alejamiento.
-Me ha pedido perd¨®n delante de mi hijo de ocho a?os. No lo hab¨ªa hecho nunca. Le creo.
Al otro lado de las cristaleras de la peque?a sala del edificio de los juzgados de la plaza de Castilla, el sol rebasa las nubes de una ma?ana de oto?o. Carmen, con el recuerdo de un cuchillo de cocina en el cuello, no se llama as¨ª, y es tambi¨¦n un nombre en una carpeta naranja. Uno de los 2.000 casos que ve cada a?o uno de los 10 juzgados de Violencia contra la Mujer de Madrid capital, en el que ha estado este peri¨®dico durante una ma?ana: una oficina con cuatro despachos (juez, asistente social, forense, secretario) y 12 funcionarios divididos entre el papel, el ordenador y la sala de vistas.
"Yo no digo que la vaya a matar, pero quebranta la orden seguro", dice la fiscal
Al frente, una juez que se present¨® voluntaria, y que arrastra un peque?o ordenador en el que se lleva el papeleo a casa. "Me gusta la justicia en directo. Ver a la v¨ªctima y poder aplicar la ley". Con mucha rapidez, con un poquito de intuici¨®n, dice. Casi nunca hay testigos.
En una ma?ana, firmar¨¢ decenas de escritos, teclear¨¢ en su computadora sin descanso y tomar¨¢ seis declaraciones a v¨ªctimas y acusados. Lo peor es la cantidad de trabajo, dice.
Tambi¨¦n los fiscales se quejan: el superior de Madrid, Manuel Moix, advirti¨® hace d¨ªas de que los casos de violencia machista desbordan absolutamente al ministerio p¨²blico. Eduardo Esteban, el responsable de los de la plaza de Castilla, aspira a que haya al menos dos o tres fiscales m¨¢s de los 18 de ahora. "Si cada juez tiene a 10 personas que le ayudan, para 18 fiscales hay 11 auxiliares, porque el trabajo lo tiene que hacer ¨¦l mismo".
El procedimiento de Carmen se abri¨® ayer por la tarde, y cuando la mujer abandone el edificio, su caso habr¨¢ engordado en casi medio centenar de folios: la denuncia ante la polic¨ªa, el interrogatorio, la valoraci¨®n del riesgo que sufre -en este caso, los agentes le han dado un alarmante pron¨®stico: riesgo extremo-, su declaraci¨®n, la de su ex marido... ?l, al contrario que ella, declara de pie. "Es una peque?a licencia que tenemos para las v¨ªctimas, que hablen sentadas, para que se relajen", dice la juez.
William, que entra con su anorak cuando la mujer ya ha abandonado la sala, parece envalentonado.
-Es que no me gusta que deje a mi hijo con otra gente cuando va a trabajar. Eso fue lo que le dije.
-?No la amenaz¨® con un cuchillo?
-No.
-Pero s¨ª la insult¨®.
-Bueno, la llam¨¦ hija de puta. No entend¨ªa que si hab¨ªamos estado juntos unos d¨ªas antes, no quisiera volver conmigo.
Carmen no hab¨ªa denunciado. El pasado verano fue a urgencias con la mano rota. El m¨¦dico lo comunic¨® al juez, pensando que hab¨ªa algo raro. Saca un papel doblado.
-Yo no le denunci¨¦. Me llamaron.
Entonces tambi¨¦n ¨¦l se disculp¨®. Ella le crey¨®. Volvi¨® a pegarla. Carmen dice que ahora es distinto. Da escalofr¨ªos pensar en el valor que tuvo ella frente al cuchillo. Pero ahora est¨¢ ah¨ª, arrepinti¨¦ndose. "Las mujeres son mujeres. No son hero¨ªnas", responde la juez cuando sus funcionarios se quejan de que hay v¨ªctimas que dan marcha atr¨¢s.
Hablan los abogados, la fiscal. La juez decide: William no podr¨¢ acercarse a menos de 500 metros de la casa de Carmen. Cuando la vista se acaba, alguien comenta: "Estaban juntos en el pasillo". "Y se fueron juntos a tomar un caf¨¦". La fiscal, con gesto de frustraci¨®n, dice: "?ste quebranta seguro. Yo no digo que la vaya a matar, pero quebranta seguro".
El caso lo ver¨¢ otro juzgado para el juicio r¨¢pido. Y si el agresor no est¨¢ de acuerdo con la pena impuesta, recurrir¨¢ y se ver¨¢ en otro. Esto no ocurrir¨¢, dice la juez, cuando empiecen las guardias, previstas para enero. Algo que tambi¨¦n contempla Esteban. Cada juzgado tendr¨¢ una guardia de nueve de la ma?ana a nueve de la noche. As¨ª, en caso de que entre un caso como el de Carmen, se podr¨¢ instruir ¨ªntegramente en ¨¦l. Lo explica la magistrada: "Ahora nosotros tomamos declaraci¨®n para la orden de protecci¨®n, y es en realidad un juicio r¨¢pido, y luego hay que repetirlo". La conversaci¨®n se interrumpe cuando un funcionario entra como una exhalaci¨®n con oficios para firmar. La escena se repite en el despacho de la secretaria. Una firma, dos, tres. Hasta perder la cuenta.
M¨¢s informaci¨®n en p¨¢ginas 34 y 38
![Funcionarias trabajando en un Juzgado de Violencia contra la Mujer de Madrid.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/4QY4IST5R46FSXRGEXO5URF7V4.jpg?auth=16ff5da3b563edd508e5050d86cef16e95b5981748874e57c98288d445e0d1e1&width=414)
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