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Reportaje:EL ENIGMA DEL ?NTRAX

?Asesino o cabeza de turco?

Un cient¨ªfico muri¨® en 2008 en un presunto suicidio, tras ser acusado por los ataques con ¨¢ntrax en Estados Unidos. Ahora, una investigaci¨®n de 'The New York Times' duda del trabajo del FBI en el caso

En el laboratorio del Ej¨¦rcito en Fort Detrick, el cerebro del Gobierno para la defensa biol¨®gica, Bruce Edwards Ivins, se par¨® un instante para inmortalizar su momento como centro de todas las miradas cuando el p¨¢nico por ataque con ¨¢ntrax de 2001 alcanz¨® su punto ¨¢lgido. Ivins titul¨® su correo electr¨®nico: "En el laboratorio". Y adjunt¨® fotograf¨ªas: el demacrado microbi¨®logo mirando placas de Petri con ¨¢ntrax y colonias de esta bacteria mort¨ªfera, comas blancas sobre un nutriente rojo sangre. Fuera del laboratorio, esa ma?ana del 14 de noviembre de 2001, cinco personas estaban muertas o moribundas, una docena estaban enfermas y cientos de personas aterradas inundaban las urgencias de los hospitales. El servicio de correos estaba paralizado; los senadores y los jueces del Tribunal Supremo hab¨ªan abandonado sus contaminados despachos, y el FBI estaba luchando contra un microbio como arma homicida y se enfrentaba a un escenario criminal que se extend¨ªa desde Nueva York hasta Florida.

Si el FBI se ha equivocado significar¨¢ que un hombre atormentado ha sido acosado hasta la muerte
El Ej¨¦rcito descubri¨® que el cient¨ªfico hab¨ªa sacado esporas de ¨¢ntrax fuera del laboratorio
Con el registro de su casa, el 1 de noviembre de 2007, la vida de Bruce Ivins empez¨® a venirse abajo
Pas¨® una larga temporada internado por su dependencia alcoh¨®lica. Al volver a casa, el FBI le esperaba

Pero Ivins estaba muy animado: un cient¨ªfico an¨®nimo que por fin estaba en el centro de los grandes acontecimientos. "Hola a todos", empezaba su mensaje de correo electr¨®nico. "Hoy hemos estado sacando unas fotos de cultivos de agar sangre de la ahora infame cepa de bacillus anthracis. Aqu¨ª van unas cuantas". Envi¨® el correo a aquellos que estaban acostumbrados a recibir sus chistes cutres y sus adustos comentarios sobre noticias: a su mujer y sus dos hijos adolescentes, ex compa?eros de trabajo y antiguos compa?eros del instituto. Incluso incluy¨® a un agente del FBI que estaba trabajando en el caso. Ivins, que hab¨ªa ayudado a desarrollar una vacuna contra el ¨¢ntrax para proteger a las tropas estadounidenses, se hab¨ªa pasado toda su vida profesional esperando un ataque biol¨®gico. De pronto, a la edad de 55 a?os, estaba asesorando al FBI y obsequiando a sus amigos con descripciones terror¨ªficas del polvo mort¨ªfero; sus conocimientos t¨¦cnicos estaban muy solicitados.

No obstante, una de las personas que recibieron el mensaje, una antigua compa?era de la escuela de posgrado, mir¨® la foto de Ivins y sac¨® una conclusi¨®n espeluznante: "Le¨ª el correo y me dije: 'Ha sido ¨¦l", aseguraba recientemente la cient¨ªfica Nancy Haigwood en una entrevista.

Despu¨¦s de aproximadamente siete a?os y muchos millones de d¨®lares, tras una investigaci¨®n en la que se emplearon los ¨²ltimos adelantos de la ciencia y se cometieron meteduras de pata muy caras, el FBI concluy¨® que Haigwood ten¨ªa raz¨®n: el asesino del ¨¢ntrax hab¨ªa estado todo el tiempo en el bando de los investigadores.

Los fiscales afirmaron que cre¨ªan tener las pruebas necesarias para demostrar que Ivins hab¨ªa llevado a cabo los atentados en solitario, pero sus afirmaciones se toparon de inmediato con el escepticismo de algunos cient¨ªficos, legisladores y compa?eros de trabajo de Ivins. Con el FBI a punto de cerrar el caso, The New York Times ha sometido la investigaci¨®n al an¨¢lisis m¨¢s minucioso hasta la fecha; ha hablado con docenas de compa?eros de trabajo y amigos de Ivins, le¨ªdo cientos de sus correos electr¨®nicos, entrevistado a ex investigadores del FBI y a expertos en ¨¢ntrax, revisado registros de tribunales, y ha accedido, por primera vez, a los registros policiales sobre su suicidio el pasado mes de julio, incluida una larga entrevista grabada con su mujer. Dicho an¨¢lisis revel¨® que, a menos que salgan a la luz nuevas pruebas, la cuantiosa inversi¨®n p¨²blica en el caso no ha arrojado nada m¨¢s convincente que una fuerte presunci¨®n, basada en una serie de circunstancias condenatorias, de que Ivins fue el autor del crimen. Al centrarse durante a?os en el hombre equivocado, el FBI perdi¨® de vista pistas m¨¢s que suficientes sobre el hecho de que Ivins merec¨ªa un an¨¢lisis m¨¢s a fondo.

Hasta que, cerca de cinco a?os despu¨¦s de los ataques, el FBI cambi¨® al responsable de la investigaci¨®n, no analizaron de una forma exhaustiva las actividades de Ivins. Este retraso -y su muerte por suicidio- puede que impidan para siempre que se llegue a un resultado m¨¢s concluyente. Brad Garrett, un respetado ex agente del FBI que particip¨® al principio en el caso antes de jubilarse, afirm¨® que la l¨®gica y las pruebas se?alan a Ivins como la persona con m¨¢s probabilidades de ser el autor del crimen. "?Demuestra esto de manera concluyente que lo hizo? No", sostuvo Garrett. "Sin una confesi¨®n y sin un juicio", explic¨®, "nos vamos a quedar sin llegar hasta la cima de la monta?a".

El an¨¢lisis de The New York Times revela que el FBI discrepaba de la afirmaci¨®n, extendida entre los cient¨ªficos que consideran que Ivins era inocente, de que el ¨¢ntrax podr¨ªa haber tenido su origen en los programas de investigaci¨®n militar y de espionaje en Utah y Ohio. En 2004, unas pruebas cient¨ªficas secretas concluyeron que el ¨¢ntrax enviado por correo hab¨ªa sido cultivado en alg¨²n lugar cerca de Fort Detrick. Y los especialistas en ¨¢ntrax que no hab¨ªan expresado su opini¨®n con anterioridad aseguraron que, al contrario de lo que afirmaban algunos esc¨¦pticos, Ivins contaba con el equipo y los conocimientos t¨¦cnicos necesarios para fabricar el polvo en su laboratorio.

Adem¨¢s, unos agentes del FBI han demostrado que Ivins, cat¨®lico, m¨²sico de iglesia y malabarista aficionado a quien sus colegas apreciaban, les hab¨ªa ocultado una oscura faceta de enfermedad mental, alcoholismo, obsesiones secretas y amagos de violencia.

Aun as¨ª, las dudas persisten. El caso ser¨¢ revisado este a?o por la Academia Nacional de Ciencias y por el Congreso. Si el FBI se ha equivocado, significar¨¢ que un hombre atormentado ha sido acosado hasta la muerte y que el autor del crimen del ¨¢ntrax todav¨ªa anda suelto, como creen muchos de los compa?eros de Ivins en Fort Detrick. Cuando cient¨ªficos de su instituto comenzaron su propia investigaci¨®n sobre las acusaciones contra Ivins, oficiales del Ej¨¦rcito visiblemente nerviosos ordenaron que se abandonara la investigaci¨®n. El pasado mes de noviembre, cuatro de los compa?eros m¨¢s pr¨®ximos a Ivins escribieron una elogiosa necrol¨®gica sobre su "valioso colaborador" en la revista Microbe, la principal publicaci¨®n en temas de microbiolog¨ªa de Estados Unidos. En el texto no se menciona la acusaci¨®n de que fuera el responsable de los ataques con ¨¢ntrax, una forma singular de expresar su protesta por las acusaciones formuladas por el FBI contra Ivins.

En los emotivos d¨ªas que siguieron al 11-S, sus amigos no se sorprendieron cuando Ivins se convirti¨® en voluntario de la Cruz Roja. El 22 de septiembre de 2001 -una fecha que, seg¨²n se supo despu¨¦s, estaba entre los dos env¨ªos por correo de ¨¢ntrax- fue a una clase de la Cruz Roja: introducci¨®n a los servicios frente a cat¨¢strofes. Le gustaba el ambiente, les cont¨® a sus amigos, y tres meses despu¨¦s, cuando la abrumadora carga de trabajo provocada por las cartas con ¨¢ntrax empez¨® a amainar, se apunt¨® a m¨¢s cursos. Tras se?alar que trabajaba en el instituto del Ej¨¦rcito, en el formulario para apuntarse de diciembre de 2001, escribi¨®: "A lo mejor puedo ser de ayuda en caso de una cat¨¢strofe relacionada con agentes biol¨®gicos".

Bruce Ivins era mucho m¨¢s de lo que sus colegas del Ej¨¦rcito se pod¨ªan imaginar, y Haigwood -una de las personas que trabajaron con Ivins- lo sab¨ªa.

En noviembre de 2001, cuando Nancy Haigwood recibi¨® por correo electr¨®nico una fotograf¨ªa de Ivins trabajando con ¨¢ntrax en el laboratorio, se dio cuenta de que no llevaba guantes, una violaci¨®n de la seguridad que, seg¨²n ella, demostraba un desconcertante "orgullo desmedido". Esto acrecent¨® su presentimiento de que fue ¨¦l quien envi¨® las cartas mort¨ªferas. Al ser consciente de que sus sospechas se sal¨ªan de lo com¨²n, se las call¨®. Pero tres meses despu¨¦s, la Sociedad Estadounidense de Microbiolog¨ªa envi¨® a sus 40.000 miembros una petici¨®n del FBI. "Es muy probable que uno de vosotros o m¨¢s de uno conozca a este individuo", dec¨ªa el mensaje. Los agentes del FBI que trabajan con perfiles cre¨ªan que el asesino pod¨ªa haber fabricado el ¨¢ntrax en "horas fuera de trabajo en un laboratorio".

Haigwood llam¨® al FBI y dos agentes fueron a verla. Despu¨¦s de esta visita la llamaron peri¨®dicamente, pero no dieron muestras de que hubieran intentado confirmar sus acusaciones contra Ivins por vandalismo y acoso. Poco despu¨¦s de la llamada de Haigwood, los investigadores ten¨ªan otra raz¨®n para investigar a Ivins. El Ej¨¦rcito descubri¨® que en diciembre de 2001 el cient¨ªfico hab¨ªa sacado muestras de unas esporas de ¨¢ntrax fuera del espacio seguro del laboratorio. Al sospechar que la mesa del despacho de un t¨¦cnico estaba contaminada -declar¨® Ivins posteriormente a un investigador del Ej¨¦rcito-, hab¨ªa hecho pruebas y hab¨ªa encontrado un bacilo, la clase de bacteria en la que se incluye el ¨¢ntrax. Freg¨® la mesa con lej¨ªa, pero no inform¨® del accidente, aunque s¨ª se lo mencion¨® a Anderson, su amigo experto en ¨¦tica, unas semanas m¨¢s tarde. "No ten¨ªa ninguna intenci¨®n de gritar: '?Que viene el lobo!", escribi¨® Ivins a investigadores del Ej¨¦rcito en abril de 2002. "Habr¨ªa inquietado a muchas personas sin un motivo de verdad". No obstante, Ivins escribi¨® que no recordaba si hab¨ªa vuelto a realizar pruebas en busca de ¨¢ntrax en la mesa despu¨¦s de limpiarla, tal y como exige el reglamento.

La conducta de Ivins constitu¨ªa una flagrante violaci¨®n de los est¨¢ndares de seguridad. Las esporas de ¨¢ntrax fuera de las ¨¢reas de contenci¨®n pod¨ªan poner en peligro a cualquier persona que no estuviera vacunada. Cuando se investig¨® debidamente el accidente, se encontraron tres cepas de ¨¢ntrax fuera del laboratorio, incluida la cepa Ames en la mesa de Ivins. Adem¨¢s, el FBI contaba tambi¨¦n por entonces con informes detallados que mostraban cu¨¢ndo entraban y sal¨ªan los cient¨ªficos de los laboratorios seguros. Los documentos revelaban que Ivins hab¨ªa estado trabajando hasta m¨¢s tarde de lo normal en su laboratorio varias noches antes de cada uno de los env¨ªos de cartas con ¨¢ntrax, una conducta que se sal¨ªa de la rutina, incluso en un instituto en el que trabajar por la noche era habitual. Aun as¨ª, ni el accidente ni las horas extra por la noche levantaron las sospechas de los que investigaban el caso del ¨¢ntrax. Estaban muy centrados en otro sospechoso.

Pero el ¨¢ntrax era el n¨²cleo de la vida laboral de Ivins. "Estaba a cargo de la fabricaci¨®n de grandes cantidades de esporas h¨²medas para investigaci¨®n", explic¨® John W. Ezzell, un compa?ero de Fort Detrick cuyos conocimientos t¨¦cnicos sobre el ¨¢ntrax estaban a la par con los de Ivins. "As¨ª que si hay alguien que pudiera haber fabricado muchas esporas sin levantar sospechas es ¨¦l". Aunque durante a?os se prolong¨® un debate p¨²blico sobre si el ¨¢ntrax enviado por correo hab¨ªa sido "convertido en un arma" con complejos aditivos qu¨ªmicos, el FBI no tard¨® en concluir que no hab¨ªa sido as¨ª. Ezzell estaba de acuerdo, al igual que Jeff Mohr, experto en ¨¢ntrax y otros pat¨®genos en el campo de pruebas Dugway del Ej¨¦rcito en Utah. Sin pronunciarse en torno a la culpabilidad o la inocencia de Ivins, tanto Ezzell como Mohr consideraron que cualquier microbi¨®logo experimentado podr¨ªa haber cultivado y secado el ¨¢ntrax utilizando los equipos que Ivins ten¨ªa en su laboratorio. El paso m¨¢s complicado, explicaron, era fabricar ¨¢ntrax con la elevada concentraci¨®n de esporas por gramo que hab¨ªa en las cartas, una habilidad que Ivins hab¨ªa llegado a dominar.

Pero incluso si Ivins pudo haber fabricado el ¨¢ntrax, ?lo hizo? "A muchos de nosotros nos ha costado aceptarlo", asegur¨® Ezzell. "Era un amigo fiel, un trabajador diligente". Los agentes del FBI pensaban que estaban elaborando una acusaci¨®n factible contra Ivins, pero segu¨ªa habiendo enormes lagunas. No hab¨ªa ninguna prueba que lo situara en Princeton, Nueva Jersey, desde donde se enviaron las cartas. No hab¨ªa ning¨²n recibo que demostrara que hab¨ªa comprado los sobres en los que se enviaron. Ninguna c¨¢mara de seguridad lo hab¨ªa pillado fotocopiando las notas que acompa?aban el ¨¢ntrax. Y en sus correos electr¨®nicos y conversaciones con confidentes, los agentes tampoco pudieron encontrar ni un atisbo de confesi¨®n. Un compa?ero que conoc¨ªa bien a Ivins les dijo: "Si Bruce hubiera hecho esto, nunca habr¨ªa sido capaz de no decir nada al respecto". Aun as¨ª, los agentes sab¨ªan que llevaba una vida con muchos recovecos. Se iba de vacaciones con su hermano, Charles, todos los a?os, pero Charles no ten¨ªa ni idea de que Bruce hubiera tenido un problema con la bebida por el que hab¨ªa recibido tratamiento en una cl¨ªnica y en Alcoh¨®licos An¨®nimos. Ivins se pasaba horas chateando en Internet sobre hermandades secretas femeninas, pero su familia no ten¨ªa conocimiento de ello.

A algunos agentes de FBI les obsesionaba el precedente de Steven Hatfill, el cient¨ªfico que fue el primer sospechoso del FBI. Hatfill tambi¨¦n era un exc¨¦ntrico. ?l tambi¨¦n se hab¨ªa dado a la bebida cuando lo empezaron a analizar con lupa. ?l tambi¨¦n se hab¨ªa vuelto depresivo y err¨¢tico bajo la mirada implacable del FBI. ?Qu¨¦ habr¨ªa pasado si Hatfill se hubiera suicidado en 2002, tal y como sus amigos tem¨ªan que hiciera? ?Los investigadores habr¨ªan hecho p¨²blicas sus pruebas y anunciado que el autor del crimen estaba muerto?

En mayo de 2007, Ivins -al que los fiscales aseguraron que no era objeto de la investigaci¨®n -testific¨® bajo juramento ante un gran jurado

[que decide sobre si hay indicios para una posible acusaci¨®n] durante dos d¨ªas consecutivos. Respondi¨® a todas las preguntas sobre el ¨¢ntrax. S¨®lo una vez exigi¨® su derecho a no autoincriminarse, ampar¨¢ndose en la Quinta Enmienda, cuando le preguntaron acerca de su inter¨¦s por las secretas hermandades femeninas universitarias.

Empezando por el registro de su casa el 1 de noviembre de 2007, la vida de Bruce Ivins empez¨® a venirse abajo irrevocablemente. Mientras algunos agentes sacaban archivos, ordenadores y pistolas de la casa, otros hac¨ªan preguntas a su mujer y a sus hijos, insinuando que sab¨ªan que era el asesino. Los responsables de Fort Detrick le prohibieron trabajar con ¨¢ntrax. Su carrera se hab¨ªa terminado. El pasado mes de marzo, despu¨¦s de beber una mezcla de vodka con zumo de frutas que hab¨ªa tomado por costumbre y de a?adir una dosis cuantiosa de Valium, perdi¨® el conocimiento y fue encontrado por su mujer, Diane. A pesar de que Ivins lo neg¨®, ella estaba convencida de que hab¨ªa sido un intento de suicidio. "Ha estado muy, muy estresado por la forma que ha tenido el FBI de acosarlo", les dijo despu¨¦s Diane Ivins a los agentes de polic¨ªa en una entrevista grabada. "Siempre lo han tratado como si fuera culpable, y ve¨ªa que ¨¦l ya no pod¨ªa aguantarlo m¨¢s".

Ivins se pas¨® gran parte de la primavera con un tratamiento por su problema con el alcohol en una cl¨ªnica a las afueras de Washington y en la parte oeste de Maryland. Pero cuando volvi¨®, los agentes del FBI segu¨ªan all¨ª, vigilando su casa y sigui¨¦ndolo. El 10 de julio Ivins lleg¨® a un punto sin retorno. Dijo a su grupo de terapia que esperaba que lo acusaran de cinco asesinatos y habl¨® de suicidarse y llevarse a otros consigo, utilizando su rifle del calibre 22, su pistola Glock y un chaleco antibalas. Avisados por la terapeuta, unos polic¨ªas de Frederick sacaron a Ivins del laboratorio del Ej¨¦rcito ese mismo d¨ªa. Se inscribi¨® voluntariamente en el hospital psiqui¨¢trico Sheppard Pratt, en Baltimore.

Despu¨¦s de una estancia de dos semanas devolvieron a Ivins a su casa con su mujer. Ella le hab¨ªa dejado una sentida nota en su dormitorio, dici¨¦ndole que esperaba que pudiera darle un giro a su vida y que pudieran disfrutar de la vida juntos. "No entend¨ªa que tantas personas que estaban con ¨¦l en el programa del tratamiento hubieran perdido a su familia por el alcoholismo", dijo Diane Ivins m¨¢s tarde a la polic¨ªa. "As¨ª que quer¨ªa escribir lo que sent¨ªa porque le quer¨ªa, quer¨ªa que volviera y que se recuperara para que pudi¨¦ramos retomar nuestra relaci¨®n. Se iba a jubilar en septiembre e ¨ªbamos a viajar y a disfrutar por fin de nuestros hijos mayores". Su nota era directa. "Estoy herida, preocupada, confundida y enfadada por lo que has hecho estas ¨²ltimas semanas", escribi¨®. "Me dices que me quieres, pero has sido grosero y sarc¨¢stico y desagradable muchas veces cuando has hablado conmigo. Me dices que no vas a comprar m¨¢s armas y luego rellenas una solicitud en Internet para obtener un permiso de armas".

Diane Ivins escribi¨® a su marido que estaba pag¨¢ndoles mucho dinero a sus abogados, pero que estaba haciendo caso omiso de los consejos que le daban al contactar con dos antiguas ayudantes de laboratorio con las que estaba obsesionado. Sal¨ªa a horas intempestivas, paseando por el vecindario a altas horas de la noche y bebiendo tanta cafe¨ªna que estaba "saltar¨ªn y nervioso", escribi¨®. Pero la nota de Diane Ivins tambi¨¦n expresaba apoyo. "Al final del papel escrib¨ª que sab¨ªa que no hab¨ªa estado implicado en el asunto de las cartas con ¨¢ntrax de ning¨²n modo y que nunca hab¨ªa dudado de su inocencia", asegura la mujer que dec¨ªa conocerlo mejor que nadie.

Incluso cuando Diane Ivins recogi¨® a su marido en el hospital de Baltimore el pasado 24 de julio, su terapeuta de grupo, Jean C. Duley, estaba en un juzgado de Frederick testificando sobre las amenazas que Ivins le hab¨ªa dejado en su contestador autom¨¢tico. Un juez dict¨® sentencia, a las 10.37, en la que obligaba a Ivins a permanecer alejado de ella. La orden no ser¨ªa necesaria. A las 12.31, seg¨²n los informes comprobados por la polic¨ªa de Frederick, Ivins pas¨® por la tienda de alimentaci¨®n Giant Eagle cerca de su casa y compr¨® Tylenol PM, paracetamol y antihistam¨ªnicos. Hizo una peque?a compra y rellen¨® tres recetas para su enfermedad mental, posiblemente una se?al de que estaba pensando en el futuro. Luego, a las 13.21, visiblemente preocupado porque no ten¨ªa la medicaci¨®n suficiente para el prop¨®sito que ten¨ªa en mente, se compr¨® una segunda caja de Tylenol PM.

Durante los dos d¨ªas siguientes, Diane Ivins hizo el turno de la comida en una cafeter¨ªa cercana, fue a nadar a Fort Detrick y fue al bingo como todos los viernes. Al entrar y al salir de la casa, vio que su marido estaba durmiendo, pero que se hab¨ªa levantado al menos unas cuantas veces para coger el correo y desayunar. No se preocup¨® mucho. Como estaba deprimido y no le permit¨ªan acceder a su laboratorio, se pasaba muchos d¨ªas en cama. Y en la parte de atr¨¢s de su nota hab¨ªa garabateado que ten¨ªa un dolor de cabeza terrible y que iba a descansar. "Por favor, d¨¦jame dormir", escribi¨®. "Por favor". Despu¨¦s de encontrarlo en el suelo del ba?o en mitad de la noche del s¨¢bado, la voz de Diane Ivins en la cinta del tel¨¦fono de emergencias sonaba tranquila y met¨®dica: "Est¨¢ inconsciente. Est¨¢ respirando con rapidez. Est¨¢ h¨²medo". Ya hab¨ªa pasado por esto. La persona al otro lado del tel¨¦fono se ofreci¨® a seguir hablando con ella hasta que llegara la ambulancia. "Estoy bien", respondi¨®.

Bruce Ivins, aficionado a los secretos, se llev¨® consigo todo lo que sab¨ªa sobre los atentados con ¨¢ntrax. Pero dej¨® una sorpresa m¨¢s para su familia: una cl¨¢usula en su testamento con el objetivo de hacer cumplir su deseo de que lo incineraran y de que esparcieran sus cenizas. Si no cumpl¨ªan sus peticiones, cerca de 37.000 euros de su patrimonio no ir¨ªan a parar a la familia, sino a Planned Parenthood of Maryland, cuyos servicios para ayudar a mujeres a abortar Diane Ivins aborrec¨ªa. Fue el ¨²ltimo y artero paso de un hombre cuyas excentricidades, en opini¨®n de muchas personas, hicieron que la acusaci¨®n del ¨¢ntrax del FBI resultara m¨¢s cre¨ªble. Pero al igual que tantas cosas sobre Ivins, esa petici¨®n ten¨ªa otra lectura. El FBI expuso la teor¨ªa de que Ivins hab¨ªa mandado cartas con ¨¢ntrax a los senadores Leahy y Daschle porque eran cat¨®licos a favor del aborto, un insulto a sus opiniones antiabortistas. ?Habr¨ªa flirteado un absolutista contra el aborto con hacer una donaci¨®n a una causa que aborrec¨ªa?

El 6 de octubre, un abogado de la familia Ivins present¨® una certificaci¨®n ante el Juzgado de Distrito del Condado de Frederick para evitar que Planned Parenthood se llevara el dinero. Sus cenizas, se se?alaba en el documento, "se esparcieron o se desperdigaron por la tierra, tal y como ¨¦l quiso".

Traducci¨®n de News Clips ? The New York Times

Bruce Ivins, investigador de la vacuna contra el ¨¢ntrax, en una imagen tomada en 2003 antes de que el FBI le considerara sospechoso.
Bruce Ivins, investigador de la vacuna contra el ¨¢ntrax, en una imagen tomada en 2003 antes de que el FBI le considerara sospechoso.AP
Un equipo de emergencia se limpia de material sospechoso tras entrar en una oficina de correos donde se produjeron dos muertes por ¨¢ntrax en 2001.
Un equipo de emergencia se limpia de material sospechoso tras entrar en una oficina de correos donde se produjeron dos muertes por ¨¢ntrax en 2001.EPA

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