El retorno. Los jud¨ªos vuelven a Berl¨ªn
La vida jud¨ªa renace en Alemania. Lo dice Charlotte Knobloch, presidenta del Consejo Jud¨ªo alem¨¢n, y lo ha confirmado hasta el presidente del pa¨ªs, Horst K?hler: la religi¨®n, la cultura jud¨ªas, "son parte del pasado y lo ser¨¢n del futuro de este pa¨ªs". Esto se aprecia especialmente en Berl¨ªn: nuevas sinagogas, escuelas, restaurantes, centros de m¨²sica y de formaci¨®n de rabinos... La comunidad se ha duplicado en diez a?os. ?Es posible? ?En la misma ciudad donde los nazis firmaron "la soluci¨®n final" en enero de 1942 y transportaron en trenes a 50.000 de ellos hacia la muerte? ?En las mismas calles donde se suicidaron 7.000 jud¨ªos alemanes que no acababan de creer que en su propia patria les hicieran eso, que de repente ya no fuera tal sino la patria de los asesinos? ?Se ha olvidado ya lo sucedido entre 1933, la llegada al poder de Hitler, y 1945, el fin de la Segunda Guerra mundial?
Berl¨ªn. Corre el primer mes, Tischre, del a?o 5769 en el calendario hebreo; en el cristiano, octubre de 2008. Traje y sombrero negros, largas barbas y cabello en tirabuzones, la kippa sobre la cabeza, la falda bajo la rodilla... A los jud¨ªos berlineses de hoy se los encuentra uno, sobre todo, durante el Shabat, viernes tarde y s¨¢bados ma?ana, cuando, tal como manda su religi¨®n, se dirigen a pie a los centros de oraci¨®n. Antes del horror exist¨ªan en la capital alemana un centenar de ellos. Tras ¨¦l, sobraba una mano para contarlos. Hoy son una docena las sinagogas. Y se sabe d¨®nde est¨¢n ubicadas no siempre por lo grandioso del edificio (salvo en la reci¨¦n abierta de Rykestrasse y en la de Oranienburgerstrasse) sino por los coches patrulla, las c¨¢maras, el doble cristal, las vallas y esos polic¨ªas apostados delante, sobre los que los mismos jud¨ªos bromean: "?D¨®nde est¨¢n los agentes menos entrenados y gruesos de todo Berl¨ªn? En las sinagogas".
Los polic¨ªas de la de Oranienburgerstrasse son eso, enormes, y adem¨¢s se saben al dedillo el calendario de culto de la comunidad a la que protegen: "?D¨®nde dice que quiere ir usted? ?Al Consejo Central, a las oficinas de la J¨¹dische Gemeinde, al centro Adass Jiroel, a la escuela de la Gr?sser Hamburgerstrasse? Todo cerrado. Es fiesta. Tiempo de Simchat Tor¨¢, la celebraci¨®n por los cinco libros del Pentateuco (Tor¨¢)". Perplejidad. Por sus palabras. Y porque la religi¨®n nos cierra la v¨ªa oficial.
Y ya nos hab¨ªa sucedido con la personal. "?Conoces jud¨ªos berlineses?", preguntamos aqu¨ª y all¨¢ a los que no lo son. Resultado: todos conocen. "Igual que todo alem¨¢n tuvo un pariente que escondi¨® y salv¨® la vida a alg¨²n jud¨ªo en la guerra". Otro chiste. "Llama a Paula, de la librer¨ªa FairExchange". Llamada: "No tengo nada que ver con la comunidad. No soy representante". "S¨ª", le decimos, "usted representa a los que no quieren ser parte de comunidad alguna". Que, se calcula, son la mitad de los 25.000 que residen en la ciudad. Pero no. Otro: "Prueba con Roi, dise?ador israel¨ª...". Telefonazo con pistas: ?influye ser de Israel si habitas en Berl¨ªn?, ?se ha normalizado la vida jud¨ªa aqu¨ª?, ?eres practicante? Demasiado para el joven dise?ador Roi. "Luego hablamos", dice. Luego no hay respuesta. O s¨ª: un silencio expresivo.
No importa. Para explicarlo bien todo ya est¨¢ Ella Buchtr?ger, alemana de origen moldavo. Ella forma parte de los jud¨ªos no ortodoxos ("hay tres grandes direcciones: ortodoxa, el movimiento reformista y los conservadores americanos o masort¨ª en Europa, que son tradicionales pero al tiempo modernos", nos explicar¨¢ luego la rabina Ederberg), esa mayor¨ªa a la que no se ve porque "no se muestran". Ella es at¨ªpica, libre, treinta?era, trabaja para la J¨¹dische Gemeinde (una de las tres comunidades de Berl¨ªn), vive en un piso social con su hijo, habido de soltera ("no est¨¢ bien visto, pero ?por qu¨¦ habr¨ªa de esperar a un buen marido?"), y resume en un pis-pas primero los detalles: "La estrella de David es s¨ªmbolo de la vida; en la cocina koscher, la carne y la leche nunca se mezclan; los muy ortodoxos tienen dos frigor¨ªficos, dos cocinas; es una antigua tradici¨®n, desde que nuestro pueblo viv¨ªa en el desierto...". Y luego el estado de la cuesti¨®n: "Existen tres comunidades en Berl¨ªn: J¨¹dische Gemeinde; Adass Jisroel, en el Este, que son unos trescientos; georgianos ortodoxos de historia peculiar desde el siglo XIX; y los ultraortodoxos de Chabad Lubawitsch, cada vez m¨¢s numerosos y fortalecidos". Pero las sinagogas est¨¢n unidas, asegura. "?Que si son abiertas o tolerantes? Ninguna religi¨®n es realmente abierta. Es religi¨®n. Un rabino ortodoxo no trabajar¨ªa en una sinagoga liberal. En una ortodoxa no podr¨ªa oficiar una rabina". Para Ella, los problemas comunitarios son dos: de generaci¨®n y de procedencia. "Los rusos, a un lado; los jud¨ªos polacos y alemanes, al otro. Estos ¨²ltimos creen que son los aut¨¦nticos, los que han salvaguardado la tradici¨®n. Los otros se defienden diciendo que en su caso se trataba de sobrevivir y la religi¨®n en su pa¨ªs era incompatible con el r¨¦gimen comunista". Otro chiste lo confirma: "Dos jud¨ªos, tres opiniones, cinco partidos".
La cifra de jud¨ªos en Berl¨ªn tras la guerra permaneci¨® estable durante cuatro d¨¦cadas. Empez¨® a crecer tras la ca¨ªda del muro en 1989. El ¨²ltimo Gobierno de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana (RDA) abri¨® la mano e invit¨® a los de la ex URSS a acudir tras sus derechos pasados. Una historia que conoce bien, por ser protagonista, el escritor, columnista y dj moscovita Wladimir Kaminer, de 41 a?os, en el que fuera su primer best seller, Russendisko: "En el verano de 1990 se extendi¨® por Mosc¨² el rumor: Honecker aceptaba jud¨ªos como una especie de pago debido de la DDR hacia Israel. La noticia se difundi¨®, todos lo sab¨ªan, todos salvo Honecker, seguramente". Anta?o todo jud¨ªo ruso "intentaba, y pagaba, lo que fuera por borrar de su curr¨ªculo y su pasaporte tal condici¨®n; y, de repente, se pagaba por lo contrario. "?ramos la avanzadilla de la quinta ola de inmigraci¨®n judeo-rusa", dice Kaminer, personaje p¨²?blico hoy en la ciudad junto a su colega, Yuri Gurzhy (ambos organizan la famosa Russendisko, punto de encuentro musical y noct¨¢mbulo, y Yuri acaba de editar el disco titulado Funky Jewish Sounds). Con la reunificaci¨®n de las dos Alemanias, unos 50.000 del Este llegaron al pa¨ªs. "El flujo ya ha remitido", dice Ella. Ahora abundan los norteamericanos, los latinoamericanos... y una mayor¨ªa ¨²ltima y nueva, los ambulantes: artistas, estudiantes o jubilados israel¨ªes nost¨¢lgicos.
Basta ojear la agenda de la ciudad un d¨ªa cualquiera para comprobar su presencia. En ella caben desde los actos en la nueva sinagoga de Rykestrasse a la programaci¨®n del teatro Bimah; de la convocatoria de competiciones del club deportivo Makkabi a la exposici¨®n sobre restituciones del Museo Jud¨ªo (de Daniel Libeskind, abierto en 1999) o esa otra en la universidad Humbold sobre empresarios jud¨ªos pre-Hitler. Desde las informaciones del Touro College Berlin, primera escuela privada judeoamericana, o del Jewish Institute of Cantorial Arts. O esa convocatoria para un casting televisivo llamado Jewrovisi¨®n. "Si tienes entre 8 y 18 a?os y cantas y bailas...". Y concluye: "Only for jews".
Y basta fijarse en las publicaciones (J¨¹disches Berlin -un art¨ªculo habla de las dificultades econ¨®micas de la comunidad-, Allgemeine J¨¹dische Wochenzeitung, Golem... ), en las muchas webs, publicidades o carteles: ah¨ª est¨¢ la apertura, por ejemplo, del restaurante koscher Dalhman's en la plaza Konrad Adenauer (propiedad del arquitecto israel¨ª Tuvia Aram, aterrizado en Alemania hace 22 a?os para trabajar en un proyecto de reconstrucci¨®n de 10.000 edificios "robados por alemanes") o el anuncio de las rutas de la agencia Milk and Honey (milkandhoneytours.com). "Hacemos tours personalizados, los americanos son nuestra clientela base. Quieren saber d¨®nde vivieron sus familiares, qu¨¦ ambiente hab¨ªa, qu¨¦ queda, y c¨®mo se vive como jud¨ªo en Berl¨ªn", cuenta Gabriela Noa Lerner. ?Y c¨®mo se vive? "Tan bien o mal como en cualquier lugar", dice. Para ella, todo no est¨¢ olvidado, pero s¨ª muy superado. Aunque, dice, en lugares con grandes comunidades jud¨ªas la vida es m¨¢s f¨¢cil (hay 120 de ellas en todo el pa¨ªs, con 130.000 miembros): est¨¢ el grupo.
El polic¨ªa informado de Oranienburgerstrasse anuncia, a Dios gracias, que quien lo desee puede acudir al servicio religioso. Lo deseamos. En la entrada de toda sinagoga en Alemania hay un esc¨¢ner: bolsos dentro, abrigos fuera. Si en el exterior la seguridad es estatal; en el interior, privada (y parece que sin nadie fuera de su peso). Hay folletos con normas a seguir: no saludar a los amigos ni permanecer en grupo ante el centro, colaborar con la seguridad... Porque no decaen los ataques de extrema derecha. "De media, cada semana se atenta contra un cementerio jud¨ªo en el pa¨ªs; en el segundo cuatrimestre de 2008 se produjeron 266 delitos antisemitas, de ellos, siete con violencia y 60 de propaganda", apunta Knobloch. Un rabino berlin¨¦s, Yehuda Teichtal, y ocho alumnos fueron agredidos en pleno centro en noviembre pasado al grito de "muerte a los jud¨ªos". En total, mil ataques al a?o. Y sin faltar los de signo pol¨ªtico contrario: antisionistas que se confunden con el antisemitismo, que crecen seg¨²n el grado de agresividad de la pol¨ªtica israel¨ª en los territorios palestinos (como sucede ahora, mientras esto se escribe, enero 2009, con centenares de muertos en Gaza por la ofensiva israel¨ª. El ¨²nico ciudadano palestino-israel¨ª del mundo y residente en Berl¨ªn, el director Daniel Barenboim, ha emitido un comunicado, que representa el sentir de muchos aqu¨ª, donde el modelo jud¨ªo mayoritario es menos sionista y m¨¢s a lo Moses Mendelssohn, el renovador del juda¨ªsmo en el XVIII: "Israel no puede permitir que le tiren misiles desde Palestina, pero el ba?o de sangre que est¨¢ viviendo Gaza es absolutamente inaceptable... Nosotros, el pueblo jud¨ªo, debemos saber y sentir con m¨¢s urgencia que otros que el asesinato de civiles inocentes es inhumano e inaceptable").
"Ni una sola foto", nos indican en la sinagoga al subir hasta la ¨²ltima planta de este edificio tantas veces destruido. Hoy ofician la rabina Gesa Ederberg, la primera en serlo en 70 a?os (tras aquella primera mundial llamada Regina Jonas en 1935, en plena ebullici¨®n nazi), y la kantorin (cantante de la Tor¨¢) Avitall Gerstetter, cuyo nombre significa "roc¨ªo de Dios". Ella es la primera alemana de la historia en ocupar tal puesto, y en haber sido formada por su propia comunidad. Con discos grabados y muchos conciertos, esta mujer, soprano, de voz bell¨ªsima, es abiertamente militante por la paz y el di¨¢logo (como la llamada Avitall's Cup, un proyecto deportivo con palestinos e israel¨ªes juntos) y sabe explicar bien lo que representa Israel para su pueblo. "?Que si me siento alemana? S¨ª y no. Aqu¨ª he nacido y la tierra es la tierra. Pero no me molesta tener tambi¨¦n la nacionalidad israel¨ª. Me da seguridad. Es un lugar donde retornar si fuera necesario", ha dicho.
La sala est¨¢ repleta. "Mi funci¨®n es crear la atm¨®sfera adecuada para que la oraci¨®n llegue. La relaci¨®n de la m¨²sica y la religi¨®n es fort¨ªsima". Todos parecen conocerse. Libros en hebreo, oraciones y c¨¢nticos. Para un lego, imposible de seguir. Pero nadie se extra?a del extra?o. Los fieles entran y salen, giran jubilosos con el tallit bicolor en los hombros ante la Tor¨¢ sagrada y pu?ados de caramelos vuelan con peligro para la integridad f¨ªsica. "Es una fiesta", asegura la rabina, de formaci¨®n conservadora (masort¨ª). Su objetivo: "Abrir la puerta a todos, acoger, mostrar que la vida cotidiana tiene mucho que ver con la condici¨®n de jud¨ªo, lo hermoso que es serlo".
Todas las sinagogas de Berl¨ªn siguen el rito askenazi, salvo la Tischet Israel, en Passauerstrasse, que es sefard¨ª. La ubicaci¨®n no puede ser m¨¢s peculiar: se encuentra en el sal¨®n de una casa y edificio burgu¨¦s, situado en medio del c¨®ctel de clase media alta alemana-turista internacional en masa que se apelotona junto a los grandes almacenes Kadewe, los primeros en la Europa continental (abiertos all¨¢ por 1907 por Adolf Jandorf, hombre de negocios jud¨ªo, de los muchos de aquel tiempo). Tres mujeres preguntan por el lugar en la tienda de productos koscher (son ya media docena en la ciudad) justo debajo. Y aclaran: "Somos jud¨ªas sefard¨ªes. De Georgia. De visita". El dependiente se?ala: "Tercer piso". Y s¨ª, subes la escalera, asciendes, pasas ante el cartel de "Familia Rothschild" junto al timbre, en el segundo, y apareces ante el rabino Reuven Yaakobov, vestido de tradicional y afirmando con la cabeza, pero sin contestar a nada concreto. Hoy es Shabat. Y ni hablar de trabajo. Los ortodoxos desconectan hasta los electrodom¨¦sticos... S¨®lo rezo y familia. Pero Yaakobov es pura amabilidad, su sinagoga es sefard¨ª y la periodista de Espa?a, as¨ª que accede: "Puede usted asistir al servicio, pero sin escribir una l¨ªnea".
Los fieles, hombres y mujeres separados, se acomodan en las sillas en un sal¨®n neocl¨¢sico con l¨¢mparas de cristal y estucos, la Tor¨¢ en el centro. El kantor Abraham Daus se pone manos a la obra acompa?ado por cuatro de sus doce hijos, de vestido ortodoxo. Destaca Simon, de siete a?os, ya relevante en el arte del canto. Una experiencia, por la escenograf¨ªa y lo musical, por el mosaico de rostros del C¨¢ucaso y del mundo all¨ª reunidos.
Seguir el rastro de esta comunidad peque?a y dispersa entre tres millones y medio de habitantes es, ante todo, un viaje en el tiempo. Hay pedazos de su historia que son como esa pesadilla de la que uno intenta despertar que dec¨ªa Joyce: pasado y presente engarzados. Lo que permite destacar a Berl¨ªn del resto de lugares de este mundo es que ninguno parece esconderse del otro. Vivos y muertos tienen aqu¨ª su espacio. Las huellas de los que un d¨ªa residieron se palpan en m¨²sica, arte, ciencia, moda, arquitectura, literatura; en la denominaci¨®n de calles o estaciones de metro, en la programaci¨®n de teatros o museos. En cientos de placas homenaje, en monumentos grandes o peque?os se recuerda a hombres y mujeres que aqu¨ª vivieron y brillaron: Max Liebermann, George Groz, Albert Einstein, Walter Rathenau, Samuel Fischer, Kafka, Otto Klemperer, Max Reinhardt, Ernst Lubitsch, Arnold Sch?nberg... Por no hablar de comercios (Wertheim, KadeWe), prensa (Ullstein), moda (Gr¨¹nfeld) o cigarrillos (Garb¨¢ty)...
"Las cifras lo dicen todo de nosotros", apunta la rabina Ederberg. Los jud¨ªos berlineses sumaban el 5% de la poblaci¨®n, 170.000 (un tercio del total del pa¨ªs en 1933; igual que hoy, entonces era la comunidad m¨¢s numerosa). La mitad hab¨ªa huido ya para el oto?o de 1941 cuando comenz¨® a ser obligatorio lucir la estrella y se iniciaron las deportaciones. Cuando, en 1945, los aliados liberaron Berl¨ªn, apenas quedaban 1.500 (30.000 en Alemania), la mayor¨ªa escondidos en el cementerio de Weissensee, en el hospital de Wedding, en la ilegalidad. Durante los meses siguientes fueron regresando cientos de los campos de exterminio. Total, 6.000. Uno de ellos era Julius Arnold, de 88 a?os, robusto, parlanch¨ªn, superviviente de Auschwitz, a quien encontramos saliendo de la sinagoga de Fraenkelufer, en Kreuzberg, casi se dir¨ªa que blindada por su aislamiento y sus reducidas dimensiones. "Durante un tiempo, los aliados nos mimaron mucho", se r¨ªe al recordar. "Nac¨ª en 1920, f¨ªjese, as¨ª que era casi un adolescente cuando todo comenz¨®, y un veintea?ero cuando regres¨¦, y aqu¨ª no quedaba nadie conocido". Y sigue: "En esos primeros a?os trabajamos en lo que sal¨ªa, en rehacer calles, casas... todo eran escombros. No hab¨ªa mucho de comer; abundaba el mercado negro, cada cual se buscaba la vida". Hoy tiene una hija; viven en el barrio de Neukoln. "Ella no es muy religiosa; las nuevas generaciones no lo son. A nosotros nos sirvi¨® para sobrevivir en esa situaci¨®n terrible. Sin religi¨®n, sin Dios, ni uno hubiera podido salir vivo".
Hay muchas historias. Y dado que pocas ciudades generan tanta literatura sobre s¨ª como ¨¦sta, basta acercarse a Dussmann, la superlibrer¨ªa de la Friedrischstrasse, y preguntar "?el Berl¨ªn jud¨ªo?" para realizar el viaje al pasado por escrito. Sin dudar, la dependienta se?alar¨¢: "Todo eso". Y todo eso son obras de la vida de Leonie y Walter Frankenstein, que sobrevivieron escondidos en subterr¨¢neos; la de la familia del banquero Erich Alenfeld, quien se neg¨® a marcharse y defendi¨® su posici¨®n como alem¨¢n ("No en vano, 12.000 jud¨ªos alemanes perdieron la vida en la Primera Guerra Mundial") o sobre la influencia cultural de los famosos salones jud¨ªos...
El recorrido por el presente se puede hacer a trav¨¦s de un libro reci¨¦n llegado (Fischer) del periodista J¨¹rgen Bertram, Quien construye, permanece. Nueva vida jud¨ªa en Alemania, o con la ayuda de la imagen a trav¨¦s del documental de Margarethe Mehring-Fuchs titulado Die Judenschublade (El caj¨®n jud¨ªo). En ¨¦l los m¨¢s j¨®venes muestran su visi¨®n generacional, mucho m¨¢s informada que cualquiera anterior. La escritora Lean Gorelik rapea el pr¨®logo: "Soy jud¨ªa, pero veo fatal la pol¨ªtica de Sharon, mi padre no viste un kaftan negro y no hago a mis amigos, que tienen mi misma edad, responsables del Holocausto... Hay tantos j¨®venes jud¨ªos en Alemania que no caben en el mismo caj¨®n, son tan distintos como yo, como ustedes:... unos votan SPD, otros, FDP; algunos beben caf¨¦, otros cerveza; algunos van regularmente a la sinagoga, otros no la han pisado en su vida; algunos son jud¨ªos j¨®venes, pero otros dir¨¢n que son j¨®venes y casualmente jud¨ªos... ". Y si la necesidad le lleva a querer mirar de fuera adentro, sirve con creces Israel¨ªes en Berl¨ªn, de la hija del escritor Amos Oz, Fania Oz-Salzberger, que ha convivido durante un a?o junto a sus compatriotas residentes en la capital alemana: ?Est¨¢ normalizada la vida jud¨ªa? "Yo dir¨ªa que es una nueva anormalidad".
Y la autora termina as¨ª su libro: "Si quisi¨¦ramos, podr¨ªamos decir a los alemanes: 'Para nosotros tambi¨¦n los tiempos han cambiado, y vamos a empezar a venir a vuestras ciudades para tomar posesi¨®n de nuestra herencia. Pero, escuchad, no a exigir indemnizaciones. Eso se acabar¨¢ pronto, lo m¨¢s tardar con la desaparici¨®n de la ¨²ltima v¨ªctima; dos o tres generaciones m¨¢s... Comenzaremos a venir a por las cosas que nos interesan. Nuevas, seguro; pero otras muchas viejas que hemos perdido. Cada uno a por lo suyo".
Y enumera: la Bauhaus, Erich K?stner, El anillo de los Nibelungos, las galletas de jengibre, la sopa de invierno, Kathe Kollwitz, Walter Benjamin..., el restaurante en el zoo de Berl¨ªn Este que parece el comedor del kibbuz, el juda¨ªsmo perdido... Moses Mendelssohn o Felix Mendelssohn Bartholdy o Erich Mendelssohn, la atm¨®sfera de esta gran ciudad cuyas noches tanto se parecen a las de Tel Aviv, los mercadillos de Navidad, el vino caliente... "Y no os preocup¨¦is, no cogeremos nada que no sea nuestro... la Wilhemstrasse y Buchenwald y el silencio... de la rampa de Majdanek os seguir¨¢n perteneciendo para siempre".
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