Jugando con el enemigo
A las cuatro y media de cada ma?ana, el preso pol¨ªtico m¨¢s famoso del mundo se levantaba, hac¨ªa su camastro y corr¨ªa durante una hora en una celda de menos de nueve metros cuadrados. As¨ª, Nelson Rolihlahla -"alborotador"- Mandela (1918), un pr¨ªncipe xhosa, pudo aguantar sin volverse loco m¨¢s de un cuarto de siglo de encierro.
Hab¨ªa ingresado en prisi¨®n en 1962, condenado como l¨ªder de Lanza de la Naci¨®n (Umkhonto we Sizwe), brazo armado de su partido, el Congreso Nacional Africano. Ese movimiento persegu¨ªa una estrategia de gobierno de la mayor¨ªa negra surafricana, pero patrocinaba t¨¢cticas de violencia armada para liberarla del yugo del apartheid blanco. "Un colono, una bala" era el grito enardecido que pod¨ªa o¨ªrse en medio de una manifestaci¨®n, minutos antes de ser aplastada por la polic¨ªa blanca.
Mandela intuy¨® en su cautiverio que el rugby, el deporte de los opresores, pod¨ªa unir a Sur¨¢frica
Hoy, cuando un mulato acaba de acceder a la presidencia de Estados Unidos, el apartheid que estuvo tanto tiempo vigente en Sur¨¢frica nos parece una distopia delirante, un artefacto social a¨²n m¨¢s inviable que perverso. Pero hasta yo mismo no puedo olvidar que, a mediados de la d¨¦cada de los ochenta del siglo pasado, me resultaba imposible viajar a Sur¨¢frica con mi mujer y mis hijos: las familias multirraciales, como la m¨ªa, lo ten¨ªamos peor que mal.
Bajo el sistema del apartheid, una burocracia supina encasillaba a la gente en una jerarqu¨ªa descendente -blancos, mestizos, indios y negros- seg¨²n majader¨ªas tales como el color de su piel, los rizos de su pelo y las aletas de su nariz. En teor¨ªa, cada etnia recibir¨ªa un territorio propio; en la pr¨¢ctica, los blancos se quedaban con la parte del le¨®n: la mayor parte del presupuesto del Estado, las mejores tierras, las minas y las ciudades.
El que todo esto resulte hoy dif¨ªcil de explicar a una persona menor de cuarenta a?os de edad muestra cu¨¢nto han cambiado las cosas. Mas por ello mismo, conviene recordar la descomunal inteligencia emocional de Nelson Mandela y la pareja perspicacia de sus mejores enemigos.
En El factor humano. Nelson Mandela y el partido que salv¨® a una naci¨®n (Seix Barral), John Carlin, escritor y periodista de este diario, nos cuenta c¨®mo Nelson Mandela supo canalizar la pasi¨®n por el rugby de la minor¨ªa blanca de origen holand¨¦s -los afrik¨¢ner- en aras de un objetivo estrat¨¦gico que parec¨ªa inalcanzable: conseguir en Sur¨¢frica el gobierno de la mayor¨ªa negra sin que hubiera una guerra civil, sin docenas de miles de muertos, sin millones de exiliados, sin la miseria consiguiente de todo el pa¨ªs.
El rugby y el equipo nacional surafricano, los Springboks, encarnaban el estilo de vida de los afrik¨¢ner, una combinaci¨®n innegable de trabajo duro, lealtad de grupo y confianza calvinista en la supremac¨ªa b¨ªblica del guardi¨¢n blanco sobre el infeliz negro, que prefer¨ªa el f¨²tbol europeo y detestaba el rugby.
Mandela sab¨ªa bien que, en la afici¨®n y pr¨¢ctica de un deporte, nacen y perviven las lealtades at¨¢vicas del hijo para con el padre, del amigo con el amigo, del individuo con el grupo. En la c¨¢rcel, aprendi¨® la lengua y las reglas del deporte favorito de sus enemigos. Luego se conjur¨® con ellos para unir a toda la naci¨®n bajo la bandera del rugby.
Carlin cuenta la historia de esta misi¨®n imposible y de las docenas de personajes que construyeron una realidad que impidi¨® la pesadilla y super¨® los sue?os. En la met¨¢fora del juego con el enemigo, el lector de este libro aprende a apreciar la clarividencia del entonces jefe de los servicios de informaci¨®n surafricanos, Ni?l Barnard, o la entrega a su misi¨®n del capit¨¢n de la selecci¨®n nacional de rugby, Fran?ois Pienaar, o la lealtad infinita de los l¨ªderes pol¨ªticos de la mayor¨ªa negra, quienes, estupefactos al principio, apoyaron al fin la iniciativa genial de Mandela para que Sur¨¢frica organizara en 1995 el Campeonato Mundial de Rugby.
El hombre que hab¨ªa sufrido setenta a?os de represi¨®n por el color de su piel acert¨® hasta en el gesto real de cubrirla con una camiseta deportiva del color verde de los Springboks, el equipo de sus enemigos. "Hablad a su coraz¨®n, no a su mente", dec¨ªa Nelson Mandela. Y con raz¨®n.
Admirador de Mandela y deportista aficionado desde mi juventud, confieso que El factor humano me cautiv¨® desde su inicio, que tambi¨¦n es el de este art¨ªculo. Creo igualmente, y esta vez, sin dejarme ofuscar por la pasi¨®n, que si ustedes aman al deporte y a la vida, les ocurrir¨¢ lo mismo. Pero hasta en eso, carezco de todo m¨¦rito, pues la fascinaci¨®n por el libro de John Carlin desconoce l¨ªmites: Morgan Freeman producir¨¢ la pel¨ªcula y la dirigir¨¢ Clint Eastwood. Es el factor humano.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de Derecho Civil de la Universitat Pompeu Fabra.
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