24 horas en la vida de una ilegal
Rosa lee una y otra vez la carta camino del metro. Tiene arrugado el papel de tanto meterlo y sacarlo del bolsillo de su chaqueta. "Siempre estaremos juntos, el amor que te tengo no acabar¨¢, perd¨®name por todo lo que est¨¢s pasando por mi culpa", le escribi¨® su esposo. Es el ¨²nico contacto que han tenido desde el domingo pasado, cuando ¨¦l fue detenido en una de las redadas de inmigrantes sin papeles.
Como ella tambi¨¦n es una sin papeles no puede entrar al Centro de Internamiento para Extranjeros, CIE, de Aluche. Rosa, de rasgos ind¨ªgenas, es una boliviana de 45 a?os. "Mi ¨²nico objetivo era comprar una casa en Bolivia, trabajando all¨¢ es imposible conseguir casa propia", dice (el sueldo m¨ªnimo en Bolivia es de 90 euros, mientras en Espa?a es de 624).
Son las 12.05, Rosa debe llegar hasta la parada de metro de Manuel Becerra para recoger a los dos ni?os de la casa donde trabaja. "Son una buena familia y me tratan bien, llevo casi un a?o con ellos". En el vag¨®n, Rosa recuerda que le pidi¨® prestado a un amigo 2.300 euros para viajar a Espa?a y dej¨® a sus cuatro hijos al cuidado de su padre. Es una de los 1.086.000 inmigrantes que viven en Madrid. Son historias que se repiten, sin importar la nacionalidad. Vidas duras, ajetreadas, sin tiempo... Trabajar, so?ar con su casa propia en Bolivia y una vez m¨¢s trabajar. Como Rosa. Dos empleos de lunes a viernes y otro los domingos para juntar los 1.200 euros que necesita para sobrevivir: 400 para enviar a su pa¨ªs, 300 del piso de dos habitaciones que comparte con cuatro personas m¨¢s. Luego va restando lo del metro, la comida y, desde hace ocho d¨ªas, la paga para el abogado de su esposo.
Cuando lleg¨® a Madrid, hace casi tres a?os, dos meses despu¨¦s de la ¨²ltima regulaci¨®n de inmigrantes, Rosa comenz¨® a trabajar de empleada dom¨¦stica.
Mientras espera a los dos ni?os que cuida, Rosa cuenta c¨®mo despu¨¦s debe ir a hacerles el almuerzo; los trae de regreso al colegio a las tres; tiene tres horas para hacer la limpieza.
A las seis de la tarde toma una vez m¨¢s el metro y llega a su segundo trabajo: cuidar a una pareja de ancianos toda la noche. Ella tiene alzh¨¦imer y ¨¦l es ciego y no camina. Les da la comida y los acuesta. Rosa duerme por momentos, debe estar pendiente de que la se?ora no salga del cuarto a caminar por la casa. A las diez de la ma?ana del d¨ªa siguiente los lleva a un centro especial, donde se quedan todo el d¨ªa. De all¨ª, toma el metro para encontrarse con su primo y desayunar. ?l es quien le da las noticias de su esposo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.