Si yo fuera productor
Si yo fuera productor es probable que perdiera mucho dinero o se lo hiciera perder a otros, pero tambi¨¦n ligar¨ªa, claro est¨¢, algunas apuestas seguras. Apuestas de futuro, inversiones a medio o largo plazo. El dramaturgo catal¨¢n Jordi Casanovas ser¨ªa una de ellas. No he descubierto la p¨®lvora: antes que yo, ese yo hipot¨¦tico, apostaron por ¨¦l (y por su compa?¨ªa, Flyhard Teatre) en el off (las salas AreaTangent y Versus), y esta temporada lo han hecho Javier Daulte y El Canal (Salt/Girona) con tres obras: La ru?na, Lena Woyzeck y La revoluci¨®. Esta ¨²ltima, todav¨ªa en la Villarroel, no ha acabado de funcionar como debiera. Mi secreta vocaci¨®n de productor se aviva en momentos as¨ª. Salgo del teatro, pueden creerme, como un padre cuyo reto?o, de probado talento, no ha rematado el examen con un sobresaliente. Y me devano los sesos tratando de averiguar las causas, en el convencimiento de que a la siguiente convocatoria se llevar¨¢ matr¨ªcula. Talento, capacidad, trabajo: Casanovas ha escrito y dirigido quince espect¨¢culos en seis a?os. La revoluci¨® ha buscado, sigue buscando, un p¨²blico joven. M¨¢s que las anteriores. Su trilog¨ªa Hardcore Videogames utilizaba las formas y estrategias de los videojuegos, pero en ella no aparec¨ªa ni una consola. El centro de La revoluci¨® es, valga la redundancia, un videojuego revolucionario que lleva ese nombre. La premisa de la funci¨®n es sensacional. Dos j¨®venes inform¨¢ticas, Sandra (Roser Blanch) y Cris (Clara Cols) han creado un programa que detecta los impulsos el¨¦ctricos del cerebro antes de convertirse en ¨®rdenes, y crea personajes a partir de la memoria del jugador. Casanovas, como Daulte, no requiere grandes panoplias tecnol¨®gicas para hacernos ver su procedimiento. Aqu¨ª no hay megapantallas ni efectos especiales sino teatralidad pura y simple, artesanal. La obra transcurre en un despacho de tres al cuarto, con dos ordenadores apa?ados. A los diez minutos la funci¨®n nos coge por el cuello. Eduard (Borja Espinosa), un yuppy multinacional, se empe?a en probar la m¨¢quina. Se coloca unos sensores y un visor y aparece en escena su doble, su "yo jugador". Un daemon, una conciencia activa que le llama por su nombre de ni?o, le interpela, le provoca, conoce sus secretos y sus miedos. El conflicto de la obra nace, como siempre, de deseos en pugna. La visionaria Sandra cree que su m¨¢quina puede transformar la vida de la gente, ayud¨¢ndola a enfrentar y vencer sus temores m¨¢s profundos. Para Eduard, vaya sorpresa, la revoluci¨®n es un mero producto, el soporte de una consola de sensaciones extremas con la que forrarse en un santiam¨¦n. A partir de aqu¨ª, ay, la funci¨®n deja de lado esa impresionante puerta abierta a otra dimensi¨®n y se enriela en el juego de las traiciones y alianzas para conseguir el codiciado programa. Tambi¨¦n es un juego de dobles, entretenido pero previsible, con los perfiles limados. Una idealista, Sandra, y una materialista, Cris. El yuppy canalla y prepotente y su ayudante, Javier (Sergio Matamala), pusil¨¢nime aunque redimible. Los actores que han "cedido sus sentimientos" a la m¨¢quina: Isa (Mireia Fern¨¢ndez), boba/encantadora, y Fran (Pablo Lammers), bobo/taimado. Los di¨¢logos son ¨¢giles porque Casanovas cada d¨ªa escribe mejor, y dirige con astucia y sin florituras, y La revoluci¨® se sigue con agrado porque los actores inyectan verdad y ligereza a las situaciones, pero predomina la sensaci¨®n de que nos han escamoteado el juego principal, el m¨¢s sugestivo y poderoso. Y de que al final, justo al final, alborea otra obra posible, cuando, tras la victoria de la revoluci¨®n, la "miliciana" Aina (Alicia Puertas), personaje apenas esbozado, suelta una frase capital: "Y ahora que somos libres ?qu¨¦ vamos a hacer?". Un gran comienzo, una gran clausura. ?Qu¨¦ ha pasado en medio? Lo de tantas veces. Habla el productor vicario: que la funci¨®n se ha estrenado sin estar a punto. Jurar¨ªa, sin embargo, que el camino no ha sido f¨¢cil; que ha habido cambios, y a?adidos, y cortes. Baso mi posible juramento en un dato. En el programa de mano anuncian una duraci¨®n de hora cuarenta. La noche que fui a la Villarroel el espect¨¢culo apenas duraba hora veinte. Jurar¨ªa tambi¨¦n que Aina, vista y no vista, ha sufrido serias mutilaciones. Siempre alabar¨¦ a un autor que modifica su obra a tenor, imagino, de las reacciones del p¨²blico y de su propio olfato. Por eso mi daemon/productor se atreve a decirle a Casanovas que La revoluci¨® no est¨¢ acabada, que siga (o sigan) trabajando, que tiene, tienen, un ¨¦xito m¨¢s que posible entre manos, un ¨¦xito en Madrid, en el resto de Espa?a. A diferencia del cine, la gracia del teatro estriba en que nada est¨¢ cerrado, que la funci¨®n se hace noche a noche: es el medio experimental por naturaleza. La vieja frase de "lo arreglaremos en gira" es una baza a tener muy en cuenta. Broadway, por poner un ejemplo legendario, est¨¢ lleno de triunfos que arrancaron fatal, en Boston, en Chicago; que empezaron como melodramas y acabaron, por el sistema de prueba/error, convertidos en comedias o musicales, o viceversa.
Que siga (o sigan) trabajando, que tiene, tienen, un ¨¦xito m¨¢s que posible entre manos, un ¨¦xito en Madrid, en el resto de Espa?a
Hay otro dato que apunta a esa voluntad de reenfoque. Si La revoluci¨® no ha funcionado como debiera no s¨®lo se debe a esa indefinici¨®n estructural (o abandono de la l¨ªnea maestra) sino a un problema publicitario. Para captar al p¨²blico joven, Casanovas y Flyhard crearon una campa?a muy sugestiva, muy currada, en su p¨¢gina web, en Facebook y en YouTube, con un minivideojuego (los participantes pod¨ªan ganar entradas), y con un m¨²ltiple bonus track llamado La serie roja, cinco mon¨®logos breves a cargo de los actores de la obra. ?D¨®nde fallaron, en mi opini¨®n? En los pasquines de farolas y metro, que anunciaban la obra con iconograf¨ªa mao¨ªsta, muy bonita y muy graciosa, pero que a los mozos y mozas de hoy les queda, dir¨ªa yo, tan a trasmano como las cuevas de Altamira, o les suena a latazo mensaj¨ªstico. Astutamente, a las dos semanas aparecieron nuevos carteles centrando la campa?a en el verdadero asunto de la obra: una playstation revolucionaria. Moraleja: siempre hay tiempo de cambiar. -
La revoluci¨®. Jordi Casanovas. La Villarroel. Barcelona. Hasta el 1 de marzo. www.lavillarroel.cat
![Clara Cols y Borja Espinosa, en una escena de <i>La revoluci¨®,</i> de Jordi Casanovas.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/H4T3X5MOP3OH6TVFEAQQMORGGI.jpg?auth=f587be9540da1ffe3e6146fd72f18cebf1764b65d6a6a7d562a8214407783ef8&width=414)
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