La habitaci¨®n de los ni?os
Ch¨¦jov est¨¢ muy enfermo cuando escribe El jard¨ªn de los cerezos, su ¨²ltima obra maestra, quiz¨¢s su comedia m¨¢s extra?a y abstracta. Como en las anteriores, atrapa unos cuantos d¨ªas en las vidas de un grupo de personas, ni buenas ni malas, profundas y rid¨ªculas, cada una con su raz¨®n. No hay protagonistas, el foco pasa de unos a otros. Durante un par de horas sabremos algo de sus anhelos, ego¨ªsmos, indecisiones, cegueras, miserias y grandezas. Un factor com¨²n: nadie escucha, cada uno parece perdido en su propio sue?o. Todav¨ªa peor: nadie se escucha. No saben lo que desean, o no quieren saberlo. Buena parte de la acci¨®n transcurre en lo que Ch¨¦jov llama "la habitaci¨®n de los ni?os", el antiguo cuarto de juegos de Lubov Andreievna y su hermano Gaiev. Han vuelto a la mansi¨®n de su infancia, ahora acosada por acreedores. Lubov vive en una perpetua huida desde que muri¨® su hijo peque?o, ahogado en el r¨ªo. "Mam¨¢ no pudo soportarlo", dice su otra hija, Ania, "y escap¨® a Par¨ªs, sin mirar atr¨¢s". Gaiev, con su humor tierno y lun¨¢tico, vive tambi¨¦n en un mundo de trajes blancos, sombreros de paja y lejanas jugadas de billar sin mesa ni bolas, como el final de Blow Up. Lopajin, antes siervo y ahora acaudalado, eterno adorador de Lubov, se pasa media obra intentando que los Andreiev le vendan el jard¨ªn de los cerezos para construir dachas y as¨ª salvar la hacienda. Ellos se niegan: quieren que todo siga igual, pero son incapaces de dar un paso para conseguirlo. La habitaci¨®n de los ni?os est¨¢ poblada de deseos cortocircuitados, sacudida por un desesperado frenes¨ª. No paran de moverse para no ir a ning¨²n lado, de bromear con l¨¢grimas en los ojos, de organizar, sin ganas, constantes fiestas y juegos. Todos parecen querer a la persona equivocada, hablan cuando no deben y cuando deben no hablan. ?Por qu¨¦ hacemos lo que hacemos? ?sa ser¨ªa la pregunta b¨¢sica de Ch¨¦jov en esta obra, de la que Sam Mendes, al frente de The Bridge Project, una compa?¨ªa transoce¨¢nica de actores ingleses y americanos, ha ofrecido en el Espa?ol (entradas agotad¨ªsimas, diluvio de aplausos) una de las mejores puestas, si no la mejor, de los ¨²ltimos a?os. Por su desnudez (caja blanca, alfombras, m¨ªnima utiler¨ªa) y delicadeza, por la orfebrer¨ªa de las interpretaciones, recuerda al gran montaje de Brook en 1981, que tambi¨¦n mezclaba c¨®micos de diversas nacionalidades y estilos (Natasha Parry, Niels Arestrup, Michel Piccoli) con un resultado deslumbrante.
Russell Beale es de los contados actores capaces de llevarse una escena permaneciendo en silencio en un rinc¨®n
Hay aqu¨ª una ce?id¨ªsima versi¨®n inglesa de Tom Stoppard y una coreograf¨ªa verbal y gestual que parece seguir las jugadas imaginarias de Gaiev: avanza imparable una bola, de repente otra irrumpe desde un ¨¢ngulo impensado, golpea suavemente y la propulsa en una nueva direcci¨®n, tal como pide Ch¨¦jov en su partitura. Hay un humor suave, de alta comedia, que reserva las pinceladas de slapstick para el pobre Epijodov, justamente apodado Calamidad: Tobias Segal lo convierte en un dulce arlequ¨ªn patoso al que todas las cosas le vuelan de las manos. El enorme Simon Russell Beale dibuja en el aire, sin aparente esfuerzo, todos los colores de Lopajin: un hiperactivo atormentado por el vac¨ªo ("mis manos me resultan extra?as si no est¨¢n ocupadas"), un poeta l¨ªrico camuflado de ga?¨¢n ("sus manos son de artista", se?ala Trofimov), y, en definitiva, un ni?o perverso capaz de desventrar su juguete y arrancarle las alas a su m¨¢s preciada mariposa: "He cumplido mi m¨¢s profundo deseo: poseer la finca m¨¢s hermosa del mundo", clama, y acto seguido da la orden de empezar a talar los cerezos: "?Ahora todo se har¨¢ como yo diga!". Russell Beale es de los contados actores capaces de llevarse una escena permaneciendo en silencio en un rinc¨®n. Se lo vi hacer el a?o pasado en Major Barbara y vuelve a hacerlo aqu¨ª, durante el discurso de Trofimov, aunque su momento ¨¢lgido (y el de Rebeca Hall como Varia) es la escena de su frustrada declaraci¨®n de amor, en la que, arrodillado a sus pies, s¨®lo logra hablar del tiempo: una mixtura perfecta de comicidad y tragedia, Ch¨¦jov en estado puro. Otra gran declaraci¨®n es la de Trofimov (Ethan Hawke) a Ania (Morven Christie), que cierra, pautad¨ªsima, la primera parte, y cuyo m¨¦rito radica en que el personaje masculino no cesa de proclamar que est¨¢ "por encima del amor". Me veo obligado a elegir las crestas de los int¨¦rpretes: no puedo hablar de todos, que se mueven en un parejo nivel de excelencia, ni pormenorizar sus maravillosos trabajos porque esto se me pondr¨ªa en diez p¨¢ginas. De Sinead Cusack y su Lubov me quedo con tres momentos, tres miradas. Mendes le ha servido una extraordinaria apertura de la segunda parte: vestida de rojo, apresada en el c¨ªrculo de un fantasmag¨®rico baile de m¨¢scaras a la luz de las velas, mientras las sombras se agigantan en las paredes y ella parece contemplar la ronda como un jir¨®n del pasado. La segunda, cuando proclama ante Lopajin que su vida no tiene sentido sin el jard¨ªn ("?si lo venden, que me vendan con ¨¦l") y acto seguido desmiente su desaf¨ªo evocando a su amante en Par¨ªs con el mismo tono oper¨ªstico: "?Amor, ese yugo que me asfixia!". Su ¨²ltima mirada es la de la desolaci¨®n absoluta, contemplando la habitaci¨®n de los ni?os ya vac¨ªa para siempre. Doble mirada, porque es en ese momento cuando Paul Jesson hace que Gaiev abandone, sin palabras, su caparaz¨®n de gentleman ser¨¢fico y muestre, pas¨¢ndole un brazo sobre el hombro, toda su ternura, todo su dolor, toda su p¨¦rdida. Queda la coda final, la cuerda del bajo al romperse. Se han ido todos y han olvidado a Firs, el viejo criado, en la casa vac¨ªa. Una silla y un viejo moribundo, que Richard Easton interpreta como est¨¢ mandado: como Hamm o Crap. "El se?orito Gaiev habr¨¢ vuelto a irse sin su pelliza, como si lo viera... No he estado pendiente... Ah, mi vida ha pasado como si no la hubiera vivido". Se rompe la silla, Firs cae al suelo, se acurruca para morir, pero sigue hablando. "?Soy un pasmarote!". Ch¨¦jov no s¨®lo funda, con Flaubert y Baudelaire, la sensibilidad moderna: Beckett empieza donde ¨¦l acaba. -
The Bridge Project en el Teatro Espa?ol, de Madrid. El jard¨ªn de los cerezos (se ha representado del 18 al 22 abril) y Cuento de invierno (desde hoy al 29 de abril).
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