La vida, a contracorriente
La extra?a historia de Benjamin Button es la historia de un tipo que recorre el tiempo a contracorriente, de la vejez hacia la infancia. Si hubi¨¦ramos de hacer caso a Mark Twain, "la vida ser¨ªa infinitamente m¨¢s feliz si uno pudiera nacer a la edad de 80 a?os y gradualmente acercarse a los 18", pero la verdad es que cuando uno ve esta adaptaci¨®n a la pantalla del cuento del mismo t¨ªtulo de F. Scott Fitzgerald la cosa no le queda tan clara (a pesar de que la cita de Twain constituyera su fuente de inspiraci¨®n).
En todo caso, y antes de entrar en otras consideraciones, vale la pena se?alar que el artificio narrativo del gran novelista norteamericano le permite ir considerando las diferentes experiencias que constituyen el entramado b¨¢sico de la vida humana, desde el otro lado, desde el env¨¦s del devenir, adentr¨¢ndose en aquello de lo que el resto de personas se va despidiendo a medida que transcurre su existencia. Por eso, porque se trata de una historia sobre la vida, cada espectador destaca o subraya aquellos aspectos de la misma que m¨¢s le han impactado. A la salida del cine, se pueden escuchar los comentarios de diferentes espectadores que colocan unos el centro de gravedad del relato sobre la muerte, otros sobre la vejez, los terceros sobre nuestras equivocadas percepciones de los diversos estadios del existir, sin faltar quienes lo hacen sobre el amor o sobre la fugacidad de los afectos.
Nadie es tan viejo que no pueda vivir un a?o m¨¢s, ni tan joven que no pueda morir al d¨ªa siguiente
Probablemente todos tengan una parte de raz¨®n, porque de todo eso habla la pel¨ªcula. Es cierto, por ejemplo, que el personaje de una anciana le dice al Benjam¨ªn anciano/ni?o: "Uno tiene que poder ver morir a sus seres queridos pues es la ¨²nica manera de darse cuenta de la verdadera importancia que tienen en nuestras vidas", subrayando la importancia de la experiencia de la muerte. Pero tal vez lo m¨¢s sugestivo de esta historia tenga que ver con la luz que arroja sobre nuestra propia sombra, sobre ese signo de nuestro devenir que nunca sometemos a reflexi¨®n porque constituye la condici¨®n de posibilidad de cuanto nos pasa, sobre esa direcci¨®n que parecen seguir nuestras existencias y que incluso los m¨¢s recalcitrantes esc¨¦pticos dan por descontada.
De hecho, la madre adoptiva de Benjamin Button parece creerlo cuando, para tranquilizar a su hijo, preocupado en medio de la noche por su extra?a singularidad, le dice: "Todos vamos en la misma direcci¨®n, s¨®lo que por distinto camino". La frase constituye en cierto modo el marco general de interpretaci¨®n, marco en cuyo interior podemos inscribir otras afirmaciones. As¨ª, en una escena particularmente hermosa y delicada, en la que los amantes -por poco tiempo con la misma edad- se cruzan confidencias atemorizadas por el futuro que les deparar¨¢ su inexorable alejamiento, ella le pregunta a ¨¦l: "?Me seguir¨¢s queriendo cuando tenga arrugas?", a lo que ¨¦l responde: "?Me seguir¨¢s queriendo cuando tenga acn¨¦?".
Podr¨ªa pensarse, entonces, en una cierta simetr¨ªa, en una peculiar equivalencia ("todos acabamos con pa?ales" declara tambi¨¦n un personaje en otro momento de la pel¨ªcula) que desmentir¨ªa la ilusionada fantas¨ªa de Mark Twain. Pero quiz¨¢ incluso esta interpretaci¨®n, en cierto modo destacada en el propio filme, pasa por alto un elemento fundamental. La finitud de Benjamin Button no es como la de cualquier otro mortal, s¨®lo que al rev¨¦s. Su muerte es m¨¢s fatal, m¨¢s inexorable (si¨¦ndolo todas) que la del resto de seres humanos. Porque su muerte tiene fecha fija. En el momento en el que nace, con una determinada edad, ya conoce la fecha de su fin. No es una existencia, desde ese punto de vista, abierta, sino cerrada. Nace con lo que tiene que vivir ya contabilizado: con todas sus arrugas, con todo su deterioro a cuestas. Un deterioro del que s¨®lo aparentemente se liberar¨¢, porque su viaje hacia la juventud es tambi¨¦n un viaje hacia la muerte. En ese sentido, al tener determinada la fecha en la que todo termina, el tiempo de vida de que dispone es, casi literalmente, un tiempo de descuento. Contraviene de esta manera el conocido proverbio chino: "Nadie es tan viejo que no pueda vivir un a?o m¨¢s, ni tan joven que no pueda morir al d¨ªa siguiente".
Aunque no es menos cierto que asimismo tenemos derecho a pensar que el Benjamin Button de la ficci¨®n se debi¨® despedir de la vida (acaso fuera ¨¦se su ¨²nico privilegio) con mejor sabor de boca que el resto de mortales. La sensaci¨®n de fugacidad del tiempo, como es sabido, se acrecienta con la edad. Frente a esta sensaci¨®n, en cierto modo resumible en aquella frase "ah, pero ?ya est¨¢?" que pronunci¨® alguien en la inminencia de su muerte, acaso al pobre Benjamin Button le quedara el peque?o consuelo de sentir como, conforme se acercaba a su final, todo se hac¨ªa m¨¢s lento. Y tambi¨¦n, por qu¨¦ no decirlo, m¨¢s dulce, m¨¢s amoroso. Como ese beb¨¦ que cierra sus ojos, sonriente y complacido, en el plano con el que concluye este filme. Me disculpar¨¢n la deformaci¨®n profesional, pero, al verlo, no pude evitar acordarme de las ¨²ltimas palabras de Wittgenstein: "Digan a mis amigos que he tenido una vida maravillosa". Impresiona imaginarse estas palabras en la boca de un reci¨¦n nacido.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de filosof¨ªa en la Universidad de Barcelona y director de la revista Barcelona Metropolis.
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