Vidas robadas
Algunos ten¨ªan una imagen que recordar. Otros no. Esto supone una gran diferencia entre los primeros y los segundos: mientras unos necesitaban recuperar su identidad, los otros ni siquiera llegaron a saber que la hab¨ªan perdido. Se estima que desde el inicio de la Guerra Civil y hasta los a?os cincuenta, los sublevados de 1936 robaron a los republicanos alrededor de 30.000 ni?os, algunos para meterlos en seminarios u hospicios; otros para ser dados en adopci¨®n a ciudadanos afectos al r¨¦gimen. En ocasiones, los ni?os hab¨ªan sido separados de sus padres cuando ten¨ªan edad suficiente como para recordarlos, incluidos los encerrados junto a sus madres en las c¨¢rceles franquistas, donde les dejaban residir hasta los seis a?os. Pero en otras, nunca iban a conocer su origen los reci¨¦n nacidos que les sustra¨ªan a las mujeres ingresadas en lugares como la Prisi¨®n de Madres Lactantes de Madrid y a las que, en muchos casos, fusilaban al poco de dar a luz. ?D¨®nde fueron esos beb¨¦s? ?Qui¨¦n se los qued¨®? Resulta inquietante pensar en sus vidas falseadas y deducir que a¨²n hoy habr¨¢ personas en nuestro pa¨ªs que no sean quienes suponen ser ni pertenezcan a las familias que consideran suyas. Han permanecido siete d¨¦cadas ocultos y tampoco ahora hay demasiado inter¨¦s en rescatarles del olvido.
Inquieta pensar que a¨²n hoy hay personas en Espa?a que no son quienes creen ser ni pertenecen a familias que consideran suyas
Los que han recuperado parte de su pasado lo han conseguido gracias a alguna ONG o a espect¨¢culos televisivos de desaparecidos
Decenas de miles de ni?os acogidos en los penales fueron reeducados, y una buena cantidad, entregados a los seguidores del Alzamiento
No logran completar el rompecabezas porque no reciben casi ayuda. Es dif¨ªcil lograrlo con medios propios, pues su existencia est¨¢ llena de misterios
Esa historia siniestra comienza incluso antes de la guerra y en teor¨ªas tan disparatadas como las del psiquiatra militar Antonio Vallejo N¨¢jera, cuya tesis era que el marxismo es una enfermedad mental propia de personas intelectualmente d¨¦biles y moralmente despreciables. Siguiendo las doctrinas de la eugenesia y convencido de que la tara del socialismo se transmit¨ªa a quienes rodeasen al afectado, el estramb¨®tico m¨¦dico promov¨ªa el tratamiento con electrochoques a esos rojos de una especie humana inferior, su aislamiento en granjas y quitarles a sus hijos para evitar el contagio. Esto ¨²ltimo tuvo una expresi¨®n macabra, pero que hizo fortuna: hay que separar el grano de la paja. Para poner en pr¨¢ctica sus teor¨ªas, Vallejo N¨¢jera no tuvo m¨¢s que esperar a que otro loco se hiciera con el pa¨ªs, y la sinton¨ªa entre ambos fue tan extraordinaria, que en cuanto empez¨® la guerra Franco lo nombr¨® psiquiatra en jefe de su ej¨¦rcito, le dio permiso para que iniciase sus investigaciones con los prisioneros y firm¨® las leyes que hac¨ªan falta para que sus desvar¨ªos se hiciesen realidad.
Esas leyes, publicadas en el Bolet¨ªn Oficial del Estado en 1940 y 1941, otorgaban autom¨¢ticamente al nuevo Estado la tutela de los ni?os internados en los hospicios del Auxilio Social, la instituci¨®n caritativa que hab¨ªa fundado la viuda del l¨ªder falangista On¨¦simo Redondo, y le autorizaba a cambiarles los apellidos. Era una autopista hacia la impunidad, pues daba a los rebeldes carta blanca para secuestrar a los hijos de los republicanos, darlos nuevo nombre y hacerlos desaparecer de sus vidas. Nadie puede saber con exactitud cu¨¢ntos fueron, entre otras cosas porque no exist¨ªa ni registro de los nacimientos en los penales ni censo de la poblaci¨®n infantil que acog¨ªan, aunque la escasa documentaci¨®n no destruida -como tantas otras pruebas- en los ¨²ltimos a?os de la dictadura muestra que decenas de miles fueron reeducados, y una buena cantidad de ellos, entregados a los seguidores del Alzamiento. En algunas circulares internas de Auxilio Social, sus responsables expresaban preocupaci¨®n por el destino de estos ni?os, ya que les hab¨ªan informado de que a muchos no se los llevaban para educarlos como a hijos, sino como criados.
Las ayudas oficiales para el esclarecimiento de esa trama macabra han sido nulas, como suele ocurrir con lo relacionado con la memoria hist¨®rica, y, de hecho, una de las cosas que propon¨ªa investigar el magistrado Baltasar Garz¨®n en su intento de enjuiciar el franquismo era la odisea de los ni?os arrebatados a sus familias por los vencedores, pero la Audiencia Nacional lo par¨®. La Asociaci¨®n para la Recuperaci¨®n de la Memoria Hist¨®rica (ARMH) intenta ahora aprovechar un claro en la cortina de humo que hizo caer el tribunal, puesto que ¨¦ste hablaba de que s¨®lo podr¨ªa actuar en caso de m¨¢xima urgencia, y con l¨®gica argumentan que la edad de los afectados es raz¨®n m¨¢s que urgente para ponerse en marcha: algunas personas que buscaban a sus familias murieron ya, y las que quedan rozan los 100 a?os. La ARMH solicita que se realicen de inmediato las pruebas de ADN necesarias, pero parece que ni la justicia ni el dinero p¨²blico est¨¢n ah¨ª para ellos.
No deja de ser preocupante que si algunos de esos hombres y mujeres lograron reencontrar el hilo de su existencia nunca lo han hecho gracias a los poderes p¨²blicos, sino a la intervenci¨®n de alguna ONG o porque alg¨²n medio de comunicaci¨®n ha aprovechado el inter¨¦s de sus peripecias para montar espect¨¢culos televisivos en los que el reencuentro familiar aseguraba la audiencia (en Qui¨¦n sabe d¨®nde, los ni?os robados del franquismo se mezclaban con los fugados de sus matrimonios y dem¨¢s pr¨®fugos de su propia autobiograf¨ªa). Algunos casos de v¨ªctimas que a¨²n pueden contar su calvario sirven como ejemplo del sufrimiento colectivo que caus¨® el r¨¦gimen a gran parte de la poblaci¨®n espa?ola.
Mar¨ªa del Carmen Calvo Garc¨ªa no siempre se llam¨® as¨ª. Una de las particularidades del proceso era que a veces a los hu¨¦rfanos se les pon¨ªa el apellido Exp¨®sito; en otras ocasiones, ampar¨¢ndose en la ley de 1941, les daban apellidos tradicionales: G¨®mez, P¨¦rez, Rodr¨ªguez o Gonz¨¢lez, y en otros casos ocurr¨ªa algo m¨¢s inaudito: los ni?os entregados a personas que, por el motivo que fuese, eran devueltos al orfanato llegaron a tener m¨²ltiples padres y apellidos. Un galimat¨ªas con consecuencias burocr¨¢ticas. Mar¨ªa del Carmen, por ejemplo, no pudo solicitar el permiso para desenterrar a su padre, fusilado en Toledo y arrojado a una fosa com¨²n: al no coincidir los apellidos no se le reconoci¨® vinculaci¨®n. Cuando pensaba en ¨¦l recordaba que al poco de morir su esposa, en 1934, solo, con siete hijos, tom¨® la decisi¨®n de separarlos: tres, con sus abuelos; cuatro, internos a un colegio. Pero antes mand¨® hacer un retrato de la familia al completo. Cuando tiempo despu¨¦s sus nietos solicitaron copia de su partida de defunci¨®n (expedida en 1939 tras ser fusilado), en ella el nombre de Mar¨ªa del Carmen hab¨ªa desaparecido.
Acostumbrada a ir descubriendo poco a poco su propia vida, ella sabe m¨¢s de lo que recuerda: por ejemplo, que al inicio de la guerra, muy peque?a, las monjas del hospicio la enviaron a Francia junto a su hermana Florencia; que estuvo en Perpi?¨¢n y Burdeos y que vivi¨® un tiempo con una familia francesa de la que nada sabe. Tambi¨¦n que el Servicio Exterior de la Falange intent¨® traer de vuelta a Espa?a a su hermana, y a ella unos cu¨¢queros llevarla a EE?UU. Florencia, entonces de ocho a?os, lo evit¨® escondi¨¦ndose en una carbonera hasta que los agentes fascistas pasaron de largo, y lo segundo lo quiso impedir ella no solt¨¢ndose jam¨¢s de la mano de su hermana. Pero un d¨ªa las separaron para vacunarlas y?no volvieron a verse: la mayor regres¨® a Espa?a y pudo reunirse con su familia; de la menor no volvi¨® a saberse. Cuando Florencia indag¨®, las monjas le aseguraron que hab¨ªa muerto de tifus en el tren a Espa?a y la hab¨ªan enterrado en alg¨²n lugar junto a las v¨ªas. Pero los ni?os invisibles tambi¨¦n dejan huellas, y, como sus raptores los inscrib¨ªan a veces en los registros civiles all¨ª donde los llevaban, sabemos que Mar¨ªa del Carmen estuvo en Igualada, en Ir¨²n y en Carabanchel, en un orfanato religioso llamado Villa San Miguel, bajo la tutela de Protecci¨®n de Menores. All¨ª fue a buscarla un matrimonio de tenderos de Jumilla, y con ellos pas¨® toda su vida. La trataron bien, pero ella nunca olvid¨® que su verdadera familia era otra. Hizo lo posible por encontrarla. M¨¢s adelante, ya casada y con seis hijos, sol¨ªa contarles su odisea, aunque sonara ya a batallita lejana.
Una noche, 60 a?os m¨¢s tarde, Mar¨ªa del Carmen, antes Mar¨ªa Exp¨®sito y Mar¨ªa P¨¦rez G¨®mez, estaba en casa cuando son¨® el tel¨¦fono y una de sus hijas le aconsej¨® que pusiera la tele: estaban dando un programa al que una mujer llamada Florencia dec¨ªa haber ido para tratar de encontrar a su hermana perdida en la guerra. Los presentadores afirmaban haberla encontrado, as¨ª que Mar¨ªa del Carmen decidi¨® presentarse en el plat¨®. Ante sus ojos se suced¨ªa la escena del reencuentro entre las supuestas hermanas, aunque la verdad era que no parec¨ªan reconocerse. Florencia sac¨® del bolso la ¨²nica foto de su familia al completo, y la mujer que ten¨ªa enfrente ni se inmut¨®. En la grada, Mar¨ªa del Carmen le susurr¨® a su hija: "?sa soy yo, la que est¨¢ en las rodillas del padre". Pero nada desvel¨®, intimidada por el medio y porque el espect¨¢culo televisivo continuaba, encaminado a demostrar que Florencia hab¨ªa encontrado a su hermana y que la confusi¨®n de ¨¦sta era l¨®gica, teniendo en cuenta su edad entonces, los a?os transcurridos y el lavado de cerebro que les deb¨ªan de hacer a los ni?os que se llevaban.
Al acabar, Mar¨ªa del Carmen se acerc¨® a Florencia. Y entonces ocurri¨®. Florencia la mir¨® fijamente, se le hizo un nudo en la garganta y dijo: "Yo a ti te conozco y te quiero mucho". Florencia y Mar¨ªa del Carmen intercambiaron tel¨¦fonos y a partir de aquella noche pasaron cuatro a?os hablando, aunque persist¨ªan las dudas. Alguno de sus hermanos sosten¨ªa: "No te f¨ªes, ¨¦sta quiere sacar algo de nosotros". Pero las dos mujeres reunieron dinero para las pruebas de ADN y el resultado fue un 96,9% de posibilidades de ser hermanas. Aun as¨ª, el primog¨¦nito, incr¨¦dulo, no se conform¨®. Tom¨® un tren y se present¨® en casa de Mar¨ªa del Carmen para desenmascararla. Cuando llam¨® a la puerta y ella abri¨®, aquel hombre dej¨® caer la maleta y se ech¨® a llorar: era id¨¦ntica a su padre.
Historias como la de Mar¨ªa del Carmen son ins¨®litas, pero no raras, una paradoja que se explica por la vocaci¨®n de exterminio que ampar¨® desde el primer instante a los insurgentes de 1936, tan empe?ados en masacrar a sus rivales ideol¨®gicos como en borrar del mapa de Espa?a sus ideas. A pesar de ello, las diferentes asociaciones vinculadas a la memoria hist¨®rica que luchan por los derechos de las v¨ªctimas no han logrado que ning¨²n Gobierno les apoye; ni que les preste ayuda econ¨®mica que no pueda considerarse limosna; ni que el dictador sea calificado oficialmente de genocida; ni que sus miles de asesinatos se cataloguen como cr¨ªmenes contra la humanidad, lo que impedir¨ªa que pudieran considerarse prescritos o amnistiados; ni que la apolog¨ªa del franquismo sea delito... Tampoco se han querido hacer cosas tan simples como un registro de ADN con los afectados por la trama del robo de ni?os, o tomar declaraci¨®n a personajes como Trinidad Gallego, una comadrona de casi cien a?os que prest¨® sus servicios en la c¨¢rcel de Ventas, testigo de numerosas sustracciones de reci¨¦n nacidos. Despu¨¦s de estar encerrada a?os por sus ideas, de pasar hambre y de tener que soportar, tras ser liberada, los abusos sexuales de un m¨¦dico que la amenazaba tras cada violaci¨®n con devolverla a la c¨¢rcel si lo denunciaba, Trinidad no ha tenido la satisfacci¨®n de que alg¨²n juzgado recoja su testimonio.
Otra mujer que tambi¨¦n tuvo varios nombres y una foto que esclareci¨® su vida es Antonia Rada, antes Antonia Herrera Cano. Su tormento comenz¨® al estallar la sublevaci¨®n militar. Su madre fue arrestada y llevada junto a la ni?a, entonces de dos a?os, a la prisi¨®n de Guadix. Ellas eran el cebo: la pieza que buscaban sus captores era el padre, un jornalero a quien fusilaron en cuanto fue a entregarse para que las liberaran. Antonia asegura haber presenciado el ajusticiamiento: se escap¨® de la celda al ver a su padre desde la ventana, corri¨® hacia el patio, y al llegar y llamarlo, ¨¦l se gir¨® y levant¨® la mano en gesto de despedida, justo cuando los tiros lo abat¨ªan. Antonia, ya hu¨¦rfana, fue arrebatada a su madre, aunque permaneci¨® en la misma c¨¢rcel de Santa Cruz de Tenerife. Y cuando la mujer oy¨® que a los ni?os los daban en adopci¨®n al cumplir tres a?os, le pidi¨® a otra reclusa que sal¨ªa en libertad que la cuidara hasta el fin de su condena. Le firm¨® una autorizaci¨®n y le dio una foto, en la que estaban juntas madre e hija, para que Antonia la recordara. La compa?era, sin embargo, no cumpli¨®: se fue a ver a la due?a de una tienda de alta costura que no pod¨ªa tener hijos. Antonia cree que la dieron a cambio de un traje de novia. Lo supo despu¨¦s, porque lo que le repitieron una y otra vez en su infancia fue que su madre "la hab¨ªa regalado como a un perro", que sus progenitores eran unos indeseables. Ese veneno la llen¨® de rencor.
"Y pretendieron hacerme creer que ellos tambi¨¦n eran familiares m¨ªos, pero algo no me encajaba. Recuerdo que cuando hice la primera comuni¨®n les pregunt¨¦: '?Y por qu¨¦ no llevo vuestros apellidos?'. La respuesta: 'De eso no se habla'. Un d¨ªa, mientras miraba fotos de una caja, encontr¨¦ una de una mujer alta, con mo?o y una ni?a en brazos que, sin duda, era yo. Le pregunt¨¦ a mi madre adoptiva y se puso muy nerviosa. Me dijo que era una amiga fallecida y me la quit¨®. Esa foto, claro, era la que mi madre le hab¨ªa dado a la compa?era de c¨¢rcel. Se me qued¨® grabada. Un d¨ªa se me ocurri¨® peinarme igual que en la foto, me recog¨ª el pelo, y mi madre adoptiva, al verme, grit¨®: '?Qu¨¦ haces? ?No te peines as¨ª!'. '?Por qu¨¦?', le pregunt¨¦. Ella, muy p¨¢lida, me respondi¨®: 'Porque me recuerdas a alguien...'. Me arm¨¦ de valor: '?A qui¨¦n? ?A mi madre?".
La tela de ara?a de la mentira empezaba a romperse, y Antonia sigui¨® obsesionada por saber lo ocurrido y si su madre biol¨®gica viv¨ªa. Un tiempo despu¨¦s, cuando muri¨® su padre adoptivo, encontr¨® una carta que la dej¨® perpleja: "Era de uno de mis ocho hermanos, que estaba haciendo la mili en Ceuta, y en ella dec¨ªa que iba a ir a Tenerife a buscarme porque hab¨ªa descubierto d¨®nde y con qui¨¦n estaba, y tambi¨¦n afirmaba que quer¨ªa llevarme con ¨¦l. Yo pod¨ªa no haber dado cr¨¦dito a lo que le¨ªa, pero record¨¦ que en una ocasi¨®n, con ocho a?os, una monja de mi colegio me dijo: 'Antonia, ven, que tienes una visita. Tu hermano'. Yo dije que no ten¨ªa ninguno. Pero me llevaron ante ¨¦l. Y entonces pasaron dos cosas: una, que sent¨ª miedo, porque desde que hab¨ªa visto a los soldados que mataron a mi padre ten¨ªa terror a los uniformes, y ¨¦l iba de uniforme; y la otra es que cuando me dijo qui¨¦n era y que quer¨ªa llevarme a casa con mi aut¨¦ntica familia, yo me ech¨¦ a llorar y le dije: 'No tengo m¨¢s familia que ¨¦sta... ?Vosotros me hab¨¦is regalado como a un perro!'. No volvi¨® a dar se?ales de vida, ni debi¨® de comunicar su hallazgo a su madre, y se llev¨® el secreto a la tumba al morir. Antes tuvo alg¨²n otro contacto con el padre adoptivo de Antonia, porque ella encontr¨® otra carta en la que ¨¦ste le ped¨ªa permiso para llevarla con ellos a Venezuela. Lo necesitaba porque como no le hab¨ªan cambiado los apellidos, precisaba una autorizaci¨®n legal. Como el hermano no quiso firmar ning¨²n permiso, la llevaron a un notario, la bautizaron y le pusieron sus apellidos. Eso fue "en 1948 o 1949", dice.
La suma de todo da como resultado la confusi¨®n, y esa confusi¨®n la atorment¨® toda su vida. "?Por qu¨¦ mi madre tard¨® 54 a?os en ir a buscarme? Si mi hermano le cont¨® que me hab¨ªa encontrado, ?por qu¨¦ no me reclamaron?". Algunas preguntas encontraron respuesta, una vez m¨¢s, en Qui¨¦n sabe d¨®nde, cuando a otra de sus hermanas se le ocurri¨® ponerse en contacto con sus realizadores. Para empezar, encontraron en los archivos de la c¨¢rcel de Santa Cruz de Tenerife un documento clave: el que hab¨ªa firmado su madre autorizando a su compa?era de cautiverio, Candelaria Hern¨¢ndez, para que se llevase a Antonia. Al indagar sospecharon que ni esa mujer hab¨ªa actuado por un impulso, ni las autoridades penitenciarias hab¨ªan estado al margen. Antonia no sab¨ªa eso, ni tampoco que el nombre que le hab¨ªan puesto sus padres era el de Pasionaria, que tuvieron que cambi¨¢rselo en 1938 para protegerla. Tambi¨¦n que el hermano que hab¨ªa ido a buscarla pod¨ªa haber sido demasiado cauteloso al no querer decirle nada a su madre hasta ver en qu¨¦ acababa todo, pero que adem¨¢s tampoco tuvo tiempo, porque falleci¨® pronto. Y Antonia supo algo m¨¢s: "Mi madre verdadera, a la que yo guardaba gran rencor, hab¨ªa vivido destrozada por el dolor de no poder estar conmigo. Jam¨¢s se hab¨ªa quitado el luto, durmi¨® 60 a?os con mi foto bajo la almohada. Supe todo eso, aprend¨ª su nombre y apellidos, Carmen Cano Villegas, y que viv¨ªa en Gerona. Y hasta su muerte mantuvimos una buena relaci¨®n. Mi ex marido, que era franquista, intentaba evitarlo y me dec¨ªa que me alejara de ellos, que los rojos eran gentuza, que hab¨ªa tenido mucha suerte de que me apartaran de ellos. Ya sabes, lo de separar el grano de la paja".
Estremece pensar en aquel pa¨ªs lleno de ni?os perdidos o abandonados, de hospicios del Auxilio Social o seminarios donde iban a verlos, a tasarlos, a llev¨¢rselos... La beneficencia franquista era, en realidad, parte del aparato represor de la dictadura, y en los internados trataban a las criaturas con m¨¦todos castrenses. Uxenu Ablana, que tiene ya m¨¢s de setenta a?os, vive en Santiago de Compostela y pertenece a la Asociaci¨®n de la Guerra y el Exilio, tiene tambi¨¦n una historia tremenda a sus espaldas, en la que asoma otra de las esquinas del infierno, la del abuso sexual.
Uxenu perdi¨® a su madre al empezar la guerra, pero hasta hoy no sabe lo que le ocurri¨®, ni ha podido averiguar d¨®nde est¨¢ enterrada. Durante a?os le dijeron que hab¨ªa muerto a causa de un aborto, pero vecinos de Pravia, que era donde viv¨ªan, le contaron otra historia: los sublevados la hab¨ªan detenido y torturado para que contara d¨®nde estaba su padre, y hab¨ªa muerto mientras la azotaban salvajemente. El padre, al que condenaron a 30 a?os de prisi¨®n, pas¨® ocho en la c¨¢rcel, y cuando sali¨® no quiso hablar jam¨¢s del tema a su hijo. A Uxenu (que sostiene que en realidad a ¨¦l lo mataron en 1936 y aplaude el verso con el que ?ngel Gonz¨¢lez define la posguerra: "Quien no pudo morir, continu¨® andando") lo internaron en centros del Auxilio Social desde los seis hasta los diecis¨¦is. En ellos dice haber sufrido maltrato. "A todos nos pegaban, y a m¨ª, que era algo rebelde, m¨¢s. En el orfanato de Pravia llegaban a castigarnos sin cenar una semana entera, y en otro de Avil¨¦s, el ayuno llegaba hasta los 15 d¨ªas: imag¨ªnate, con el hambre que ya pas¨¢bamos. Otras veces nos encerraban en un armario diminuto que hab¨ªa en el hueco de la escalera, y all¨ª ten¨ªas que limpiar los zapatos de todos. Nuestra educaci¨®n era casi inexistente, poco m¨¢s all¨¢ de las cuatro reglas matem¨¢ticas, porque todo el tiempo lo gastaban en obligarnos a aprender himnos falangistas y doctrina cat¨®lica. Adem¨¢s, algunos sacerdotes abusaban de los ni?os. Uno de ellos sol¨ªa dejarme una bicicleta y me mandaba a hacer recados. Al volver, me dec¨ªa: 'Ni?o, qu¨ªtate los pantalones y mete los pies en esta palangana de agua caliente, que te los voy a lavar como a Jesucristo'. Pero las manos del cura empezaban pronto a subir por las piernas y a acariciarme el sexo. Un d¨ªa me despert¨¦ en la noche y lo encontr¨¦ en mi cama, tumbado a mi lado, desnudo y con una gran erecci¨®n, acarici¨¢ndome. Mi caso no era una excepci¨®n. Otros curas iban a buscar a los ni?os al hospicio, supuestamente para dar un paseo por el campo y que respirasen aire puro, y cuando estaban apartados les ofrec¨ªan dinero por dejarse masturbar, con lo cual, dec¨ªan, les sacaban el diablo de dentro. A m¨ª, una tarde, dos me llegaron a ofrecer 100 pesetas, que era una fortuna. No lo lograron, pero s¨ª meterme por la fuerza a monaguillo". Una noche en que llevaba ya cuatro o cinco d¨ªas sin probar bocado, una monja despert¨® a Uxenu para aumentar el castigo cort¨¢ndole el pelo al cero, "y yo, harto de golpes y suplicios, le di un empuj¨®n, salt¨¦ por una ventana y me escap¨¦ de aquel infierno. Fui andando hasta Oviedo, donde estaba mi padre, y al ver que nadie iba a reclamarme, me qued¨¦ all¨ª, trabaj¨¦ en un taller y me hice viajante, como ¨¦l".
Lo cierto es que muchos ni?os fueron robados en la Espa?a f¨²nebre de la dictadura, que una cantidad intolerable de ellos nunca llegaron ni llegar¨¢n a saber qui¨¦nes son, y otros, aunque pudieron reconstruir sus or¨ªgenes, no logran completar el rompecabezas porque no reciben casi ayuda para hacerlo. Y es dif¨ªcil lograrlo con medios propios, porque toda su existencia suele estar llena de misterios y medias verdades. Hay casos como el de Julia Manzanal. Su hija muri¨® en la c¨¢rcel donde hab¨ªa sido encerrada con ella, al igual que suced¨ªa con cientos de ni?os por epidemias de tifus o meningitis que arrasaban los centros penitenciarios, donde la comida era basura; la atenci¨®n m¨¦dica, simb¨®lica, y la suciedad lo enfangaba todo. Julia -que hoy vive en Madrid y siente un enorme dolor al recordar, hasta el punto de que sus familiares permiten que se le hagan fotos, pero piden que no le hablen de aquello porque se altera- al menos tuvo la ocasi¨®n de hacer p¨²blico su calvario: fue una de las protagonistas del documental Los ni?os perdidos del franquismo (de Montse Armengou y Ricard Belis). La vida de Julia es terrible, pero al menos sabe la verdad, aunque siga pregunt¨¢ndose qu¨¦ habr¨ªa pasado si su ni?a no hubiera muerto, qu¨¦ habr¨ªa hecho, c¨®mo habr¨ªa sido su vida...
Otros, como Carlos Mercader Bellver, siguen intentando conocer los detalles. A ¨¦l lo abandon¨® su madre en diciembre de 1936, seguramente por no poder alimentarlo, y fue recogido por unas monjas y llevado a un convento-hospital de Valdepe?as. A partir de ese instante todo es niebla. Cuando llevaba all¨ª una buena temporada apareci¨® un comisario pol¨ªtico llamado Diego Mercader Bellver que le dio sus apellidos. Cree que era su padre, y al seguir su pista ha sabido que fue herido en Huesca, lo llevaron preso a Barcelona y luego a Pueblo Nuevo, que fue condenado a muerte e indultado. El ni?o, mientras, vivi¨® con una familia de la que no guarda recuerdo, y al acabar la guerra fue enviado a un hospicio de Ciudad Real. All¨ª, otra familia se hizo cargo de ¨¦l y lo devolvi¨® a Valdepe?as. El deseo de esas personas era que fuera compa?ero de juegos de su hija, pero cuando ¨¦sta se hizo mayor ingres¨® en un convento, y su falso hermano fue devuelto al Auxilio Social. En orfanatos estuvo de los nueve a los veinti¨²n a?os, pasando por varios en Madrid, entre ellos, en el mismo que el dibujante Carlos Jim¨¦nez, que ha inmortalizado los horrores sufridos en su obra Paracuellos.
"A mi padre no llegu¨¦ a verle de verdad. Aunque una vez que estaba enfermo fue a Valdepe?as y me visit¨®. Me dio una medalla, pero las monjas me la quitaron. Con los a?os, mientras yo hac¨ªa el servicio militar, alguien me habl¨® de un hombre de un juzgado de Almad¨¦n que llevaba mis mismos apellidos. Soy muy t¨ªmido, me daba verg¨¹enza molestar a aquel hombre, pero le envi¨¦ una carta, a la que ¨¦l contest¨® con amabilidad, pero evasivo. Nunca dijo que fuese mi padre, tampoco lo contrario. Dej¨¦ pasar el tiempo, no quer¨ªa que pensara que quer¨ªa algo de ¨¦l, algo material. Pero, al final, decid¨ª presentarme en Almad¨¦n para hablar. Por desgracia, ya hab¨ªa muerto". Pero a¨²n hay otro cabo suelto de la historia de Carlos Mercader. Una ma?ana, un cliente del banco de Huelva en donde trabajaba, le dijo: "Vaya, qu¨¦ casualidad, lleva usted mis apellidos. Yo soy hijo de una mujer que se llama Dolores Mercader". Y Carlos piensa seguir ese rastro: "Voy a quemar mi ¨²ltima vela, a ver si consigo saber qui¨¦n fue mi madre, qu¨¦ le ocurri¨®. Tengo datos que dicen que probablemente huyera de Valdepe?as hacia Alicante o Almer¨ªa. Quiero saber de d¨®nde provengo y qu¨¦ pas¨®. No es agradable vivir sin saber qui¨¦n eres". Ni?os robados, vidas tachadas y reescritas... No queda demasiado tiempo. Si nadie lo evita, todo su sufrimiento caer¨¢ en los pozos del olvido, esos agujeros negros de los manuales de historia, las hojas arrancadas del libro de la democracia. P
Julia Manzanal
Nacida en 1915 en Madrid, una de las protagonistas del documental 'Los ni?os perdidos del franquismo'.
"Sigo pregunt¨¢ndome qu¨¦ habr¨ªa pasado si mi ni?a no hubiera muerto, c¨®mo habr¨ªa vivido, c¨®mo habr¨ªa sido el tiempo compartido"
Uxenu Ablana
Viv¨ªa en 1936 en Pravia cuando perdi¨® a su madre. Fue internado en centros de Auxilio Social (arriba).
"Algunos sacerdotes abusaban de los ni?os. Uno de ellos sol¨ªa decirme: 'Ni?o, qu¨ªtate los pantalones (...), que te voy a lavar los pies como a Jesucristo', y sus manos sub¨ªan..."
Carlos Mercader
Pas¨® 12 a?os en orfanatos de Auxilio Social. Vivi¨® con varias familias.
"Voy a quemar mi ¨²ltima vela, a ver si consigo saber qui¨¦n fue mi madre, qu¨¦ le ocurri¨®. Quiero saber de d¨®nde vengo, qu¨¦ pas¨®. No es agradable vivir sin saberlo"
Antonia Rada
Nacida en 1934. Su madre, presa en Tenerife, para evitar que la dieran en adopci¨®n, autoriz¨® (arriba) a otra presa, Candelaria, para que la cuidara, pero ¨¦sta la vendi¨® a otra familia.
"Mi nueva familia me repiti¨® que mis padres eran unos indeseables y me hab¨ªan vendido, que ellos eran parientes m¨ªos. Un veneno. Pero algo no me encajaba. Un d¨ªa pregunt¨¦: '?Y por qu¨¦ no llevo vuestro nombre?"
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