El cuadro que no est¨¢
1 - ?Se acuerdan? Suspend¨ª el relato en el momento en que me dispon¨ªa a salir de un cuarto de hotel de Nueva York en el que durante largo tiempo hab¨ªa quedado atrapado, hipnotizado por la reproducci¨®n de Stairway, un peque?o cuadro de 1949, una pintura nada conocida de Edward Hopper. En ella el espectador mira escaleras abajo hacia una puerta que se abre a una oscura, impenetrable masa de ¨¢rboles o monta?as. Para el poeta Mark Strand todo aquello a lo que la geometr¨ªa de la casa nos dispone, nos es finalmente denegado. La puerta abierta no es un c¨¢ndido pasaje entre el interior y el exterior, sino una invitaci¨®n parad¨®jicamente preparada para que nos quedemos donde estamos.
-Sal -dice la casa.
-?Ad¨®nde? -pregunta el paisaje exterior.
Al saber que el Whitney Museum -donde estaba el original del cuadro- se hallaba a escasa distancia del hotel, hab¨ªa empezado a esperar el momento -?se acuerdan?- en que lograr¨ªa doblegar el hechizo y podr¨ªa salir del cuadro y del cuarto para ir a ver el que me esperaba ah¨ª afuera, a cuatro pasos del hotel: el cuadro de verdad.
He de salir -me dec¨ªa yo- del cuarto y del hotel y cruzar unas calles, irme no muy lejos, m¨¢s bien cerca, como si fuera a quedarme. As¨ª estaba cuando decid¨ª salir. Pero lo decid¨ª cuando ya hab¨ªa publicado Salir del cuadro, la anterior entrega de este dietario, donde explicaba todo esto. Resolv¨ª bajar a la calle y acercarme al Whitney Museum. Pero es que para entonces estaba ya de verdad en ese cuarto de hotel de Nueva York en el que, unos d¨ªas antes en Barcelona, hab¨ªa imaginado (y escrito) que me hipnotizaba la reproducci¨®n de Stairway. Lo hab¨ªa imaginado todo para poder escribir lo que me ocurr¨ªa en ese cuarto del Roger Smith Hotel de Nueva York mucho antes de que entrara realmente en ¨¦l. Como era previsible, cuando llegu¨¦ al cuarto de verdad, el cuadro que hab¨ªa en mi habitaci¨®n no era Stairway.
Es cierto que es una fea costumbre m¨ªa narrar viajes antes de hacerlos. Ci?¨¦ndome a Stairway, creo que me habr¨ªa muerto del susto si al llegar a mi cuarto del Roger Smith me hubiera encontrado de verdad ese cuadro que en Barcelona hab¨ªa imaginado que estaba en mi cuarto de Nueva York. En su lugar hab¨ªa uno muy interesante, por cierto: un grabado en el que se ve¨ªan dos ocean¨®grafos en alta mar. Lo fotografi¨¦. Pero segu¨ª imaginando que aquel cuadro era el de Hopper. Despu¨¦s, simul¨¦ que llevaba horas atrapado en el cuarto, hipnotizado por la reproducci¨®n de Stairway y que, en cuanto saliera a la calle, lo primero que tendr¨ªa que hacer ser¨ªa ir al Whitney Museum a ver el cuadro de verdad. Casi sin darme cuenta, empec¨¦ a vivir lo que previamente hab¨ªa escrito y hasta publicado como algo ya vivido: una manera m¨¢s de imitar al romano Petronio, que escrib¨ªa historias que ¨¦l protagonizaba, hasta que un d¨ªa decidi¨® vivir lo que hab¨ªa escrito.
2 - Para doblegar el hechizo necesitaba salir del cuadro de verdad. Dispuesto a seguir viviendo lo que hab¨ªa empezado a escribir, llam¨¦ a Andrea Aguilar, amiga y joven periodista que reside en Nueva York desde hace a?o y medio y tiene actualmente un trabajo de estirpe netamente kafkiana. Tanto en New York Times, donde estuvo un tiempo, como en la revista de viajes para la que trabaja ahora, cumple funciones de verificadora o comprobadora de datos, es decir, se encarga meticulosamente de que no se infiltre un solo dato falso en los art¨ªculos que le dan para revisar. No hay duda de que si ella tuviera que verificar y corregir mis relatos de viajes escritos antes de hacer los viajes tendr¨ªa mucho trabajo.
No sab¨ªa que trabajaba de verificadora cuando le propuse que me acompa?ara al Whitney, como tampoco que era amiga de Mark Strand, el poeta que ha escrito el mejor libro sobre Hopper y el autor de las maravillosas p¨¢ginas que me hab¨ªan llevado a interesarme por Stairway. No me enter¨¦ de que era verificadora hasta que no est¨¢bamos ya entrando en el Whitney. No pod¨ªamos entonces ninguno de los dos imaginar que lo que en realidad har¨ªamos aquella ma?ana en el museo era verificar que el cuadro no estaba all¨ª. Averiguamos que la colecci¨®n que la viuda legara al Whitney se hallaba en la quinta planta y a ella subimos. Nos tomamos con calma el recorrido por las diferentes estancias de esa planta y en un momento determinado, a la media hora de estar por all¨ª, comenzamos a ver cuadros que hab¨ªamos visto ya dos o tres veces, lo que nos hizo deducir que ya hab¨ªamos visto todo lo que se expon¨ªa y que por tanto all¨ª no estaba ni la sombra de Stairway.
Andrea, en la sospecha de que me hab¨ªa inventado el cuadro y en su papel de verificadora, habl¨® con dos vigilantes del museo y de lo que le dijeron dedujo que la peque?a pintura se encontraba tal vez en el s¨®tano o bien en alg¨²n lugar del mundo donde hubiera una exposici¨®n itinerante de la obra de Hopper. Acept¨® que la peque?a pintura exist¨ªa pero que, en cualquier caso, no nos ser¨ªa posible aquella ma?ana estar frente a la escalera que nos invitar¨ªa a salir al tiempo que nos dejar¨ªa clavados frente al cuadro al preguntarnos ad¨®nde pens¨¢bamos marcharnos. Nada de todo esto podr¨ªa ya ocurrirnos, puesto que el cuadro de verdad no estaba. Un signo de los tiempos. Y la verificaci¨®n plena de que el arte moderno, a diferencia del antiguo -que era impensable sin relacionarlo con un lugar sagrado-, es un arte port¨¢til, altamente fugitivo e itinerante. Si "toda relaci¨®n est¨¦tica precisa de un lugar, pues nunca se da en el vac¨ªo de la pura conciencia" (F¨¦lix de Az¨²a, Diccionario de las Artes), no menos cierto es que Stairway por ahora est¨¢ para nosotros en un s¨®tano imaginario, a¨²n no comprobado, ni tan siquiera verificado. Es evidente que hasta que no conozcamos el lugar del cuadro, ¨¦ste se deslizar¨¢ fun¨¢mbulo por el vac¨ªo de nuestras conciencias.
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