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Reportaje:

40 a?os en la Luna

S¨ª, la Luna estaba ante ellos, tan visible, por fin, como la tierra del horizonte en las noches de media luz interminable de un verano norte?o, el sat¨¦lite de la Tierra, cuerpo sumamente misterioso, ¨²nico en el sistema solar, una Luna cuyas propiedades y dimensiones resist¨ªan todas las categor¨ªas de clasificaci¨®n entre planeta y sat¨¦lite, esa Luna cuyos or¨ªgenes segu¨ªan siendo un misterio, cuyas facciones lunares fueron formadas..., nadie pod¨ªa demostrar con certidumbre c¨®mo hab¨ªan sido formadas; bajo ellos, la Luna yac¨ªa desnuda en su multiplicidad de dise?o. Ya fuera prueba muerta de las fuerzas que act¨²an en los cielos, o alguna cosa no del todo muerta todav¨ªa, lo cierto es que all¨¢, bajo ellos, giraba alg¨²n mundo oscurecido de azul y gris plateado, con color sutil en sus bordes y cr¨¢teres luminosos a la vista. Era un espect¨¢culo sumamente extra?o, extra?o como una presencia sobrenatural, extra?o como una costa extra?a y desierta que surgiese a trav¨¦s de un sue?o de cielo y cristalina superficie de aguas. ?C¨®mo remar? ?C¨®mo respirar? La costa azul y desierta se aproximaba a trav¨¦s del espacio impalpable, catedrales de luz se inclinaban en torno al borde de su curva.

No es f¨¢cil comprender la psicolog¨ªa del periodista: van corriendo de un lado a otro como sabandijas, Dios tiene confianza en ellos. A lo largo de los a?os van form¨¢ndose una extraordinaria capacidad para localizar d¨®nde ocurrir¨¢ la pr¨®xima victoria. (...) Son las ¨²nicas antenas en la concatenaci¨®n de los sucesos
Hab¨ªa que tomar fotograf¨ªas, describir el aspecto de las rocas, el car¨¢cter de la luz solar. Una de las primeras tareas de Armstrong era coger un esp¨¦cimen de roca y met¨¦rselo en el bolsillo. (...) Esta primera muestra de piedra y polvo lunares recibi¨® el nombre de muestra de emergencias
Era la voz de Armstrong, la voz serena del muchacho m¨¢s estupendo del pueblo, el que le saca a uno del mar cuando se ahoga y se aleja antes de pueda uno ofrecerle una recompensa
La Luna era una voz que no hablaba, una historia cuya extensi¨®n, completamente revelada, era, as¨ª y todo, incapaz de dar respuestas. S¨ª, la Luna era un centr¨ªfugo del sue?o, acelerando toda idea nueva hasta la incandescencia misma. Hay que contener el aliento cuando se mira a la LunaA 384.000 kil¨®metros de distancia, despu¨¦s de 10 a?os de preparativos, mil experimentos y un mill¨®n de piezas, 25.000 millones de d¨®lares y un mare m¨¢gum de maquinaria, se preparaban para entrar por el embudo de un acontecimiento hist¨®rico cuya importancia podr¨ªa llegar a igualar la de la muerteTodo el mundo se prepar¨® para presenciarel gran final de la semana m¨¢s grande desde el nacimiento de Jesucristo. La nave espacial comenzar¨ªa el frenazo inicial para el descensoHab¨ªa dos hombres en la Luna. Era una sensaci¨®n nueva, absolutamente carente de foco. Aunque sent¨ªa como un leve endurecimiento en la superficie de esa sensaci¨®n, una costra de piel emocional que se formaba como consecuencia del deseo de admirar a unos hombres a quienes no acababa de encontrar admirables del todo
M¨¢s informaci¨®n
?Fuegos en la Luna?
Realidades y misterios

?Qu¨¦ tierra se ofrec¨ªa ahora a sus investigaciones! Si estaba muerta, era una mente con dimensiones. Era un cuerpo celestial que mostraba todos los indicios de haber perecido en alguna angustia del cosmos, alguna angustia de apocalipsis, un rostro tan cruelmente puntuado como un acn¨¦ habr¨ªa dejado a un hombre cuya piel hubiese muerto permaneciendo vivo el coraz¨®n. ?Qu¨¦ superficie de lavas y cortezas, de granos en la popa y capullos en angustia congelada! ?Qu¨¦ escala de extinciones! ?Qu¨¦ misterio de l¨ªneas y radios y hendeduras que iban de los bordes de un cr¨¢ter quemado a otro! La Luna era como una vieja m¨¢quina de calcular enloquecida y anticuada, con una mara?a de alambres todos quemados, un mudo campo de batalla de golpes y heridas y contusiones e impactos de todos los cuerpos voladores o viajeros, o part¨ªculas o radiaciones del sistema solar y de m¨¢s all¨¢ incluso. La Luna hablaba de agujeros, torturas, cicatrices, quemaduras y fusiones de magma hirviente.

Embestida, destripada, descuartizada, retorcida, golpeada, una tierra de desiertos en forma de c¨ªrculos de 80 y hasta 130 kil¨®metros a trav¨¦s, una tierra de anillos monta?osos, algunos m¨¢s altos que el Himalaya, una tierra de recovecos huecos y cr¨¢teres interminables, cr¨¢teres dentro de cr¨¢teres, que, a su vez, resid¨ªan dentro de otros cr¨¢teres que viv¨ªan en el borde monta?oso de cr¨¢teres enormes, cr¨¢teres min¨²sculos y cr¨¢teres de 1,5 kil¨®metros de profundidad, cr¨¢teres tan grandes que el Gran Ca?¨®n del Colorado cabr¨ªa en ellos, como un cr¨¢ter dentro de un cr¨¢ter: hay un cr¨¢ter conocido por el nombre de Newton que tiene 140 kil¨®metros de anchura y casi 10.000 metros de profundidad; su borde se levanta hasta 4.000 metros sobre todas las monta?as circundantes, y hay cadenas de monta?as tan altas y vastas que se llaman los Alpes y los Apeninos, o el C¨¢ucaso y los C¨¢rpatos. Hab¨ªa tambi¨¦n hendeduras, rotondas aplanadas, cr¨¢teres fantasma sobre la llanura, cuya existencia se distingu¨ªa solamente por un anillo de colores m¨¢s claros, como si la Luna, en vista de que todas las otras muertes est¨¢n a su disposici¨®n, fuera tambi¨¦n una placa fotogr¨¢fica de explosiones, impactos y holocaustos llegados a ella de otros sitios. Se ve¨ªan huecos excavados en el suelo lunar, y granos y resquicios y espumas de arrugas sobre las llanuras, c¨²pulas y conos huecos, mont¨ªculos de cimas blancas o negras, terrazas amuralladas y cataratas de roca al azar, escupitajos de 150 kil¨®metros de roquedo, tacitas de huevos pasados por agua, mesas de monta?a y rebordes, huecos de barro seco, guaridas de almejas, puntas, aperturas, astillas de malformaciones, cadenas de cr¨¢teres, largos y misteriosos tajos, largos como carreteras interminables desde un vasto cr¨¢ter hasta el siguiente, cr¨¢teres oscuros y cr¨¢teres relucientes, cr¨¢teres relucientes como la fosforescencia en un mar iluminado por la Luna, y largas e inexplicables y misteriosas redes de radios: no se me ocurre mejor palabra o manera de comprender por qu¨¦ esas l¨ªneas volaban a lo largo y ancho de la superficie, miles de l¨ªneas que sal¨ªan de ciertos cr¨¢teres, l¨ªneas rectas y l¨ªneas oscilantes, l¨ªneas que se deten¨ªan de pronto y l¨ªneas que parec¨ªan saltar de pico a pico como un l¨¢piz que pasa a lo ancho de una tabla sin cepillar, l¨ªneas que continuaban en forma de cien ara?azos lev¨ªsimos, y l¨ªneas anchas, anchas como pinceladas asestadas a trav¨¦s de los bordes de un viejo lienzo al ¨®leo; luego, l¨ªneas que se entretej¨ªan saliendo y entrando por los valles; esas l¨ªneas, esos radios de cientos de kil¨®metros de longitud, hasta de miles de kil¨®metros de longitud, carec¨ªan de dimensiones verticales, no eran, en realidad, ni muescas ni hendeduras, pose¨ªan, simplemente, cierta propiedad especial sobre el suelo de la Luna, reflejaban la luz de manera distinta, como si fuera una especie diferente de suciedad y polvo lunares, una capa superior de polvo de alguna especie de mente u orden que hubiera visitado a la Luna despu¨¦s de desaparecer la mente primigenia de la Luna, alguna especie de jerogl¨ªfico para registrar la historia de la relaci¨®n entre la Luna y la Tierra; s¨ª, estudiar la Luna era suficiente para inducir en uno un curioso pensamiento, porque la Luna era un fen¨®meno, la Luna era una voz que no hablaba, una historia cuya extensi¨®n, completamente revelada, era, as¨ª y todo, incapaz de dar respuestas: toda propiedad de la Luna resultaba una prueba contraria a ideas anteriores sobre su propiedad. S¨ª, la Luna era un centr¨ªfugo del sue?o, acelerando toda idea nueva hasta la incandescencia misma. Hay que contener el aliento cuando se mira la Luna. (...)

Todo el mundo se prepar¨® para presenciar el gran final de la semana m¨¢s grande desde el nacimiento de Jesucristo. (...) La nave espacial, tras haber dado la vuelta a la Luna e ido de nuevo en torno a su parte posterior, comenzar¨ªa el frenazo inicial para el descenso, quedando entonces interrumpidas las comunicaciones por radio. Una hora m¨¢s tarde comenzar¨ªa a su vez la combusti¨®n final para el descenso final. Aquarius (*), carente de radar o gir¨®scopo personal, carente incluso de refinamientos olfativos en su pobre nariz period¨ªstica, deambulaba por el centro de prensa, volv¨ªa a Dun Cove a ver la televisi¨®n, porque en el cuarto de la prensa no hab¨ªa televisi¨®n en color, y luego, aburrido de escuchar a los locutores y, finalmente, incapaz de presenciar el acontecimiento solo, volvi¨® al sal¨®n de cine y se sent¨® all¨ª, en compa?¨ªa de un centenar de periodistas, a pasar la ¨²ltima media hora.

A trav¨¦s de la electricidad est¨¢tica de los altavoces llegaban frases sueltas. "El ¨¢guila est¨¢ estupendamente, todo va bien", lleg¨® a sus o¨ªdos, junto con datos sobre la altitud. "?Todo listo para el aterrizaje, fin!". "De acuerdo, listo para el aterrizaje, 900 metros". "Estamos listos, todo a punto, listos, 600 metros". As¨ª iban saliendo las palabras de los altavoces. A cosa de 384.000 kil¨®metros de distancia, despu¨¦s de 10 a?os de preparativos y entrenamientos, mil experimentos y un mill¨®n de piezas, 25.000 millones de d¨®lares y un mare m¨¢gnum de maquinaria, se preparaban para entrar por el embudo de un acontecimiento hist¨®rico cuya importancia podr¨ªa llegar a igualar la de la muerte, y los periodistas que interpretar¨ªan esta informaci¨®n para los lectores del mundo entero estaban ahora agit¨¢ndose en cort¨¦s, aunque creciente, atenci¨®n, entre las serenas y cr¨ªpticas voces tecnol¨®gicas que llegaban zumbando de la televisi¨®n. ?Es as¨ª tambi¨¦n la experiencia de estar a punto de nacer? ?Esperaba uno en una estancia moderna, entre extra?os, mientras se iban anunciando n¨²meros?: "Alma n¨²mero 77-48-16, lista, pase a la zona CX, ser¨¢ concebida a las 16.04 horas".

Y as¨ª las cosas se oy¨® la voz. Y la Luna estaba cada vez m¨¢s cerca. (...)

-Luces encendidas, dos y medio, abajo, adelante, adelante, bien, 12 metros, 0,70 metros, abajo, recogemos un poco de polvo, 9 metros, 0,70 metros, abajo, leve sombra, 1,20 metros adelante, 1,20 metros adelante, desviaci¨®n ligera a la derecha, 1,80 metros..., abajo.

Otra voz dijo:

-Treinta segundos.

?Ser¨ªan treinta segundos de combustible? Una leve agitaci¨®n expectante se cern¨ªa sobre el auditorio.

-Desviaci¨®n hacia la derecha. Luz de contacto. Vale -dijo la voz, tan serena como antes-, para el motor. Los mandos ahora autom¨¢ticos, el control del motor de descenso desconectado. El brazo del motor desconectado. 413 en funcionamiento.

Se oy¨® un grito medio de j¨²bilo, medio de confusi¨®n. ?Hab¨ªan alunizado?

Habl¨® el centro de comunicaciones:

-?guila, o¨ªmos que est¨¢s abajo.

Pero era una pregunta.

-Houston, aqu¨ª la base de la Tranquilidad. El ¨¢guila ha aterrizado.

Era la voz de Armstrong,(*) la voz serena del muchacho m¨¢s estupendo del pueblo, el que le saca a uno del mar cuando se est¨¢ ahogando y se aleja corriendo antes de que pueda uno ofrecerle una recompensa. El ¨¢guila ha aterrizado: lo oy¨® la prensa. Todos prorrumpieron en aplausos. Era ese tipo de aplausos que se sol¨ªan o¨ªr en los cines abarrotados de gente de los a?os treinta, cuando la pel¨ªcula llegaba al final y se o¨ªa al m¨¦dico decirle a la estrella que sobrevivir¨ªa a la operaci¨®n. Entonces se inici¨® un peque?o caos: algunos de los periodistas salieron corriendo del cuarto. ?Tratar¨ªan de hacer creer que ten¨ªan que telefonear a la redacci¨®n? Otros se hablaban casi incoherentemente, y otros segu¨ªan escuchando al altavoz, que continuaba al servicio de la tecnolog¨ªa. (...)

Aquarius descubri¨® que se sent¨ªa feliz. Hab¨ªa ya un hombre en la Luna. Hab¨ªa dos hombres en la Luna. Era una sensaci¨®n nueva, absolutamente carente de foco por lo que a ¨¦l se refer¨ªa. Aunque sent¨ªa como un leve endurecimiento en la superficie de esta sensaci¨®n, como una costra de piel emocional que se formaba como consecuencia de su deseo de admirar a unos h¨¦roes a quienes no acababa de encontrar admirables del todo, sab¨ªa, a pesar de todo, que esta experiencia le hab¨ªa dislocado tan profundamente como cuando oy¨®, en la sala de espera de padres del hospital, que su primer hijo hab¨ªa nacido. "?Qu¨¦ cosas!", hab¨ªa dicho entonces; ?qu¨¦ dato nuevo!, verdadero como la presencia de lo inmanente y, sin embargo, sin localizar en absoluto, todav¨ªa no, todav¨ªa sin localizar en la c¨®moda residencia de los datos verdaderos y reales de la vida del cerebro. (...)

Seg¨²n el programa, aquella noche, bastante despu¨¦s de las doce, iba a comenzar el paseo lunar, por lo que mucha gente se hab¨ªa puesto de acuerdo para ver la cosa juntos. Pero los astronautas, lo que no es de extra?ar, no estaban de humor para dormir; por eso la hora del paseo lunar fue cambiada y se convino que ser¨ªa a las ocho de la tarde. A pesar de todo, esta vez los astronautas llegaron con retraso.

Esperando en el sal¨®n de cine, los periodistas se encontraban en un curioso estado de celebraci¨®n mezclada de irritaci¨®n. Era dif¨ªcil, realmente, no sentirse v¨ªctimas de una tomadura de pelo. Ellos eran periodistas, no cr¨ªticos de cine, y esta noche iban a tomar notas sobre acontecimientos que transcurrir¨ªan en una pantalla cinematogr¨¢fica. Claro es que por fin tendr¨ªan ante los ojos el gran final de d¨ªas de un trabajo period¨ªstico sumamente dif¨ªcil, pero en cierto modo era como si el sistema nervioso de uno hubiera sido confiscado y la ¨²ltima sacudida de un ataque de nervios fuera a tener lugar en una alcoba ajena.

No es f¨¢cil comprender la psicolog¨ªa del periodista: van corriendo de un lado para otro como sabandijas, Dios tiene confianza en ellos. A lo largo de los a?os van form¨¢ndose una extraordinaria capacidad para localizar el lugar donde ocurrir¨¢ la pr¨®xima victoria. Si alguien da una conferencia de prensa y al final de ella no se ve rodeado de reporteros, no tiene por qu¨¦ preguntarse c¨®mo van sus cosas, porque los reporteros se lo han dado ya a entender. Por esta raz¨®n, los periodistas tienen fama de ser ellos quienes encauzan el rumbo de las cosas, y es que realmente son las ¨²nicas antenas en la concatenaci¨®n de los sucesos, los tent¨¢culos que nos indican el ritmo de la historia seg¨²n va discurriendo. A pesar de todo, no hay realidad psicol¨®gica como la idea que cada uno tiene de s¨ª mismo. Incluso cuando un escritor ha perdido lo mejor de su talento, dando, a?o tras a?o, datos que han perdido ya sus matices, es decir, escribiendo art¨ªculos de peri¨®dico, as¨ª y todo sigue teniendo una idea de s¨ª mismo: que su atenci¨®n personal puede ser vital para informar correctamente sobre un suceso determinado. Ahora bien, metamos a 500 periodistas en un cuarto para que informen sobre la fase final de un acontecimiento "cuya importancia es equivalente a la del momento de la evoluci¨®n en que la vida acu¨¢tica emergi¨® a tierra", y pongamos ante ellos una pantalla cinematogr¨¢fica y una transmisi¨®n televisada en la mencionada pantalla, que no solamente es el primer intento de comunicaci¨®n desde un sat¨¦lite situado a m¨¢s de 300.000 kil¨®metros de distancia, sino que tambi¨¦n, y de esto pueden estar ustedes seguros, est¨¢ completamente desenfocada. Los periodistas se ponen gafas para no perderse la letra peque?a, pero una pantalla desenfocada a?ade una herida nueva a la llaga de la herida anterior. Algo en ellos se volvi¨® del rev¨¦s: observando la Luna en la pantalla eran como universitarios un viernes por la noche en el cine de la ciudad: no se pod¨ªa predecir de qu¨¦ se reir¨¢n la pr¨®xima vez, pero su sentido de lo absurdo era r¨¢pido y violento. (...)

De pronto se oy¨® la voz de Armstrong:

Okay, Houston, ya estoy en el p¨®rtico.

El auditorio prorrumpi¨® en aplausos. Hab¨ªa tambi¨¦n burla, como si la caballer¨ªa hubiese llegado, al galope, a lo largo del hond¨®n lunar.

Pasaron unos pocos minutos. La impaciencia se cern¨ªa en el aire. Luego se oy¨® un sonoro v¨ªtor al aparecer una escena en la pantalla. Era una escena cabeza abajo, cegadora por el contraste e incomprensiblemente el mismo caleidoscopio de luz y sombra que ven los ni?os en el primer momento, justo antes de que les llegue a los ojos el nitrato de plata. Luego se vieron reajustes y movimientos en la imagen, una enorme nube negra que acab¨® concret¨¢ndose en la forma de Armstrong bajando por la escala, una confusi¨®n de objetos, una vaga e informe visi¨®n de un troglodita con una tremenda giba en la espalda, y voces, Armstrong, Aldrin y el centro de comunicaciones, dando detalles de la bajada por la escala. Armstrong apareci¨® en tierra. Nadie le oy¨® bien del todo decir:

-?ste es un peque?o paso para un hombre, pero una zancada gigantesca para la humanidad.

Ni tampoco le vio nadie dar el paso en cuesti¨®n. La imagen televisada que apareci¨® en la pantalla era bella, pero segu¨ªa siendo tan maravillosamente abstracta como las ramas de un ¨¢rbol o como un cuadro de Franz Kline a base de vigas negras contra un fondo blanco. A pesar de todo, se oyeron v¨ªtores y como una oleada de extraordinaria percepci¨®n y consciencia. Era como si el auditorio sintiera una compenetraci¨®n inesperada con lo sepulcral, como si un horrible estuviera descendiendo, paso a paso, latido de coraz¨®n a decreciente latido de coraz¨®n, hacia el reino del mismo rey de la muerte, y estuviera informando, poco a poco, de lo que sus sentidos le revelaban. Hab¨ªa desaparecido el ambiente de irritaci¨®n, y Armstrong ahora estaba describiendo la sustancia fina y como polvo que cubr¨ªa la superficie:

-Veo las huellas de mis botas y los pasos en las part¨ªculas finas como arena.

Durante estos primeros minutos, cada revelaci¨®n iba a ser un milagro. Habr¨ªa sido m¨¢s extraordinario o¨ªr que la Luna no acusaba los pasos en forma de huella en su fino polvo, o que el polvo era fosforescente, pero tambi¨¦n era milagroso que la reacci¨®n del polvo lunar fuese igual a la del polvo terr¨¢queo. Ya hab¨ªa, pues, respuesta a una pregunta. Si la respuesta era corriente, por lo menos era una pregunta menos que quedaba en los espacios solitarios de la mente humana. Aquarius tuvo un momento de atisbo en el espacio exterior, creciente como el charco m¨¢s y m¨¢s grande de una pregunta sin respuesta. ?Era ¨¦se el poder que acechaba detr¨¢s de la fuerza que en este siglo hab¨ªa dado la victoria a la tecnolog¨ªa? ?Que la tecnolog¨ªa, por lo menos, era una fuerza que intentaba obtener respuestas a preguntas que pasaban por no tener respuesta posible?

La imagen se volv¨ªa m¨¢s y m¨¢s descifrable. Alej¨¢ndose de la escala con un paso vacilante y como saltar¨ªn, no muy distinto de los primeros inciertos pasos de una ternera reci¨¦n nacida, Armstrong llam¨® al Centro de Mandos:

-Se puede andar perfectamente.

Pero como si aqu¨¦lla fuera una libertad que no conven¨ªa permitirse con los sentimientos de la Luna, volvi¨® a saltitos a la escala.

Las actividades prosegu¨ªan. Hab¨ªa que tomar fotograf¨ªas, describir el aspecto de las rocas, el car¨¢cter de la luz solar. Una de las primeras tareas de Armstrong era coger un esp¨¦cimen de roca y met¨¦rselo en el bolsillo. As¨ª, si ocurr¨ªa algo imprevisto, si emerg¨ªa de un cr¨¢ter el yak inmencionable o el abominable hombre de las nieves, si el suelo comenzaba a temblar, si, por la raz¨®n que fuese, ten¨ªan que regresar a la secci¨®n y despegar s¨²bitamente, por lo menos volver¨ªan a la Tierra con un pedazo de roca, y menos es nada. Esta primera muestra de piedra y polvo lunares recibi¨® el nombre de "muestra de emergencias" y era una de las primeras tareas de Armstrong, pero ¨¦ste parec¨ªa haberla olvidado. El Centro de Comunicaciones se la record¨® sutilmente, lo que tambi¨¦n hizo Aldrin. Se volvi¨® a o¨ªr la voz del Centro de Comunicaciones:

-Neil, aqu¨ª Houston, ?te precaviste con la muestra de emergencia?

Okay -dijo Armstrong-, voy a hacerlo en cuanto termine esta serie de fotograf¨ªas.

Aldrin probablemente no hab¨ªa o¨ªdo.

-Bueno -llam¨®-, ?vas a recoger la muestra de emergencia ahora, Neil?

-De acuerdo -cort¨® Armstrong.

Su irritabilidad era tan evidente que el auditorio rompi¨® a re¨ªr.

(...) Risotadas entre el auditorio. Cuando se iz¨® la bandera norteamericana en la Luna, los periodistas aplaudieron. El aplauso continu¨®, se hizo m¨¢s fuerte, pronto se pondr¨ªan todos en pie para tributar a la imagen de la bandera una ovaci¨®n en toda regla. Era, quiz¨¢, una manera de pedir perd¨®n por las risas anteriores y por la risa que todos sab¨ªan no tardar¨ªa en resonar de nuevo, pero la experiencia, as¨ª y todo, era importante. Una sociedad reductiva estaba contemplando lo irreducible. Pero lo irreducible estaba siendo presentado de manera t¨¦cnicamente imperfecta. Y de eso s¨ª que pod¨ªan re¨ªrse. Y se volvieron a re¨ªr una y otra vez. Hubo momentos en que Armstrong y Aldrin podr¨ªan haber sido ni m¨¢s ni menos que Stan Laurel y Oliver Hardy vestidos de astronautas. (...)

Bueno, pues ya estaba izada la bandera. Habl¨® el Centro de Comunicaciones pidiendo a los astronautas que se pusieran firmes ante la c¨¢mara y anunciando a continuaci¨®n que el presidente de Estados Unidos quer¨ªa decir unas palabras.

Armstrong: Eso ser¨ªa un honor para nosotros.

Director del Centro de Operaciones: Adelante, se?or presidente. Aqu¨ª Houston, empiece. (...)

El presidente Nixon: Neil y Buzz, estoy habl¨¢ndoos por tel¨¦fono desde la Sala Oval de la Casa Blanca. Y esta llamada es, ciertamente, la m¨¢s hist¨®rica que se ha hecho jam¨¢s.

Risotadas entre el auditorio. ?La llamada telef¨®nica m¨¢s cara que se hab¨ªa hecho jam¨¢s! Estent¨®reos aplausos.

El presidente Nixon: No encuentro palabras para expresar lo orgullosos que nos sentimos todos de vosotros. Para todos los norteamericanos, ¨¦ste tiene que ser el d¨ªa m¨¢s grande de su vida. Y para la gente del mundo entero, porque estoy convencido de que tambi¨¦n ellos se unen a los norteamericanos ante una proeza tan grande. Y es que por lo que hab¨¦is realizado los cielos han pasado a formar parte del mundo humano. Y al hablarnos vosotros ahora desde el Mar de la Tranquilidad nos dais inspiraci¨®n para redoblar nuestros esfuerzos por traer la paz y la tranquilidad a la Tierra. Durante un momento inapreciable de la historia del hombre, todos los habitantes de este mundo son verdaderamente un solo pueblo. Est¨¢n unidos por el orgullo que les da lo que hab¨¦is hecho. Y est¨¢n unidos en el deseo de que volv¨¢is sanos y salvos a la Tierra. (...)

-Gracias, se?or presidente -respondi¨® Armstrong, con voz no del todo imp¨¢vida.

?Qu¨¦ momento para Richard Nixon si las primeras l¨¢grimas jam¨¢s vertidas en la Luna fuesen consecuencia de sus palabras!

-Es un gran honor y un gran privilegio -prosigui¨® Armstrong- ser representantes no s¨®lo de Estados Unidos, sino tambi¨¦n de los amantes de la paz del mundo entero.

Cuando hubo terminado salud¨®.

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