Batalla por el poder entre ayatol¨¢s
El l¨ªder Jamenei y el ex presidente Rafsanyan¨ª libran el verdadero pulso pol¨ªtico
Un bajorrelieve en la necr¨®polis de Naghsh-e-Rostam, a las afueras de Shiraz, muestra al rey Ardeshir, el fundador de la dinast¨ªa sas¨¢nida, recibiendo de manos de un representante de Dios el anillo de oro que simboliza el poder. Hoy, 1.800 a?os despu¨¦s, el debate sobre si el poder emana de Dios o del pueblo sigue vigente en Ir¨¢n. Cuando el pasado s¨¢bado el l¨ªder supremo, el ayatol¨¢ Al¨ª Jamenei, emiti¨® un comunicado refrendando la contestada reelecci¨®n de Mahmud Ahmadineyad, no lo hac¨ªa en tanto que pol¨ªtico sino en su calidad de velayat-e faghih, la instituci¨®n del "jurisconsulto gobernante" sobre la que el ayatol¨¢ Ruhol¨¢ Jomeini fund¨® la Rep¨²blica Isl¨¢mica.
Una vez que Jamenei dijo que "Ahmadineyad era el presidente de todos los iran¨ªes y que todos ten¨ªan que apoyarle", cerr¨® las puertas al debate. Cuestionar sus palabras no supon¨ªa ya cuestionar la postura de un dirigente del que, incluso en la Rep¨²blica Isl¨¢mica, se admite que se puede discrepar. Poner en duda un pronunciamiento del l¨ªder supremo es poner en duda el velayat-e faghih, o lo que es lo mismo los cimientos del Ir¨¢n posrevolucionario.
Cierto que durante la campa?a los ¨¢cidos debates entre los candidatos ya sacudieron esos cimientos. Las acusaciones de corrupci¨®n que lanz¨® Ahmadineyad contra varios de los veteranos de esta joven rep¨²blica revelaban una disputa m¨¢s profunda. Las diferencias en la c¨²pula gobernante de Ir¨¢n no son una novedad. Hubo un tiempo en que se hablaba de ayatol¨¢s rojos frente a otros que no lo eran, luego se utilizaron las etiquetas de conservadores y pragm¨¢ticos, y finalmente de reformistas y fundamentalistas. Pero hasta ahora, los trapos sucios se lavaban en casa y el l¨ªder se manten¨ªa al margen ejerciendo de ¨¢rbitro.
Ahora, el alineamiento de Jamenei con Ahmadineyad no s¨®lo ha roto las reglas del juego sino sacado a la luz la gravedad de las diferencias entre dos sectores del r¨¦gimen. Hasta tal punto, que uno de ellos est¨¢ dispuesto a poner el poder emanado del pueblo por encima de los designios divinos interpretados por sus representantes en la tierra. No nos enga?emos, Mir Hosein Musav¨ª es un hombre del sistema. Si no hubiera sido as¨ª, nunca hubiera recibido el visto bueno del Consejo de Guardianes, una especie de c¨¢mara alta designada que tiene que sancionar tanto a los candidatos a la presidencia y al Parlamento como las leyes que aprueban los diputados. S¨®lo 4 de 475 pasaron su veto.
El pulso pol¨ªtico que lidian Ahmadineyad y Musav¨ª es en realidad una reedici¨®n de la lucha que libran por el control de la Rep¨²blica Isl¨¢mica el l¨ªder supremo y el segundo hombre m¨¢s poderoso de Ir¨¢n, el ayatol¨¢ Al¨ª Akbar Hachem¨ª Rafsanyan¨ª. Qued¨® claro en el momento en que Ahmadineyad atac¨® a Rafsanyan¨ª y Mohamed Jatam¨ª por apoyar la candidatura de Musav¨ª y, curiosamente, tambi¨¦n tach¨® de corrupto a Nateq-Nur¨ª, un cl¨¦rigo conservador que en 1997 perdi¨® las elecciones frente a Jatam¨ª.
Ligeras diferencias ideol¨®gicas aparte, los tres cl¨¦rigos tienen algo en com¨²n. Representan a la vieja guardia de la revoluci¨®n, una generaci¨®n que se ha acomodado y comprendido la necesidad de apertura del pa¨ªs para mantener el sistema en el que se asientan su poder y su influencia. Es de esa generaci¨®n de revolucionarios de primera hora de la que han salido los reformistas m¨¢s radicales. Ahmadineyad representa una segunda hornada. Eran m¨¢s j¨®venes cuando tuvo lugar la revoluci¨®n, se curtieron en la guerra contra Irak y han llegado al poder mucho m¨¢s influidos por la experiencia militar. Algunos observadores han advertido de una militarizaci¨®n del Estado durante el primer mandato de Ahmadineyad y temen que su consolidaci¨®n se convierta en una dictadura.
La batalla por el futuro de Ir¨¢n no se est¨¢ librando en las calles de Teher¨¢n. La verdadera batalla es una partida de ajedrez entre Jamenei y Rafsanyan¨ª. Pero llegado el momento ninguno de los dos va a poder ignorar el peso de los iran¨ªes en las calles.
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