"El hombre blanco enloquece con la tierra"
Davi Kopenawa, voz de los ind¨ªgenas yanomamis, lucha para que en Brasil no ocurra lo que en Per¨². Su comunidad vive amenazada
Terraza del restaurante de Casa de Am¨¦rica, Madrid, a principios de junio. Davi Kopenawa saca una bolsa de pl¨¢stico y extrae una especie de pelota negra que coloca bajo su labio superior. Es la hora de mascar tabaco. "No queremos dar nuestra tierra a los blancos porque los blancos ya tienen mucha tierra", dice. "Nosotros somos los que la protegemos, las personas de la ciudad talan ¨¢rboles. El hombre blanco ama el dinero, el avi¨®n, el coche. Nosotros pensamos diferente". Kopenawa se recuesta en la silla. Lleva pintura roja en la cara, corona de plumas, collar. Viste camisa, vaqueros y zapatillas deportivas. Calcula que naci¨® en torno a 1956.
Davi Kopenawa est¨¢ luchando para que en Brasil no haya revueltas como las que han sacudido Per¨². Hace dos semanas visit¨® Madrid poco antes de que llegaran las primeras noticias de los levantamientos en Bagua, que produjeron la muerte de 24 polic¨ªas y entre nueve y cien ind¨ªgenas, seg¨²n las distintas fuentes. Se encuentra de gira por Europa defendiendo la causa de su pueblo, los yanomamis. Tras el estallido del conflicto en Per¨², utiliza el correo electr¨®nico para opinar sobre este hecho: "Lo que est¨¢n haciendo con los indios all¨ª es un crimen. Nosotros sufrimos el mismo problema con blancos que vienen a por nuestros recursos naturales".
"No queremos dar nuestra tierra a los blancos. Nosotros la protegemos, ellos talan ¨¢rboles"
El proyecto de ley 1610/96 sobre miner¨ªa en tierras ind¨ªgenas, a¨²n en fase de discusi¨®n en el Congreso brasile?o, puede abrir la puerta a la miner¨ªa a gran escala en territorio yanomami. Puede suponer que las carreteras surquen las tierras de sus ancestros. "En Per¨², el Gobierno mand¨® al ej¨¦rcito matar a los indios. En Brasil son los invasores los que matan a los indios, pero tambi¨¦n tienen la culpa las autoridades, por dejarles entrar". Se refiere a los garimpeiros. Los buscadores de oro. Dice que hay en torno a 3.000 operando ilegalmente en el llamado Parque Yanomami, en la Amazonia.
Desde hace m¨¢s de 25 a?os, Kopenawa es la voz de los yanomamis, su embajador. Durante el encuentro de Madrid hab¨ªa insistido en que no es un l¨ªder, sino un yanomami m¨¢s. Ejerce como cham¨¢n, o sea, como gu¨ªa espiritual-m¨¦dico-psic¨®logo en su comunidad, Watoriki [la monta?a del viento], compuesta por unas 150 personas. "Para el hombre blanco es dif¨ªcil ser feliz", sostiene, "tiene una ra¨ªz muy grande en la ciudad, no puede cambiar. Est¨¢ enloquecido con la tierra, siempre quiere sacar m¨¢s y m¨¢s para que la ciudad crezca; s¨®lo piensa en el suelo: petr¨®leo, oro, minerales, carreteras, coches, trenes".
Los yanomamis luchan desde hace a?os por preservar su modo de vida. Cazan con arco y flecha, pescan con una liana que atonta a los peces, cultivan en la selva. Son n¨®madas: cada dos o tres a?os, cuando la tierra se agota, se trasladan. En 1991 consiguieron que el presidente Fernando Collor de Mello creara el Parque Yanomami, una superficie dos veces el tama?o de Suiza (9,6 millones de hect¨¢reas) para que esta comunidad de 16.000 habitantes pudiera vivir en paz. Se les concedi¨® el derecho a utilizar la zona. Pero los derechos sobre los minerales pertenecen al Estado. Los garimpeiros que trabajan ilegalmente en sus territorios contaminan con mercurio los r¨ªos y les transmiten enfermedades mortales.
Kopenawa caza tapires y jabal¨ªes con arco y flecha. Est¨¢ casado, tiene seis hijos y dos nietos. Vive tres meses en la selva y tres en Boa Vista
[una de las aglomeraciones urbanas del norte de Brasil]. Cuando est¨¢ en la ciudad, habita las oficinas de Hutukara, la ONG que fund¨® en 2004 para defender los derechos de su pueblo. No le gusta demasiado salir de casa. "Nunca salgo de noche, hay malas personas en la calle", explica. Si sale de d¨ªa, s¨®lo va a lugares a los que pueda llegar a pie. La cosa cambia cuando est¨¢ en su aldea: "All¨ª el cielo siempre es limpio, bello, lleno de estrellas. Lo que m¨¢s me gusta es mirar la selva".
La primera vez que vio a un blanco ten¨ªa cinco a?os. "Sent¨ª miedo, pensaba que era malo porque llevaba el pelo largo, era barbudo y usaba zapatos, ?como yo ahora!", recuerda, y se r¨ªe. Habla en un portugu¨¦s que suena nasal y profundo.
No conoci¨® a su padre. Su madre muri¨® de sarampi¨®n cuando ¨¦l ten¨ªa diez a?os. A los doce contrajo la tuberculosis y se convirti¨® en el primer yanomami que pisaba Manaos, capital amaz¨®nica; pas¨® un a?o en un hospital. Fue all¨ª donde aprendi¨® a hablar portugu¨¦s.
Dos a?os m¨¢s tarde, unos funcionarios de la Funai -Fundaci¨®n Nacional del Indio- le escogieron para que hiciera de int¨¦rprete en visitas a las comunidades ind¨ªgenas. El d¨ªa en que vio a un coordinador de Funai expulsando a un blanco de la selva por cazar felinos en territorio yanomami, vio la luz: expulsar a los invasores era posible. La llegada de miles de buscadores de oro a mediados de los ochenta fue lo que le decidi¨® a lanzar su lucha por la tierra: un 20% de los yanomamis desapareci¨® en aquellos a?os ochenta como consecuencia de enfermedades que llev¨® el hombre blanco. As¨ª arranc¨® su trayectoria, que le ha llevado a representar a los pueblos ind¨ªgenas de la Amazonia ante la ONU y a codearse con l¨ªderes como Al Gore, el pr¨ªncipe Carlos, o estrellas de la m¨²sica como Sting. "Los famosos no resuelven nada", dice con tono firme y decidido, "escuchan, apoyan, pero se consigue m¨¢s en la ONU".
Kopenawa saca de su bolso a rayas un estuche negro, lo abre. Mira fijamente la medalla plateada que hay en su interior: es la menci¨®n honor¨ªfica del Premio Bartolom¨¦ de las Casas que le ha concedido la Secretar¨ªa de Estado de Cooperaci¨®n Internacional y Casa de Am¨¦rica, el motivo que le ha tra¨ªdo por primera vez a Madrid. No puede apartar la mirada del metal.
-?Por qu¨¦ mira tanto la medalla?
-Recibirla es importante porque hace que la gente conozca mi lucha. Pero Omame [el creador] no permite que se extraigan metales de la tierra. La tierra es un lugar sagrado y protegido.
Minerales. El proyecto de ley del Gobierno brasile?o puede abrir la puerta a la explotaci¨®n minera. "La miner¨ªa va a llevar a nuestras tierras a gente que mata a indios, que lleva bebidas alcoh¨®licas y enfermedades de la ciudad. Va a traer carreteras, contaminaci¨®n".
Kopenawa es consciente de que hoy en d¨ªa su pueblo necesita del tel¨¦fono y de Internet para la lucha. Pero tampoco quiere que todos los j¨®venes yanomamis aprendan a manejarlos. "Basta con que aprendan unos pocos, veinte o treinta personas. Tenemos que ir poco a poco. Si no, muchos querr¨¢n quedarse en la ciudad y no volver".
Defiende que la tierra no tiene precio, ni se compra ni se vende. "El hombre blanco nunca est¨¢ tranquilo", analiza, "siempre est¨¢ preocupado buscando dinero para pagar la casa".
-?Y el hombre yanomami?
-El hombre yanomami piensa en estar tranquilo, sin preocupaci¨®n, y en no pasar hambre.
![Davi Kopenawa, portavoz de los ind¨ªgenas yanomamis, en un sal¨®n de la Casa de Am¨¦rica en Madrid.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/I2L6XS3TPJMOZ35LH5BQB3CRYI.jpg?auth=a7a15704d95e68f35dc31bb1b17e22e7bfff53a9eb024732a4c207b4b88b6531&width=414)
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![Joseba Elola](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F351272bd-fef7-4ba9-913d-0d565ff13004.jpg?auth=7faed8d680c0fe2da69fedcf679f0259cfddaefd54940f1ef6df5a4517f96fd0&width=100&height=100&smart=true)