Contador marca el fin de Armstrong
Victoria en solitario en Verbier y 'maillot' amarillo para el ciclista de Pinto, que aventaja al 'viejo' tejano en 1m 37s - El siete veces campe¨®n se defendi¨® con todo hasta que no pudo m¨¢s
Armstrong, un campe¨®n verdadero, luch¨® hasta el final, hasta que sus piernas, tan acostumbradas a dominar todas las cimas del Tour, todos los rivales, le dijeron basta; hasta que su viejo coraz¨®n amenaz¨® con reventar. Armstrong, el ¨²ltimo gran dominador del Tour, tuvo, ya derrotado, su ¨²ltimo gran gesto de generosidad: su esfuerzo supremo, su defensa, hizo m¨¢s grande a¨²n al gran Alberto Contador, un chico de Pinto, el primer corredor capaz de lograr que Lance Armstrong, ganador de siete Tours entre 1999 y 2005, declare que hay un corredor mejor que ¨¦l, se declare vencido. Finalmente, en Verbier, en el amable paisaje de vi?edos, bajo un sol cari?oso, el verbo se hizo carne. La guerra de palabras que hab¨ªa convertido al Tour en una aventura morosa, sin sobresaltos, sin lugar para el imprevisto, se hizo sustancia corp¨®rea; los amagues de esgrimista, los touch¨¦ y vuelta a empezar, se convirtieron en pu?etazos de boxeador cargados de dinamita. A punto de cumplir 38 a?os, tras una retirada de tres, Armstrong, finalmente, ha encontrado a uno m¨¢s fuerte que ¨¦l, Alberto Contador.
Derrot¨® a lo mejor del pasado, del presente y del futuro. Como un gran corredor
"Verbier vale menos que un pincho de tortilla", hab¨ªa dicho Contador, impaciente despu¨¦s de haber dejado pasar los Pirineos con un ataquito de dos kil¨®metros, despu¨¦s de haberse empapado en los Vosgos, despu¨¦s de haber aguantado la presi¨®n psicol¨®gica a la que le hab¨ªa sometido su compa?ero-rival, el viejo que nunca se hab¨ªa rendido, el que hab¨ªa regresado a buscar su octavo Tour. "Verbier enga?a", hab¨ªa advertido Johan Bruyneel, el director que ha convertido en un arte la habilidad para sentarse en dos sillas a la vez y no caerse de culo. "Verbier es m¨¢s duro de lo que parece". Y Contador, con alegr¨ªa inmensa, lo hizo m¨¢s duro a¨²n despu¨¦s de que una fuga en la que se hab¨ªa infiltrado Mikel Astarloza, bien situado en la general, un ciclista al que hay que atar con correa corta, obligara a su equipo a llevar al pelot¨®n a una velocidad superior a la planeada.
Por encima de los pinganillos, de la modorra t¨¢ctica, de los miedos, de las miradas calculadoras, Contador conoce una verdad, la verdad que hizo brillar, que voce¨® a los cuatro vientos, ayer a 5,5 kil¨®metros de la meta, cumplidos apenas tres del puerto: llegado el momento, que hablen las piernas. Para gritarla, Contador, un chico respetuoso con las normas no escritas que impiden a un corredor atacar a un compa?ero, s¨®lo necesitaba una m¨ªnima chispa, una invitaci¨®n susurrada. Se la ofrecieron los Saxo, el equipo m¨¢s fuerte, el de los rodadores-martillos compresores Voigt, Sorensen y Cancellara, el de los hermanos Schleck, que se multiplican mutuamente las fuerzas. El equipo m¨¢s ambicioso. Coloc¨® a sus mejores rodadores por relevos en la parte m¨¢s suave del puerto, descremaron al pelot¨®n cansino -tan aburrido como las autopistas suizas desde un Mercedes autom¨¢tico con limitador de velocidad- y, llegada la primera rampa seria, a seis kil¨®metros de la meta, Frank Schleck lanz¨® el primer ataque. Fue el momento clave, el que Contador caz¨® al aire como Obama las moscas: Frank era el ¨²ltimo muelle de Andy, su hermano, el m¨¢s fuerte del equipo. Si le hubiera dejado reaccionar, le habr¨ªa costado m¨¢s trabajo hacer diferencias. Pero no le dej¨®. R¨¢pido como el rayo, Contador se adelant¨® a los movimientos del campe¨®n de Luxemburgo. Atac¨®, se puso a bailar sobre la bici con un estilo que m¨¢s que a Pantani, el ¨²ltimo gran escalador del Tour, recuerda a Bahamontes, y en un santiam¨¦n hab¨ªa hecho un hueco imposible de cerrar. Lo intent¨® Andy, pero lleg¨® tarde. Los dem¨¢s, el veterano Evans, los j¨®venes Nibali, el italiano que se anuncia como un rival para Contador en el futuro, y el ingl¨¦s Wiggins, un rodador que est¨¢ aprendiendo a escalar, y Frank, permanecieron imantados por Armstrong, incapaces de reaccionar. Y Armstrong, el grande, hizo lo que pudo, aun a sabiendas de que el final ser¨ªa m¨¢s duro a¨²n. Pero no pod¨ªa rendirse. Un campe¨®n no se pone a rueda de corredores a los que se ha aburrido de ganar, a los que considera de otro nivel. Orden¨® a Kl?den que tirara del grupo, que le llevara hasta donde pudiera. Obedeci¨®, estremecido, el alem¨¢n, unos metros, y se apart¨®: no pod¨ªa hacer eso cuando su nuevo l¨ªder, Contador, iba en fuga. Y Armstrong volvi¨® a insistir. Casi con brusquedad le dijo, con la mirada, que no entend¨ªa nada, que hab¨ªa que caer con grandeza, que tirara. A rueda de Kl?den, que ajustaba su ritmo a los resoplidos del tejano, Armstrong muri¨®. Viendo su calvario, sin pasi¨®n, sin piedad, los que iban a su rueda le abandonaron. Uno a uno. Hasta Sastre, que llegaba de atr¨¢s, le pas¨® sin mirar a su espalda.
Otro 19 de julio, el de 1991, Indurain comenz¨® su reinado en el Tour acabando en Val Louron con la generaci¨®n de Fignon y LeMond. Ayer Contador, gracias a Armstrong, a su resistencia, inici¨® de la manera m¨¢s estruendosa su dominio. Por fin gan¨® el maillot amarillo en la carretera, atacando, ganando una etapa en solitario, con su gesto patentado, derrotando a lo mejor del pasado, del presente y del futuro. Como un gran campe¨®n.
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