Berl¨ªn en construcci¨®n
Diez a?os despu¨¦s de que la ciudad volviera a ser la capital de Alemania, hay quienes se preguntan si no ha llegado el momento de detener los proyectos mastod¨®nticos. Y se deje as¨ª de temer un futuro que no llega
Cualquiera que haya vivido durante un tiempo en Berl¨ªn conoce la mezcla de orgullo y fatalismo con respecto al futuro que los berlineses sienten por su ciudad. Desde los tiempos inmediatos a la ca¨ªda del muro, en los que se convirti¨® en un territorio sin ley donde casi todo el mundo se beneficiaba de alg¨²n subsidio y los espacios culturales alternativos, las galer¨ªas, los clubes nocturnos florec¨ªan en cada esquina, los berlineses han vivido sabiendo que las cosas deb¨ªan cambiar y temiendo al mismo tiempo que lo hicieran.
Veinte a?os despu¨¦s de la ca¨ªda del muro y diez despu¨¦s de que Berl¨ªn haya vuelto a ser la capital de Alemania, las cosas, ciertamente, han cambiado. Durante 40 a?os, desde la creaci¨®n de la Rep¨²blica Democr¨¢tica de Alemania (RDA) hasta su colapso, se habl¨® de Berl¨ªn como de una ciudad dividida. La realidad era algo m¨¢s ingrata. Si hubiese sido s¨®lo una ciudad dividida habr¨ªa bastado con la eliminaci¨®n de la separaci¨®n f¨ªsica para que sus dos partes se reintegraran y lo cierto es que ha sido necesario mucho m¨¢s. Berl¨ªn eran dos ciudades que se miraban de reojo tratando de seducirse pero que en t¨¦rminos pr¨¢cticos viv¨ªan de espaldas. Distintas redes de saneamientos, distintas redes el¨¦ctricas, distintas redes de metro cruzaban su subsuelo, y otro tanto suced¨ªa en la superficie con todo lo que hace funcionar una ciudad.
Son muy pocas las grandes empresas que han vuelto, aunque haya regresado la canciller¨ªa
Se ha reconstruido como si la II Guerra Mundial y la etapa comunista no hubieran existido
Antes siquiera de que empezase el megal¨®mano proyecto de reconstrucci¨®n que tanta atenci¨®n viene despertando, hubo que armonizar infraestructuras que se daban por duplicado y que en el caso del este estaban en muchos casos obsoletas. Para todo ello hicieron falta dinero sin l¨ªmite, mucho tiempo y el esfuerzo de conciliar puntos de vista diversos. Por ejemplo: ?puede una ciudad de tres millones y pico de habitantes como tiene Berl¨ªn permitirse el lujo de mantener cuatro grandes ¨®peras abiertas? La raz¨®n econ¨®mica y muchos alemanes de otras regiones que con sus impuestos sufragan ese lujo dir¨¢n que no, pero, a cambio, innumerables berlineses sostendr¨¢n lo contrario.
Como desde hace a?os reconocen los pol¨ªticos que la llevaron a cabo, la reunificaci¨®n alemana ha sido mucho m¨¢s dif¨ªcil de lo que nunca se pens¨®, y eso ata?e tambi¨¦n a la ciudad de Berl¨ªn. Se ha dotado al este del pa¨ªs de infraestructuras equiparables y en muchos casos superiores a las del oeste, pero la brecha econ¨®mica entre ambas zonas sigue ah¨ª porque, desmantelada la anticuada industria de la Alemania comunista, el motor econ¨®mico de la Alemania unida sigue en el oeste. Mientras, en el este el paro se desorbita, un mill¨®n y medio de sus habitantes ha emigrado al otro lado, los pisos vac¨ªos proliferan y en algunas ciudades se ha empezado a pagar a los inquilinos para que no los abandonen. El mundo al rev¨¦s. As¨ª las cosas, es inevitable que muchos se pregunten con nost¨¢lgico rencor si no hab¨ªa nada aprovechable en el sistema de la RDA, si era necesario pulverizarla y engullirla como bot¨ªn de guerra.
Esa pregunta est¨¢ tambi¨¦n en boca de muchos berlineses, pues Berl¨ªn es a todos los efectos una ciudad del este y ha sufrido quiz¨¢ como ninguna las paradojas de la reunificaci¨®n. Endeudada hasta lo inimaginable, sin industria ni casi recursos propios, con una econom¨ªa basada en los servicios, Berl¨ªn es la capital m¨¢s pobre de Alemania. Algo que no pueden ocultar ni las mastod¨®nticas intervenciones urban¨ªsticas, como Potsdamer Platz, con las que se han rellenado los grandes vac¨ªos de las antiguas zonas fronterizas, ni las obras a cargo de medi¨¢ticos arquitectos diseminadas aqu¨ª y all¨¢, ni la voluntad pol¨ªtica, que hay detr¨¢s, de convertirla en una gran metr¨®poli europea en competencia directa con Par¨ªs o Londres. De momento no s¨®lo la demograf¨ªa se empecina en incumplir ese objetivo: tambi¨¦n el dinero, que no llega con la fluidez esperada. En un principio, pareci¨® l¨®gico que si el parlamento, la canciller¨ªa y los ministerios regresaban a la ciudad, las grandes empresas har¨ªan lo mismo. Diez a?os despu¨¦s, han sido muy pocas las que lo han hecho y no parece que el ritmo se acelere en un futuro. ?Tiene sentido empe?arse en construir una ciudad distinta de la existente si no hay fuerzas econ¨®micas que la demanden? ?Es leg¨ªtimo seguir endeud¨¢ndola y gastando fondos federales y europeos por la enso?aci¨®n de que Alemania vuelva a contar con una capital a la altura de su poder¨ªo?
Dejando a un lado las nostalgias de sal¨®n y las rabietas m¨¢s o menos ut¨®picas, pr¨¢cticamente nada de lo que se ha hecho en estos a?os en Berl¨ªn ha estado exento de pol¨¦mica. Es sin embargo el debate arquitect¨®nico y urban¨ªstico el que m¨¢s enconamientos ha suscitado. Los bandos han sido siempre dos. A un lado, el poder, quienes han tomado las decisiones, y, al otro, un conglomerado de opositores que defienden causas diversas. Est¨¢n quienes reivindican que a la hora de construir la ciudad se primen los intereses de los ciudadanos y no los de los inversores privados a los que, en su b¨²squeda de dinero, las autoridades han cedido terrenos p¨²blicos; est¨¢n quienes preferir¨ªan que no se hiciese nada, temerosos de que, cuando Berl¨ªn sea una capital m¨¢s, con la eliminaci¨®n de sus peculiaridades desaparezca aquello que a¨²n hace de ella la ciudad m¨¢s confortable y barata de Europa; est¨¢n quienes protestan porque, por el camino, se est¨¦ destruyendo el patrimonio arquitect¨®nico de la antigua RDA para sustituirlo por obras de muy dudosa val¨ªa, y est¨¢n quienes cuestionan, tach¨¢ndolo de conservador y antihist¨®rico, todo el plan urban¨ªstico de la ciudad. Ese plan, forjado por quien fuera durante quince a?os su arquitecto jefe, Hans Stimmann, a partir del concepto de "reconstrucci¨®n cr¨ªtica" desarrollado por Josef Paul Kleihues para la Exposici¨®n Internacional de Arquitectura de 1984-1987, ha rehecho Berl¨ªn sobre los planos anteriores a la II Guerra Mundial, como si ¨¦sta y la etapa comunista no hubieran existido, e imponiendo unas r¨ªgidas normas de edificaci¨®n que vetaban, por ejemplo, el uso del vidrio en las fachadas y limitaban la altura de los edificios salvo en casos muy concretos, como la mencionada Potsdamer Platz, en la que se abri¨® la mano para seducir a las tres multinacionales que sufragaron el proyecto.
Hoy en d¨ªa hay en Berl¨ªn cuatro debates abiertos que ejemplifican las diferentes sensibilidades en liza: la incesante pol¨¦mica, a ra¨ªz de la demolici¨®n del Palacio de la Rep¨²blica, sede del antiguo parlamento de la RDA, para construir en su solar, a partir de 2010, un complejo muse¨ªstico con aires de pastiche que, con un interior pretendidamente contempor¨¢neo, reproducir¨¢ en su exterior el antiguo palacio real destruido durante la guerra; las dudas acerca del uso que se dar¨¢ al inmenso solar que ocupaba el hist¨®rico aeropuerto de Tempelhof y que, ante el sospechoso silencio de las autoridades, muchos temen que se privatice; la presi¨®n ciudadana para modificar el proyecto Mediaspree, unos terrenos antes p¨²blicos a la orilla del Spree, a su paso por el c¨¦ntrico barrio de Mitte, en los que una corporaci¨®n de empresas se dispone a edificar un centro de negocios que dificulta el acceso libre al r¨ªo; y la finalizaci¨®n, en la isla de los museos, del Neues Museum, cuyas ruinas permanecieron abandonadas desde la guerra y que el arquitecto brit¨¢nico David Chipperfield, para disgusto esta vez de los recalcitrantes de la falsificaci¨®n hist¨®rica, que habr¨ªan preferido una copia del original neocl¨¢sico, ha restaurado devolviendo al edificio su antiguo volumen pero conservando s¨®lo los elementos constructivos y ornamentales de los que quedaba alg¨²n resto y completando lo que falta con ladrillo visto y hormig¨®n pulido.
Entre tanto, Berl¨ªn sigue construy¨¦ndose. Hace poco Luis Feduchi, profesor de arquitectura en Berl¨ªn, me dec¨ªa que hay quien ve en la crisis una esperanza. Quiz¨¢, efectivamente, haya llegado el momento de acabar con los mastod¨®nticos proyectos y trabajar, en todo caso, con la humildad conciliadora de Chipperfield. Quiz¨¢ sea necesaria una pausa, para que la ciudad se reencuentre consigo misma, se acomode, y los berlineses que a¨²n temen un futuro que nunca acaba de llegar dejen de temerlo.
Marcos Giralt Torrente es escritor. Su ¨²ltimo libro publicado es Los seres felices (Anagrama).
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