Mario Merlino, el m¨¢s genial
Era el m¨¢s genial. El m¨¢s seductor. El m¨¢s inteligente de la escuela. Fuimos compa?eros de primer grado inferior (que as¨ª se llamaba en nuestra ¨¦poca y no ¨ªbamos a jardines de infantes ni a salitas de preescolar), y sol¨ªamos ser compinches durante los recreos, cuando jug¨¢bamos a los vigilantes y ladrones. Su cara resplandec¨ªa, enorme, p¨¢lida, y de pronto estallaba rojeante en una risa que lo caracteriz¨® hasta ahora.
Cursamos toda la escuela primaria juntos. En segundo grado comenc¨¦ ir a la casa de su familia que fue numerosa. A su madre ya la conoc¨ªa porque era "la se?ora directora", la m¨¢s rigurosa de nuestra Escuela Nro1.
Por ese entonces comenzamos a jugar en la plaza de Pringles. Nuestro preferido era un juego curioso. Alz¨¢bamos de los alrededores de las luminarias rotas de la plaza unos vidrios opacos muy peque?os con los que mir¨¢bamos el sol, que aparec¨ªa como una lenteja brillante, tenue, anaranjada y muy lejana. Dec¨ªamos que ¨¦ramos astr¨®nomos. Y as¨ª pas¨¢bamos largos intervalos variables ejercit¨¢ndonos quiz¨¢ en un modo de la poes¨ªa: la infancia-el ritmo.
Ya en la secundaria nos vimos menos. Menos a¨²n cuando curs¨® la universidad y menos cuando debi¨® exiliarse en Espa?a. Pero inmediatamente supe de sus trabajos cr¨ªticos, de sus traducciones extraordinarias, de sus abigarrados textos de poeta. Viajaba de vez en cuando a Buenos Aires y nos ve¨ªamos. Festej¨¦ su libro Arte Cisoria, present¨¢ndolo en el Centro Cultural de Espa?a en Buenos Aires.
Todo para corroborar que segu¨ªa siendo el m¨¢s humor¨ªstico, el m¨¢s sensible, el m¨¢s l¨²cido de mis compa?eros de grado. Hoy supe de su muerte. Inmediatamente mir¨¦ el vidrio que apenas cab¨ªa entre mis dos dedos muy peque?os. Est¨¢ all¨ª, supuse, en medio de la esferilla de otro sol, ri¨¦ndose.
Arturo Carrera es poeta argentino.
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