Gambas con miel en Can Nito
Menorca en velero, con paradas en un restaurante de Mah¨®n y en las calas Turqueta y Macarella
Si es verdad que Menorca es la isla del viento, ?qu¨¦ mejor que recorrerla en un barco de vela? Entre su pasado inmutable de monumentos prehist¨®ricos y su presente que contempla el modo en que el mar resiste el tiempo, hay algo en la m¨¢s oriental de las Baleares que se impregna en la piel de quien la visita. Nuestro recorrido comienza en Ciudadela. Desde la terraza del bar Trit¨®n, bajo la antigua muralla de la ciudad y del no menos imponente edificio del ayuntamiento, observamos a los paseantes mientras vamos pensando en la cena. Hemos reservado en el Caf¨¦ Balear, seducidos por la promesa de pescado fresco que los propietarios obtienen a diario en su propia barca, la Rosa Santa.
Menorca, como la mayor parte de las islas del Mediterr¨¢neo, cuenta en su historia con una infinidad de moradores que se fueron invadiendo a lo largo del tiempo. De alg¨²n modo, sin embargo, parece que hubiera triunfado la tierra sobre los habitantes, como si la isla, con vida propia, hubiera logrado imponer su car¨¢cter a cuanto pueblo la ha visitado. Tal vez se deba en parte a una pol¨ªtica de conservaci¨®n que ha declarado parque natural el 70% de su territorio, lo cierto es que cualquier poblaci¨®n que encontremos parece que estuviera all¨ª de prestado, como si el silencio fuera el verdadero due?o del paisaje, un silencio que invita a quienes la visitamos a bajar las pulsaciones y a encontrarnos con su pasado.
Pinos junto a la arena
Dejando Ciudadela hacia el sur nos topamos con las que, para muchos, son las calas m¨¢s paradis¨ªacas de todo el archipi¨¦lago balear. Si la cara norte de Menorca, abierta a los malcarados humores de la Tramontana, ofrece paisajes ¨¢ridos y yermos, en el sur abundan las calas que cortan la piedra en el mar, dejando caer sobre la arena la sombra de sus pinos. Es el caso de Turqueta y de Macarella, dos de las emblem¨¢ticas. Si bien es posible acceder a ellas por tierra aprovechando los torrentes secos de los r¨ªos que all¨ª desembocaban, la llegada por mar trae a la memoria las im¨¢genes m¨¢s on¨ªricas de las revistas de viajes, ¨¦sas que parecen hijas del Photoshop. Aguas turquesas ba?an mansamente sus playas de arenas blancas, tonalidad de la que Turqueta extrae su nombre propio. Se trata de una cala virgen que no cuenta con ning¨²n tipo de instalaci¨®n que interrumpa la sinfon¨ªa de cielo, sol y bosque sobre la que reposa la mansedumbre de este id¨ªlico paisaje, una estampa que nos retrotrae al primer d¨ªa de la creaci¨®n. Algo m¨¢s hacia Levante nos encontramos con Macarella, dotada de un peque?o chiringuito en donde es posible comer y beber algo, y que ofrece incluso duchas para sus clientes. Una breve caminata de unos diez minutos la comunica, a trav¨¦s de un precioso sendero elevado sobre las rocas, con Macarelleta, una calita algo m¨¢s reducida y algo m¨¢s nudista que su hermana mayor, y que, al igual que Turqueta, no cuenta con nada m¨¢s que rocas, pinos y arena.
Dejando atr¨¢s Cala Galdana, Cala Mitjana y Son Bou, nos encontramos con Cales Coves y su pasado talay¨®tico. Al contemplarlo da la sensaci¨®n de que sea ¨¦sa la aut¨¦ntica ¨¦poca que le corresponde a la isla. Toda ella se encuentra plagada de construcciones prehist¨®ricas, entre las que destacan los talayotes, las taulas, las navetas y las cuevas de enterramiento, pero el n¨²cleo m¨¢s interesante -al menos de estas ¨²ltimas- se encuentra en Cales Coves, con m¨¢s de cien ejemplares tallados en la roca y que a partir de los a?os setenta fueron utilizadas como viviendas por los visitantes ocasionales. Hoy la mayor¨ªa se encuentra clausurada para evitar ese tipo de asentamiento que en una ¨¦poca marc¨® el car¨¢cter de la isla, aunque todav¨ªa es posible toparse en las que a¨²n permanecen abiertas con alg¨²n hippy desnudo que se molesta cuando nos ve asomarnos. Seg¨²n el gu¨ªa que nos encontramos, no hay por qu¨¦ hacerles caso, las cuevas son un patrimonio del que nadie puede apropiarse, pero no logramos evitar la sensaci¨®n de estar invadiendo un espacio ¨ªntimo. Pensando en ¨¦pocas y en culturas subimos las velas de nuestro barco, y no podemos evitar comprobar que se trata del mismo gesto que desde siempre ha caracterizado a los pueblos marineros: viajar con el viento.
Doblando Punta Prima llegamos a Mah¨®n. Si fuera cierta la divisi¨®n entre influencias francesa e inglesa que muchos quieren atribuir a Menorca, habr¨ªa que reconocer que en la arquitectura de Mah¨®n est¨¢ m¨¢s presente la segunda, pero la verdad es que, m¨¢s all¨¢ del encanto de sus calles, de su mercado de pescado y de sus tiendas y sus bares, lo que m¨¢s impresiona es el trabajo que la naturaleza ha realizado a la hora de abrir esta bah¨ªa. Con m¨¢s de cinco kil¨®metros de profundidad, con sus numerosas islas y calas interiores, se trata de uno de los mayores puertos naturales de Europa, y resulta un verdadero placer adentrarse en ¨¦l. Nos han recomendado dos opciones para nuestra cena de despedida, Can Nito de La Marina y La Minerva, ambas en el Muelle de Levante. Nos decantamos por el primero y tomamos gambas con miel y la tradicional cigala menorquina mientras miramos los barcos entrar y salir con esa cansina expresi¨®n de quien evoca destinos remotos.
Un secreto en el aire
Por la tarde, antes de llegar, nos detuvimos en la Isla del Aire para visitar su faro y sus lagartijas negras end¨¦micas, las cuales, seg¨²n dicen, al ser sacadas de all¨ª mudan su tonalidad al cl¨¢sico verde de sus primas. Dicen que la Tramontana, el terco viento del Norte, infunde en quien pisa Menorca un cierto humor que le anima a quedarse. Quiz¨¢ sea eso o quiz¨¢ sea el modo en que la roca se manifiesta, el hecho es que as¨ª como las lagartijas pierden su color, al alejarnos nos queda el gusto de que algo se nos queda all¨ª, algo como un secreto, la clave de alg¨²n misterio que no atinamos a descifrar, quiz¨¢ la felicidad de surcar sus aguas a vela como lo hicieran todos los barcos a lo largo de todos los tiempos. La imprecisa certeza de que la vida es simple en realidad y que deambulando con el viento por las calas menorquinas parece que sea m¨¢s sencillo comprenderlo.
Javier Arg¨¹ello es autor de la novela El mar de todos los muertos, editada por Lumen.
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GU?A
Comer
? Bar Trit¨®n (971 38 00 02). Marina, 55. Ciudadela. Unos 20.
? Caf¨¦ Balear (971 38 00 05). Pla de Sant Joan. Ciudadela. Entre 40 y 50 euros.
? Can Nito de la Marina (971 36 52 26). Moll de Llevant, 15. Mah¨®n. Unos 35 euros.
? La Minerva (971 35 19 95). Moll de Llevant, 87. Mah¨®n. Unos 25 o 30 euros.
Informaci¨®n
? Informaci¨®n tur¨ªstica de Menorca (902 92 90 15).
? Web de Turismo Balear (www.illesbalears.es).
? Asociaci¨®n hotelera de Menorca (www.ashome.es).
? www.cime.es.
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