Francisco Ayala: todo lo contrario
Por fuera, Francisco Ayala parec¨ªa todo lo contrario: un hombre hura?o, de mirada r¨ªgida y palabras secas, de ¨¦sos en cuyo rostro se transparenta hasta el hueso la antipat¨ªa. Por dentro, siempre que respetases ciertas reglas y guardaras las distancias, era un hombre de amabilidad exquisita, que siempre te recib¨ªa en su casa con los brazos abiertos, un whisky sobre la mesa, un libro que sol¨ªa regalarte cuando estabas a punto de irte y, sobre todo, con ganas de compartir una conversaci¨®n, normalmente ir¨®nica, sobre literatura y pol¨ªtica, que eran los dos temas que m¨¢s le apasionaban.
Ten¨ªa un humor granadino, como le dije alguna vez, que puede explicarse contando una comida que compartimos con ¨¦l y con su esposa Luis Garc¨ªa Montero y yo, cuatro d¨ªas antes de que se celebrase su centenario, que, como todo el mundo recuerda, iba a ser un gran acontecimiento. Digamos que la fecha del cumplea?os era el viernes siguiente y que nosotros est¨¢bamos en aquel restaurante el lunes de la misma semana. De pronto, Ayala dijo: "?A que no sab¨¦is qu¨¦ broma estupenda se me est¨¢ ocurriendo? ?Morirme el jueves!".
Su generosidad yo la disfrut¨¦ desde el principio de nuestra relaci¨®n, que empez¨® a mediados de los a?os ochenta, cuando fui a verlo para que escribiera alg¨²n art¨ªculo en el suplemento literario del peri¨®dico en el que yo trabajaba, Diario 16. Por entonces, lo ve¨ªa a menudo, y a ¨¦l le gustaba contarme y que le contara chismes de mi maestro Rafael Alberti, con quien compart¨ªa una larga enemistad. Despu¨¦s, me present¨® alguna de mis novelas, se tom¨® siempre la molestia de leerlas y comentarme su opini¨®n, e incluso escribi¨® una frase promocional para Alguien se acerca.
El d¨ªa de la presentaci¨®n, est¨¢bamos esperando a que llegara a la sala Mario Benedetti, y como se retrasaba y nosotros est¨¢bamos de pie, le dije: "Paco, ?le acerco una silla para que se siente?". Me mir¨® de arriba abajo y respondi¨®, cortante: "Si¨¦ntese usted si est¨¢ cansado, yo me encuentro perfectamente". As¨ª era Ayala, como le gustaba firmar sus obras, sin m¨¢s detalles: simplemente as¨ª, "Ayala". Y creo que lo de llamarle Paco y de usted tambi¨¦n explica el respeto que le ten¨ªamos los aprendices de ¨¦l.
Recuerdo muchos momentos divertidos con Ayala, junto al propio Alberti, con Carlos Fuentes o con Rosa Chacel, que lo acusaba en p¨²blico de haberse alejado del esp¨ªritu de Ortega y Gasset, pero que tambi¨¦n lo recordaba como un joven "muy mono, que a todas nos gustaba mucho". De ¨¦l, los m¨¢s j¨®venes, a quienes, al menos tal y como yo lo he vivido, nunca neg¨® un minuto de atenci¨®n, aprendimos la lecci¨®n que te da una persona decente, un escritor responsable y un intelectual de una inteligencia extraordinaria y una lucidez que se puede comprobar leyendo sus ensayos, siempre magn¨ªficos. Ha muerto a los 103 a?os, pero su vida se nos ha hecho corta. Por suerte, libros magn¨ªficos como sus memorias, Recuerdos y olvidos, se han quedado aqu¨ª para hacer de ¨¦l cuando necesitamos volver a buscarlo.
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