Vivir 12 a?os entre lobos
Ese d¨ªa, la carretera por delante, Marcos pens¨® que s¨®lo ver¨ªa nubarrones en su vida. Mir¨® a lo alto. Se carcaje¨®, como se carcajea siempre, con los ojos enterrados, con la cara traviesa:
-Adi¨®s, sol, que ya no te ver¨¦ m¨¢s.
A Manuel le hizo gracia la ocurrencia. Los dos enfilaban la carretera a San Cipri¨¢n de Vi?as, un concejo verde encerrado en Ourense, para vivir en una casona. Para vivir juntos. Por vivir as¨ª. Manuel conoc¨ªa a Marcos (el charlat¨¢n, el que dorm¨ªa en un edificio en obras en Fuengirola, M¨¢laga) desde hac¨ªa cinco a?os y se re¨ªa con sus historietas. Manuel viajaba al sur para visitar a uno de sus hijos, due?o de un restaurante. De eso conoc¨ªa a Marcos. Le cogi¨® cari?o. Por pena, se lo coment¨®:
Marcos se sent¨ªa superior a los animales: "Me pod¨ªa valer de mis manos y de mis pensamientos"
"No pensaba en el ma?ana. Yo no sab¨ªa m¨¢s que ven¨ªa el d¨ªa, que sal¨ªa el sol y que llegaba el oscuro"
-Me he quedado viudo. Mis hijos van por su lado. ?Quieres venirte a Galicia conmigo?
Marcos acept¨®. Despu¨¦s de muchos a?os tendr¨ªa un techo. Aunque fuera en el norte, donde le hab¨ªan jurado que el cielo siempre estaba negro. El d¨ªa en que lleg¨® a Ourense no pudo ser m¨¢s luminoso. Y sinti¨® que deb¨ªa despedirse del sol para siempre.
Esto fue hace 10 a?os. Marcos, s¨®lo entonces, empez¨® a vivir. Porque lo de antes no se sabe qu¨¦ es. Marcos Rodr¨ªguez Pantoja, el menor de tres hermanos, naci¨® en A?ora (C¨®rdoba) en junio de 1946. Su madre, Araceli, muri¨®. Su padre, Melchor, se junt¨® con una mujer, se fueron a vivir al campo y entreg¨® a unos parientes a sus dos hijos mayores. Marcos se qued¨® con su padre, su madrastra y las palizas de mil demonios que ¨¦sta le propinaba. Viv¨ªan en una choza levantada con palos y matojos. Palos y sacos de paja. Eran piconeros: hac¨ªan carb¨®n. Como apenas ten¨ªan un mendrugo de pan, pas¨® lo que pas¨®:
-Lleg¨® un se?or, el due?o de una finca, y estuvo hablando con mi padre. Le dijo: "Tanto dinero le doy por llevarme a este chico". Entonces me cogi¨®, me llev¨® a su casa y me hart¨® de comer. Y cuando anocheci¨® me llevaron a Sierra Morena, donde se escond¨ªa un viejecito con barbas. Ten¨ªa cabras que guardaba el viejo aquel. Hab¨ªa lobos aullando, zorros, cabras, ciervos? Antes de llevarme all¨ª me pusieron un plato de chorizo, tocino, morcilla, tasajo de ciervo, carne seca? Todos me miraban.
Marcos rememora a salto de mata la historia en que su padre lo vendi¨® como el que vende un cerdo. El director de cine Gerardo Olivares ha escuchado muchas veces ese relato entrecortado. El trasunto real de Mowgli. Lleg¨® a ¨¦l por puro azar, a trav¨¦s de la tesis que el antrop¨®logo Gabriel Janer escribi¨® a mediados de los setenta. Gerardo se decidi¨® a rodar una pel¨ªcula basada en la vida de Marcos. El filme se titular¨¢ Entrelobos y se estrenar¨¢ en octubre de 2010. El plat¨® es la misma Sierra Morena donde Marcos anduvo sin pizca de contacto humano, m¨¢s o menos, desde los 7 hasta los 19 a?os. Desde 1953 hasta 1965.
-Marcos, a repetirlo. Pero habla como t¨² hablas, con acento andaluz.
Gerardo y las ¨®rdenes. Marcos est¨¢ presente en este escenario de bosques y sombras. Se interpreta a s¨ª mismo en las escenas finales. De m¨¢s joven, es Juanjo Ballesta (El Bola) quien se mete en su piel. Marcos no focaliza su atenci¨®n en un discurso ordenado. Habla tal como le nace. No atiende.
Nunca nadie le oblig¨® a hacerlo. Con el viejo hura?o aquel convivi¨® poco. Una noche le dijo que lo esperara en la cueva donde dorm¨ªan. "Y no lo volv¨ª a ver m¨¢s. Ya me qued¨¦ solo y no lo he vuelto a ver m¨¢s". Solo. En el monte. Y Marcos, un chiquillo dejado de la mano de Dios, se tuvo que inventar una familia. Con el tiempo, se hizo a todo. Ese todo: los lobos, los zorros, las culebras, las ¨¢guilas, las ratas. La ropa se le fue rompiendo. Se hizo una zamarra con la piel de los venados. S¨®lo se cortaba el flequillo; para estar ojo avizor en la vida animal, donde imperaban los colmillos.
-Yo estaba preparado con el cuchillo. La carne que yo no quer¨ªa se la llevaba a los lobillos. Los padres no me dejaban, pero como ve¨ªan que yo les llevaba de comer, cogieron confianza. Yo ol¨ªa como ellos. Cuando yo quer¨ªa que vinieran, cuando me ve¨ªa que no ten¨ªa salida, empezaba a aullar. Ven¨ªan varios lobos y, como se daban cuenta de que estaba perdido, se tiraban a m¨ª dando saltos y me cog¨ªan los brazos con la boca hasta que yo re¨ªa. Empezaban a jugar. Luego me se?alaban el camino hasta la cueva de ellos y, desde all¨ª, yo ya sab¨ªa irme. Me divert¨ªa yo solo con los animales.?
Y se entend¨ªa con ellos. Con sus mismos sonidos. En cuanto uno menos se lo espera, Marcos, hoy, coge una hoja del suelo y se la pone en la boca. Pij, pij, pij? El ruido que hace el ¨¢guila. Y tambi¨¦n imita el de la perdiz macho. Y el de la perdiz hembra. Marcos era uno m¨¢s en la naturaleza. "Dorm¨ªa con la zorra. La zorra era la primera que se met¨ªa debajo de mis piernas cuando hab¨ªa tormenta o llov¨ªa". Tambi¨¦n vivi¨® un tiempo con una camada de ratones, a los que daba leche de cabra. Y siempre planeaba por all¨ª alg¨²n ¨¢guila, a la que le troceaba los conejos o perdices que atrapaba. "Pon¨ªa la presa en un plato de aquellos de corcho y m¨¢s contentos? Acariciaba a las ¨¢guilas, las besaba, y se iban m¨¢s contentas?". Janer, el antrop¨®logo, analiza estos pasajes: "Marcos no inventa, pero cubre con la imaginaci¨®n su necesidad de saberse querido por alguien".
Y aun as¨ª, aun con sus necesidades a cuestas, se sent¨ªa superior.
-Me pod¨ªa valer de mis manos y de los pensamientos que me ven¨ªan a la cabeza al tunt¨²n.? Como de peque?o, con la gente, no me hab¨ªa encontrado nada bueno, yo no quer¨ªa volver.
Marcos se pone serio y al instante r¨ªe. Charla con una habilidad extra?a para convertir en carcajada lo que fue desgracia. Algo en su manera de moverse, en sus balbuceos, avisa de que aquellos a?os le cambiaron para siempre. A veces se queda sin palabras. A veces s¨®lo oye un magma de ruidos. Y calla. Se le escapa el pensamiento abstracto. Si tiene confianza con su interlocutor, le dir¨¢ que no sabe qu¨¦ est¨¢ escuchando. Que escucha por escuchar.
C¨®mo estar¨ªa cuando la Guardia Civil lo encontr¨®, por el aviso de un guarda, en 1965. Esto pas¨®: "Buenas tardes", le saludaron los agentes. Marcos se levant¨® y fue a echar mano del cuchillo. "No te vamos a hacer nada". Le montaron en un caballo y lo llevaron a Fuencaliente, pueblo de Ciudad Real. A una barber¨ªa. Cuando el hombre cogi¨® la navaja, Marcos crey¨® que le iban a decapitar. Grit¨® y se ech¨® encima del barbero. Se calm¨® cuando vio que a un chico s¨®lo le estaba cortando el pelo. "?C¨®mo estoy aqu¨ª y all¨ª?", se preguntaba. El espejo le imitaba. En el r¨ªo no se ve¨ªa tan claro.
Un cura joven, Juan Luis G¨¢lvez, que estudiaba en Madrid, le ense?¨® a pronunciar. Al principio dorm¨ªa debajo de la cama. Quiz¨¢ porque le recordaba m¨¢s a su cueva. La religi¨®n se lo pas¨® de mano en mano. Marcos se tuvo que ir con unas monjas al Hospital de Convalecientes de la Fundaci¨®n Vallejo, en Madrid. Las hermanas no quer¨ªan que saliera en los peri¨®dicos. "Ay, qu¨¦ deshonra", clamaban. Entre im¨¢genes de santos, empez¨® a socializarse: cantaba la copla Una paloma blanca, de Antonio Molina, y ellas le gritaban ol¨¦ como a un torero de los grandes.
Las monjas le ense?aron a caminar derecho. Hizo la comuni¨®n. "?Y esto para qu¨¦ es?", pregunt¨®. "Para estar bien con Dios. Las cosas feas son pecado", le contestaron. No entend¨ªa nada. "Me explicaron que si uno se acostaba con una mujer sal¨ªa un chiquillo. Yo no me lo cre¨ªa. Fueron meti¨¦ndome en vereda. Como un mulo que no est¨¢ domado".
ten¨ªa que llegar. Y lleg¨® el d¨ªa. Marcos tuvo que salir a la sociedad. A partir de entonces, su vida transcurri¨® en Palma de Mallorca, donde trabaj¨® en bares y hoteles y donde le timaban. Le han timado toda su vida. ?l no se daba cuenta. No se cansa de repetir que la vida entre los hombres es m¨¢s dura. Nadie cre¨ªa su historia. "Yo he tenido que levantarme solo. Yo me fijaba en lo que hac¨ªa uno y lo que hac¨ªa otro". Acabar¨¢ diciendo que no sabe si al rescatarlo de la sierra, le hicieron un bien o un mal.
-No pensaba en el ma?ana. Yo no ten¨ªa ni chispa de idea. Yo no sab¨ªa m¨¢s que ven¨ªa el d¨ªa, que sal¨ªa el sol y que llegaba el oscuro.
Y que volv¨ªa el sol. Ya est¨¢. Marcos descubri¨®, a los 20 a?os, a las mujeres. La nota de Janer: "Es muy curioso: su instinto sexual se despert¨® en el seno de la sociedad". Tuvo alguna novia. En Palma y en M¨¢laga. En los ochenta acabar¨ªa malviviendo en otra cueva. En Alhaur¨ªn el Grande (M¨¢laga). Le conoc¨ªan en el pueblo y el alcalde le consigui¨® una pensi¨®n no contributiva. En Fuengirola conoci¨® a Manuel, sus pies y sus manos, con el que vive en Galicia. "Me toc¨® la loter¨ªa. Hago lo que me da la gana siempre que tenga las cosas a raya".
Hoy anda a su aire. Esto es el rodaje. Habla Gerardo: "Ah¨ª es donde vas a aullar". El sitio es una roca desde donde uno se siente due?o del mundo. Han tra¨ªdo un par de lobos. Son lobos amaestrados. Tienen que hacerse con Marcos para que en la toma salga todo bien. Tensi¨®n fuera: enseguida empiezan a lamerle. Marcos los acaricia. Se revuelca por el suelo. Los besa.
-Ay, ay, ay.
La toma 191 BX 2 sale. En el bar, a Marcos no se le va de la cabeza el cari?o que le han mostrado los dos animales: "Eso no lo hacen las personas. Yo era el hermano mayor de los lobos". El camarero le sirve carne de Sierra Morena. Marcos coge el cuchillo. Ese trozo de monte, en el plato. A punto de ser devorado.?
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