Con diez 'martinis' por banda
Golpean nuestros t¨ªmpanos los trinos de un viol¨ªn mientras ascendemos por un tubo opaco y angosto como el finger de un avi¨®n. Nos introduce en un centro comercial donde huele a comida r¨¢pida y por el que vagan centenares de personas con gorra de b¨¦isbol, polo y pantal¨®n corto. Estrenan deportivas estableciendo una muda competici¨®n entre los adictos a New Balance, los partidarios de Nike y los seguidores de Reebok. Unos mecen en su regazo una copa de espumoso. Alg¨²n valiente se chapuza en el primer dry martini. Varios pasajeros circulan a toda velocidad en triciclo el¨¦ctrico, unos por viejos, otros por sobrepeso, sin respetar al peat¨®n reci¨¦n embarcado. Lionel Roy, de 94 a?os, h¨¦roe de la II Guerra Mundial, con su visera engalanada con el Coraz¨®n P¨²rpura y la Estrella de Plata, no renuncia a su silla de ruedas: "Es m¨¢s segura". Hay ni?os hiperactivos con pulseras fosforescentes que encierran su identidad en c¨®digos de barras. Un tipo enorme y colorado vestido de vikingo agita una jarra de cerveza mientras da la bienvenida. Una pareja de gays tejanos con barbas hasta el estern¨®n hace amigos. El matrimonio Pnang, originario de Filipinas, llega ataviado de Fiebre del s¨¢bado noche: ella, de burbuja del cava; ¨¦l, con pantalones de campana y camisa con chorreras. Ser¨¢n las estrellas de la noche.
Se podr¨ªa llamar 'Caja registradora de los mares', aqu¨ª todo se compra y vende
"EL 'OASIS' NO PUEDE PARAR UN INSTANTE. LA ROTACI?N DEL PASAJE ES LA BASE DEL NEGOCIO
ES El VIAJE INAUGURAL DEL BARCO M?S GRANDE. EL PASAJE BEBE Y BAILA. SUENA VILLAGE PEOPLE
Si el 'Oasis of the Seas' es el gran escenario, sus 2.322 tripulantes son el imprescindible reparto
Doce de la ma?ana. Estamos en el barco. Y a¨²n no lo hemos visto. Ni siquiera intuido. Es tan grande que nunca tienes conciencia de ¨¦l. De lejos, en el horizonte, desde la autopista, hemos contemplado sus cubiertas sobresaliendo entre las gr¨²as y las factor¨ªas del puerto Everglades, a las afueras de Miami, como un edificio-colmena de apartamentos acristalados. De cerca, nos damos con el casco: un muro inabarcable, blanco, liso, brillante, de 65 metros de altura, que se extiende en forma de arco a lo largo de 360 metros. Es imposible divisar a un tiempo la proa y la popa. Estamos en el barco, pero no vemos el barco.
Es el crucero de vacaciones m¨¢s grande del mundo. Y se inaugura hoy. Un centenar de suites con piano de cola. 2.700 camarotes dobles. M¨¢s de 5.000 pasajeros; 2.322 tripulantes. Se llama Oasis of the Seas. Lo podr¨ªan haber bautizado Esponja de los Mares, por su capacidad de absorci¨®n. O Caja Registradora de los Mares, porque aqu¨ª todo se compra y se vende libre de impuestos (botellas de vodka, diamantes, camisetas, donuts de chocolate, botellas de Borgo?a de 7.000 euros, cursos de submarinismo, tratamientos de belleza), con el dinero de pl¨¢stico de la naviera Royal Caribbean. El Oasis es una coctelera de acero en la que se combinan los servicios de un macrohotel de vacaciones, las ofertas de una gran superficie comercial y las posibilidades de ocio de un parque tem¨¢tico. Sin complejos; al m¨¢s puro estilo americano. El 75% de su pasaje. Tiene cincuenta bares y restaurantes, una decena de pistas de baile y diez jacuzzis y piscinas para hacer surf; monta?as que escalar y una cancha de baloncesto y una pista de hielo y un campo de minigolf; discotecas para adolescentes y talleres para que los ni?os y ancianos enfilen collares con macarrones. Un casino amenizado con espect¨¢culos de Las Vegas; un teatro con musicales de Broadway y un sobreactuado ballet acu¨¢tico; un spa donde chutarse b¨®tox y un club de encuentros. Es una residencia de ancianos, un ameno jard¨ªn de infancia y un t¨¢lamo nupcial de luna de miel. Incorpora los sistemas de navegaci¨®n de un nav¨ªo de guerra, la seguridad tecnol¨®gica de un avi¨®n comercial y los sheriffs de una ciudad media americana que te enchironan si bebes m¨¢s de lo previsto o molestas a las pasajeras m¨¢s de lo debido. 1.000 camareros y 1.000 limpiadores atienden tus deseos. 1.300 c¨¢maras controlan tus movimientos. Pesa 220.000 toneladas. El triple que un portaviones nuclear. Y flota.
La publicidad dice que viajar en el Oasis no es simplemente viajar; es "una Experiencia". Lo primero ha sido la Terminal 18. El irreal edificio de bienvenida con la superficie de tres campos de f¨²tbol en tonos turquesa y murales marinos ("inspirados en los tonos del oc¨¦ano") donde 90 empleadas en 90 escuetos mostradores nos solicitan sin perder la sonrisa la tarjeta de cr¨¦dito; retratan y hacen entrega del SeaPass: llave del camarote, dni y ¨²nico medio de pago a bordo. Luego pasas el control de armas. Est¨¢n prohibidas. (Menos mal). La operaci¨®n es r¨¢pida. Royal Caribbean ha levantado este gigantesco espacio de acero y cristal a medida de su nuevo buque, el m¨¢s grande jam¨¢s construido. "Cuando tienes un barco tan grande como el Oasis, la cuesti¨®n es", explica uno de los dos capitanes, Hern¨¢n Zini, un argentino de 42 a?os con la altura y la fisonom¨ªa de un noruego, "tener instalaciones portuarias capaces de manejar con comodidad un n¨²mero tan elevado de personas en poco tiempo. Gracias a esta terminal, 5.000 personas abandonan el barco mientras otras 5.000 embarcan. El Oasis no puede parar. La clave del negocio es la rotaci¨®n del pasaje. Atracamos a las siete de la ma?ana en Miami y zarpamos a primera hora de la tarde con nuevos pasajeros. Y para que fluya se necesitan instalaciones y coordinaci¨®n. No podemos ir a cualquier puerto. No cabemos".
Se desliza melanc¨®lica por los altavoces de la cubierta cinco del crucero Scarborough Fair (Simon y Garfunkel, 1965). Cada minuto a bordo del Oasis tiene su melod¨ªa. La m¨²sica no cesa. La hay enlatada y en directo. Hay una banda de jazz, otra de pop, otra de aires tropicales; un guitarrista cl¨¢sico, un gaitero, un violinista. Y un karaoke donde Leonard, de Illinois, 140 kilos en canal, entona con gran aceptaci¨®n popular Always on my mind (Willie Nelson, 1982). El barco cuenta con 17 pisos (en realidad 16, el 13 no existe, confesando una debilidad supersticiosa que escama al pasajero). Una treintena de ascensores transparentes ordena el tr¨¢fico vertical. El horizontal es largo y tedioso a trav¨¦s de mon¨®tonos pasillos franqueados por camarotes. Subir escaleras es el mejor ejercicio para conjurar los excesos cal¨®ricos del gratis total. Seg¨²n Marc Pedrol, director de comunicaci¨®n de la compa?¨ªa, los pasajeros engordan en cada singladura tres kilos. Para combatirlos, el Oasis cuenta con un gimnasio y una pista de jogging de medio kil¨®metro (siempre desierta). "Una vuelta m¨¢s de multa por el postre de anoche", figura pintado a lo largo del recorrido. Consejo en vano.
La decoraci¨®n del barco es una simbiosis entre el gusto americano y el oriental. Dallas y Shanghai. Prefabricado, relamido y brillante. Flores, absurdas obras de arte y mucho cristal. Un inmenso decorado de cart¨®n piedra: las baldosas no son baldosas, ni la madera, madera. Golpeas los muros y te devuelven un eco hueco. Todo tapizado por 90.000 metros cuadrados de moqueta verdosa. Flota cierto aroma a sint¨¦tico.
Orientarse es complicado. Nunca sabes si est¨¢s delante o detr¨¢s; arriba o abajo. Ni en qu¨¦ d¨ªa vives. A ello contribuye un ligero mareo que ayuda a perder la noci¨®n del tiempo. Y el consumo de alcohol. La pista para situarse es que las piscinas est¨¢n en la cubierta superior. No hay p¨¦rdida. Horas antes de levar anclas ya est¨¢n abarrotadas. Los pasajeros llevan horas comiendo y bebiendo. Un grupo de caribe?os con camisas hawaianas ataca Is this love? (Bob Marley, 1978). Hay c¨®cteles con sombrilla. Carritos con cervezas de todas las nacionalidades sumergidas en hielo picado. B¨¢rmanes como Tom Cruise. Perritos con ketchup. Toallas, gorras, vasos y bolsas con el logotipo de la naviera. El mismo que brilla en lo m¨¢s alto de la chimenea y en la puerta de la capilla sin dios. Gafas de sol y trajes de ba?o recatados. Alguna latina escapa a la norma. El top less est¨¢ prohibido. Pasean por las orillas de las piscinas, que rebosan tipos con la edad y el aspecto de Robert Redford y Morgan Freeman y Paul Auster; una doble de Diane Keaton con aire de bohemia neoyorquina y una ¨¦mula de Pamela Anderson con el pecho apenas embutido en un biquini publicitario de cerveza Corona. Su novio desaf¨ªa a cada var¨®n con que se cruza. El precio del reloj revela el estatus de los pasajeros aun en traje de ba?o. Abunda el R¨®lex. Se olfatean efluvios de cloro, alcohol y bronceador. Hay rincones para fumar frente al mar. Brama la sirena como una explosi¨®n. Zarpa el reino de la diversi¨®n. Una avioneta corta el cielo y arrastra machacona una zigzagueante pancarta: "?Welcome aboard!". Clamor.
Es la apoteosis. El viaje inaugural del crucero m¨¢s grande. Atruena Can't stop the music (Village People, 1980). El pasaje se agolpa en las barandillas. Bebe y baila. Saluda con los brazos a las c¨¢maras y los curiosos apostados all¨¢ abajo, en los muelles. Somos los escogidos. Sheminka y Felicia, bell¨ªsimas veintea?eras afroamericanas de Alabama con vestidos floreados, ondulan a lo Beyonc¨¦. Miami queda atr¨¢s. Cae la noche. El aire se hace h¨²medo, c¨¢lido y pesado. Navegamos rumbo al Caribe. La cubierta se vac¨ªa. El primer turno de cena es a las 18.30. No hay tiempo que perder. "No se vayan a acabar los caracoles", razona el doctor Morrueco, oftalm¨®logo mexicano y habitual de este tipo de viajes. Ha hecho una veintena con su mujer. Son un p¨²blico profesional y exigente. Cenar con ellos es someterse a su cuaderno de quejas.
El negocio de los cruceros de vacaciones es reciente. Apenas 40 a?os. En los viejos tiempos los grandes barcos eran, como describi¨® Dickens, "f¨¦retros con ventanas" que un¨ªan continentes. Eficaces e inc¨®modos paquebotes dise?ados para dominar los siete mares. Tras la ¨²ltima Guerra Mundial se comenz¨® a popularizar el uso del avi¨®n como medio de comunicaci¨®n entre Europa y Am¨¦rica. Supuso la decadencia del transporte naval de viajeros. En las d¨¦cadas posteriores la aviaci¨®n se har¨ªa con el monopolio. Los herederos del Titanic pasar¨ªan al olvido. S¨®lo los m¨ªticos Queen Mary y Queen Elizabeth continuaron surcando el Atl¨¢ntico equipados de mayordomos con librea, maletas de Vuitton y t¨¦ de las cinco. A finales de los sesenta nac¨ªa Royal Caribbean, una naviera en principio de capital noruego que iba a transformar el sector con sus cruceros de ocio por las aguas del Caribe a bordo de viejos transatl¨¢nticos puestos al d¨ªa. Funcion¨®. Los americanos se engancharon al invento. No era caro y era seguro; permit¨ªa conocer varias ciudades en pocos d¨ªas, ver espect¨¢culos sin sacar entradas, comprar a espuertas y comer a discreci¨®n. "A un pueblo lo define el modo en que pasa sus vacaciones, y a los americanos les encantan los cruceros", reflexiona Reinaldo, un barman filipino, mientras prepara una caipirinha en la cubierta superior donde se desarrolla el concurso Mister piernas bonitas bajo los acordes de Rock Lobster (The B-52's, 1978). El humor de los pasajeros americanos es de colegio mayor. Pero ellos se tronchan.
En el ¨¦xito de este nuevo modelo de ocio tuvo mucho que ver en sus comienzos la serie televisiva Vacaciones en el mar con su est¨¦tica hortera y alusiones continuas al desenfreno sexual a bordo. Fue una eficaz campa?a de marketing. Hoy, 12 millones de estadounidenses viajan cada a?o en crucero. Y cerca de medio mill¨®n de espa?oles. Primero fueron los solteros, luego, los jubilados; hoy, el objetivo de las navieras son las parejas con ni?os. La industria ha evolucionado. Estos cruceros ya no compiten con otros cruceros, lo hacen con los complejos hoteleros del todo incluido. Ya no se trata de ir de puerto en puerto, sino de pasar mucho tiempo navegando. Y que el p¨²blico gaste. Que los pasajeros llenen cada noche las mesas del casino. Y los caros restaurantes en los que se paga por degustar sushi, tapas o una buena pasta. Es la clave de este negocio: pan y circo.
En 1999, Royal Caribbean, que en los setenta hab¨ªa comenzado a dise?ar barcos m¨¢s confortables y con m¨¢s oferta de ocio, bot¨® el Voyager of the Seas, con capacidad para 3.000 pasajeros y un atrio interior que lo convert¨ªa en un centro comercial flotante. El Voyager, que incorporaba pistas de hielo, skate, baloncesto, golf y escalada y la franquicia de hamburguesas Johny Rockets, era el nuevo s¨ªmbolo de los cruceros de masas. La naviera comenzaba una carrera para construir barcos cada vez m¨¢s grandes y con m¨¢s atracciones. Econom¨ªa de escala: cuantos m¨¢s pasajeros transportara un crucero, m¨¢s barato le sal¨ªa el viaje a la compa?¨ªa y m¨¢s caja hac¨ªa. En 2006, Royal Caribbean humillaba en tama?o al venerable Queen Mary 2 con el Freedom of the Seas. El siguiente pelda?o es el Oasis of the Seas, que ha costado 1.000 millones de euros y ofrece como reclamo "algo para cada pasajero".
Ese jugoso negocio de la venta a bordo se redondea con la visita del barco a islas privadas propiedad de las navieras: espacios alquilados a los Estados caribe?os y blindados a la poblaci¨®n de esos pa¨ªses, donde los buques hacen escala. Se trata de la prolongaci¨®n tropical del parque tem¨¢tico de a bordo. El Oasis atraca 12 horas en Labadee, en un extremo perdido de Hait¨ª. Hay polic¨ªas militares con las camisas empapadas de sudor y viejos rev¨®lveres a la cintura y alambradas entre la vegetaci¨®n. Ni?os y ni?as preadolescentes salen a recibirnos vestidos de almirantes y majorettes. Hay actividades subacu¨¢ticas en la playa, langosta a la barbacoa, hamburguesas y lugare?os cantando Guantanamera. Corre la cerveza y la artesan¨ªa. Unas japonesas se cubren con una sombrilla de encaje. Hace mucho calor. "La compa?¨ªa no renuncia a un solo d¨®lar de los que est¨¦ dispuesto a gastarse cada pasajero en sus vacaciones", explica un miembro de la tripulaci¨®n. "No tiene sentido parar en un puerto normal y que sean otros los que se lleven el dinero de las bebidas, las propinas y los souvenirs". Partimos. Concluyo que realmente la gran atracci¨®n del Oasis es una habitaci¨®n frente al mar. Me lo confirma el doctor Morrueco, que no ha bajado a tierra: "La mejor isla de un crucero es el barco".
La Cena del capit¨¢n es la cumbre social. La entrada del Opus Restaurant, 3.000 comensales, se convierte en la alfombra roja del crucero. Por los ojos de buey se adivina Cuba. El esmoquin y el traje de noche son de rigor. Despliegue de joyas, maquillaje y peluquer¨ªa. Abunda el rubio inveros¨ªmil. Ken, un quincea?ero de Nueva Jersey, se debate inc¨®modo en el traje reci¨¦n estrenado que le ha calzado su padre. Aia, una rica ama de casa de Kioto, estrena quimono: "He ido a todos los cruceros de la Cunard y he cruzado varias veces el mundo y no pod¨ªa perderme esto. Es una experiencia m¨ªstica". Jeannette, canadiense de Vancouver, en torno a los cincuenta, coraz¨®n solitario de la barra del Viking's Crown, va de Gilda en azul pavo. "Ir de crucero es muy seguro para una chica: sales, bebes, conoces gente y no te pasa nada malo. Es mi noveno viaje". Los fot¨®grafos del barco hacen su agosto. Los altavoces nos deleitan con It's now or never (Elvis Presley, 1960). La representaci¨®n espa?ola se reduce a los matrimonios de Agust¨ªn Masllorens y Natividad Moreno, y Luis Pel¨¢ez y Mar¨ªa Jes¨²s G¨®mez de Salazar. Elegancia nacional. Ellos, marinos retirados. Los cuatro, adictos a los cruceros. Aparece el capit¨¢n Wright, teatral en su frac blanco con galones dorados y su melena plateada de Roger Moore setentero. Sonr¨ªe a las c¨¢maras. Hace un gesto elegante. Empieza el desfile de camareros.
Si el Oasis of the Seas es un gran escenario, sus 2.000 tripulantes son el reparto. De la habilidad de cada camarero para escuchar de madrugada a un pasajero depende que se tome otra copa; de la profesionalidad del croupier, que apueste un pu?ado m¨¢s de fichas; de la habilidad del chef, que recomiendes este crucero. Los camareros y limpiadores apenas cobran de la compa?¨ªa. Alguno, 300 euros al mes. Completan su sueldo con las propinas. El director de casting es Fran?ois Wache, un sofisticado franc¨¦s de 42 a?os que tiene la responsabilidad de que todo funcione en el crucero. Es el ¨¢lter ego del capit¨¢n. Si ¨¦ste reina en el puente, fr¨ªo, limpio, seguro y racional como un edificio de la Bauhaus, Wache manda en los subterr¨¢neos, adonde se llega por otras escaleras, ¨¦stas blancas, industriales, sin madera ni dorados. O a trav¨¦s de las cocinas, por donde escapa olor a cuartel.
Decir subterr¨¢neo no es una met¨¢fora. Hay tripulantes que nunca ven el mar. Tienen vedada la cubierta. Tampoco pueden bajar a tierra. No tienen visado. Los marineros son filipinos ("duros, disciplinados y aguantan bien la navegaci¨®n"). El servicio procede de algunas de las min¨²sculas islas angl¨®fonas del Caribe. Hay gente de 70 nacionalidades. Viven en las plantas in-feriores. En la segunda cubierta, un t¨²nel interminable repleto de mec¨¢nicos de mono rojo, marineros de atuendo blanco y camareros de chaleco negro comunica la proa y la popa. No tiene fin. Por aqu¨ª se mueve la carga y los servicios. La tripulaci¨®n lo denomina I-95, en referencia a la autopista Interestatal 95, que comunica toda la costa Este de Estados Unidos a lo largo de 3.101 kil¨®metros. A los lados est¨¢n los estrechos camarotes con literas y sin ba?o de la tripulaci¨®n. Tienen sus propios comedores, espacios de recreo y una discoteca. Si alguno osara acceder al camarote de un pasajero ser¨ªa despedido. Samuel Williams, un camarero natural de la isla de Saint Vincent, al norte de Venezuela, recuerda en su barra esta noche de despedida c¨®mo perdi¨® la cabeza por una bilba¨ªna. "Quer¨ªa llevarme con ella, pero no me atrev¨ª. Pienso mucho de ella".
Regresamos a Miami. Este cuento se acab¨®. Las ¨²ltimas horas a bordo nos muestran un paisaje desolado de mustios pasajeros rodeados de maletas como refugiados esperando un tren que no llega. La m¨²sica se ha acabado. Desembarcamos en minutos. Control de inmigraci¨®n. Cuando nos alejamos en taxi por la Interestatal 95 miro hacia atr¨¢s, veo el barco y pienso en los habitantes de su subsuelo. Por la chimenea del Oasis brota un humo muy negro.
Desaf¨ªo desbordante
En cuanto lleg¨® el encargo del Oasis of the Seas, los astilleros STX Europe de Turku, en Finlandia, se encontraron con un desaf¨ªo desbordante. La compa?¨ªa Royal Caribbean (RCC) les confiaba el 6 de febrero de 2006 la fabricaci¨®n del mayor buque de pasajeros del mundo. De proa a popa, 360 metros.
Atr¨¢s quedan tres a?os y medio de intenso trabajo. M¨¢s de 2.200 operarios han empleado alrededor de ocho millones de horas en completar el Oasis of the Seas, desde que la producci¨®n se pusiera en marcha el 1 de marzo de 2007. Una construcci¨®n hecha pieza por pieza. La componen 181 bloques de 600 toneladas cada uno. Contiene adem¨¢s 500.000 partes individuales de acero y las h¨¦lices sobrepasan los seis metros de di¨¢metro. En las tripas del barco se esconden 241 kil¨®metros de tuber¨ªas y 5.310 kil¨®metros de cable, que conducen la electricidad por las 16 cubiertas. Para el acabado final se han gastado 600.000 litros de pintura. El coste de las obras asciende, en total, a 1.000 millones de euros. STX Europe asegura que es el barco comercial m¨¢s caro de construir hasta la fecha.
Las gr¨²as ensartan el cielo nublado de Turku. Helsinki, la capital finlandesa, queda a 150 kil¨®metros. La mayor¨ªa de los operarios se desplaza en bicicleta por la amplia factor¨ªa, de 144 hect¨¢reas. Entre la plantilla hay tambi¨¦n mujeres de mediana edad. Mes a mes, la progresi¨®n ha sido asombrosa, define Richard Fain, director de RCC, que ha colgado en Internet un blog sobre los avances de su criatura. Faltan dos meses para la entrega final del buque. Y queda bastante por hacer. Los soldadores rondan la Royal Promenade. Se afanan en ensamblar las marquesinas de los establecimientos. Huele a nuevo, como a madera reci¨¦n cortada y a pegamento. Las horas corren y siempre quedan recovecos por supervisar.
En su nueva l¨ªnea naval, RCC reinventa la tradici¨®n. El Oasis of the Seas es el primer crucero que cuenta con un programa de env¨ªo de mensajes a grupos y personas por Internet. Tiene conexi¨®n wi-fi, 325 monitores de informaci¨®n y un sistema para identificar a los viajeros mediante im¨¢genes digitales. En el puesto de mandos, el capit¨¢n maniobrar¨¢ con un joystick. El rumbo alcanzar¨¢ una velocidad de crucero de 22 nudos. M¨¦todos inteligentes con conciencia ecol¨®gica. Se depurar¨¢ toda el agua usada en el Oasis y se reducir¨¢ el consumo de luz el¨¦ctrica y carb¨®n, lo que supondr¨¢ hasta un 20% de ahorro en energ¨ªa por pasajero.
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