Los exterminadores de toros
Resulta desalentador comprobar c¨®mo el franquismo, o su esp¨ªritu dictatorial, sigue habitando entre nosotros, en nuestra sociedad y en nuestros demag¨®gicos pol¨ªticos. A todo el mundo se le llena la boca hablando de la libertad de expresi¨®n, pero casi nadie tolera que se le lleve la contraria, ni, a¨²n m¨¢s grave, que exista lo que, seg¨²n cada cual, no deber¨ªa existir. La pr¨®xima ley antitabaco, por ejemplo, de la que habl¨¦ hace unos meses, impide que existan locales en los que se re¨²nan los fumadores, en vez de aconsejar a los enemigos del humo que se abstengan de frecuentarlos, lo mismo que est¨¢ vedado el acceso a los casinos y a los bares de topless, supongo, a los menores de edad, o que la mayor¨ªa de los heterosexuales procuran no entrar en sitios de ligue gay, porque all¨ª nada se les ha perdido. Esa ley de Zapatero y Jim¨¦nez equivale a suprimir los lugares mencionados por si acaso a quien no le gustan se le ocurre meterse en ellos. Dicho sea de paso, mi art¨ªculo sobre dicha ley me cost¨®, entre otros reproches, una ruin carta de la Presidenta de Nofumadores.org, en la que insinuaba que quiz¨¢ yo cobraba de las compa?¨ªas tabaqueras. De nuevo el esp¨ªritu totalitario: si alguien no opina como yo, ser¨¢ porque est¨¢ comprado.
"Quienes quieren acabar con las corridas pretenden extinguir una especie"
Vaya as¨ª por delante, en esta ocasi¨®n, que no soy aficionado a las corridas y que se cuentan con los dedos de las manos las veces en que he asistido a ellas, y sobrar¨ªa alg¨²n que otro dedo. Tampoco tengo ning¨²n contacto con el mundo del toreo ni desde luego he percibido un euro de nadie relacionado con ¨¦l. Si las corridas se prohibieran, en nada cambiar¨ªan mi vida ni mis costumbres, luego carezco de todo inter¨¦s personal o laboral en su permanencia. Pero tampoco tengo nada en contra de ellas, y en la iniciativa ciudadana de Catalu?a que ha dado pie a que los pol¨ªticos de esa autonom¨ªa aprueben debatir en su Parlamento su posible abolici¨®n en el territorio, s¨®lo veo, por tanto, un af¨¢n m¨¢s de prohibir aquello con lo que no se est¨¢ de acuerdo, una muestra m¨¢s del esp¨ªritu dictatorial y franquista que contin¨²a aneg¨¢ndonos y envenen¨¢ndonos.
Lejos de mi intenci¨®n hablar de "tradici¨®n y cultura" o de "fiesta nacional", esa clase de argumento patri¨®tico me causa alergia. En esa iniciativa se mezclan dos cosas: por un lado, la ignorancia deliberada e interesada de los nacionalistas e independentistas -es decir, su necedad, pues justamente eso significa "necio" en la certera definici¨®n del DRAE: "Ignorante y que no sabe lo que pod¨ªa o deb¨ªa saber"-, que los lleva a creer -o a fingirlo- que las corridas son algo netamente "espa?ol" y no catal¨¢n, cuando su afici¨®n y arraigo en Catalu?a han sido siempre fort¨ªsimos y est¨¢n bien documentados; por otro, la frivolidad extrema de quienes se llaman a s¨ª mismos "animalistas" (no s¨¦ si el "ismo" est¨¢ de sobra) y de los ecologistas. En lo que respecta a los segundos, ya ha se?alado el fil¨®sofo G¨®mez Pin en este diario que, seg¨²n preservadores del medio ambiente, economistas, ganaderos y veterinarios, "el mantenimiento de no pocas dehesas (parques aut¨¦nticamente naturales, donde un animal criado por el hombre goza de condiciones para realizar su naturaleza espec¨ªfica?) ser¨ªa inviable sin la fiesta de los toros". Si no hubiera ganader¨ªas hace tiempo que esas dehesas estar¨ªan convertidas en urbanizaciones monstruosas, de esas que dicen combatir los ecologistas. En cuanto a los primeros, a los "defensores de los animales", me temo que en este caso se convierten m¨¢s bien en su mayor amenaza y sus mayores enemigos. ?Por qu¨¦ creen que todav¨ªa existe el toro bravo o de lidia? Se lo cr¨ªa y cuida artificialmente y con esmero tan s¨®lo porque hay corridas y otros espect¨¢culos taurinos en nuestro pa¨ªs. ?Acaso se ve a esa bestia en Alemania, Italia, Gran Breta?a o Rusia, fuera -tal vez- de unos pocos ejemplares que se utilizan como sementales? El toro no vivir¨ªa espont¨¢neamente. No es un bicho que pueda andar suelto por los campos sin poner en grave peligro a la poblaci¨®n humana, ni que pueda valerse enteramente por s¨ª mismo. Si se prohibieran las corridas y dejara de haber ganader¨ªas, ?qui¨¦nes se ocupar¨ªan de ellos, de alimentarlos, cuidarlos y controlarlos? ?Esos "animalistas" a los que hemos visto emocionarse consigo mismos tras la votaci¨®n del Parlament de Catalu?a? Seguro que no. ?El Estado? No creo que se encargase de tarea tan costosa como improductiva, y, si lo hiciera, es muy probable que los mismos abolicionistas de hoy protestaran por el dispendio in¨²til a cargo de los contribuyentes.
Quienes quieren acabar con las corridas, en suma, lo que pretenden -o pueden conseguir sin darse cuenta- es extinguir una especie, que sin ellas no sobrevivir¨ªa. A lo sumo se destinar¨ªan a sementales unos pocos toritos, y seguramente se sacrificar¨ªa en su nacimiento a la mayor¨ªa de los machos. En vez de hacerlo en la plaza, tras darles una vida plena y libre de m¨¢s de cuatro a?os, se har¨ªa en secreto, nada m¨¢s ser paridos. Si eso da buena conciencia a los antitaurinos, que me expliquen los motivos. Porque, suponiendo que los taurinos sean ¡°torturadores de animales¡±, los enemigos de las corridas resultar¨ªan ser exterminadores de animales. Y, francamente, entre los primeros y los segundos, prefiero con mucho a aqu¨¦llos, que al menos les causan una muerte en combate tras permitirles una vida. ?stos ni siquiera consentir¨ªan que tuviesen vida, ni que perdurase el toro bravo.
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