Viaje al epicentro de la tragedia
El pueblo de L¨¦ogane, a 40 kil¨®metros de la capital, qued¨® arrasado por el se¨ªsmo
La comisar¨ªa de L¨¦ogane se encuentra vac¨ªa. Los polic¨ªas, de uniforme, con unos absurdos chalecos reflectantes encima, descansan tumbados a la bartola en una colchoneta en el aparcamiento. No hacen nada. Diez d¨ªas despu¨¦s del terremoto que fisur¨® el vest¨ªbulo, los calabozos y la planta superior, a¨²n no se atreven a entrar.
-?Y los presos?
-Los liberamos cuando empez¨® todo a temblar. Eran cinco. No eran muy peligrosos.
El epicentro del terremoto se situ¨® por debajo de esta desgraciada ciudad de L¨¦ogane, a 40 kil¨®metros al oeste de Puerto Pr¨ªncipe por una carretera cuarteada de grietas espeluznantes en las que cabe un pu?o. La ciudad, de 25.000 personas, se ha venido abajo literalmente. Su calle principal es un espejismo.
Unos 10.000 de los 25.000 habitantes que hab¨ªa ya han sido enterrados
En una plaza del pueblo, el dedo siniestro del terremoto se?al¨® todos los edificios, incluida la iglesia, excepto una casita c¨²bica con un cartel relevador: "Capilla Funeraria Nuestra Se?ora de F¨¢tima". Como si al destino que dirige estas cosas le gustara hacer chistes malos. Hay personas encaramadas a las ruinas que escarban y cogen lo que sea de valor: la ferralla, una silla entera, unas cortinas no muy rotas.
Hay un grupo de holandeses religiosos que se afana en ayudar y desescombrar y su trabajo resulta tan encomiable como in¨²til. Al final se agotan y lo dejan.
Una se?ora mayor con el aire ausente agarra una piedra suelta de la acera enfrente de una casa no muy pobre convertida en un acorde¨®n. La mujer viste un vestido estampado con un imperdible que no sirve para nada.
"Aqu¨ª trabaj¨¢bamos, una chica y yo, para los due?os. Viv¨ªamos aqu¨ª. Limpi¨¢bamos y cocin¨¢bamos. Ahora ellos est¨¢n muertos. Ayer, ocho d¨ªas despu¨¦s del terremoto, los sacaron de entre los escombros", cuenta. Pasa una muchacha cojeando que saluda a la vieja con una sonrisa forzada. "?sa es la otra chica", dice la mujer. "Venimos todas las ma?anas. No hacemos nada. Quitar las piedras de la acera. Pero no sabemos d¨®nde ir", a?ade.
En la plaza principal, los funcionarios esperan al alcalde sentados en la acera, porque el edificio del Ayuntamiento es inseguro. Uno de ellos, jefe de departamento, seg¨²n reza en una tarjeta municipal que muestra a quien sea, se pone a discutir con el concejal de Personal sobre el n¨²mero de muertos. Uno dice que 4.000 personas; otro que muchos miles m¨¢s. Una se?ora se enreda en la disputa mientras el resto de funcionarios sin ocupaci¨®n ni despacho ni tarea ni futuro les miran con resignaci¨®n e indiferencia.
Al otro lado de la plaza de esta ciudad kafkiana y desquiciante, sin polic¨ªa ni ayuntamiento, que parece suspendida en el mar de polvo desprendido de los edificios desventrados, un pelot¨®n de soldados canadienses escolta la entrega de un cargamento de ayuda humanitaria alemana.
El eficaz agregado de negocios de la Embajada germana en Hait¨ª, Wolker Pellet, es el ¨²nico que lo tiene claro:
-Nosotros hemos hecho de esta ciudad un enclave de la ayuda alemana. Nadie nos lo ofreci¨® como consecuencia de un plan predeterminado. Simplemente lo pedimos y nos lo dieron encantados. As¨ª es c¨®mo funcionan las cosas en Puerto Pr¨ªncipe.
Y a?ade, como recit¨¢ndolo de memoria: "L¨¦ogane se ha destruido en un 80% porque el epicentro estaba aqu¨ª abajo. La ciudad ten¨ªa 25.000 habitantes, pero la comarca 190.000. La ONU ya ha enterrado aqu¨ª cerca de 10.000 personas".
Todos estos datos son verdad. Pero tambi¨¦n lo es que por la carretera agrietada avanzan a toda horas camiones naranjas procedentes de la capital cargados de inmigrantes que escapan de la ratonera pest¨ªfera de Puerto Pr¨ªncipe. No es extra?o. Los habitantes de los campamentos de las afueras de L¨¦ogane, que han escapado de morir ahogados entre sus propias paredes, tambi¨¦n han perdido hijos, madres, hermanos, amigos, el trabajo, la casa y los muebles. Pero cerca discurre un r¨ªo no muy sucio. Y hay espacio verde para que unos ni?os jueguen al f¨²tbol con una pelota de goma.
No hay ni?os jugando as¨ª en Puerto Pr¨ªncipe. As¨ª que no es raro el traj¨ªn de camiones que marcha al campo. Comparados con los interminables y abarrotados asentamientos de Puerto Pr¨ªncipe, en los que las mujeres se lavan desnudas en las esquinas y los ni?os dormitan en la basura bajo un sol que es un castigo, el campamento enclavado en el epicentro del terremoto, en L¨¦ogane, resulta no del todo inhabitable.
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