Sin introducci¨®n
Se ha muerto sin haberse presentado, escondido en la leyenda, visible s¨®lo en la escritura. Tan extra?o y tan cercano como Seymour contado por un hermano menor, como un s¨¢ndwich escondido en un bolsillo, como las raquetas de tenis de dos adolescentes amigas pero rivales. Se ha muerto sin decir m¨¢s que lo que dijo, como el pez banana, envuelto en la paradoja que supone vivir y contarlo. Sofisticado y familiar, demoledor e intermitente, y ligeramente japon¨¦s.
M¨¢s all¨¢ de El guardi¨¢n entre el centeno, escribi¨® prodigios puntuales que se sujetaban en la misteriosa capacidad de la escritura para acompa?ar a la experiencia sin suplantarla, artefactos independientes, modelos sensatos. Literatura no metaf¨®rica, ni abrumada por la voz, elegante y precisa, propia y sin ofensa, puede que perfecta. Y lo hizo siempre como si nada. Un esfuerzo tan enorme y bien disimulado que merece sin duda la gloria.
Su familia es cualquiera, al otro lado de su ventana est¨¢ el parque que no siempre vemos. Lo que hacen los patos en invierno a nadie le incumbe.
Del misterio de Salinger nunca sabremos otra cosa que lo que ¨¦l mismo nos ha contado y seguramente no hay mucho m¨¢s que saber. Su influencia es enorme, su camino, imposible de seguir. No pasa nada, tampoco hay quien camine derecho tras las huellas de Thomas Hardy. Lo complicado es conseguir una escritura que se acerque a su estatura, desde cualquiera de los caminos elegidos. Ese sendero en la nieve que como ¨¦l mismo demostr¨®, no esconde nada m¨¢s que los pasos de un hombre solo.
Babelia
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