Un bosque moz¨¢rabe
Las catorce columnas de la nave de San Miguel de Escalada, en Le¨®n, y su silenciosa belleza intemporal
Perdido por los caminos de Le¨®n, doy con lo que queda del monasterio moz¨¢rabe de San Miguel de Escalada. En el siglo IX se levant¨® un peque?o cenobio dedicado al arc¨¢ngel san Miguel. Abandonado d¨¦cadas despu¨¦s, a finales del X un grupo de monjes moz¨¢rabes procedentes de C¨®rdoba y capitaneados por el abad Alfonso recuper¨® estas ruinas y engrandeci¨® su arquitectura como har¨ªan otros religiosos en siglos posteriores, por ejemplo en el XII los agustinos de San Rufo de Avignon, que permanecer¨ªan aqu¨ª hasta principios del siglo XVI. Avanzada esta centuria, el Real Priorato de Escalada fue languideciendo hasta que la desamortizaci¨®n de Mendiz¨¢bal, en los a?os treinta del siglo XIX, la condujo casi a su desaparici¨®n.
Unos obreros est¨¢n reparando la techumbre. Atravieso el p¨®rtico lateral que formaba parte del claustro. Son trece columnas con capiteles sobre los que se apoya el correspondiente arco de herradura. Las siete primeras del lado izquierdo son moz¨¢rabes, con capiteles corintios y cimacios de m¨¢rmol, mientras que el octavo es de influencia omeya y los cinco ¨²ltimos pertenecen al siglo XI. Subo unas estrechas escaleras de piedra y penetro en la peque?a iglesia. Est¨¢ a oscuras. Una muchacha que cuida las obras de rehabilitaci¨®n me dice que va a encender las luces. Le ruego que no lo haga, que deje la estancia as¨ª, en tinieblas, sumida en s¨ª misma, en su propia melancol¨ªa. Tiene tres naves y es de planta basilical. La central es de armadura de madera y a¨²n conserva el policromado mud¨¦jar de los siglos XIV y XV. ?sta se eleva m¨¢s respecto a las dos laterales, separadas por un intercolumnio de catorce fustes, la mayor¨ªa reutilizados, con sus correspondientes capiteles, todos ellos distintos en su decoraci¨®n. Me abrazo a todas esas columnas y en cada una de ellas siento un fr¨ªo distinto y una piel cuya suavidad var¨ªa. Son columnas tra¨ªdas, seguramente, de los despojos de las ruinas de la cercana ciudad romana de Lancia.
El valor de las ruinas
Plinio, Di¨®n Casio, Floro, Ptolomeo, Antonino P¨ªo y Orosio escribieron en la antig¨¹edad sobre esta urbe levantada entre el r¨ªo Esla y el Porma. Ca¨ªda Roma, el asentamiento continu¨® con los suevos y visigodos. A Lancia se le podr¨ªan aplicar muy justamente aquellas palabras de Sidonio Apolinar: "Laudandis preciosior ruinis", sus ruinas admirables le otorgan m¨¢s valor. All¨ª las columnas debieron alegrar casas, el macellum o mercado, y las termas; aqu¨ª sostienen a cubierto la b¨®veda celeste. ?D¨®nde fueron m¨¢s felices? "Pero no siempre quiero ser feliz. / Hace falta ser infeliz de vez en cuando / para poder ser natural", dice Alberto Caeiro en El guardador de reba?os. Ser feliz o infeliz, el caso es durar: enhiestas, ¨²tiles, bellas, de una pieza; y no yacer en rodajas, postradas, mordiendo el polvo de las antiguas calzadas perdidas.
En Lancia descubro la soledad del paisaje en medio de los campos roturados. En San Miguel de Escalada, la soledad es la del propio hombre. Entre tinieblas percibo este peque?o bosque de columnas con sus capiteles floridos y, de repente, el kabod, la luz creada que Dios hace descender misteriosamente sobre un lugar. Quiz¨¢ entr¨® por esta ventana geminada de arcos de herradura, capitel corintio, fuste de m¨¢rmol y alfiz. Esa luz que se refleja vibra como la brisa m¨¢s furtiva. Benn dice, en uno de sus versos, que quien est¨¢ solo en el misterio "est¨¢". Y estoy bajo la casa que lo contiene: indescifrable, ininteligible. Pero tocando las columnas, ?est¨¢! Est¨¢ en la averbalidad, est¨¢ en el silencio, est¨¢ en las tinieblas.
En Lancia se encuentra el paisaje de la naturaleza comi¨¦ndose a la "validissima urbs". En San Miguel de Escalada, en este interior de la iglesia, las columnas forman los bosques, los claros y los senderos. En uno y otro lugar podemos perdernos f¨ªsicamente y extraviarnos en el propio lenguaje inv¨¢lido. Callo en uno y otro espacio para que el paisaje hable, como cuando ni?os sin saber hablar lo entend¨ªamos. El hombre es un abismo y uno se marea si mira dentro. Esta no palabra es el s¨ªmbolo del reverso oscuro de la raz¨®n, la llave que abre la puerta a una selva de recuerdos impenetrables, de letras ilegibles, sublimes, tr¨¢gicas y herm¨¦ticas, como un bosque encantado. Silencio, ser dejados en paz, ¨²ltima manera de estar f¨¹r sich allein, solo consigo mismo, dec¨ªa Celan. Esa voz terrible que grita en todo horizonte y que suele llamarse silencio tambi¨¦n la o¨ª en Lancia, en San Miguel de Escalada. A oscuras s¨®lo Tiresias, el adivino ciego, ve¨ªa la verdad porque los dem¨¢s estamos cegados por el mundo. Los fustes susurran como troncos, como ramas; as¨ª parecen mover sus frondosas hojas los capiteles. Estar siempre bajo techos construidos por las manos de uno mismo en cada tiempo distinto. Y en San Miguel de Escalada, en la peque?a iglesia, me encuentro en la casa del tiempo, la vivienda que constituye el sustituto del cuerpo materno, esa primera residencia cuya nostalgia persiste toda la vida. Fustes blancos
As¨ª me siento seguro, alzado en este estrecho palafito, aunque, como confes¨® Kierkegaard, las ideas de un hombre son la casa donde habita. ?Y nuestras ideas van a la memoria de Dios? Fustes blancos, la mayor parte, otros pocos con vetas negras o m¨¢s p¨¢lidas. Vestir de blanco por los amigos ausentes, vestir de blanco por nosotros mismos, los a?os est¨¢n llenos de advertencias de su brevedad.
Catorce columnas, catorce capiteles. Todo cuanto hice preferir¨ªa que estuviera a¨²n por hacer. Todo lo que he dicho, cuando lo repaso, me hace envidiar a los mudos. Catorce columnas y a m¨ª me gustar¨ªa ser la quince, lo suficientemente alta y esbelta como las dem¨¢s, de un color n¨ªveo virginal. La ¨²ltima, pero la m¨¢s perfecta, aunque en los salmos se dice que en toda perfecci¨®n se descubren l¨ªmites. ?Cu¨¢l los m¨ªos? ?Todos! En los altares, inscripciones en letra visig¨®tica. "Ubi nihil vales, ubi nihil velis", no pongas tus esperanzas en un escenario donde no tienes poder. Aqu¨ª tampoco detenemos a la parca, aqu¨ª tampoco la deslumbramos por la belleza, aqu¨ª tampoco podemos permanecer quietos, inm¨®viles, ajenos a la huida. Probamos la miel que las abejas mezclan con rododendros, la miel loca de Jenofonte y Pompeyo, para comprender la vida sin afligirnos. ?De qu¨¦ sirve quejarse?
La muchacha nos saca de nuevo a la luz. Los hombres a¨²n contin¨²an trabajando en los aleros moz¨¢rabes, en la zona de la conciencia luminosa. La muchacha desarrolla aqu¨ª el trabajo de Ant¨ªgona, sacar a la superficie lo enterrado. Siente compasi¨®n por lo que quiere estar enterrado y oculto. Cree que es mejor no enfrentarse a algunas cosas, cree que es mejor no dejar expuesta y al desnudo la verdad definitiva del olvido. La memoria es nuestro mayor suplicio. Para sobrevivir hay que olvidar, pero tambi¨¦n para poder morir y encontrar la paz.
Los obreros en los aleros como excavando una tumba en el cielo, amplia, sin estrecheces. Y el Beato, tinta roja sobre tinta negra, en otra parte que no es la suya, en otro continente, en otro pa¨ªs esperando de nuevo regresar a su casa, al hogar definitivo de fray Antonio de Guevara, cronista general de las imaginaciones. Todos buscamos nuestra casa, incluso cuando la hemos encontrado, pues de nosotros mismos somos los peores anfitriones. En San Miguel de Escalada quien quiera buscarme all¨ª me encontrar¨¢, siglo tras siglo, en la decimoquinta columna, enhiesto como un chopo reci¨¦n plantado, tatuado por los gritos desesperados del joven Salvador: "Quid ultra debui facere tibi, et non feci", ?hice todo lo que ten¨ªa que hacer?
? C¨¦sar Antonio Molina, ex ministro de Cultura, es autor de Lugares donde se calma el dolor (Destino).
Gu¨ªa
Informaci¨®n
? El monasterio de San Miguel de Escalada
(www.turismocastillayleon.com) abre de mi¨¦rcoles a s¨¢bado, de 10.40 a 14.00 y de 15.00 a 17.50; domingos, s¨®lo por la ma?ana.
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