La vida pr¨®fuga del Rafi: correr y delinquir
El huido cordob¨¦s, acusado de una muerte, tiene un largo historial de fugas
"No es un p¨¢jaro que se quede en una jaula. Le conozco y no es de esos. El Rafi nunca har¨¢ por cumplir su condena. Ya lo demostr¨® antes y lo ha demostrado ahora, fug¨¢ndose otra vez". Quien habla sabe lo que dice. Miembro de las fuerzas de seguridad, le ha tocado perseguir las andanzas de Rafael Hidalgo Castro, el Rafi, por Bujalance (C¨®rdoba) y todo el Alto Guadalquivir. Es un testigo de su transformaci¨®n, de peque?o delincuente, a presunto asesino. Y ahora, a pr¨®fugo famoso, con orden de detenci¨®n en Espa?a y el extranjero, tras escaparse de Sevilla 1 hace diez d¨ªas en compa?¨ªa de un interno marroqu¨ª.
En sus inicios, el Rafi, que hoy tiene 29 a?os, era un delincuente especializado en dar peque?os palos. Con el padre alcoh¨®lico y la madre en una silla de ruedas, hab¨ªa quedado a cargo de la familia (tiene siete hermanos menores) tras la muerte en accidente de Antonio, su hermano mayor y modelo a seguir. Despu¨¦s, empez¨® a consumir droga, un h¨¢bito que ha mantenido durante a?os. Robaba, sobre todo, material agr¨ªcola con otros cuatro colegas. Hasta que un d¨ªa, aquel raterillo decidi¨® no volver a la c¨¢rcel de C¨®rdoba, donde hab¨ªa terminado cumpliendo condena de siete a?os y medio por sus chanchullos. "Dijo: 'Yo no vuelvo all¨ª'. Y no lo hizo", recuerda su hermano peque?o, Juan.
La banda con la que robaba en el campo fue a la c¨¢rcel por sus acusaciones mutuas
Familia y amigos le protegieron durante casi tres a?os de escapada
"Si la Guardia Civil se acercaba a su casa, se iba por detr¨¢s, as¨ª de sencillo"
Le detuvieron escondido bajo la falda de una mesa con brasero
Protegido por su familia y amigos, el Rafi pas¨® casi tres a?os libre e impune. Un periodo en el que fue vincul¨¢ndose m¨¢s y m¨¢s al mundo del robo. Tanto, que termin¨® haci¨¦ndose con una pistola. El 9 de noviembre de 2008, en Santiago, la misma barriada de Bujalance que le vio crecer, Hidalgo Castro apret¨® supuestamente el gatillo y una bala se cruz¨® con la vida de Jos¨¦ Reyes, un gitano de 51 a?os que andaba ayudado de muletas. Parece que una simple ri?a la noche anterior entre unos pocos miembros de las familias Hidalgo y Reyes, deriv¨® en aquel disparo. El Rafi aleg¨® que lo hizo en defensa propia. La familia de Reyes siempre le acus¨® de disparar a sangre fr¨ªa. La bala, alojada en la cabeza de Jos¨¦, tardar¨ªa todav¨ªa dos semanas en matarlo. El Rafi no tard¨® ni un minuto en repetir lo que mejor sabe hacer: huir. Por nada del mundo quer¨ªa volver a la c¨¢rcel.
Desde muy pronto estaba claro que a Hidalgo Castro no le iban los espacios estrechos. Mucho menos las celdas. La Guardia Civil ya pas¨® apuros para seguirle la pista y cumplir con la orden de su anterior y, hasta entonces, ¨²nico ingreso en prisi¨®n. Una orden que hab¨ªa tramitado un juzgado de Montoro por el curr¨ªculo que ¨¦l y su banda hab¨ªan labrado con los robos. Sus compinches ya hab¨ªan ido entrando a la sombra por ellos y Hidalgo Castro era el siguiente. Pero a diferencia de ¨¦stos, no se present¨® voluntariamente. Hubo que ir a buscarle.
Fuentes cercanas al caso recuerdan c¨®mo aquella banda, que durante una temporada hab¨ªa dado m¨²ltiples quebraderos de cabeza a las fuerzas de seguridad en sus asaltos a negocios agr¨ªcolas, cometi¨® un fallo clave que permiti¨® su captura. "Entraron en una discoteca. Lo hicieron de la misma manera que sol¨ªan dar sus golpes. Sin causar da?os personales", se?alan. Reventaban una cadena o una cerradura. Entraban por donde fuese y se llevaban lo que quer¨ªan. Aquella vez, fue la caja del local. Pero en el camino se dejaron algo. Una huella dactilar de las que enamoran a los investigadores. Era limpia. Clara. Perfecta. Una mano entera que identific¨® a uno de ellos.
No hubo que apretarles demasiado para que todos comenzaran a se?alarse unos a otros con el dedo y a inculparse entre ellos. La monta?a de expedientes por casos de robo que la Guardia Civil les atribu¨ªa, pero que no hab¨ªa podido demostrar, fue resolvi¨¦ndose con aquel cruce de acusaciones que termin¨® llev¨¢ndoles ante el juez y, m¨¢s tarde, a la c¨¢rcel.
Hay algo en que coinciden, tanto los familiares de El Rafi como los uniformados que le conocen. La prisi¨®n le cambi¨®. "Se volvi¨® m¨¢s duro", dice uno del primer grupo. "Ya le daba todo igual", apunta su hermano Juan. Y tan igual. Aprovechando un permiso carcelario, en febrero de 2006, El Rafi decide no volver. Pasa una temporada en And¨²jar (Ja¨¦n), en el Sector Almer¨ªa, uno de sus barrios m¨¢s conflictivos, donde viven t¨ªos y primos suyos. All¨ª, creen los investigadores, se relacion¨® con gente de otro nivel. "Era una cala?a m¨¢s seria, m¨¢s dura. Y ¨¦l se amolda a ella".
Cobijado por su familia y vecinos el pr¨®fugo tambi¨¦n lleva una vida m¨¢s o menos tranquila en Bujalance, donde retoma sus actividades (se le acusa de 25 delitos) y se dedica, a revender material agr¨ªcola robado por otros. "Y cuando la Guardia Civil se acercaba a su casa, pues se iba por detr¨¢s, campo a trav¨¦s. As¨ª de sencillo", se recuerda en el barrio.
Aquella etapa 'relajada' se torci¨® el d¨ªa en que presuntamente mat¨® de un balazo en la cabeza a Jos¨¦ Reyes. Con el hombre todav¨ªa herido, Rafi emprende de nuevo la carrera. Sus pasos le llevan, a trompicones, hasta una casa aislada de San Jos¨¦ de Escobar, en And¨²jar. En ese paraje estaba acompa?ado de otras cuatro personas. La Guardia Civil da con ellos y los detiene. Incautan un rev¨®lver del calibre 22, diversas armas blancas y tres kilos de marihuana. Y a pesar de todo, el Rafi, aun esposado, consigue escabullirse de entre los dedos de los agentes y vuelve a desaparecer en el paisaje.
El 28 de noviembre de 2008 el Rafi se camufla debajo de la mesa del sal¨®n de su compinche. Tapado por las faldas que cubren la mesa y tratando de no quemarse con el brasero, se esconde de los agentes del Grupo Rural de Seguridad, que acaban de asaltar la casa y registran todas las estancias. Detienen a su propietario y a la novia del fugitivo, una menor que, a su vez, estaba fugada de su centro de internamiento. Al darse cuenta de que hab¨ªa alguien escondido delante justo de sus narices, un agente lo saca de debajo de la mesa y lo reduce. Desde la semana pasada, corre de nuevo hacia donde le lleve la huida.
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