Hulot en el pante¨®n de los grandes
Para cualquier esp¨ªritu hechizado en alg¨²n momento de su vida -o incluso por los siglos de los siglos- por el arte inclasificable del genio que atend¨ªa al nombre de Jacques Tatischeff, el estreno de El ilusionista en la Berlinale supone un repentino subid¨®n de adrenalina. ?Y por qu¨¦? Porque Tati lo era todo, incluida una eficaz y cruel f¨¢brica de nostalgias: el aroma de un tiempo perdido, una tristeza de olas muriendo en blanco y negro en una playa de Breta?a, la bofetada muda contra los excesos del progreso tecnol¨®gico, el zarpazo disfrazado de sainete a la ignorancia bienintencionada del homo peque?obur-guensis, el coletazo genial frente a los usos y abusos de nuestras sociedades modernas.
Todo ese arsenal, resumido en un solo tipo, por muy alto que fuera (enorme, m¨¢s bien) es impagable. Pero la virtud de Jacques Tati radicaba en montar todos esos terremotos emocionales sin que se le notara demasiado, como sin querer, como poniendo cara de inocente narrador de cuentos costumbristas: v¨¦ase, si es que no se ha visto todav¨ªa (imperdonable), la mezcla de envidia sana y cachondeo fino hacia el Imperio del T¨ªo Sam desplegada en las r¨¦plicas del delicioso cartero ciclista de su pel¨ªcula D¨ªa de fiesta (su primer largometraje, 1948). O v¨¦ase la interminable fiesta de disfraces morales en que Tati convierte esa andanada contra la asfixia de las sociedades biempensantes titulada Las vacaciones de M. Hulot. A ver qui¨¦n es el guapo que, como Jacques Tati en esta historia de veraneantes despistados, cabreados y enamorados, consigue al mismo tiempo sumirnos en semejante estado de enso?aci¨®n nost¨¢lgica, encender nuestro interruptor de la risa y explicarnos c¨®mo las gastan (c¨®mo las gastamos) los nimios pobladores de estas nimias sociedades que se creen al abrigo de todo mal.
?Se puede provocar la carcajada mientras se hace pensar... y adem¨¢s todo en silencio? La respuesta lleva el nombre de Tati, quien, en ese sentido, tiene su lugar de honor en el pante¨®n de los grandes mimos con mensaje, Keaton, Chaplin, Marceau y muy poco m¨¢s. Pero adem¨¢s, Jacques Tati fue en sus inicios un incomprendido en el mundo del cine, los productores y los exhibidores empezaron ningune¨¢ndole -tuvo que estrenar D¨ªa de fiesta en un cine de los suburbios de Par¨ªs antes de hechizar a los asistentes de Venecia y Cannes- y tuvo bastantes problemas financieros para retomar su carrera posterior. Eso hace a¨²n m¨¢s querible su personaje y su obra. Hace a¨²n m¨¢s grande al inmortal se?or Hulot, arquetipo antiheroico del cine de este genio de sombrero y pipa, defensor del hombre com¨²n: "No me gusta la mecanizaci¨®n, no me gusta sentirme militarizado, prefiero vivir en un barrio antiguo y humano que en medio de una red de autopistas, aeropuertos y carreteras y de todo el barullo de la vida moderna". Palabra de Tati, visionario de tantas cosas frente a tanto empe?o en el caos sin sentido.
Babelia
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