P¨¢jaro
Siguiendo la senda del patibulario poeta Fran?ois Villon (hacia 1432-hacia 1463), que se atrevi¨® a dar nombre a los placeres y las miserias desenfrenados que le sal¨ªan al paso, pero tambi¨¦n, quiz¨¢, la de uno de los creadores de la narraci¨®n de nuestra ¨¦poca, Henry Fielding (1707-1754), que defendi¨® el superior valor de la novela sobre la historia, porque aqu¨¦lla no tem¨ªa hurgar en los agujeros y escondrijos de una verdad desapercibida para ¨¦sta, Marcel Schwob (1867-1905), escritor franc¨¦s de imaginaci¨®n y estilo exquisitos, adem¨¢s de poseedor de una formidable y variopinta erudici¨®n, abri¨® un nuevo surco literario, por el que la ficci¨®n usa los documentos, no para dar libre curso a esas tonter¨ªas entretenidas en las que hoy ha ido a parar la llamada "novela hist¨®rica", sino para destapar esa verdad oculta del acontecer humano, que s¨®lo se revela en los detalles singulares. Ahora que acaba de publicarse una nueva versi¨®n castellana de sus maravillosas Vidas imaginarias (KRK Ediciones), donde se entremezclan las historias de personajes c¨¦lebres y de otros inventados, podemos leer lo que escribi¨® al respecto Schwob en el prefacio a su libro, que apareci¨® en 1896. All¨ª defiende su interpretaci¨®n literaria del g¨¦nero biogr¨¢fico, porque la ciencia hist¨®rica, desde?ando lo individual, nos deja en la incertidumbre, justo lo contrario de lo que hace el arte, cuyo "inter¨¦s se dirige a la singularidad", y, por tanto, "no clasifica, desclasifica".
En pos de alumbradoras rarezas, es significativo que Schwob eligiese, dentro del curioso elenco de personajes extravagantes de sus Vidas imaginarias, al pintor florentino Paolo Uccello (1397-1475), hoy famos¨ªsimo, pero al que, antes del cubismo, s¨®lo conoc¨ªan unos pocos eruditos. No es que Uccello fuera s¨®lo una v¨ªctima m¨¢s de los impredecibles cambios de gusto social, sino que ya resultaba un bicho raro para sus propios contempor¨¢neos, como as¨ª lo atestigu¨® Vasari en sus c¨¦lebres Vidas de artistas, donde lo pone como ejemplo de los peligrosos extrav¨ªos de los genios que se echan a perder. Es muy interesante que el aprensivo Vasari estigmatizara a Uccello por su loca fascinaci¨®n por la perspectiva, usando como fuente testimonial a un prestigioso colega y amigo de ¨¦ste, ni m¨¢s ni menos que a Donatello (1386-1466), con cuyas paternales descalificaciones del desvar¨ªo geom¨¦trico del pintor empieza y termina su biograf¨ªa, ejemplarmente marcada por la ruina econ¨®mica y cr¨ªtica. Es Vasari, por lo dem¨¢s, el que nos cuenta c¨®mo Uccello, adem¨¢s de su "caprichosa" pasi¨®n perspectivista, era un muy dotado pintor animalista y, en especial, de toda clase de aves ex¨®ticas, lo cual concuerda con el sobrenombre que le asignaron y us¨®, que en italiano significa "p¨¢jaro".
Dada la cantidad de jugosos detalles que Vasari aporta para corroborar el extra?o desenfreno visionario de Uccello, Schwob no necesita inventarse casi nada en la recreaci¨®n que escribi¨®, siglos despu¨¦s, sobre ¨¦ste. Tampoco lo exonera de sus rarezas -?c¨®mo iba hacerlo, si, a fines del siglo XIX, todav¨ªa casi nadie lo apreciaba?-, pero nos deja entrever c¨®mo, precisamente gracias a ellas, este "p¨¢jaro de cuenta" realiz¨® su deslumbrante obra, que actualmente todo el mundo adora. Muchos de sus insignes contempor¨¢neos, Ghiberti, Della Robbia, Brunelleschi y Donatello, se compadec¨ªan de ¨¦l, pobre e incomprendido, pero, como apunta Schwob, "Uccello era m¨¢s orgulloso a¨²n", pues "con cada nueva combinaci¨®n esperaba haber descubierto el modo de crear". Y, claro, en arte, es dif¨ªcil crear sin creer, y, en general, es imposible remontar ese vuelo al que la fama jam¨¢s alcanza.
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