P¨¦rez-Reverte muestra el coraz¨®n de su novela
Ha ca¨ªdo la noche en C¨¢diz y se despliegan las sombras. Un silencio espeso y siniestro llena las calles estrechas. Vagando por ellas, influido por la lectura, es imposible no pensar en el terrible asesino en serie de El?asedio (Alfaguara), la nueva novela de Arturo P¨¦rez-Reverte, que azota a sus v¨ªctimas hasta la muerte, dej¨¢ndoles al aire la espina dorsal; afortunadamente, prefiere a las jovencitas v¨ªrgenes.
La entrevista con el escritor en la ciudad escenario de su novela es ma?ana, pero el destino -o algo m¨¢s geom¨¦trico y complicado, como el extra?o principio cient¨ªfico de causalidad que se descifra en el relato- quiere que P¨¦rez-Reverte aparezca de manera inesperada ah¨ª, en la plaza de san Agust¨ªn, sentado en un banco. Fibroso, alerta, cubierto por un tres cuartos oscuro de Burberry que sugiere de manera pertinente una levita del XIX, se encuentra en su elemento en el desasosegante ambiente nocturno. La luz de un farol le alumbra la cara afilada de contrabandista. Tiene su morbo verlo desde la esquina, sin que ¨¦l se aperciba. Estudiar sus gestos, vigilarlo, acecharlo, emboscarlo: la perspectiva del cazador. Vana ilusi¨®n con este hombre que ha transitado zonas de guerra cuajadas de francotiradores y parece tener ojos en el cogote; al cabo de unos momentos suena el m¨®vil: s¨ª, es ¨¦l, y me ha visto hace rato. "Ya que est¨¢s por aqu¨ª", dice, "?tomamos una copa?".
Recalca que no es una novela hist¨®rica, ni negra, ni b¨¦lica, ni de amor. es una novela, y punto
"En 'el asedio' est¨¢ toda mi vida de escritor y de ser humano", dice el novelista en un arrebato
"El C¨¢diz sitiado es un gran escenario para esa teor¨ªa de la ciudad como territorio hostil"
"C¨¢diz era m¨¢s parecido a Hamburgo o Baltimore que a Madrid o Burgos. Burgu¨¦s s¨ª, pero culto y liberal"
En la plaza de la catedral, ante unos vinos, bajo un cielo opresivo que amenaza lluvia -al menos no son los ca?onazos franceses de la novela-, P¨¦rez-Reverte desgrana algunos detalles previos al paseo que daremos ma?ana por los escenarios de El asedio, un pedazo de novela, de m¨¢s de setecientas p¨¢ginas, que se lee casi sin respirar, buen¨ªsima, de las que se disfrutan de verdad y quedan en la memoria. Un compendio de sus temas y obsesiones con un planteamiento y una amplitud tan ambiciosos, que alguien, disparando por elevaci¨®n, lo ha calificado ya de la Guerra y paz del autor de La tabla de Flandes. Se desarrolla en 1811 y 1812, durante el sitio de C¨¢diz por los franceses, en tiempos de la guerra de la Independencia. Es una novela coral, con un buen mont¨®n de personajes, muy diversos, cuyas vidas se van entrecruzando sobre el mapa letal de la ciudad, que funciona tambi¨¦n como un gran tablero de ajedrez.
Los protagonistas son un competente capit¨¢n de artiller¨ªa franc¨¦s (Desfosseux), empe?ado en lograr la excelencia absoluta de su ca?ones; el implacable y desabrido jefe de Polic¨ªa de C¨¢diz (Tiz¨®n), obsesionado con atrapar al criminal que anda suelto y en descifrar el extra?o patr¨®n con que act¨²a; un miserable y valiente cazador furtivo y salinero devenido guerrillero (Mojarra), que lucha por sobrevivir y sacar adelante a los suyos; un corsario tipo Corto Malt¨¦s, al mando de una veloz balandra o cutter de ocho ca?ones llamada Culebra (capit¨¢n Lobo), que busca en el mar el golpe de suerte para cambiar de vida; un retorcido taxidermista y esp¨ªa (Fumagol) al que le impulsa destruir la vieja Espa?a; una hermosa y lista armadora (Lolita Palma) consagrada a los negocios de la empresa familiar, y, claro, el asesino (?), que puede o no ser uno de ellos. Alrededor est¨¢n los grandes acontecimientos hist¨®ricos, la guerra, las Cortes de C¨¢diz, la Pepa, el alba de la independencia de las colonias americanas (un tema tan actual hoy, con el inicio de las conmemoraciones del bicentenario). Y est¨¢n tambi¨¦n unos secundarios de lujo: Ricardo Mara?a (mi favorito), el lermontoviano, temerario y disoluto (y t¨ªsico) piloto y primer oficial de la Culebra, amigo de Lobo; el ajedrecista Barrull, en di¨¢logo socr¨¢tico permanente con el comisario; Cadalso, el torturador; el diputado americano Jos¨¦ Mex¨ªa Lequerica; el dibujante Viru¨¦s, capit¨¢n de ingenieros; Zafra, el indeseable periodista de El jacobino ilustrado; el simp¨¢tico primo To?o; el Mulato, contrabandista y conseguidor de monos y loros para el taxidermista, y last but not least, el omnipresente ob¨²s de 10 pulgadas Fanf¨¢n, que escupe hierro sobre C¨¢diz.
La ambientaci¨®n, la exactitud y el lenguaje (?qu¨¦ bellas las palabras nostramo -contramaestre- o pasavante -pase para un buque-!), como siempre en P¨¦rez-Reverte, un lujo. Hay un lado costumbrista que es nuevo en el autor y un tono general amargo, oscuro y g¨¦lido que te va horadando como si te metieran un sacacorchos en el coraz¨®n.
Mientras degusta una tapa, el creador de El asedio, que no ha dejado de valorar que uno lleve bajo el brazo, adem¨¢s de su libro, El C¨¢diz de las Cortes, la vida en la ciudad en los a?os de 1810 a 1813, de Ram¨®n Sol¨ªs (S¨ªlex, 2000) -"muy bien, chaval"-, destaca la dimensi¨®n hist¨®rica de su novela -"es un momento en que est¨¢n pasando muchas cosas y todas son decisivas"-. Pero recalca desde el principio, y a ver qui¨¦n le lleva la contraria, que la suya no es una novela hist¨®rica (??), ni negra (pese al asesino en serie), ni b¨¦lica (aunque ni Alistar MacLean puso nunca tantos ca?ones), ni did¨¢ctica (pero nadie, excepto quiz¨¢ Gald¨®s, ha hecho tan interesante y explicado as¨ª de bien el mundo y el funcionamiento de las Cortes de C¨¢diz). Tampoco es (con sus zafarranchos de botafuego humeante y sus abordajes de sable y alfanje) s¨®lo una novela de aventuras. Ni es El asedio, concluye, una novela de amor (y sin embargo, ?qu¨¦ rom¨¢ntica!: "Se dejar¨ªa matar por ella porque una vez lo bes¨®"). Es una novela y punto. Perezrevertiana.
En el trayecto de regreso al hotel, P¨¦rez-Reverte, que entra y sale de la C¨¢diz actual y la fantasmag¨®rica de 1812 con una naturalidad pasmosa -no en balde se ha sumergido en innumerables memorias y peri¨®dicos de la ¨¦poca-, se?ala una casa y dice con una mueca que entremezcla rencor y tristeza: "Aqu¨ª muri¨® Gravina, de resultas de lo de Trafalgar". El paseo nocturno trae confidencias. Hablamos de la hip¨®tesis de que los h¨²sares se trenzaran el largo cabello para proteger el cuello de los golpes de sable. P¨¦rez-Reverte apunta que la coleta de los marinos serv¨ªa para lo mismo. Explica luego la alegr¨ªa (?) que le dio a Javier Mar¨ªas al regalarle un casco colonial brit¨¢nico de la ¨¦poca de la guerra con los zul¨²es. La conversaci¨®n deriva hacia una escena de navajazos en la novela. "?Has visto alguna pelea con navajas?". No, Arturo, por Dios. El novelista empu?a una faca imaginaria y se pone a tirar tajos y pu?aladas en medio de la calle. Una esgrima sucia, canalla, pero realista, tipo Alatriste. Pasamos a hablar de los duelos a pistola, que P¨¦rez-Reverte mima con igual soltura. Hay un duelo estupendo en El asedio. El capit¨¢n Pepe Lobo, el marino devenido corsario, se bate con un militar por un asunto de faldas en el arrecife bajo el fuerte de Santa Catalina, donde medran los cormoranes, con marea baja (veremos el lugar ma?ana).Vestido de negro para dificultar la punter¨ªa del rival, Lobo aguantar¨¢ el disparo de ¨¦ste y luego se le acercar¨¢ para, de la manera menos elegante, endosarle a quemarropa un balazo en la rodilla. El novelista sonr¨ªe al recordar el episodio. Anoto mentalmente no batirme nunca con ¨¦l.
Al d¨ªa siguiente la ma?ana luce espl¨¦ndida. P¨¦rez-Reverte ha contratado un coche con conductor para recorrer los escenarios de El asedio. Despliega un enorme mapa 1:50.000 y entra en materia con maneras de oficial de Estado Mayor de Rommel. "Era imposible tomar C¨¢diz sin flota. Estaba protegida naturalmente por mar y marismas, fangales. As¨ª que los franceses le ponen sitio. Instalan bater¨ªas aqu¨ª (Trocadero) y aqu¨ª (la Cabezuela) y se dedican a bombardear la ciudad. Los proyectiles van aumentando su alcance -gracias al ingenio de los artilleros franceses, como mi Desfosseux- y llegan hasta la plaza de San Antonio, aqu¨ª", se?ala, "e incluso hasta la de San Felipe Neri, aqu¨ª", vuelve a se?alar, "donde se re¨²nen las Cortes. La planta de la ciudad actual", informa, "coincide exactamente con la de la antigua; gracias a eso, y a la minuciosa lectura de documentos de la ¨¦poca, me ha sido f¨¢cil moverme en el libro por la C¨¢diz de 1811, su topograf¨ªa, su mundo social y comercial. S¨¦ lo que vale un alquiler, el sueldo de un ministro, la carga de p¨®lvora de un ob¨²s. Cuando digo que se ve un cometa es cierto. Cuando uno de mis personajes se desplaza lo hace sobre un paisaje absolutamente real, y el lector con ¨¦l. Pero insisto en que todo eso no es mero virtuosismo: s¨®lo aparece porque es necesario para la trama".
Se?alando con un amplio gesto hacia la parte superior del mapa (debe de ser el norte, digo yo), contin¨²a: "Eso de ah¨ª es la ensenada de Rota, donde transcurre el ¨²ltimo combate de la Culebra, la balandra corsaria que capitanea Lobo". Nos quedamos pensando en ese tremendo lance, y casi parece que se oiga a P¨¦rez-Reverte rechinando los dientes. El autor ha disfrutado mucho en los pasajes de navegaci¨®n. En alguno se abarloa a Patrick O'Brian: "El velacho braceado a sotavento en su verga, sobre la cofa". Incluso aparecen carronadas y se navega de bolina.
A punto de salir de la ciudad intramuros, por la Puerta de Tierra, pasamos frente a la antigua c¨¢rcel real, donde tiene despacho el comisario Tiz¨®n, experto en los ¨¢ngulos oscuros de la condici¨®n humana, y donde practica la tortura de la mesa, con el reo extendido de espaldas y con el torso colgando por el borde desde la cintura.
La primera parada que hacemos es cerca de la caleta del Agua, en Puerto de Santa Mar¨ªa. Desde aqu¨ª, a trav¨¦s de la bah¨ªa de C¨¢diz, se ve la ciudad. Dan ganas, con perd¨®n -es la influencia de la novela-, de bombardearla. El escritor extiende el mapa sobre el cap¨® y pone mirada so?adora, si es que Arturo P¨¦rez-Reverte puede poner mirada so?adora. "La visi¨®n de mi artillero, de Desfosseux, es aproximadamente ¨¦sta, dos a?os se pas¨® con C¨¢diz enfrente, cercana e inalcanzable. Est¨¢ basado, Desfosseux, en personajes reales, te¨®ricos y t¨¦cnicos, ingenieros". ?Qu¨¦ hac¨ªan aqu¨ª los franceses? "?sta era la Espa?a insurrecta. Hab¨ªa que someterla por orden de Napole¨®n". Miramos a la ciudad. P¨¦rez-Reverte habla como ensimismado. "Mi inter¨¦s por la ciudad como espacio acogedor que puede volverse repentinamente peligroso, en el que puedes irte a dormir tranquilo y te despiertas degollado, viene de la guerra de Troya, de la lectura muy pronto en mi vida de la Il¨ªada. Luego, cada estancia en Beirut, en Sarajevo, como reportero de guerra, me fue reforzando ese sentimiento. Hice unas fotos en la terraza del Sheraton de Beirut, al comienzo de la guerra civil libanesa, durante la batalla de los hoteles, que muestran la geometr¨ªa del caos. Un paisaje urbano hecho de ¨¢ngulos muertos, l¨ªneas de tiro, espacios batidos, por el que te mueves entre balas trazadoras y bajo la mira telesc¨®pica de los francotiradores".
Eso de la geograf¨ªa de la guerra recuerda a Falques, el protagonista de El pintor de batallas. "Ah¨ª era un aspecto, aqu¨ª es esencial. Cuando te has movido en esas ciudades sigues haci¨¦ndolo inconscientemente de la misma manera en todas. La topograf¨ªa de una ciudad en guerra condiciona las actitudes de quienes est¨¢n dentro. Por eso eleg¨ª el C¨¢diz sitiado. Es un gran escenario para plantear esa teor¨ªa de la ciudad como territorio hostil o falsamente seguro. De ese impulso sali¨® la novela. Asedio de Troya, asedio de C¨¢diz. La ciudad, un C¨¢diz oscuro -no olvidemos que entonces la vida transcurr¨ªa en sombras, con poquita luz, y la noche era noche de verdad, ¨¢mbito de misterio-, muy distinto de la imagen de carnaval y chirigota, y la bah¨ªa son los protagonistas, m¨¢s que los propios personajes. S¨²male mi fascinaci¨®n por el ajedrez, el mejor s¨ªmbolo de la vida humana. La ciudad y la bah¨ªa aparecen como un tablero de ajedrez. ?Y qui¨¦n mueve las piezas? ?Qu¨¦ Dios hay detr¨¢s de Dios?, como dir¨ªa Borges. ?Qu¨¦ jugador juega con la trayectoria de las bombas francesas y la vida de la gente? Aqu¨ª entran los cl¨¢sicos griegos, su teatro, las tragedias, el destino. El?asedio es mi teor¨ªa de la ciudad y el teatro griego sobre un tablero de ajedrez". De ah¨ª la cita del Ayax de S¨®focles al inicio y el papel de la obra, que obsesiona al comisario, en la novela. "En Ayax est¨¢ el comienzo del g¨¦nero policiaco, con Ulises investigando las huellas sobre la arena en el escenario de un crimen durante la guerra de Troya".
El autor muestra un especial cari?o, adem¨¢s de al artillero franc¨¦s (?y al escalofriante taxidermista!), al encallecido comisario Rogelio Tiz¨®n, un tipo a lo bad lieutenant, pero en gaditano, y que, como el propio novelista, colecciona trozos de metralla. Es el que abre la novela orquestando la somanta de zurriagazos que le endosa su esbirro Cadalso a un sospechoso. "Es un polic¨ªa corrupto, cruel y brutal, y si se lo ordenaran har¨ªa detener sin que le temblara el pulso a los mismos diputados de las Cortes a los que saluda quit¨¢ndose el sombrero, pero le redime su obsesi¨®n por encontrar al asesino". La verdad, querr¨ªamos que Arturo P¨¦rez-Reverte se identificara m¨¢s con el corsario Lobo, pero no. "Yo soy todos y ninguno. Es verdad que me gusta Tiz¨®n, pero yo no torturar¨ªa... si no fuera necesario". Uno se queda escrutando la lobuna sonrisa del escritor tras la boutade. El capit¨¢n Lobo. "Lobo es un h¨¦roe absolutamente moderno, que no pierde el mundo de vista, pero al que un estallido rom¨¢ntico hace que cambie su vida". Tiene un aire del Coy de La carta esf¨¦rica. "Lo veo con m¨¢s distancia, aunque hay unos ecos sentimentales. El cabr¨®n es un rom¨¢ntico, a su pesar, y eso es su condenaci¨®n. Acabar¨¢ enfrentado a su peor miedo. Mi mirada es m¨¢s ahora la del artillero y la del polic¨ªa". El estallido en la vida de Lobo lo pone Lolita Palma. "Ser¨ªa rid¨ªculo hacerla feminista. En las mujeres del C¨¢diz de la ¨¦poca, como Frasquita Larrea, hay mucha inteligencia, pero no son feministas avant la lettre y yo no iba a poner una feminista de pastel, ser¨ªa falso. Lolita es una mujer moderna, culta, con idiomas, como muchas gaditanas de la alta burgues¨ªa de entonces, pero sometida a su tiempo. Se enamora, vive y trabaja en el marco de lo posible. No es un invento, como no lo son los otros personajes, sino un destilado de muchas biograf¨ªas aut¨¦nticas".
En realidad, considera P¨¦rez-Reverte, lo que prima en la novela, "una novela sin h¨¦roes", es una "descarnad¨ªsima visi¨®n sobre el ser humano". De hecho, algunas escenas, muy crudas, parecen salidas de los cuadros de Goya, como el sargento franc¨¦s del 95? de l¨ªnea aserrado por la mitad o lo de arrancarle los dientes de oro a los ca¨ªdos a culatazos (pero el novelista dice que eso lo ha visto con sus propios ojos: no es extra?o que a veces sea tan hosco). Cu¨¢ntas cosas en la novela, Arturo. Si hasta hay bal¨ªstica ?y colombofilia! "En El asedio est¨¢ toda mi vida de escritor y de ser humano", dice el novelista en un raro arrebato sentimental, como de Napole¨®n el d¨ªa despu¨¦s de Eylau. Hay momentos en que uno est¨¢ tentado de darle una palmadita en el hombro. Pero vete a saber c¨®mo reaccionar¨ªa. "Est¨¢ mi vida", contin¨²a, "pero no de manera faulkneriana, contemplativa, sino llena de acci¨®n, de enigmas, de asaltos, de combates". El novelista mira al cielo, parece rebobinar, y dice: "El?asedio es una novela de geometr¨ªa y de sombras". Le gusta la frase y se queda sabore¨¢ndola. "De geometr¨ªa y de sombras".
Eso de las geometr¨ªas, esa forma de ver la vida, tan fr¨ªa, matem¨¢tica, inhumana. L¨ªneas, trayectorias. "Es la guerra", responde P¨¦rez-Reverte sin mirarme. "Yo nunca presumo de la guerra, pero he pasado 21 a?os en pa¨ªses en guerra. Y la guerra es geometr¨ªa. ?ngulos seguros e inseguros, enfilaciones, par¨¢bolas, impactos. Los que hemos estado all¨ª sabemos que la guerra es geometr¨ªa y aritm¨¦tica. No es algo nuevo en mi obra. Est¨¢ en El maestro de esgrima -la esgrima es todo ¨¢ngulos, como bien sabes-. En El h¨²sar: la geometr¨ªa de la carga de caballer¨ªa contra la l¨ªnea. Hay una geometr¨ªa de la cat¨¢strofe que se ha infiltrado en mi manera de mirar. Y es una paradoja porque yo soy de letras, lo contrario a la mirada cient¨ªfica, p¨¦simo estudiante de qu¨ªmica, f¨ªsica, matem¨¢ticas. Para esta novela ten¨ªa intuiciones, pero carec¨ªa de la cultura cient¨ªfica para resolver el enigma que me hab¨ªa planteado yo mismo. As¨ª que recab¨¦ la ayuda de Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez Ron, que es un gran amigo. ?l me explic¨® que hab¨ªa formulaciones cient¨ªficas para concretar en el lenguaje de la ciencia -en el de la ciencia de 1811- el enigma que planteaba". Ese enigma de El asedio es el de la misteriosa relaci¨®n entre los proyectiles que caen sobre C¨¢diz y los asesinatos de jovencitas que se producen en la ciudad. La resoluci¨®n, un tanto ardua -?v¨®rtices!-, puede dejar al lector algo estupefacto. Se lo digo t¨ªmidamente a P¨¦rez-Reverte. "Es lo que hay", responde. Zanjado.
En la ermita chiclanera de Santa Ana, en una colina en las alturas afuera de Puerto Real, nos regalamos la vista con la perspectiva del mando napole¨®nico durante el asedio, que ya es lujo. All¨ª, a la izquierda, fue la batalla de Chiclana -que se describe fragmentaria y enfebrecidamente en El asedio; tambi¨¦n se muestra en una de las aventuras del fusilero Sharpe de Bernard Cornwel, La furia de Sharpe (Edhasa), que transcurre igualmente en C¨¢diz: es divertido compararlas, de tan diferentes que son-. En la novela hay un argumento policiaco y guerra, pero P¨¦rez-Reverte niega rotundamente que se pueda hablar de un thriller de ambiente b¨¦lico, ese subg¨¦nero tan en boga. "Aqu¨ª no se compara la guerra con el asesinato". El autor destaca la originalidad en la manera de matar de su asesino gaditano.
La siguiente parada es cerca del Pinar de los franceses, junto a las marismas y ca?os que hac¨ªan intransitable para un ej¨¦rcito el acceso a C¨¢diz a pie. Dado que es un espacio natural, aprovecho para echar un vistazo a los p¨¢jaros con mi telescopio, que no es un Dixey ingl¨¦s, pero mola: mmm, correlimos, avoceta... P¨¦rez-Reverte me mira con conmiseraci¨®n, como diciendo: "Valiente Palafox est¨¢s hecho". Carraspea. Pliego enseguida el instrumento. "Mi episodio favorito de la novela es el del robo de la ca?onera francesa. Es el tipo de golpe de mano de esa guerra. Es real, se trajeron una un hombre y su hijo, con dos cojones. Lo hicieron porque las autoridades espa?olas ofrec¨ªan una recompensa. Por supuesto, no les pagaron. Lo hicieron por eso, por dinero. La palabra patriotismo s¨®lo aparece en la novela en boca de los que no combaten, porque C¨¢diz est¨¢ lleno de gente nada heroica que se corre juergas vestida de uniforme y se toca los huevos. De hecho, los franceses lo pasaron peor: se sienten en el culo del mundo y eran unos sitiadores sitiados, mientras que C¨¢diz, que nunca sufri¨® bloqueo, estaba bien abastecido, recib¨ªa todos los suministros que quer¨ªa por mar. No te imagines un Leningrado. Mojarra, mi guerrillero, que simboliza el fatalismo at¨¢vico del espa?ol forjado en siglos de desgracias, s¨ª pelea, lucha por comida, y por unos zapatos para sus hijas; ¨¦l sabe bien lo que tapan las banderas". La novela incluye algunas reflexiones sobre la guerra y los?espa?oles hechas entre el desprecio y el temor por los franceses, que son tambi¨¦n los que aportan la mayor¨ªa de los momentos de humor (gamberro, a lo La sombra del ¨¢guila) del relato, m¨¢s bien sombr¨ªo.
Le echamos un vistazo a C¨¢diz, m¨¢s all¨¢ del laberinto de fango y canales. "La visi¨®n de C¨¢diz en la novela no es amable, esto no es un canto a C¨¢diz; aunque hay un evidente amor por la ciudad. C¨¢diz era entonces m¨¢s parecido a Hamburgo, a Liverpool, a Manchester, a Baltimore que a Madrid o Burgos. Era una ciudad abierta al mar y al mundo por la que entraban ideas y libertades. Una ciudad en la que, por ejemplo, los mayordomos homosexuales estaban bien vistos. Con tolerancia. Burguesa, s¨ª, pero culta y liberal, no refinada, pero s¨ª de un nivel intelectual alto que hizo posible abrir la ventana, airear esa Espa?a de sacrist¨ªa y sotana miserable. Escribiendo la novela he pasado dos a?os en ese C¨¢diz de 1811 y siento mucha melancol¨ªa de lo que pudo ser nuestro pa¨ªs, y rabia de ese rey hideputa (Fernando VII), el peor de la historia de Espa?a, y mira que los hemos tenido malos". Cuando P¨¦rez-Reverte est¨¢ de ese humor perro, desgranando su letan¨ªa de la negra historia, es mejor no interrumpirlo. "Fue un error de los radicales que no supieron combinar revoluci¨®n con realismo y quisieron ir m¨¢s deprisa de lo que el tiempo y la historia permit¨ªan. Por eso se fracas¨®. C¨¢diz era la ciudad m¨¢s liberal de Europa, ?si es que hab¨ªa censura en Francia y, en cambio, libertad de prensa en C¨¢diz! Y ya ves, todo se perdi¨® y seguimos pagando el precio de esa p¨¦rdida. Y fue entonces cuando Inglaterra se aprovech¨® e hizo su agosto con nuestras colonias americanas".
Para sacarlo de ese discurso que le ensombrece le digo que hay poquito sexo en la novela. "No es necesario en ¨¦sta". L¨¢stima. "Hay unas putas y la escena del comisario y la chica. Y entre Lobo y ella, todo el sexo que se pod¨ªan permitir". Baste decir que a Lobo s¨®lo le vemos abrir la porta?uela del calz¨®n para orinar. El paseo acaba con el regreso a C¨¢diz, y P¨¦rez-Reverte se somete sobre la arena de la Caleta a la sesi¨®n de fotos. Lo hace con la altiva resignaci¨®n de Torrijo y sus compa?eros ante los pelotones de fusilamiento en la playa malague?a de San Andr¨¦s. Mientras posa -si es que alguien puede hacer posar a P¨¦rez-Reverte- me dedico a coger algunos de los extra?os guijarros caracter¨ªsticos de C¨¢diz que siembran la Caleta y que semejan, con un poco de imaginaci¨®n, trozos de metralla. Tardo en darme cuenta de que el novelista est¨¢ a mi lado recolectando piedras ¨¦l tambi¨¦n. Ensimismado, por un momento, uno s¨®lo, P¨¦rez-Reverte parece relajado, feliz, confiado, hasta indefenso. Como un alfil retirado del tablero de juego y librado de su pesada carga: su mort¨ªfera diagonal, su esquinada perspectiva, su letal mirada...
'El asedio' (editorial Alfaguara), la nueva novela de Arturo P¨¦rez-Reverte, sale a la venta el 3 de marzo.
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