Sue?os y pesadillas en Kabul
Atiq Rahimi (Kabul, 1962) regres¨® un buen d¨ªa de 2002 a su ciudad natal, tras casi dos d¨¦cadas fuera, exiliado en Francia. Y nada m¨¢s pisar esas calles destruidas por la guerra le sali¨® al encuentro su alter ego, su hom¨®nimo; aquel hombre que ¨¦l podr¨ªa haber sido si hubiera permanecido dentro, en la tierra en que creci¨® como hijo de familia bien. Un tiempo en que su padre era gobernador y mon¨¢rquico; su abuela, cosmopolita; su educaci¨®n, en franc¨¦s y cuidada; un ambiente social en el que la mujer "hac¨ªa pol¨ªtica, luc¨ªa libre y vest¨ªa corto" y en el que a¨²n no se sab¨ªa pronunciar las palabras ta-li-b¨¢n o al-Qaeda con todas las letras y toda su carga de yihadismo y violencia.
Corr¨ªa 1984 cuando Atiq se march¨® de Afganist¨¢n. Mucha sangre se ha vertido desde entonces por esas monta?as. Casi todos los Rahimi viven fuera. Su hermano fue asesinado dentro. Lo cuenta el escritor ahora, sentado en el caf¨¦ Select del bulevar Montparnasse de Par¨ªs. Viste de oscuro, imponente en su look de autor consagrado desde que ganara en 2008 el Premio Goncourt por esa novela tan hermosa titulada La piedra de la paciencia.
"Los dos millones de afganos que tenemos la suerte de conocer otra civilizaci¨®n podemos aportar mucho"
"Quiero fotografiar estas heridas", se dijo al aterrizar en su ciudad. Y su otro yo le advierte, esc¨¦ptico: "Antes que t¨² vinieron prestigiosos fot¨®grafos que lograron sacar unas im¨¢genes sublimes de estas heridas?". Pero no. No es la belleza lo que Rahimi persigue, sino las cicatrices: "? rescatar el dolor que las engendr¨®". La respuesta: "Hablas entonces de tus propias cicatrices". Y s¨ª, a eso iba: a reencontrarse con el dolor. Por lo que fue, lo que queda y es su pa¨ªs; por lo que en ¨¦l sucede. Y al reencuentro de s¨ª mismo. La dualidad como identidad ¨²ltima del exiliado. Dice el hombre de fuera: "Mi vida al otro lado de la frontera no era m¨¢s que un folio en blanco. Sin palabras. Sin historias. Intent¨¦ escribir algo? Pero todo lo que escrib¨ªa se volatilizaba, desaparec¨ªa. Nadie comprend¨ªa mi idioma. Acab¨¦ renunciando a las palabras para refugiarme en las im¨¢genes. Lo he borrado todo de mi memoria". Responde el hombre de dentro: "Es imposible olvidar lo que no escribes? Te callabas. Eso es todo".
Atiq Rahimi reflexiona: "?Entonces me hab¨ªa callado? Puede ser. Las im¨¢genes de la memoria, una vez fijadas por las palabras, se desvanecen". As¨ª, el autor necesit¨® contarlo, escribirlo, para poder pasar p¨¢gina. Y tanto fue lo que vio, habl¨® y sinti¨® esos d¨ªas que lo convirti¨® en libro. El regreso imaginario se titula y ahora se edita en Espa?a (Demipage). "Encontr¨¦ un pa¨ªs devastado, deprimido tras 30 a?os de guerras. Primero, la dictadura comunista; luego, la guerra civil; despu¨¦s, los talibanes. Esos tres momentos dividieron a Afganist¨¢n. La poblaci¨®n perdi¨® la confianza. Las ventanas estaban rotas y tapadas. La gente no quer¨ªa ver el exterior. Ten¨ªa miedo". El regreso imaginario es una obra fotogr¨¢fica y muy l¨ªrica; en ella, Rahimi describe los escenarios de los que huy¨® con 22 a?os con esa escritura r¨ªtmica que le caracteriza: frases breves, impactantes, plenas de im¨¢genes. "Yo escribo con m¨²sica. A veces es un lied de Schubert. En el pr¨®ximo libro ser¨¢ Bach". Lleva Rahimi cartera al hombro, gafas que distraen de sus enormes ojos claros y un m¨®vil que no cesa: est¨¢ hoy m¨¢s pendiente del presente (la repercusi¨®n de un documento firmado por personalidades en protesta por la situaci¨®n de un grupo de sin papeles afganos que viven a la intemperie en el congelado Par¨ªs) que del pasado.
Se desvela as¨ª como hombre pol¨ªtico, activista. En un pisp¨¢s pone nombre a las guerras: "A menudo les vienen bien a bastantes personas y pa¨ªses. Son su fondo de comercio". A la religi¨®n: "Una fuente de problemas". A Bush: "Pudo acabar con Al Qaeda. Pero prefiri¨® atacar Bagdad. Y minti¨®. Por inter¨¦s, por petr¨®leo". A ciertas confusiones: "La guerra que se est¨¢ librando en Afganist¨¢n y en Pakist¨¢n no es ¨²nicamente estadounidense contra o a favor de los afganos: es de pr¨¢cticamente todo el mundo contra una masa terrorista establecida all¨ª. Y si todos est¨¢n no es por amor a los afganos, sino para protegerse. Porque si los talibanes recuperan el poder, ser¨¢ a¨²n peor que el 11-S". Y a nuestra tendencia al pesimismo: "Hagamos lo que hagamos, como dec¨ªa Camus, 'todo el pensamiento humano refleja su nostalgia'. El pasado siempre es mejor que el presente. Sencillamente porque nos acercamos a la muerte? Pero no es el fin del mundo lo que estamos viviendo, es el fin de un mundo".
La gestaci¨®n de El regreso imaginario comenz¨® cuando le pidieron que ilustrara su viaje de vuelta a su pa¨ªs con fotos. Y ¨¦l, siguiendo la frase de Roland Barthes que usa ahora como introducci¨®n al libro ("Pues la fotograf¨ªa es el advenimiento de yo mismo como otro"), se puso manos a la obra. Se llev¨® un moderno equipo fotogr¨¢fico: "Y disparaba y disparaba y? nada. No resultaba. Nada que se correspondiera con lo que ve¨ªa, con mi identidad?". En las calles "magulladas" de Kabul, repletas de amanuenses, grabadores, libreros, hombres a caballo, se encuentra con Maqsoud, fot¨®grafo de lo instant¨¢neo y la urgencia, acostumbrado a retratar a sus vecinos con su vieja c¨¢mara de placas.
Rahimi mismo se coloca ante el objetivo. "Frente a ¨¦l, uno ha de permanecer inm¨®vil, aguantar la respiraci¨®n? Es un simulacro de la muerte". Esas im¨¢genes "eran como de personajes del siglo pasado". Lo real mezclado con lo imaginario, la ausencia con la presencia, el vac¨ªo con el ser? Es lo que busca. Le propone entonces a Maqsoud retratar la ciudad con su aparato, y ¨¦ste se r¨ªe: "Ni hablar. No est¨¢ dise?ado para situaciones: saldr¨ªa todo desenfocado, personajes y objetos". "?Qu¨¦ m¨¢s da!", le dice Rahimi. Y all¨¢ van. Pero antes se detienen ante el puesto del grabador para que inscriba en un anillo la frase "Lo que tenga que pasar, pasar¨¢", la aceptaci¨®n del peso irremediable del destino en la vida de uno. "Esta divisa nos ha acompa?ado durante 23 a?os de guerra. Hemos compartido con ella nuestras desdichas y alegr¨ªas", le van diciendo sus compatriotas en su recorrido. "As¨ª que hice estas fotos, que eran como un anacronismo. Yo quer¨ªa ense?ar la realidad con esa mirada. Y al principio pensaba que so?aba, que era una pesadilla. No cre¨ªa que fuera real, as¨ª que ten¨ªa que hacer fotos muy on¨ªricas?".
Y s¨ª. Un desasosiego se siente al pasar las p¨¢ginas del libro, al contemplar palacios derruidos, cementerios con muertos propios y ajenos, estadios donde se ejecutaba mucho; el ¨¢rbol de sus juegos, el m¨¢s longevo del jard¨ªn de B?bur, ahora seco; ancianos que imploran al sol que no se vaya, que temen la noche "sin luz, sin velas?"; el barrio de los m¨²sicos, Khar?b?t, donde susurran: "Aqu¨ª hoy incluso el silencio es m¨²sica". "?Qu¨¦ queda de la ciudad guardada en mi memoria?", escribe ¨¦l. Personas congeladas, como si la s¨¢bana del olvido y la muerte los hubiera convertido en lienzos imprecisos. Afganist¨¢n hecho a?icos.
Es ese periodo, entre 1984 y 2002, un largo trecho tambi¨¦n para la p¨¢gina en blanco de su vida: ah¨ª est¨¢ escrita su experiencia de joven en el exilio en Francia; su propia familia, sus dos hijos; su encuentro con otra cultura, la occidental, tan cambiante que hasta el concepto de refugiado ha variado del blanco al casi negro en los ¨²ltimos y conservadores tiempos: "Ni me mencione el tema; lamentable". Luego, su oficio como escritor y cineasta, y finalmente, tras dos obras escritas en su dari natal (Tierra y cenizas y Laberinto de sue?o y angustia), el Premio Goncourt por La piedra de la paciencia, su deb¨² en franc¨¦s. "Cada historia tiene su lengua. Y en ese mon¨®logo de una mujer afgana ante el marido moribundo digo cosas no permitidas en mi lengua materna". Detalles ¨ªntimos, femeninos, de sexo, deseo y placer? ?C¨®mo pudo expresarlo tan bien? "Porque soy mujer", bromea. Lo cierto es que con esa obra Rahimi consigue, literariamente hablando, identidad francesa completa: "Un escritor pertenece a la lengua en que escribe", dice. El Goncourt es, adem¨¢s, "un subid¨®n para el ego". Le ha dado fama, legitimidad, confianza como autor.
Desde aquel 2002, Rahimi ha vuelto a menudo a su tierra. Hoy Afganist¨¢n es otro: "Hay vida exterior. La gente trabaja, est¨¢ viva. Hay parlamento, televisiones, conciertos, carreteras? No es para tirar cohetes; podr¨ªamos haber avanzado m¨¢s de existir m¨¢s voluntad de los pol¨ªticos afganos y los pa¨ªses donantes". Y desgrana cr¨ªticas: corrupci¨®n, el 60% del dinero de ayuda no llega al destino ("retorna en sueldos a los organismos"); los afganos del exterior deben ayudar a cambiar, si no la tradici¨®n, al menos s¨ª el oscurantismo, la incultura: "La guerra ha destruido la estructura sociopol¨ªtica. Los dos millones de afganos que tenemos la suerte de conocer otra civilizaci¨®n podemos aportar mucho. Los j¨®venes precisan educaci¨®n, dinero? La misma situaci¨®n de la mujer cambiar¨¢ con buena educaci¨®n, como en Europa". Rahimi es asesor en una tele, ayuda a j¨®venes a encontrar becas, fund¨® la Casa de Escritores?
Dentro. Fuera. ?Podr¨ªa regresar el escritor un d¨ªa a Afganist¨¢n de forma real, para quedarse? "No. Me siento extranjero all¨ª. Y extra?o. Y si uno es extranjero en su pa¨ªs, es como serlo por partida doble. Y lo mismo aqu¨ª en Francia. S¨®lo la escritura es mi verdadera tierra".
'El regreso imaginario' (Demipage), con textos y fotos de Atiq Rahimi, se publica la pr¨®xima semana en espa?ol.
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