P¨¢jaros de papel
De nuevo, una pel¨ªcula espa?ola. De nuevo, a rega?adientes.
Claro que, esta vez, la idea no se le ocurri¨® a su hija peque?a. La sugiri¨® ella misma, ?te apetece que vayamos al cine? Cuando su marido fue a buscar a sus padres para que pasaran una semana con ellos en Madrid, no mir¨® bien su agenda. Cuando los instal¨® en casa, se acord¨® de que se hab¨ªa comprometido a intervenir en un congreso, as¨ª que, con las mismas, se volvi¨® a marchar, esta vez a Pontevedra. En medio hab¨ªa un s¨¢bado libre, y a ella le dio pena que su suegra, tan buena que siempre ha sabido portarse como una madre, se quedara todo el d¨ªa en casa, as¨ª que le pregunt¨® si le apetec¨ªa ir al cine. Y ella contest¨® que s¨ª, que quer¨ªa ver la pel¨ªcula de Emilio Arag¨®n.
"Hay algo misterioso en esta pel¨ªcula, una fuerza interior capaz de cohesionarlo todo
?Uf!, pens¨® ella, repasando alternativas a toda velocidad en su memoria, bueno, tambi¨¦n podemos ir a ver otra? Pero todas las altas comedias con Meryl Streep de protagonista hab¨ªan desaparecido ya. Sus pesquisas se estrellaron con una cartelera b¨¦lica y sangrienta, nada que hacer, mientras su suegra insist¨ªa, ?a ti no te apetece? Yo tengo muchas ganas de verla? En fin, se dijo ella, melodrama castizo-musical con ni?o, ?qu¨¦ le vamos a hacer? Su suegro, por supuesto, no se apunt¨®. Su hijo mayor no estaba; la mediana, tampoco; la peque?a, trece a?os reci¨¦n cumplidos, castigada sin salir. ?Quieres venir al cine con la abuela y conmigo?, le ofreci¨®, considerando que aquel plan constitu¨ªa una excepci¨®n familiar al castigo que ella misma hab¨ªa impuesto. ?Qu¨¦ vais a ver? La peli de Emilio Arag¨®n. Vale, no voy. Pues te quedas en casa sola con el abuelo. No, no? Entonces, casi que voy.
Y as¨ª fue. La madre compr¨® entradas por Internet, la nieta hizo acopio de palomitas, y la abuela se sali¨® con la suya. Pero entonces empezaron a pasar cosas raras. La primera secuencia, sin di¨¢logo, mostraba una multicopista imprimiendo octavillas. En la segunda, unos chicos las tiraban desde una furgoneta, gritando la primera frase de la pel¨ªcula: ?Viva la Rep¨²blica!
-?A que al final te gusta y todo -al escucharla, la comedora de palomitas le dio un codazo antes de interpelarla con la boca llena-, mam¨¢?
Una hora y media despu¨¦s, las palomitas estaban en el suelo, olvidadas. Su propietaria ten¨ªa la boca abierta, y el pu?o dentro, para poder sollozar sin hacer ruido. ?Qu¨¦ hab¨ªa pasado? El hambre, el miedo, el fr¨ªo, el dolor, el terror, la dignidad, la vida. La vida verdadera, peque?a y espa?ola, de una familia espont¨¢nea, improvisada, adoptiva, cuatro desahuciados y, a la vez, cuatro supervivientes, unidos en el empe?o de quererse sin humillarse m¨¢s de lo imprescindible, para sobrevivir en tiempos implacablemente sombr¨ªos.
Hay algo misterioso en esta pel¨ªcula, una fuerza interior capaz de cohesionarlo todo, de matizar cada detalle, cada gesto, cada plano, con una luz poderosa, un reflejo que ning¨²n espectador puede esquivar. Cuatro artistas de una compa?¨ªa de variet¨¦s de medio pelo, cenando a medianoche sopas de ajo fr¨ªas, logran transmitir m¨¢s rabia, m¨¢s miedo, m¨¢s tristeza que cualquier relato prefabricadamente cruel, sangriento, de la represi¨®n franquista. ?Qu¨¦ pasa? La verdad, pasa. Porque esta pel¨ªcula es verdadera, es verdad, de verdad, est¨¢ fabricada con una sustancia af¨ªn a la verdad, sin trampa ni cart¨®n. Con mucho talento, eso s¨ª, m¨¢s all¨¢ de cualquier prejuicio, actores en los papeles de sus vidas, y detalles de una sutileza -dos dedos me?iques roz¨¢ndose sobre un mostrador, un abrazo de dos amigos que hace un a?o entero que no se ven, una triangular declaraci¨®n de amor entre dos hombres y un ni?o, una actriz mirando a la c¨¢mara sin pesta?ear como si estuviera muerta- que ella no recuerda haber visto, por cierto, en la obra de ciertos cr¨¢neos privilegiados del cine espa?ol. ?Tiene fallos? Seguramente. Es una primera pel¨ªcula, pero le da lo mismo. Si ella tambi¨¦n les ama, si ha decidido entregarse a ellos, formar parte de su familia? ?Qu¨¦ m¨¢s da que tenga fallos? Y eso sin contar con un final apabullante, cargado de una significaci¨®n simb¨®lica tan potente como una bomba at¨®mica. Porque ni el mejor actor de ¨¦ste o de cualquier otro mundo podr¨ªa haber logrado un efecto semejante.
Ella sabe muy bien lo dif¨ªcil que es construir un relato alternativo a la ambigua versi¨®n oficial del siglo XX espa?ol que ha sobrevivido al franquismo. Y conoce a¨²n mejor el valor que hace falta para firmar una pel¨ªcula que se atreve a dejar tan claro como cualquier producci¨®n de Hollywood qui¨¦nes fueron los buenos, y qui¨¦nes los malos, en un guerra semejante a aquella en la que, gracias precisamente al cine, nadie tiene ninguna duda sobre con qui¨¦n hay que ir. Pero lo que m¨¢s le ha impresionado es su emoci¨®n, el llanto de su hija, los aplausos que estallan en una sala cualquiera, de un s¨¢bado cualquiera, cuando termina la sesi¨®n de las siete de la tarde.
Eso es lo que la impulsa a entonar un mea culpasobre las carbonizadas cenizas de sus prejuicios.
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