El tercero en discordia
El fen¨®meno tiene una semana de vida. Hoy hace justamente siete d¨ªas las elecciones brit¨¢nicas eran cosa de dos, como siempre. Todo en el sistema pol¨ªtico y electoral conduce a la polarizaci¨®n y a la simplificaci¨®n: la regla del voto mayoritario, las sesiones de preguntas al primer ministro e incluso la disposici¨®n de los esca?os en Westminster. Pero esta vez ha llegado el elemento imprevisto, de la mano de una novedad absoluta como son los debates televisivos. David Cameron, el brioso candidato conservador que hab¨ªa conseguido distanciar al fatigado primer ministro Gordon Brown en los sondeos y cabalgaba feliz como el hombre del cambio, la juventud y los nuevos tiempos, accedi¨® a compartir el plat¨® con el candidato del partido liberal dem¨®crata, Nick Clegg.
Con el segundo debate televisivo Nick Clegg pondr¨¢ a prueba la fuerza de su propuesta
Hoy sabremos si fue un mero desliz o un error estrat¨¦gico, quiz¨¢s el mayor de la vida pol¨ªtica de Cameron. Esta noche, el segundo de los tres debates, destinado en buena parte a la pol¨ªtica exterior, permitir¨¢ comprobar si el ¨¦xito de Clegg hace una semana fue un golpe de la fortuna, que dio un premio ef¨ªmero a la frescura del candidato menos conocido, o si algo m¨¢s sustancial ha cambiado. En la semana transcurrida, varias encuestas han ido consolidando las posiciones del reci¨¦n llegado, en una clara indicaci¨®n que apunta hacia la segunda hip¨®tesis: ayer se hallaba en cabeza a tres puntos de diferencia por encima de los conservadores y ocho de los laboristas.
Hasta ahora preocupaba entre los dos grandes la amenaza del parlamento colgado, sin mayor¨ªa clara de gobierno. Desde el jueves pasado ha empezado a abrirse paso la idea de que este tercero en discordia no sea ¨²nicamente un ¨¢rbitro sino un caballo vencedor. Es decir, que pueda decidir qui¨¦n y c¨®mo gobierna y exija la reforma electoral que introduzca la proporcionalidad que le permita seguir creciendo.
Cuando se desentra?an un poco las encuestas se observan fen¨®menos interesantes, reveladores de una fuerte corriente de fondo, como es el tir¨®n de los liberal dem¨®cratas entre los j¨®venes que se han venido absteniendo en anteriores elecciones. Los nuevos votantes, sin adscripci¨®n partidista precisa y muy apegados a las nuevas tecnolog¨ªas, se decantan por Clegg en masa. Es un fen¨®meno que tiene algo del entusiasmo que suscit¨® Obama en las primarias frente a la fuerza de Hillary Clinton entre los votantes tradicionales.
El empuje de Clegg es la gran novedad de una campa?a que iba a rodar por ra¨ªles previsibles, con el candidato conservador convertido casi en el vencedor inevitable y un primer ministro como Brown boqueando como pez fuera del agua, a la espera de un buen dato econ¨®mico. Hasta tal punto es inesperado el terremoto, que ayer se supo que el candidato liberal dem¨®crata se daba por perdedor cuando termin¨® el debate y no se dio cuenta de lo bien que le hab¨ªa ido hasta que habl¨® con su esposa.
Ahora intenta evitar que un exceso de euforia entre sus partidarios corte s¨²bitamente la marea. Y no quiere ni o¨ªr el nombre de Barack Obama, aunque la comparaci¨®n tiene sus fundamentos. Como Obama, es el candidato menos tradicional y con una biograf¨ªa mejor adaptada al mundo global. Le ha robado a Cameron la idea del cambio, tal como hizo Obama con Clinton. Pero a la afinidad de ideas y propuestas con Brown le corresponde una enorme coincidencia en imagen, edad y actitudes con Cameron, algo que perjudica directamente al conservador.
Sobre el papel, Clegg parec¨ªa ofrec¨¦rsele a Cameron como un bocado f¨¢cil. El cl¨¢sico ataque conservador se basa en un tridente de tintes populistas que apunta contra la Uni¨®n Europea, la inmigraci¨®n y los impuestos. Frente a las tres cuestiones aparec¨ªa como una diana perfecta el candidato m¨¢s europe¨ªsta, m¨¢s favorable a la inmigraci¨®n y quiz¨¢s m¨¢s ecu¨¢nime con los impuestos. Pero todo esto puede actuar ahora como un revulsivo si sabe vender bien hoy mismo en el debate la profundidad del cambio que propone en pol¨ªtica exterior, que es una de las cosas que le diferencia de unos y de otros.
Los liberal dem¨®cratas quieren abandonar la subordinaci¨®n a Washington que ha caracterizado a todos los gobiernos desde la crisis de Suez en 1956 y que lleg¨® a su momento culminante precisamente con Tony Blair, consagrado por sus cr¨ªticos izquierdistas como el perro faldero de Bush. Quieren tambi¨¦n moderar el gasto en el dispositivo nuclear, sobre todo la renovaci¨®n de los submarinos Trident. Y salir de Afganist¨¢n en cuanto sea posible, en la misma l¨ªnea que otros pa¨ªses europeos.
Clegg es muy prudente con Europa y no va a resbalar f¨¢cilmente con los pl¨¢tanos que le tender¨¢ Cameron. Pero es partidario del euro y el m¨¢s europe¨ªsta de todos los candidatos. Para mejorar en algo el sombr¨ªo horizonte europeo ser¨ªa una excelente noticia que fuera el tercero en discordia quien dejara en la cuneta a un candidato como Cameron que cuando se refiere a la UE s¨®lo muestra disgusto y fastidio.
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