El final de una historia miserable
La extradici¨®n del dictador paname?o Manuel Antonio Noriega culmina una vida de complots y secretos
Como el de tantos dictadores, final amargo el de Manuel Antonio Noriega. Era dif¨ªcil reconocer en el anciano de andares torpes, que el lunes por la noche sub¨ªa en Miami al avi¨®n que lo deportaba a Francia, al oscuro general de terror¨ªfica mirada cuya sola menci¨®n atemorizaba a Panam¨¢ en los a?os ochenta.
Amargo pero previsible final, por cierto, para una vida dedicada a la venta de secretos, el tr¨¢fico de informaci¨®n, el soborno, el chantaje, la intimidaci¨®n, la compra de lealtades y la represi¨®n de cualquier gesto de nobleza que pudiera crecer a su alrededor. Ascendido al poder en 1982, en un tiempo en el que sobre su figura pivotaba la estabilidad de Am¨¦rica Latina, Noriega lleg¨® a creerse tan imprescindible y poderoso como para enga?ar al mismo tiempo al cartel de Medell¨ªn, al Gobierno cubano, a los sandinistas y a la CIA. Se dejaron enga?ar por un rato, pero cuando lleg¨® la hora, en 1989, el presidente George Bush envi¨® a los marines a detenerle en Panam¨¢ y fue trasladado a una celda en la que ha pasado los ¨²ltimos a?os.
EE UU cierra con la entrega una p¨¢gina negra en Am¨¦rica Latina
Con su entrega a Francia, Estados Unidos cierra una p¨¢gina m¨¢s de su libro negro en Am¨¦rica Latina y Noriega, a los 72 a?os, gana unos d¨ªas de protagonismo -y quiz¨¢ de libertad- antes de su muerte. Eso es todo. Poco m¨¢s queda por escribirse de este asunto. La historia recordar¨¢ a Noriega, no como a otro de los dictadores sanguinarios y visionarios de la regi¨®n, sino como a un dictador miserable, vulgar, sin m¨¢s credo que su propia supervivencia en un pa¨ªs hermoso pero refractario al hero¨ªsmo.
Estados Unidos, a su vez, manifiesta en el caso Noriega toda la ruindad e incompetencia de su pasada pol¨ªtica latinoamericana. Utilizado como un socio de la CIA por su capacidad de acceso a los enemigos de Washington, la Administraci¨®n de Bush padre no tuvo inconveniente en atizarle una rebeli¨®n interna y, en ¨²ltima instancia, decidir una invasi¨®n que cost¨® cientos de vidas, para acabar con ¨¦l cuando su presencia empez¨® a ser molesta.
Noriega, simplemente, lleg¨® a saber demasiado. Ese conocimiento fue muy ¨²til a veces. Los principales capos del cartel de Cali, por ejemplo, fueron detenidos en Espa?a gracias a un soplo de Noriega. Pero viv¨ªa en un mundo en el que la informaci¨®n, igual que le report¨® riqueza y poder, pod¨ªa condenarle despu¨¦s al infierno. Cuando los norteamericanos decretaron su final, ninguno de los que ¨¦l cre¨ªa sus amigos -Fidel Castro o Daniel Ortega, que ya entonces era presidente de Nicaragua- movieron un dedo a su favor. Noriega conoc¨ªa el negocio de las drogas con detalle, las implicaciones de unos y de otros, y acab¨® convirti¨¦ndose, por tanto, en un estorbo para todos.
Vivi¨® toda su vida entre secretos y complots. Quiz¨¢ torturado ¨ªntimamente por una viruela que le dej¨® secuelas est¨¦ticas imborrables, Noriega ascendi¨® hasta la c¨²spide desde el control de los servicios secretos, que eran su h¨¢bitat natural. Aunque cargado de estrellas en su uniforme, gan¨® su fama en despachos a media luz, no en los cuarteles. Acusado por el rumor popular de todas las tropel¨ªas cometidas en Panam¨¢ en las ¨²ltimas d¨¦cadas -desde la muerte de Omar Torrijos a la del m¨ªtico opositor Hugo Spadafora-, lo cierto es que Noriega nunca necesit¨® un pu?o de hierro para tener a su pa¨ªs bajo control.
Dicen sus abogados que ahora quiere volver a Panam¨¢ para jugar con sus nietos. Hasta los personajes m¨¢s abyectos tienen gestos de humanidad en alg¨²n momento. Pero no es f¨¢cil imaginar a Noriega acariciando a sus peque?os descendientes. A Noriega le gustaban el buen whisky y las bellezas locales, y llev¨® la vida personal que cabe imaginarse en una figura de su trayectoria pol¨ªtica.
Su compa?¨ªa produc¨ªa siempre una sensaci¨®n de espanto, provocado m¨¢s por su leyenda que por sus modales. A su manera, Noriega era un hombre educado. Distante, fr¨ªo, implacable, pero correcto. En los ¨²ltimos meses de su mandato -siempre fue hombre fuerte, nunca fue elegido presidente- se vio obligado a interpretar un papel de caudillo revolucionario en el que result¨® pat¨¦tico. Cercado por los marines, busc¨® refugio en la nunciatura en Panam¨¢, donde sus calzoncillos rojos destacaban entre la ropa que tend¨ªa la empleada de servicio.
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